miércoles, 18 de noviembre de 2009

Ulises Zelaya y su anti-Odisea.


Shannon le tira una piedra al barco del Alba que conduce a Zelaya, (izq)

Desde su salida poco airosa de la presidencia de Honduras, en sus piyamas multicolores, el pobre José Manuél Zelaya, Mel para sus amigos, ha dado una inmensa cantidad de tumbos y tambos y adoptado múltiples posturas en su intento, hasta ahora fracasado, de retornar a la presidencia.
Primero fue desafiante. Armado con un avión, dólares y asesores dados por Hugo Chávez, se dedicó a viajar por todo el hemisferio, presentando su caso. Habló con casi todos los presidentes del hemisferio, llegando a los mejores hoteles, pagando con dinero venezolano, llevando a su diestra a los mejores y más expertos diplomáticos venezolanos, como Francisco Arias Cárdenas.
Luego adoptó una actitud plañidera: como es posible que me hagan esto? Le pidió a USA clarificación de su postura. USA le apoyaba, si, pero al tratar de torcerle el brazo a Micheletti, se dió cuenta de que Micheletti no daría su brazo a torcer.
Fue a la OEA donde Insulza lo recibió como un héroe pero no pudo hacer mucho para ayudarlo porque su torpeza le hizo perder terreno significativo en el campo diplomático.
Se fue a Costa Rica donde el presidente Arias comenzaba su gestión conciliadora. Desde allí, siempre acompañado de Arias Cárdenas, comenzó a tratar de influenciar el resultado de las negociaciones, utilizando el método caliente-frio, un día amenazante, al siguiente mansito. Pero nada. En una ocasión Chávez lo convenció de irse en avión a Honduras acompañado de Cristina Kirchner y lanzarse en paracaídas, si fuere preciso. Zelaya se fue en el avión solo, ya que la señora Botox se rajó a última hora. Dió dos vueltas sobre el campo de aterrizaje y desistió de lanzarse en paracaídas. Luego, desde su base en Nicaragua tomó un auto junto con Maduro quien le sirvió de chofer (esa es su especialidad) y se fue a la frontera, caminando cautelosamente por el borde, con un megáfono en la boca, un celular en la oreja y el sombrero encasquetado hasta para ir al baño, pero no se atrevió a pasar a Honduras, donde lo esperaba la policía. Acusó a Micheletti de genocida, de usurpador, de golpista, de maluco, pero nadie parecía hacerle caso. La gente comenzó a cansarse de ver a esta patética figura, poco carismática, mál orador, con su megáfono, su celular y su sombrero, posando para la cadena televisiva de Chávez, haciéndose el importante, mientras a su alrededor los vendedores de empanadas gritaban a voz de cuello y Maduro se espantaba las moscas de la frontera.
De regreso ignominioso en Nicaragua Zelaya comenzó a desesperarse. El convenio negociado por Arias no llegó a primera base, en gran parte por la piedra de tranca de su pretensión de pleno e incondicional regreso a la presidencia. Cada día Zelaya se desperaba más y Micheletti duro. Chávez le hizo dos trastadas que contributeron a deprimirlo profundamente: le quitó el avión y le dejó a Arias Cárdenas.
El abatido Zelaya le preguntaba a USA todos los días si no podían obligar a Micheletti a ceder. Chávez llegó a llamar a Tom Shannon a medianoche a su casa para pedirle acción. En USA el Congreso y la opinión pública comenzaron a desligarse de la postura del Departamento de Estado. Un informe del Congreso concluyó en que la remoción de Zelaya de la presidencia había estado apegada a las leyes del país, algo que ya muchos latinoamericanos sabíamos.
Entonces Zelaya se decidió a dar un paso que Chávez, su principal coach, calificó de “heróico”. Apoyado logisticamente por la gente de Chávez, dicen que por Rodríguez Chacín, quien hoy se halla desaparecido, Zelaya entró subrepticiamente a Honduras y, en menos de lo que canta un gallo, se refugió en la Embajada de Brasil, presentándole a Lula un hecho cumplido.
Desde el recinto de la embajada Zelaya comenzó una segunda fase de su anti-Odisea, más ridícula aún. Llamaba a los hondureños a protestar contra el gobierno y nada. Decía que estaban disparando contra la embajada y nada. Acusaba a Micheletti de tortura psicológica al poner ruidosa música dia y noche frente a la embajada y nada. Alegaba que le estaban metiendo gases envenenados por las rendijas y nada. La embajada se llenó de su gente, tomando cerveza. Los baños de la embajada rebosaban de desperdicios. La gente dejó de asistir a la embajada. Hasta cuando Zelaya! decía el hondureño.
Zelaya daba ultimatums a diestra y siniestra, les doy una semana, dos días, tres horas y nadie le hacía caso. Por lo tanto capituló y se transó con Micheletti. El fue quien propuso que fuese el Congreso el que decidiera sobre su regreso. Estaba seguro de que el Congreso autorizaría su retorno de inmediato. Firmó un convenio en ese sentido, avalado por USA y la OEA (aunque Insulza ahora lo desconoce).
El Congreso de Honduras aún no ha decidido y ya las elecciones están a la vuelta de la esquina. A la salida de la embajada del Brasil a Zelaya le espera la presidencia o la cárcel, o las dos cosas, cada una a su debido tiempo.
Se vacilaron al pobre Zelaya. No hay derecho, dice el ALBA. Ahora vamos con Ortega!

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