En el Top of the Beekman Tower.
Uno de nuestros primeros viajes de placer, casi inmediatamente después de casarnos, en Enero de 1959, fue a Nueva York. Nos alojamos en el modesto hotel Abbey-Victoria (calle 52 con séptima avenida), hoy desaparecido, el cuál se convirtió por muchos años en nuestro sitio favorito de llegada. En aquella visita nos concentramos en la Nueva York que la mayoría de los turistas de clase media a media alta ha favorecido por décadas: el Parque Central, el bar del Hotel Carlyle donde tocaba George Shearing, la Quinta Avenida con sus maravillosas tiendas y la catedral de San Patricio, los museos, las tiendas de ropa de Madison Avenue, la maravillosa farmacia Cassey Maswell de Lexington Avenue, con su Colonia número 6, la favorita de George Washington, las tiendas de vinos y de caviar de la tercera avenida, el inolvidable Rusian Tea Room al lado de Carnegie Hall (hoy en una segunda etapa muy mediocre), los teatros de Broadway y la visita a “Gallagher’s” en busca de un buen “steak” después del teatro, las librerías repletas de primeras ediciones, de libros raros o antiguos como “Strand’s” o de nuevos productos como la bella “Brentano’s”. Eramos petro-viajeros, disfrutando de un bolívar que era realmente fuerte, sin necesidad de que lo llamáramos así y nuestra Nueva York era la del “uptown”. Cuando pensábamos en “downtown” era para irnos, cuando muy abajo, al Empire State, en la calle 33 y Quinta avenida.
Hace unos días regresamos a Nueva York en plan de turistas. Fue nuestro viaje de celebración de nuestros cincuenta años de lo que Abelardo Raidi llamaba el “martirmonio” por chiste, porque él también fue muy feliz. Nuestros hijos unieron esfuerzos para darnos ese viaje como regalo de aniversario: el transporte de Washington a NYC (y de regreso), el hotel, una cena especial en el Top del Beekman Tower, entradas para un show de Broadway, en fin, un tremendo regalo. Ello nos ha permitido re-visitar a Nueva York, ya no por horas como cuando he ido en viaje de trabajo, sino por tres días de incesante caminar por muchas partes de Manhattan. En esos tres días mi esposa y yo caminamos unas 250 cuadras, es decir, unos 25 kilómetros, un día bajo una incesante lluvia y otro día bajo una extraña y agradable combinación de lloviznas de nieve y sol. A diferencia de hace 50 años, sin embargo, esta vez nos concentramos más en el “downtown”, dedicándole casi todo un día a ese increíble mundo multiétnico que queda entre la calle 14 al norte y el sector financiero al sur: Tribeca, Soho, Noho, Nolita (Soho norte con Little Italy), la pequeña Italia y el barrio Chino. Al llegar a Houston Avenue, bajando por Broadway, habíamos dejado atrás la gran concentración “latina” y comenzamos a ver señales de otras culturas. Llegamos a la calle Canal, donde los orientales venden artículos de “marca” a precios muy bajos, en una operación gigantesca que Moisés Naím ha descrito en su bien documentado best seller “Illicit”. Naím habla en su libro (página 117) de la incautación, en 2004, de millones dólares en carteras de imitación en las tienduchas de esa calle. Al llegar a la
Uno de nuestros primeros viajes de placer, casi inmediatamente después de casarnos, en Enero de 1959, fue a Nueva York. Nos alojamos en el modesto hotel Abbey-Victoria (calle 52 con séptima avenida), hoy desaparecido, el cuál se convirtió por muchos años en nuestro sitio favorito de llegada. En aquella visita nos concentramos en la Nueva York que la mayoría de los turistas de clase media a media alta ha favorecido por décadas: el Parque Central, el bar del Hotel Carlyle donde tocaba George Shearing, la Quinta Avenida con sus maravillosas tiendas y la catedral de San Patricio, los museos, las tiendas de ropa de Madison Avenue, la maravillosa farmacia Cassey Maswell de Lexington Avenue, con su Colonia número 6, la favorita de George Washington, las tiendas de vinos y de caviar de la tercera avenida, el inolvidable Rusian Tea Room al lado de Carnegie Hall (hoy en una segunda etapa muy mediocre), los teatros de Broadway y la visita a “Gallagher’s” en busca de un buen “steak” después del teatro, las librerías repletas de primeras ediciones, de libros raros o antiguos como “Strand’s” o de nuevos productos como la bella “Brentano’s”. Eramos petro-viajeros, disfrutando de un bolívar que era realmente fuerte, sin necesidad de que lo llamáramos así y nuestra Nueva York era la del “uptown”. Cuando pensábamos en “downtown” era para irnos, cuando muy abajo, al Empire State, en la calle 33 y Quinta avenida.
Hace unos días regresamos a Nueva York en plan de turistas. Fue nuestro viaje de celebración de nuestros cincuenta años de lo que Abelardo Raidi llamaba el “martirmonio” por chiste, porque él también fue muy feliz. Nuestros hijos unieron esfuerzos para darnos ese viaje como regalo de aniversario: el transporte de Washington a NYC (y de regreso), el hotel, una cena especial en el Top del Beekman Tower, entradas para un show de Broadway, en fin, un tremendo regalo. Ello nos ha permitido re-visitar a Nueva York, ya no por horas como cuando he ido en viaje de trabajo, sino por tres días de incesante caminar por muchas partes de Manhattan. En esos tres días mi esposa y yo caminamos unas 250 cuadras, es decir, unos 25 kilómetros, un día bajo una incesante lluvia y otro día bajo una extraña y agradable combinación de lloviznas de nieve y sol. A diferencia de hace 50 años, sin embargo, esta vez nos concentramos más en el “downtown”, dedicándole casi todo un día a ese increíble mundo multiétnico que queda entre la calle 14 al norte y el sector financiero al sur: Tribeca, Soho, Noho, Nolita (Soho norte con Little Italy), la pequeña Italia y el barrio Chino. Al llegar a Houston Avenue, bajando por Broadway, habíamos dejado atrás la gran concentración “latina” y comenzamos a ver señales de otras culturas. Llegamos a la calle Canal, donde los orientales venden artículos de “marca” a precios muy bajos, en una operación gigantesca que Moisés Naím ha descrito en su bien documentado best seller “Illicit”. Naím habla en su libro (página 117) de la incautación, en 2004, de millones dólares en carteras de imitación en las tienduchas de esa calle. Al llegar a la
En el corazón de Chinatown.
calle Mott, entramos al corazón de Chinatown con sus sitios para acupuntura, masajes, joyerías con oro de 24 kilates, patos guindando enfrente de las ventas de comida y, de repente, al cruzar hacia la calle Mulberry nos encontramos con excelentes restaurantes y tiendas de comestible…. Italianos. Frente a una tienda de la pequeña Italia, calle Mulberry.
Habíamos pasado de Hong Kong al “trastevere” en materia de algunos metros. Que manera tan poco costosa de viajar de un continente a otro en minutos! Llegamos a la calle Bowery, de grata memoria para quienes, como yo, recuerdan las películas de Leo Gorcey y sus Bowery Boys. Al regresar hacia Houston encontramos la calle Prince. En el número 20 de esa calle hay un pequeño y extraordinario restaurant francés, inevitablemente llamado “Jacques”. Allí almorzamos con una sopa de cebolla, steak tartare con pommes frités y unas crépes, todo adornado con un Cote de Rhone de moderado precio. En "Jacques, en Nolita, Calle prince 2o
En nuestro incesante caminar por Nueva York observamos un hecho bastante singular para nosotros los venezolanos: casi todas las iglesias tienen sus puertas abiertas! Sobretodo las Episcopales son especialmente hospitalarias y ofrecen frecuentes conciertos corales y de órgano. Hay una bellísima iglesia episcopal llamada Grace, creo que en Quinta avenida y calle 10, pero no recuerdo bien la dirección. Por supuesto, hicimos una visita especial a San Patricio, todavía bellamente adornada con motivos de la natividad.
La cena en el Top of theTower fue memorable por la vista. El restaurant, colocado en el piso 26 del edificio, ofrece una vista sin paralelo del río del este y de la parte este y sur de la ciudad. Habíamos almorzado liviano y a un costo muy bajo, en el restaurant italiano Maria Pia, al Oeste de la calle 51, preparándonos para la cena, uno de los regalos especiales de nuestros hijos.
Al día siguiente desayunamos en el hotel, el excelente Radisson Martinique, y salimos a caminar bajo un diluvio. Nos fuímos al Museo de Arte Moderno, MOMA y a la una de la tarde caminamos hacia el teatro, a ver “Jersey Boys”. En el camino hicimos una parada técnica para tomarnos algo en uno de nuestros restaurantes y bares favoritos, Rosie O’Grady. Este sitio se encontraba en un sótano al lado del Abbey Victoria y cuando el hotel desapareció se mudó adonde se encuentra ahora, en la esquina noroeste de la séptima avenida con calle 52, en un sitio donde, en 1959, solía estar un extraordinario restaurant Chino llamado “The House of Chang”. Creo que el tabernero que nos atendió era el mismo o su hijo, no puedo asegurarlo, pués cincuenta años es bastante tiempo.
“Jersey Boys” resultó maravillosa. Es la historia de Frankie Valli y los “Four Seasons”, Las Cuatro Estaciones, quienes rivalizaron garganta a garganta con los Beattles en la década de los 60. Que de canciones bellas: “Oh what a night”, “You are the apple of my eyes”, “My eyes adored you”, “”Can’t take my eyes off you”, “Who loves you”, "Big Girls don’t cry”, “Sherry”, etcetera….. Nada como la música (y los perfumes) para hacernos viajar en el tiempo. En Rosie O'Grady, camino al teatro.
El teatro estaba lleno a las dos de la tarde, cuando se levantó el telón. La audiencia tendría un promedio de edad de unos 70 años. Le dije a mi esposa: “Estamos rodeados de viejos!”. Como siempre me sucede, me conmueve hasta las lágrimas la magia del teatro, la puesta en escena, esa manera casi milagrosa como cambian los escenarios con una total eficiencia de movimientos y de utilería y como una sola persona puede hacer de policía, de vendedor, bailar y cantar, con admirable versatilidad. En especial siempre me conmueve el final de una obra, cuando todos los actores salen a agradecer, uno por uno, ante los aplausos del público. Me parece que ese momento equivale a una pequeña muerte, excepto que, a diferencia de la muerte, mañana el espectáculo comenzará de nuevo, en imitación convincente de la inmortalidad.
A la salida del teatro estábamos listos para comer. Después de otra larga caminata hacia el hotel llegamos a un restaurant Coreano en una zona de la calle 32, entre las Quinta y Sexta avenidas que se ha convertido en una pequeña Corea. Que sorpresa tan agradable! Pedimos un salmón teriyaky y unas sopas de dumplings y, al inicio, nos trajeron un verdadero festín de vegetales, en platillos diferentes, todos con diferentes salsas. Pensé que era un error pero no, es algo que les dan a cada comensal, junto con unos yogurts digestivos buenísimos para la digestión (creo). Tomamos un té excelente y disfrutamos de un verdadero banquete oriental, hasta con una helado al final, por cuarenta dólares, un costo muy moderado.
En el tren de regreso a casa me dolía todo, la artritis se había apoderado de mis tobillos y mis manos, pero regresé con la sensación de haberme re-encontrado con Nueva York, una ciudad pujante, vibrante, llena de un microcosmos cultural que representa fielmente la aglomeración actual de nuestro planeta, con todo lo bueno y lo malo que ello significa, con todas las promesas y amenazas que ello plantea para nuestro futuro.
Ya estamos haciendo planes para el regreso, en nuestro próximo aniversario. Habrá una pequeña Marte en Nueva York para esa fecha?
En nuestro incesante caminar por Nueva York observamos un hecho bastante singular para nosotros los venezolanos: casi todas las iglesias tienen sus puertas abiertas! Sobretodo las Episcopales son especialmente hospitalarias y ofrecen frecuentes conciertos corales y de órgano. Hay una bellísima iglesia episcopal llamada Grace, creo que en Quinta avenida y calle 10, pero no recuerdo bien la dirección. Por supuesto, hicimos una visita especial a San Patricio, todavía bellamente adornada con motivos de la natividad.
La cena en el Top of theTower fue memorable por la vista. El restaurant, colocado en el piso 26 del edificio, ofrece una vista sin paralelo del río del este y de la parte este y sur de la ciudad. Habíamos almorzado liviano y a un costo muy bajo, en el restaurant italiano Maria Pia, al Oeste de la calle 51, preparándonos para la cena, uno de los regalos especiales de nuestros hijos.
Al día siguiente desayunamos en el hotel, el excelente Radisson Martinique, y salimos a caminar bajo un diluvio. Nos fuímos al Museo de Arte Moderno, MOMA y a la una de la tarde caminamos hacia el teatro, a ver “Jersey Boys”. En el camino hicimos una parada técnica para tomarnos algo en uno de nuestros restaurantes y bares favoritos, Rosie O’Grady. Este sitio se encontraba en un sótano al lado del Abbey Victoria y cuando el hotel desapareció se mudó adonde se encuentra ahora, en la esquina noroeste de la séptima avenida con calle 52, en un sitio donde, en 1959, solía estar un extraordinario restaurant Chino llamado “The House of Chang”. Creo que el tabernero que nos atendió era el mismo o su hijo, no puedo asegurarlo, pués cincuenta años es bastante tiempo.
“Jersey Boys” resultó maravillosa. Es la historia de Frankie Valli y los “Four Seasons”, Las Cuatro Estaciones, quienes rivalizaron garganta a garganta con los Beattles en la década de los 60. Que de canciones bellas: “Oh what a night”, “You are the apple of my eyes”, “My eyes adored you”, “”Can’t take my eyes off you”, “Who loves you”, "Big Girls don’t cry”, “Sherry”, etcetera….. Nada como la música (y los perfumes) para hacernos viajar en el tiempo. En Rosie O'Grady, camino al teatro.
El teatro estaba lleno a las dos de la tarde, cuando se levantó el telón. La audiencia tendría un promedio de edad de unos 70 años. Le dije a mi esposa: “Estamos rodeados de viejos!”. Como siempre me sucede, me conmueve hasta las lágrimas la magia del teatro, la puesta en escena, esa manera casi milagrosa como cambian los escenarios con una total eficiencia de movimientos y de utilería y como una sola persona puede hacer de policía, de vendedor, bailar y cantar, con admirable versatilidad. En especial siempre me conmueve el final de una obra, cuando todos los actores salen a agradecer, uno por uno, ante los aplausos del público. Me parece que ese momento equivale a una pequeña muerte, excepto que, a diferencia de la muerte, mañana el espectáculo comenzará de nuevo, en imitación convincente de la inmortalidad.
A la salida del teatro estábamos listos para comer. Después de otra larga caminata hacia el hotel llegamos a un restaurant Coreano en una zona de la calle 32, entre las Quinta y Sexta avenidas que se ha convertido en una pequeña Corea. Que sorpresa tan agradable! Pedimos un salmón teriyaky y unas sopas de dumplings y, al inicio, nos trajeron un verdadero festín de vegetales, en platillos diferentes, todos con diferentes salsas. Pensé que era un error pero no, es algo que les dan a cada comensal, junto con unos yogurts digestivos buenísimos para la digestión (creo). Tomamos un té excelente y disfrutamos de un verdadero banquete oriental, hasta con una helado al final, por cuarenta dólares, un costo muy moderado.
En el tren de regreso a casa me dolía todo, la artritis se había apoderado de mis tobillos y mis manos, pero regresé con la sensación de haberme re-encontrado con Nueva York, una ciudad pujante, vibrante, llena de un microcosmos cultural que representa fielmente la aglomeración actual de nuestro planeta, con todo lo bueno y lo malo que ello significa, con todas las promesas y amenazas que ello plantea para nuestro futuro.
Ya estamos haciendo planes para el regreso, en nuestro próximo aniversario. Habrá una pequeña Marte en Nueva York para esa fecha?
Happy 50 years Gustavo...to you and your dear wife. My husband and I just recently celebrated our 50th and still going strong...going back to Margarta next month for a couple of weeks...God bless you both...Janna
ResponderEliminarGustavo, que viaje tan increíble, no te imaginas las emociones que trajiste de vuelta....yo también fui aquella navidad que los visité y aunque mi visita a NY fue breve me recordaste lo impactante, diversa y seductora de esa ciudad.. a la cual siempre tengo ganas de volver..... Feliz año y Feliz aniversario a los dos!!...PD: le voy a mostrar esto a Ray y a mi mami a ver si se animan.....Alexandra Blonval
ResponderEliminarEnero de 1959! “I remember it well”! En Nashua, N.H. despues de un Verano maravilloso en Maracaibo! Que maravilla Gustavo y Marianela – 50 años viajando juntos! Que disfruten de muchos mas en este camino de sorpresas y desafios.
ResponderEliminarLos viajes anteriores de los años 70 los financiaba PDVSA,verdad coronel,se te acabo el "cambur",o eran "regalitos"de tus compinches yanquis por los "convenios" con la faja "bituminosa"
ResponderEliminar"Siempre es mas valioso tener el respeto que la adulacion de las personas"
Rousseau
NO VOLVERAN PITIYANQUITOS
Anonimo, JODER, deje la vaina. Es que esta celoso no poder ir a NYC, ahora que ha bajado el cupo CADIVI el presidente Chavez?
ResponderEliminarGustavo, que envidia, hace dos a~os que estoy en NYC, una ciudad increible. Espero que los dos la hayan pasado de lo mas chevere!
Hola Kate
ResponderEliminarPrefiero ir a Colombia que a NY,eso no me quita el sueño como a muchos.
El cupo de cadivi lo usare para ir a Cuba.
La cita de ROUSSEAU no era para ti,pero parece que te la tomaste muy a pecho,alla tu con tu proceder y pensamientos,respeta los mios como hasta ahora lo has hecho,preguntale a coronel sobre los "convenios" sobre la faja "bituminosa" y te enteraras de muchas cosas desconocidas por ti,no te molestes conmigo que me hacen falta tus comentarios para la inspiracion y no dejes de hacerlo por ordenes de coronel tampoco.
Saludos Kate
NO VOLVERAN PITIYANQUITOS
Hola Anonimo,
ResponderEliminarYo tambien preferiria ir a Colombia que a NYC... pero NYC sigue siendo una ciudad encantadora.
Genial, ya me contara como trata la dictadura a los cubanos. Me imagino que la va a pasar muy bien. Y, si se topa con el Coma-andante, mandele saludos de mi parte...
Jajaja nooo, no no y mil veces no! Sabia que la cita de Rousseau no era para mi, pues la verdad es que ni me la fije la primera vez que lei el hilo de comentarios. Y, para que sepa, Gustavo no me ordena comentar o no. Comento cuando me de la gana y muchas veces me gusta leer nomas.
Saludos!
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