miércoles, 27 de junio de 2012

Música para todas las edades


Página del "Cuarteto Americano", de Antonin Dvorak

Durante mi niñez y adolescencia las sinfonías de Mozart y las de Tchaikovsky, así como las operas de Verdi y de Puccini llenaron una buena parte de mi vida amable y feliz en Los Teques. Era una música perfectamente encuadrada en el ambiente general de aquel bello pueblo de 20.000 habitantes, donde todos éramos familia. Yo podia decir de muchos de los tequeños que eran mis mejores amigos y, simultaneamente, mis más enconados adversarios en los deportes, en los estudios o en el amor. Mi tio Leopoldo había sido la persona que me hizo escuchar música clásica por primera vez, a los 10 años o algo así. No solamente me ponía a escuchar los discos de 78 rpm sino que comentaba cada pieza y el estado de ánimo del compositor al escribirla. Me convirtió en un melómano para toda la vida.   

De aquella época recuerdo especialmente la Sinfonía #4 de Tchaikovsky y cada vez que la escucho viajo de nuevo a esos días de plácida felicidad. Por supuesto, también recuerdo todas las demás, porque ese caballero ruso fué una fuente infinita de melodías. La romántica quinta, la triste sexta o sus primeras sinfonías como “Sueños de Invierno” o “La Pequeña Rusia” acompañaron mi adolescencia y mis primeros enamoramientos. Las sinfonías de Mozart preferidas eran las que van de la 38 a la 40. Debo admitir, sin embargo, que a medida que he envejecido Mozart me ha ido importando menos y ya casi le huyo tanto como a Haydn, perdonen la blasfemia.

El fin de mi adolescencia y el inicio de mi vida adulta, entre los 18 y los 30, tuvo más que ver con dos grandes compositores alemanes: Brahms y Wagner. El primero me ha acompañado toda la vida, con sus cuatro sinfonías y su majestuoso concierto para piano #2. Y Wagner me atrajo mucho desde el primer momento, casi todas sus  oberturas:  Rienzi, Tanhauser, Los Maestros Cantores, el Holandés Volador, la extraordinaria música de Lohengrin, la orgásmica “Muerte por Amor”de Tristán e Isolda. Recuerdo sus oberturas como la música más tocada por la Orquesta Sinfónica de Venezuela, cuando era dirigida por Vicente Emilio Sojo y ocasionalmente por Sergio Celibidache en los conciertos gratis dominicales en el teatro Nacional, primero, luego en el Municipal.   

Hacia el final de mis 30 regresé a los eslavos, ciertamente los rusos pero también los de por allí cerca, como Smetana. Me atrajeron  Borodin, Kalinikov, Prokofiev y Rimsky Korsakov,  pero todavía me resistía a Shostakovich. Mi  gran descubrimiento de esa etapa fué  el compositor  nacido en Tbilisi, Aram Kachaturian, todo lo de él, especialmente sus suites “Mascarada”, “Espartaco”, “Gayne” y sus espectaculares conciertos para Piano, para Cello y para Violin. Sobre todo el de piano me llena de gran emoción y su majestuoso segundo movimiento me hace sentir que viajo en camello por las inmensas estepas y dunas del Asia Central.

 Lo que me ha fascinado siempre de los eslavos es el predominio de la melodía. Los cuartetos para cuerdas de Borodin son de una belleza excepcional y son, en mi opinión, clase aparte.

Hacia la mitad de mis cuarenta, en un vuelo de Denver a Washington DC, volando a  40.000 piés, en un día maravilloso, sin turbulencia, saboreando una vodka Stolichsnaya (todavía viajaba en primera clase en esa época), oí por primera vez la Sinfonía #8 de Antonin Dvorak y tuve un momento de verdadera epifanía.  Nunca la he dejado de escuchar, desde ese momento. Ella me condujo a buscar otras composiciones de Dvorak, de quien solo conocía la Sinfonía “Nuevo Mundo”. Este es un compositor absolutamente extraordinario. Su cuarteto para cuerdas, llamado “Americano”,  escrito en Iowa,   ha servido de ejemplo para los compositores estadounidenses de épocas posteriores.

Ya en los cincuenta le fuí infiel a Tchaikosvky con otro ruso romantico: Sergio Rachmaninov. Fuí seducido, como le ha pasado a millones, por su Concierto #2 para Piano y Orquesta pero luego he encontrado que me gustan más sus otros conciertos, sobre todo el #3. Pero también es maravilloso escuchar sus “Variaciones sobre un tema de Paganini” o sus “variaciones Sinfónicas” o su “Concierto Elegíaco” o la exquisita Sinfonía #2. Es uno de esos compositores que uno hubiera deseado que vivieran eternamente, para que pudiesen seguir componiendo. En literatura me sucede lo mismo con Jack Vance, un escritor de Ciencia Ficción quien, debido a su avanzada edad, no escribe desde 1994 ( salió por la puerta grande con su deliciosa novela “Ports of Call”) . Ahora solo puedo re-leer sus novelas, porque ya no es possible esperar una nueva.   

Al vivir en USA he sentido especial curiosidad por compositores de este país. Los hay excelentes pero el que me gusta más es George Gershwin. Su Concierto para Piano y Orquesta, en F, es una composición de extraña belleza, que nunca cansa.  Y su ópera “Porgy and Bess” está repleta de grandes melodías. Gershwin compuso unos preludios para piano (creo que tres) rara vez oídos (no he podido encontrar una grabación de ellos), que son absolutamente fantásticos. Me gusta mucho Howard Hanson, en especial sus dos primeras sinfonías. Los conciertos para piano y orquesta de MacDowell, aunque no son excepcionales, tienen para mí el interés de su relación con Teresa Carreño.

Con la edad he llegado a apreciar más y más la elegancia suprema de los compositores franceses. De Debussy “El Mar”, “La Pequeña Suite”, y de su hermano espiritual, Ravel “La Valse”. Pero hay otros extraordinarios, como Gabriel Fauré y su bellísimo “Requiem” (en especial el Pie Jesus) y Eric Satie, el de las extrañas y cautivantes “Gymnopedies”.  

LLegué finalmente a la aceptación de Shostakovich el día que escuché el segundo movimiento de su Concierto #2 para Piano y orquesta. Fue como descubrir que Picasso sabía dibujar!

Desde mi adolescencia he escuchado con una mezcla de deleite (70 por ciento) y fervor patriótico (30 por ciento) a compositores venezolanos como Evencio Castellanos (Santa Cruz de Pacairigua y El Rio de las Siete Estrellas), Inocente Carreño y su “Margariteña, Antonio Estévez, su “Concierto para Orquesta” y su notable “Florentino. el que cantó con el Diablo”, cuyo final siempre me pone la carne de gallina. Me deleito cada vez que escucho el Concierto para guitarra y orquesta de Antonio Lauro y sus valses extraordinarios.  Pero cuando me quiero emocionar de verdad con lo que considero la esencia de la venezolanidad me siento a escuchar la música de Aldemaro Romero. Su “Suite para Cuerdas”, el melancólico “Vals para Clementina”, el extraodinario “Cuarteto para Saxofones”y, en especial, “Fuga con Pajarillo”. Allí está mi Venezuela, en esa música. Y sus melodías como “Quinta Anauco” y “De Conde a Principal” no desmeritan al lado de aquellas composiciones. Aldemaro es el gran compositor venezolano del Siglo XX. No conozco ninguno nuevo.    

Debo hacer una mención especial de una música que tanbién me llega al alma porque algo o mucho debo tener de sangre ibérica (especificamente de Segovia) . Me refiero a la musica de España, esa gran música que nos pone a bailar internamente. “El Sombrero de Tres Picos”, de Manuel de Falla es probablemente lo más español que haya escuchado jamás. Pero también lo es “Noche en los Jardines de España”. Y el Concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo.

La música clásica nos acompaña en cada etapa de nuestras vidas y nos toma de la mano para llevarnos a comarcas extraordinarias, donde Bach es tan grande como el cosmos, Stravinsky nos describe la creación del planeta y Aldemaro y Juan Bautista Plaza nos muestran las eestupendas versions criollas de la fuga.

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