Desde 1948
mi amigo Antonio Pasquali y yo comenzamos a ir a los conciertos de la Orquesta
Sinfónica Venezuela, en el Teatro Municipal de Caracas. A veces yo asistía hasta a
los ensayos que se celebraban en el Teatro Nacional, bajo la dirección de
Vicente Emilio Sojo. El bus que me llevaba al Liceo Andrés Bello desde Los
Teques paraba allí y, en ocasiones, me bajaba para entrar a los ensayos, saltándome alguna clase de matemáticas.
En esos conciertos de la OSV, Antonio y yo descubrimos mucha de la música
venezolana que era todavía poco ejecutada en esos años (y hoy en día), tales como las suites de Gonzalo y Evencio Castellanos, Oír Santa
Cruz de Pacairigua: https://www.youtube.com/watch?v=MW-9vsbrbtg
de Evencio Castellanos, las obras de Inocente Carreño y ciertamente la
magnífica Cantata Criolla de Antonio Estévez. Todavía tatareo con frecuencia el
hermoso final de El Rio de las Siete Estrellas, oir: https://www.youtube.com/watch?v=xjc0LMxxZUE
También nos
acercamos a la música romántica europea, en mi caso a la música de Wagner y a
la de los incomparables rusos. Las oberturas wagnerianas me cautivaron y me
cautivan aún. Un poema sinfónico en especial, el Idilio de Sigfrido, me atraía especialmente,
oírlo en: https://www.youtube.com/watch?v=891JUSQplzU,
conducido por Sergio Celibidache, el mismo conductor que escuché con la
Orquesta Sinfónica Venezuela en 1947-1948. Para complementar la música comencé a leer
sobre la mitología germana y me interesé mucho en la zona de la Europa central,
en el Rin, la selva negra y sus mitos.
Wagner compuso
su Idilio de Sigfrido como regalo de cumpleaños para su segunda esposa Cósima,
hija de Franz Liszt, a quien despertó
tocando la pieza en su casa, con la ayuda de una pequeña orquesta.
Desde
aquellos años de interés por Wagner, Sigfrido y el Rin, quise visitar esa
región de Europa. Este año lo pude hacer. Fui en búsqueda del tesoro de los
Nibelungos, el cual todavía existe, no ya enterrado, sino en forma del intenso
turismo que hace del Rin una de las vías fluviales más importantes del mundo.
Mi esposa y yo nos fuimos en un barco por el Rin, desde Basilea hasta Ámsterdam,
atravesando cuatro países: Suiza, Francia, Alemania y Holanda. Fue una
experiencia inolvidable, llena de impresiones visuales de extraordinaria
belleza, atravesando lo que puede llamarse el corazón de Europa (o uno de sus
varios corazones). En estas notas comparto algunas de mis experiencias de ese
viaje, deseando que todos quienes me lean puedan hacer este trayecto en algún
momento. Nunca es tarde, a mí me tomó 70
años de espera, desde que en 1948 comencé a escuchar el Idilio de Sigfrido.
Washington a
Basilea
Llegar a Basilea
desde Washington DC no es tan fácil. Hay que volar a Nueva York, tomar un segundo
vuelo a Londres, transbordar a otro vuelo hasta Basilea. Esta es una ciudad de
unos 500.000 habitantes, a la cual uno imagina parroquial y gris, situada en un rincón oscuro
de Europa. Es una ciudad pequeña, sí, pero asombrosamente cosmopolita, con un
gran porcentaje de inmigrantes de otros países de Europa, del Medio Oriente y
hasta de América Latina. Posee un primoroso
centro antiguo, incluyendo una puerta original de la ciudad que se mantiene en
admirables condiciones, la Spalentor. Nuestro hotel esa noche estaba situado
frente a la puerta y tenía ese nombre. Un hotel pequeño pero de impecable
limpieza y atención (160 euros).
Plaza de Basilea, los tranvías en verde
Hicimos un
recorrido a pie por el centro de la ciudad, el cual es muy manejable. Pasamos
por la puerta Spalentor, bajando por Spalentorweg, encontramos los edificios de
la universidad de Basilea, donde estudiaron algunos de mis maestros de
geología, en especial el inolvidable Otto Renz y fuimos, en bajada, hacia la
plaza central, donde se encuentra el RATHAUS, la Alcaldía principal. De la
plaza central hacia el sureste parte la Freistrasse, la zona de las tiendas.
Subimos por una callecita transversal y llegamos a Munster Platz, con su
iglesia. Más lejos quedaban los museos, a los cuales no tuvimos tiempo de
llegar. Basilea es una ciudad universitaria, de grandes museos pero también un
centro financiero importante y sede de numerosas empresas.
De regreso
al hotel nos encontramos con una librería, pero no una librería cualquiera sino
de libros antiguos, llamada Erasmushaus. Allí vi una copia, la única existente,
de poemas de Antonius Arena, edición de 1542, por 18000 euros, una bella edición
de Las Luisiadas de Camoens ,400 euros y la primera edición de Les Liasons
Dangéreuses de Pierre Loderlos de Laclos, 1782, 9500 euros, además de Las Obras
Completas de Condillac, 4800 euros. La edición hecha en Milán en 1520 de La
Metamorfosis de Publius Ovidius Naso (43 DC) estaba en rebaja en 24000 euros.
Esa noche
cenamos en un extraordinario restaurant italiano cercano al hotel, llamado
APULIA. No es barato, pagamos 116 euros por una cena extraordinaria de raviolis
con espinaca, vino rojo de Apulia y
profiteroles. Afortunadamente no aceptan propinas. Fue la única cena “de lujo”
que hicimos en todo nuestro viaje pero no nos arrepentimos.
En Basilea, barco al fondo
Al día
siguiente, después de un maravilloso desayuno en el hotel, salimos hacia el
muelle, a la búsqueda de nuestro barco. La primera impresión fue un tanto
decepcionante, lucía pequeño, como una gran barcaza. Claro, nunca habíamos
estado en un crucero fluvial y estábamos acostumbrados a ver los inmensos
trasatlánticos. Este barco, el River Empress, de la empresa UNIWORLD tiene capacidad
para unos 120 pasajeros. Al llegar fuimos recibidos con extrema cortesía por
miembros de la tripulación y conducidos a nuestro camarote, número 103, situado
en el nivel inferior del barco, el cual tiene tres niveles de camarotes, además
de dos terrazas superiores. En este viaje, averiguamos, iríamos unos 80
pasajeros, ya que es el primero de la temporada, a principios de Abril, y mucha
gente le tiene miedo al frio y la lluvia de esta época. El camarote es pequeño
pero tiene todo lo necesario, una ventana larga y estrecha que nos permite una
excelente vista sobre el rio, casi a nivel del agua. Tiene TV, una ducha
buenísima e Internet en puerto, el cual se hace menos bueno o totalmente
ausente mientras navegamos de un sitio a otro. Me he traído mi laptop, una
Toshiba PORTEGÉ que ya tiene unos cinco años, la cual es peso pluma.
La cama es
muy buena, aunque un tanto estrecha. Desempacamos con la alegría de saber que
por los próximos siete días no tendremos que preocuparnos por hacer o deshacer
maletas. Esta vez nos hemos traído menos ropa, en dos maletas pequeñas por la
sencilla razón de que las maletas grandes ya son demasiado pesadas, sobre todo
para entrar o salir de un tren que amenaza con arrancar. Además, el crucero es
informal y apenas se nos exige un saco sin corbata en noches especiales.
Con el
Internet en el barco experimenté una sorpresa desagradable. Al tratar de abrir
mi blog en el camarote, leí: BLOCKED. REASON; PORNOGRAPHY. Bloqueado,
razón: pornografía. De inmediato pensé que ello era un bloqueo de los expertos
del narco-régimen pero no, se trataba de un bloqueo de la empresa naviera, la
cual bloquea blogs al azar, no sé por cual razón (¿capacidad de servicio?) y le pone al bloqueo
la razón que desea. Cuando consulté con mi hijo, éste me sugirió que averiguara
por esa vía y, en efecto, esa era la razón. El blog fue inmediatamente desbloqueado.
Pero, tremendo susto y mal hecho de la empresa.
A diferencia
de los grandes barcos, en los cuales a uno le toma varios días descubrir cada
rincón, exploramos nuestro barco en menos de una hora. En esencia, el barco
consiste de los camarotes, un gran salón central de reuniones en la proa, donde
ya tocaba el piano un pianista que nos acompañaría durante todo el viaje, un
gran salón restaurant colocado en la popa y dos niveles de terrazas, una de
ellas cubierta, en la cual se ofrecen almuerzos livianos y otra terraza superior,
abierta, con sillas y frazadas (para los friolentos), la cual sirve de
fantástico sitio de observación del paisaje. La tripulación consiste de unas 30
personas, entre los marinos, los mecánicos y asistentes y el grupo que se ocupa
del mantenimiento de cabinas y servicio
de restaurantes y salón principal.
El barco
está amoblado y decorado a la usanza europea, un tanto pesado y anticuado para algunos
gustos, pero de impecable limpieza y mantenimiento. Al llegar al salón
principal dos personas quienes ya se encuentran
allí nos hacen un gesto de bienvenida y nos llaman a sentarse con ellos.
Son padre e hijo, de Canadá. El hijo es un ingeniero de minas, el padre un
veterano de la segunda guerra mundial. Tiene 95 años y camina con la ayuda de
una andadera, pero está tomándose un vaso de ron. Nos explica: “Soy de la
marina y todos los días nos daban una ración de ron. No he perdido la costumbre,
aunque ahora me tomo dos”.
La primera
sorpresa agradable es que a bordo todas las bebidas son gratis, no hay costo
adicional alguno. Desde champaña hasta un refresco. Pido una vodka Stolichnaya
on the rocks con un twist de limón y me lo traen, maravillosamente bien servido.
Por la
ventana veo el perfil de Basilea, el ambiente del barco es cálido, el servicio
excelente, puedo pedir cualquier cosa, como si estuviera en mi casa. “Esto me
va a gustar”, pienso. Me siento cómodo, rodeado de civilización.
COLMAR,
FRANCIA
Esa noche,
después de una excelente cena, con vinos del Rin salimos de Basilea y a la
mañana siguiente estábamos en el pueblo de Breisach, en Alemania. Los pasajeros
desembarcan y tienen dos alternativas: visitar un par de aldeas alsacianas o
visitar el pueblo-ciudad de Colmar, en territorio de Francia. Colmar, situado en
Alsacia, es llamado por algunos la ciudad más bella del mundo. Ese apelativo no
es cierto. Sin embargo, Colmar prueba ser una villa interesante. La zona es
gran productora de vinos. Nuestro tour comienza frente al Museo Unterlinden,
sigue por la Plaza de los Dominicos, con una bella iglesia que está cerrada,
continúa hacia la catedral (San Martín). Allí abandonamos el tour y nos escapamos
por nuestro lado, ya que –generalmente- nos fatiga oír hablar tanto a los
guías. Le damos una buena caminata a Colmar, la cual posee bellísimas
panaderías, pequeñas tiendas muy atractivas y cafés al aire libre, muy típicos
de los pueblos que vamos a encontrar en todo el trayecto. Después de un largo
periplo que incluye una visita al mercado (no muy excitante) nos sentamos a
tomar Pinot Blanc, el vino por excelencia de la zona. Estos vinos de Alsacia
son de una frescura extraordinaria. Nos sirven el Clos de St. Jacques, de un
amarillo brillante, baratísimo. La botella
vale 8 euros en el café, debe valer 4-5 euros en la bodega.
A la hora
señalada por el guía regresamos al punto de encuentro y vamos al barco, donde
somos recibidos con más Pinot Blanc y pistachos, una excelente combinación. En
la tarde, a la hora del coctel, asistimos a una charla sobre el pueblo a ser visitado el día siguiente. Se trata de
Estrasburgo, también francés, realmente
sino una ciudad de cierta magnitud. Luego, el encargado de las cenas y bebidas
nos anuncia el menú de esa noche y cuales vinos probaremos, no solo los de
Alsacia, en cuyo centro nos encontramos, sino unos vinos rojos de Rumania de la
uva llamada Feteasca Negra, , desconocidos para nosotros pero que prueban ser
excelentes, a medio camino entre un Pinot Noir y un Cabernet Sauvignon.
ESTRASBURGO
, FRANCIA Y LA SELVA NEGRA, ALEMANIA
En la selva negra
En Estrasburgo
declinamos un tour en lancha por la mañana y nos dedicamos a caminar por
nuestra cuenta pero encontramos que el centro de la ciudad estaba demasiado lejos
y nos contentamos con caminar por parques adyacentes al atracadero. Por donde caminamos encontramos una gran
mezquita en construcción. Por lo que vimos, nos pareció una excelente ciudad,
muy bien planificada, con un alto nivel de calidad de vida. Nos sentamos en un
café a comer Foie Gras, tratando de olvidar la manera cruel como lo producen.
En la tarde
nos fuimos de excursión a la Selva Negra, la cual es él único tour del crucero
que requiere un pago adicional. Desde Estrasburgo
tomamos un autobús que nos llevó por los pueblos situados en las estribaciones de
la selva negra, todos muy pintorescos. Fue un viaje de una hora y 15 minutos en
el cual la guía no cesó de hablar ni un segundo a su audiencia cautiva. Al
subir y entrar a la Selva negra nos fue ofrecido un almuerzo excelente, con
ensaladas diversas, salchichas, jamones, mermeladas, panes exquisitos y cerveza
muy buena de la zona. Un gran almuerzo. Luego pudimos dar una corta caminata
por las colinas muy verdes de la zona, con las casas, las vacas y los árboles
integrando un bello paisaje. Antes de regresar fuimos a una tienda donde venden
relojes Cu-Cús, la especialidad de la zona. En líneas generales, el viaje no
llenó mis expectativas pues apenas llegamos al borde de la Selva Negra. nos quedamos
en el piedemonte. De regreso, sufrimos otra andanada de información por parte
de la guía, quien no nos dio tregua.
Si alguien
me pregunta si estuve en la Selva Negra, puedo contestar afirmativamente. En mi
recuerdo El Jarillo y la Colonia Tovar
son igualmente pintorescos.
SPEYER. ALEMANIA
Plaza de Speyer
Al día siguiente atracamos en Speyer, pequeña
ciudad alemana, de unos 50.000
habitantes situada en el
Rhineland-Palatinate, al sur de la ciudad universitaria de Mannheim. Parece
haber sido uno de los sitios más antiguos fundados por los romanos, en cuya
catedral se encuentran las tumbas de ocho emperadores y reyes romanos y
alemanes. La ciudad es poco atractiva , aunque tiene un bella puerta , además
de su importante catedral . Vimos a sus habitantes muy modestamente vestidos, gente
sencilla, reminiscentes de los austeros campesinos menonitas que uno encuentra
en Bolivia y otros países andinos. Sus niños parecían ver la ciudad con ojos de
asombro, como quien no está acostumbrado a ver tiendas y gente en las calles.
La caminamos en poco tiempo y regresamos al barco a media tarde, donde todavía
teníamos un buen almuerzo y, por supuesto, donde nos esperaba la hora del coctel y una excelente cena. Mientras
tanto, el pianista tocaba.
El barco, a diferencia de los grandes
trasatlánticos, es pequeño y ello significa que hay mucha más interacción
social que en los barcos grandes donde uno puede permanecer esencialmente “por
su cuenta”. Aquí había que socializar, conocer gente, conversar. Esto es
maravilloso para quienes disfrutan de una intensa interacción social. Para quienes
somos un poco lobos solitarios, esto puede resultar una carga. En el restaurant
era difícil sentarnos solos por lo relativamente pequeño del pasaje. Conocimos
gente muy agradable y otra menos agradable. Compartimos mucho con el padre y el
hijo de Canadá, quienes eran gente maravillosa, así como con una pareja
filipina muy cordial. En general, el pasaje era de gente de clase media-media a
alta, casi toda adinerada pero no particularmente
sofisticada , alguna de ellas, como nosotros, quienes habían ahorrado por un
largo tiempo para poder hacer el viaje.
El promedio de edad, si no contamos al veterano de 96 años, a un culto y
cordial viudo australiano de unos 88 años y a nosotros, en los 80, no era muy
alto, estaría en los 60-65 años.
RUDESHEIM, ALEMANIA
Logitravel
El próximo puerto fue el de Rudesheim, en
Alemania. Allí llegamos el Domingo de Ramos y mi esposa quiso ir a misa. Para
nuestra sorpresa, aunque existían cinco iglesias católicas en el pueblo solo en
una había misa. La explicación que nos dieron es que en Alemania hay una gran
escasez de sacerdotes y por ello las iglesias católicas permanecen en gran
porción cerradas o sin sacerdotes permanentes. Se nos informó que habría misa a
las diez de la mañana en la Abadía de las Monjas Benedictinas, situada en una
colina sobre el valle del pueblo. Para allá nos fuimos en un taxi, junto con el
padre y el hijo canadiense. Sin embargo, al llegar allá, nos dijeron que la misa
había sido a las 8 de la mañana.
Abadía de Rudesheim
Visitamos la pequeña iglesia, de una gran
belleza y paseamos un poco por el lugar, el cual está rodeado de viñedos.
Decidimos caminar, cerro abajo y nos separamos de la pareja canadiense (el
señor caminó cerro abajo hasta el barco!) y, dando vueltas y más vueltas, escuchamos
unas campanas llamando a misa. Logramos encontrar una iglesia luterana que
comenzaba sus servicios y nos metimos allí. La ceremonia fue muy bonita, muy larga,
porque recuenta una buena parte de la pasión. Una vez que salimos nos fuimos a
conocer el pueblo, el cual es uno de los más bellos que encontramos en nuestro
viaje. Tiene un largo malecón lleno de hoteles, tiendas, cafés al aire libre y
pequeños rincones muy hermosos.
APARECEN LOS CASTILLOS. ENCUENTRO CON LORELEI
Hasta ese momento no habíamos visto ningún castillo sobre
el Rin. Comencé a pensar que el título del crucero era semi-fraudulento. Pero
cuando zarpamos de Rusdesheim hacia el norte, comenzaron a aparecer los
castillos, uno detrás del otro. Por 60 kilómetros, desde Rudesheim hasta
Koblenz, casi a cada vuelta del inmenso río, vimos no menos de 30 castillos
situados a las orillas del Rin. El espectáculo es extraordinario.
Viñedos y poblaciones a lo largo del trayecto
No son solo
los castillos, sino las bellísimas poblaciones que se van encontrando a ambas
riberas del Rin, con sus laderas llenas de viñedos: Heimburg, Sthalberg, Gutenfels,
Sankt Goar, Boppard. Cada castillo tiene su nombre: Furstenberg, Ruine Nollig,
Sthaleck, Schonburg, Katz, Maus, Liebenstein, Alte Burg. En ese trayecto vimos una prominente en la ribera este del río, la roca de Lorelei,
la doncella que con su canto seduce a los marineros quienes pasan por allí y
los lleva a la muerte. Esta es la ruta de Sigfrido, tierra de Nibelungos. Veo finalmente realizados mis sueños de adolescente. Sigo la
roca de Lorelei con la mirada, hasta que desaparece en el recodo del rio. Luego,
regreso al gran salón del River Empress y me tomo una copa de champaña en honor
de mis sueños de juventud.
La estatua de Lorelei
BOPPARD, ALEMANIA
Castillos y viñedos
Al llegar a Boppard decidimos caminar por nuestra cuenta.
Es un pueblo muy bonito, alineado a lo
largo del rio, hoteles, restaurantes, un pequeño y elegante resort sobre el
Rin. Tiene atractivas tiendas pequeñas incluyendo una bellísima tienda de vinos,
un night-club y, al menos, un restaurant que parece de altísima calidad. Aquí
en Boppard, un grupo de unos 10 pasajeros decidió continuar hasta Koblenz en
bicicleta, un viaje de una hora aproximadamente. Me hubiera gustado
acompañarlos pero tuve unas diez razones
para no hacerlo. La primera de ellas es que nunca aprendí a andar en bicicleta.
KOBLENZ, ALEMANIA
Castillo entre Boppard y Koblenz
Al acercarnos a Koblenz el barco sale del Rin y entra al
Mosela, cruzando el Deutsches Ek, la Esquina Alemana, la cual muestra una gran
estatua de Guillermo I, el primer emperador alemán, la cual es una réplica de
la original, la cual fue destruida durante la II Guerra Mundial. El barco
atraca en la mitad de la ciudad y podemos caminar a nuestro antojo. Pasamos
por un viejo castillo y nos dirigimos hacia el centro, la Plaza de los Jesuitas,
con un bonito ayuntamiento. Visitamos la iglesia de San Castor, la más antigua
de la ciudad, la cual data del año 836. Nos sentamos en un café a ver pasar la
gente de Koblenz, a tratar de tomarle el pulso a la ciudad. Tiene un ritmo
lento, apacible. Hay un funicular que lleva a una fortaleza, pero no nos
provocó hacer ese viaje. Hay una visita programada en la tarde para un castillo
pero preferimos quedarnos en el pueblo, descubriendo sus pequeñas calles y
visitando sus casas de antigüedades.
KOLN, ALEMANIA
Catedral de Colonia
Colonia es el penúltimo puerto de nuestro viaje. La gran
atracción es, por supuesto, la famosa catedral, aunque la ciudad está llena de
museos importantes, incluyendo uno del chocolate y otro, que me trae grandes
nostalgias, del agua de colonia Jean Marie Farina. Esta era la colonia que usaba
mi abuelo paterno, luego mi padre y luego yo. Aprovecho para comprar una
botella grande pero, decepción, no huele igual. No es el mismo olor de siempre.
Casa donde nació la colonia Farina
Al lado del ayuntamiento vemos una excavación importante.
Nos dicen que ello ha revelado la existencia de una comunidad judía en el centro
de la ciudad.
Al llegar frente a la catedral no puedo menos que
sentirme impresionado por su inmensa fachada. Es una iglesia de estilo gótico,
la cual tardó unos 600 años en construirse, desde 1248 hasta 1880. Es el
destino turístico más importante de Alemania y siempre está llena de gente.
Aunque no soy creyente me sentí muy emocionado en ese sitio. Fue dañada durante la segunda guerra mundial
pero los bombardeos la respetaron en lo esencial
Regresamos al barco bajo el influjo de la maravillosa
catedral, con mi compra de Jean Marie Farina.
EN ÁMSTERDAM, HOLANDA
A Ámsterdam llegamos en la mañana y tomamos un taxi para el hotel, The Bank
Hotel, el cual no nos gustó, aunque estaba muy bien situado, a unas cinco
cuadras de la estación central del Ferrocarril. Llegamos al hotel y salimos
hacia la estación a comprar nuestros tickets para ir a Berlín. Asombrosamente los
tickets de Ámsterdam hasta Berlín son la mitad del costo del tren de Washington
a Nueva York, aunque la distancia es mayor. Cada ticket tiene un costo de 125 euros,
a pesar de que no hay descuento por tercera edad.
En Ámsterdam mi esposa se siente mal, ha estado con una
gripe durante el crucero que se convierte en una especie de bronquitis
asmática. La llevo a un centro médico especial para turistas, donde le recetan antibióticos y un aerosol para facilitar la respiración. Este contratiempo nos
limita lo que podemos hacer en Ámsterdam, porque – además – está frío y llueve.
Nos limitamos a comer cerca del hotel, una magnífica colección de quesos
diversos, jamones y un excelente pan, todo por 20 euros. Hubiéramos querido ir
a un restaurante indonesio a comernos un buen “Rijstafel” pero no nos sentimos
con ánimo suficiente. Yo también había comenzado a toser.
Al día siguiente nos vamos a la estación y tomamos el
tren hacia Berlín.