***MISA EN UNA BELLA IGLESIA DE WASHINGTON DC EN MEMORIA DE
ROSALIO.
En la tarde del Viernes, frío y lluvioso, en la Iglesia de San Mateo, la bella y sobria iglesia que es la sede del arzobispado de Washington DC, un nutrido grupo de personas se dió cita para asistir a una misa en memoria de Rosalio Castillo Lara, el ilustre cardenal venezolano que murió hace poco tiempo en su Guiripa natal. Muchas de las personas asistentes no eran venezolanas y algunas nunca habían oído hablar de Rosalio. Pero el Cardenal McCarrick, Arzobispo de Washington, quien ofició la misa, se encargó de describir la persona que fue Rosalio a quienes no lo conocieron.
La misa fue promovida por la señora Maggie Pettito y por nuestro compatriota Carlos Granier. En la hermosísima iglesia, oficiada por el arzobispo de Washington con la ayuda de varios otros sacerdotes, incluyendo a un obispo venezolano, el evento tuvo una especial solemnidad.
Fui a esta misa porque le tuve gran afecto a Rosalio Castillo Lara. Soy un discípulo de los padres salesianos. Desde que entré al Liceo “San José” en Los Teques (1946-1949) y conocí a Isaías Ojeda, el gran maestro de miles de venezolanos, a Jorge Losch (Puyula), al Padre Gonzalez, al Padre Simonchelli, mi admiración y respeto por estos sacerdotes ha crecido de manera sostenida en el tiempo. En ese liceo, hace unos 62 años, conocí a Rosalio Castillo Lara. Entraba yo al primer año de bachillerato mientras que Rosalio estaba recién ordenado o por ordenarse de sacerdote. Por ausencia temporal de Isaías Ojeda, Rosalio daba clases de matemáticas. Lo conocí un día que participé en un debate sobre “quien entraría al cielo”. Será quien haga buenas obras o quien tenga fe religiosa? Ese dia sostuve la tesis que las buenas obras eran lo necesario y que la fe no era lo fundamental. Mi posición fue muy criticada, a pesar de que yo alegaba que el mismo Jesús había dicho que en la casa de su padre habían muchas puertas. Rosalio era el moderador del debate y, si no se puso de mi lado, si dijo que mis argumentos eran muy respetables y que no debía ser rechazado por los demás participantes por pensar así. Al final del debate se me acercó y me dijo: “ Llámame Rosalio” y me dió una pequeña medalla de San Juan Bosco por haber participado en el debate y sostenido mis ideas con firmeza.
El Viernes, durante la misa, tuve en mis manos casi todo el tiempo la medallita de San Juan Bosco que me dió Rosalio. En todos estos años he perdido muchas cosas de valor, objetos personales de toda índole. No en vano me he mudado una treintena de veces en mi vida, en varias ocasiones de Venezuela para el Asia, de Europa a Venezuela, de Venezuela a USA y de regreso. Creo que ningun objeto de los que me acompañaban hace 62 años aun me acompaña, excepto la medallita de San Juan Bosco que me regaló Rosalio.
Rosalio Castillo pasó de ser un modesto joven sacerdote salido del pequeño pueblo de Guiripa, cerca de San Casimiro, un pueblito perdido entre las montañas y cafetales de Aragua, a ser un funcionario de muy alto nivel en el Vaticano. Fue todo un experto en Derecho Canónico y en los asuntos de política más sensitivos que ocupaban el Vaticano. Después de una brillante carrera eclesiástica regresó a su pueblo natal, a Guiripa, a ser un Cardenal de Venezuela pero también a vivir de nuevo la vida de un párroco, a mezclarse libremente con la gente del lugar y a participar plenamente del quehacer venezolano, como ciudadano de excepción. Se enfrentó decididamente a la ignorancia y a la patanería del régimen fascista. Lo llamó por su nombre en una brava alocución el dia de la Divina Pastora, en Barquisimeto. La ignorancia, el fascismo, la patanería denunciada por él no se lo perdonó jamás. Rosalio se convirtió en la punta de lanza de una creciente indignación popular contra el régimen. Le aplicó al régimen una especie de jaque perpetuo que le transmitió valor a mucha gente quien tenía miedo de expresarse. Rosalio contribuyó vigorosamente al proceso de exorcismo que los venezolanos hemos ido ejerciendo contra el componente anti-espiritual que se ha instalado en una parte del alma venezolana.
En la misa que se llevó a cabo en Washington el pasado Viernes me sentí muy cerca de los salesianos a quienes tanto le debemos en nuestra patria. Recordé mucho a Rosalio, a nuestro maestro excelso Isaías Ojeda, al querido Puyula, a todos quienes de una manera u otra ejercieron tanta influencia beneficiosa sobre mi educación.
A Rosalio y a sus colegas salesianos solo puedo decirles: no tengo hoy mucha más fe religiosa que la de ayer, pero sigo tratando de vivir dignamente, como ustedes y mis padres me enseñaron.
En la tarde del Viernes, frío y lluvioso, en la Iglesia de San Mateo, la bella y sobria iglesia que es la sede del arzobispado de Washington DC, un nutrido grupo de personas se dió cita para asistir a una misa en memoria de Rosalio Castillo Lara, el ilustre cardenal venezolano que murió hace poco tiempo en su Guiripa natal. Muchas de las personas asistentes no eran venezolanas y algunas nunca habían oído hablar de Rosalio. Pero el Cardenal McCarrick, Arzobispo de Washington, quien ofició la misa, se encargó de describir la persona que fue Rosalio a quienes no lo conocieron.
La misa fue promovida por la señora Maggie Pettito y por nuestro compatriota Carlos Granier. En la hermosísima iglesia, oficiada por el arzobispo de Washington con la ayuda de varios otros sacerdotes, incluyendo a un obispo venezolano, el evento tuvo una especial solemnidad.
Fui a esta misa porque le tuve gran afecto a Rosalio Castillo Lara. Soy un discípulo de los padres salesianos. Desde que entré al Liceo “San José” en Los Teques (1946-1949) y conocí a Isaías Ojeda, el gran maestro de miles de venezolanos, a Jorge Losch (Puyula), al Padre Gonzalez, al Padre Simonchelli, mi admiración y respeto por estos sacerdotes ha crecido de manera sostenida en el tiempo. En ese liceo, hace unos 62 años, conocí a Rosalio Castillo Lara. Entraba yo al primer año de bachillerato mientras que Rosalio estaba recién ordenado o por ordenarse de sacerdote. Por ausencia temporal de Isaías Ojeda, Rosalio daba clases de matemáticas. Lo conocí un día que participé en un debate sobre “quien entraría al cielo”. Será quien haga buenas obras o quien tenga fe religiosa? Ese dia sostuve la tesis que las buenas obras eran lo necesario y que la fe no era lo fundamental. Mi posición fue muy criticada, a pesar de que yo alegaba que el mismo Jesús había dicho que en la casa de su padre habían muchas puertas. Rosalio era el moderador del debate y, si no se puso de mi lado, si dijo que mis argumentos eran muy respetables y que no debía ser rechazado por los demás participantes por pensar así. Al final del debate se me acercó y me dijo: “ Llámame Rosalio” y me dió una pequeña medalla de San Juan Bosco por haber participado en el debate y sostenido mis ideas con firmeza.
El Viernes, durante la misa, tuve en mis manos casi todo el tiempo la medallita de San Juan Bosco que me dió Rosalio. En todos estos años he perdido muchas cosas de valor, objetos personales de toda índole. No en vano me he mudado una treintena de veces en mi vida, en varias ocasiones de Venezuela para el Asia, de Europa a Venezuela, de Venezuela a USA y de regreso. Creo que ningun objeto de los que me acompañaban hace 62 años aun me acompaña, excepto la medallita de San Juan Bosco que me regaló Rosalio.
Rosalio Castillo pasó de ser un modesto joven sacerdote salido del pequeño pueblo de Guiripa, cerca de San Casimiro, un pueblito perdido entre las montañas y cafetales de Aragua, a ser un funcionario de muy alto nivel en el Vaticano. Fue todo un experto en Derecho Canónico y en los asuntos de política más sensitivos que ocupaban el Vaticano. Después de una brillante carrera eclesiástica regresó a su pueblo natal, a Guiripa, a ser un Cardenal de Venezuela pero también a vivir de nuevo la vida de un párroco, a mezclarse libremente con la gente del lugar y a participar plenamente del quehacer venezolano, como ciudadano de excepción. Se enfrentó decididamente a la ignorancia y a la patanería del régimen fascista. Lo llamó por su nombre en una brava alocución el dia de la Divina Pastora, en Barquisimeto. La ignorancia, el fascismo, la patanería denunciada por él no se lo perdonó jamás. Rosalio se convirtió en la punta de lanza de una creciente indignación popular contra el régimen. Le aplicó al régimen una especie de jaque perpetuo que le transmitió valor a mucha gente quien tenía miedo de expresarse. Rosalio contribuyó vigorosamente al proceso de exorcismo que los venezolanos hemos ido ejerciendo contra el componente anti-espiritual que se ha instalado en una parte del alma venezolana.
En la misa que se llevó a cabo en Washington el pasado Viernes me sentí muy cerca de los salesianos a quienes tanto le debemos en nuestra patria. Recordé mucho a Rosalio, a nuestro maestro excelso Isaías Ojeda, al querido Puyula, a todos quienes de una manera u otra ejercieron tanta influencia beneficiosa sobre mi educación.
A Rosalio y a sus colegas salesianos solo puedo decirles: no tengo hoy mucha más fe religiosa que la de ayer, pero sigo tratando de vivir dignamente, como ustedes y mis padres me enseñaron.
Estuvo en la misa? No lo vi!
ResponderEliminarCon razon actuas de esa forma si te educo rosalio castillo
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