Caminito rural
Desde la carretera.
En la montaña..
Paisaje de otoño (o invierno?)
"La hoja temprana es una flor...
"La hoja temprana es una flor...
el amanecer se convertirá en día
nada dorado permanecerá..."
Robert Frost.
"Donde están las canciones de la primavera
donde han ido?
No pienses en ellas, tu también tienes tu música".
John Keats.
"Ni las bellezas de la primavera o del verano tienen la inmensa gracia
que he podido observar en un rostro otoñal"...."
John Donne.
No será una cura permanente para las crisis financieras que afligen al mundo, ni la respuesta definitiva a los desajustes que estas crisis traerán, con mayor o menor fuerza, a nuestros hogares, no importa donde estemos, pero una excursión a las montañas de Maryland en los días pico del otoño constituye una maravillosa experiencia. Nos trae a la conciencia, con renovado vigor, la incomparable belleza de la naturaleza.
Hemos pasado tres días recorriendo los pequeños caminos rurales del condado de Garret, Maryland, situado a unas tres horas de camino por excelentes carreteras de Washington DC.Durante ese recorrido se adquiere una visión de la verdadera riqueza del país: granjas florecientes e inmaculadas, un cuidado esmerado del ambiente y mucho orgullo de cada comunidad por lo que la caracteriza. Algunas se proclaman como “la capital mundial del tomate”, otras dicen tener “las mejores tiendas de antiguedades”, aún otras ofrecen “el mejor Festival del Otoño” del mundo, como es el caso de Oakland, Maryland, con una población de 2000 habitantes.
No hay nada hecho por el hombre, sin embargo que pueda superar la indescriptible belleza del otoño, esa estacion en la cuál los árboles se visten una vez más (antes de desvestirse para el invierno) con los colores más hermosos que podamos imaginar: el anaranjado, el amarillo limón, el solferino, el vino tinto a lo Burdeos y a lo Borgoña, toda una gama amplia de matices que contituyen un banquete para la vista. Un descubrimiento que hemos hecho en esta excursión annual es que la belleza de los colores es más pronunciada a la hora del ocaso, cuando el sol ilumina debilmente la foresta y los perfiles de cada árbol se hacen más nítidos antes de ser capturados por la oscuridad. Es un momento mágico, de esos por lo cuáles Borges hubiese dado las gracias si hubiera podido verlo, así como las daba por los cinco minutos que anteceden al sueño.
En las montañas de Maryland las cavernas, los paseos a caballo, los trenes ya en desuso excepto para pasear niños y ancianos, los helados y las ventas de calabazas están a la vuelta de cada esquina. Son tres días en los cuáles las crisis quedan relegadas a un segundo plano, ignoramos si General Motors ya quebró o lo último que le dijo Muller Rojas a Julio Borges y no nos enteramos oportunamente si los Dodgers volvieron a perder con Filadelfia. Nos hemos bajado por algunas horas del autobús de la angustia, para abrazar estrechamente la naturaleza de la cuál somos parte indivisible.
Hemos pasado tres días recorriendo los pequeños caminos rurales del condado de Garret, Maryland, situado a unas tres horas de camino por excelentes carreteras de Washington DC.Durante ese recorrido se adquiere una visión de la verdadera riqueza del país: granjas florecientes e inmaculadas, un cuidado esmerado del ambiente y mucho orgullo de cada comunidad por lo que la caracteriza. Algunas se proclaman como “la capital mundial del tomate”, otras dicen tener “las mejores tiendas de antiguedades”, aún otras ofrecen “el mejor Festival del Otoño” del mundo, como es el caso de Oakland, Maryland, con una población de 2000 habitantes.
No hay nada hecho por el hombre, sin embargo que pueda superar la indescriptible belleza del otoño, esa estacion en la cuál los árboles se visten una vez más (antes de desvestirse para el invierno) con los colores más hermosos que podamos imaginar: el anaranjado, el amarillo limón, el solferino, el vino tinto a lo Burdeos y a lo Borgoña, toda una gama amplia de matices que contituyen un banquete para la vista. Un descubrimiento que hemos hecho en esta excursión annual es que la belleza de los colores es más pronunciada a la hora del ocaso, cuando el sol ilumina debilmente la foresta y los perfiles de cada árbol se hacen más nítidos antes de ser capturados por la oscuridad. Es un momento mágico, de esos por lo cuáles Borges hubiese dado las gracias si hubiera podido verlo, así como las daba por los cinco minutos que anteceden al sueño.
En las montañas de Maryland las cavernas, los paseos a caballo, los trenes ya en desuso excepto para pasear niños y ancianos, los helados y las ventas de calabazas están a la vuelta de cada esquina. Son tres días en los cuáles las crisis quedan relegadas a un segundo plano, ignoramos si General Motors ya quebró o lo último que le dijo Muller Rojas a Julio Borges y no nos enteramos oportunamente si los Dodgers volvieron a perder con Filadelfia. Nos hemos bajado por algunas horas del autobús de la angustia, para abrazar estrechamente la naturaleza de la cuál somos parte indivisible.
Gracias por las fotos,las cuales me parecen preciosas,y las descripciones,que hacen soñar.
ResponderEliminarQue envidia,como quisiera estar en esos lugares y disfrutarlos.