miércoles, 9 de enero de 2013

Carlos Alberto Moros, Cabeto, 1934-2013


Mi gran amigo, Carlos Alberto Moros, Cabeto, a la derecha

En el Los Teques donde crecí los pobladores eran más que vecinos y amigos, eran casi familia, por virtud de la plácida vida del pequeño pueblo. Una de las familias con las cuales teníamos más contacto era con la familia Moros Ghersi. Mi hermana Cristina pasaba todos los años nuevos en la casa de los Moros, donde se bailaba, mientras que yo, miembro del Club de Tímidos, caminaba por las calle del pueblo con otros miembros del club, hablando de Herman Hesse o de Puccini, cuando anhelábamos estar bailando al ritmo de Billo’s con alguna joven del pueblo. Crecimos juntos con los Moros, mi hermana muy amiga de Morelia y de Leticia, yo muy amigo de Carlos Alberto, Cabeto.
Cabeto era menor que yo un año, nacido en 1934. En el Liceo San José yo estaba un año más adelantado, en razón de la edad, en un grupo donde recuerdo a los hermanos Gonzalez Barreat, a Antonio Pasquali, recién llegado de Robato, Brescia, a un gigantón de apellido Puertas a quien nunca vi después de salir del liceo, al “gordo” Acevedo, a Luis Segnini de Maracaibo y a algunos otros. Nuestros profesores eran el Padre Ojeda, Puyula, los dos Padres Gonzalez y el Dr.Mendoza (nos daba matemáticas), el padre de Edgar, Paco y Pipina y esposo de Alcira.
Sin embargo, conocía a Cabeto desde pequeño y admiraba su aplicación. Era el primero de su clase, seguido de cerca por José Luis Bonmaison, de Valencia, quien también llegaría a ser rector universitario. En esos años Rosalio Castillo Lara era aun un joven sacerdote y de él recibí una medallita de San Juan Bosco, que aun conservo en mi bolsillo, unos 63 años después, medallita que gané por argumentar, casi solo, que no era necesario ser católico para ir al cielo.  Era un grupo que tendría destacada figuración ciudadana, académica e intelectual.
Cabeto salió del Liceo San José, se hizo médico como su padre, Teófilo, y su hermana Morelia y tuvo una brillante vida professional y académica, hasta llegar a ser rector de la Universidad Central de Venezuela, un hombre digno, ejemplar, de intachable conducta ciudadana, como le habían enseñado en su casa y sus maestros salesianos. Era uno de los favoritos del Padre Ojeda, aunque ese maravilloso sacerdote siempre nos hizo sentir a todos como si cada uno de nosotros fuésemos su favorito.
Una niñez feliz  generalmente produce ciudadanos de primera clase. Cabeto fue un niño feliz y durante toda su vida proyectó esa felicidad, su empatía y su alegría de vivir hacia la comunidad circundante. Aunque lo había perdido de vista por años tuve la suerte de verlo hace pocos años, aquí en Washington, donde vive una hija. Me contó que su salud era razonablemente buena, después de haber combatido un cáncer de estómago con éxito.
Acabo de enterarme de su fallecimiento. Pienso en, y veo, en mi imaginación, al adolescente  que fue mi amigo, en ese brillante adolescente que luego llegaría ser rector magnífico. Y siento ogullo de lo que hizo con su vida, salido del Los Teques pequeño y cordial donde fuímos tan felices. Los recuerdo a todos ellos: Eulogio, la Nena, Morelia, Leticia, Luis José, Teofilito, el Dr. Moros y su esposa, quienes se parecían mucho fisicament de tanto vivir juntos. Más que vecinos y amigos fuímos familia. Hoy despido, conmovido, a uno de mis “hermanos” tequeños y les envio un abrazo de solidaridad a quienes lo lloran.  

3 comentarios:

  1. Gracias por compartir esa sincera carta de es buena amistad que se le fue a Ud y que se le fue al pais. Yo tambien estudie en el San Jose y recuerdo a Puyula (eso fue en los tempranos 70). Parece que unos cuantos buenos salimos de ahi para el mundo y estamos denunciando la tirania que se ha robado a nuestra Venezuela.
    Saludos

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  2. El rectorado de Moros Ghersi coincidió con mi ingreso como docente en la UCV. Aunque sólo lo conocí de pasada, me pareció un hombre bueno y afable. Que en paz descanse.

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  3. Tremendo rector, me imagino que siempre habrá sido para él motivo de mucha pena entregar la UCV a un degenerado como Edmundo Chirinos. Pero poco podía hacerse, nuestro país siempre ha rendido culto a los inmorales y ha olvidado a los inmortales.

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