Los 35 años de PDVSA
Gustavo Coronel***
PDVSA está cumpliendo 35 años. Creo que es posible dividir la historia de la
empresa durante ese período en cuatro etapas más o menos claramente
diferenciadas: una primera etapa que duró desde 1976 hasta 1981; una segunda
etapa que transcurrió desde 1981 hasta 1993, una tercera etapa, desde 1993
hasta 2000 y una cuarta etapa, desde 2000 hasta nuestros días.
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La primera etapa, 1976-1981: la luna de miel.
La primera etapa, 1976-1981 puede ser llamada la etapa de la luna de miel,
durante la cual el inmenso prestigio personal, la aureola casi mágica de súpergerente
que acompañó al general Alfonzo Ravard, mantuvo al mundo político
esencialmente a raya y, justo es decirlo, el mundo político actuó con discreción
en su relación con la nueva empresa. PDVSA necesitaba y pudo utilizar
eficientemente esa etapa de luna de miel. Había tenido que llevar a cabo un
complicado proceso de racionalización, llevando las 15 empresas operadores de
gran, mediano y pequeño tamaño a cuatro empresas integradas de similar
tamaño, aún cuando Lagoven fuese claramente la más importante. La
exploración se encontraba paralizada ya que las empresas concesionarias,
enfrentadas a un proceso de reversión a plazo fijo, habían dejado de invertir en
ese sector. En 1950 la industria había tenido 800 geólogos y geofísicos
involucrados en la búsqueda de petróleo. Al momento del nacimiento de PDVSA
quedaban menos de 40. Las reservas estaban al nivel de unos 18000 millones
de barriles, suficiente para un poco más de 20 años a la tasa de producción del
momento. La producción había aumentado hasta los límites máximos
permisibles, ya que las empresas concesionarias trataban de maximizar sus
ingresos en el corto tiempo de vida que restaban a las concesiones. Las plantas
de refinación estaban orientadas a la producción de los llamados combustibles
residuales, para la calefacción, el cuál había sido por largos años el producto
requerido por el principal cliente de la industria petrolera venezolana, los
Estados Unidos. Los yacimientos petrolíferos mostraban señales claras de
agotamiento parcial. En líneas generales, PDVSA heredó una industria en franca
declinación y debía llevarse a cabo un intenso esfuerzo de naturaleza técnica y
gerencial para mejorarla. El sector político comprendió que lo sensato era dejar
que PDVSA manejase la industria en esta etapa tan compleja y delicada. A su
vez, la directiva de PDVSA, compuesta casi exclusivamente por petroleros
retirados o por personas de gran prestigio pero sin experiencia directa en la
industria, hicieron lo más sensato: delegaron en las empresas filiales operadoras
el manejo de la industria y limitaron su papel a supervisar la planificación
financiera y técnica, a aprobar los presupuestos y asegurarse de que los
proyectos a llevarse a cabo fuesen de calidad y de la más alta prioridad. En esta
etapa, por lo consiguiente, el papel del Ministerio de Energía fue de simple
comprobación técnica, a posteriori, de lo que se hacía en la industria, mientras
que el papel de la directiva y plana mayor de PDVSA fue de seguimiento de la
actividad y de aprobación a priori de los presupuestos-programas de las
empresas operadoras.
La luna de miel estuvo signada por la presencia de Rafael Alfonzo Ravard en la
presidencia de la empresa y por su empeño en inculcarle a la organización
algunas estrategias fundamentales: meritocracia, auto-financiamiento,
apoliticismo, normalidad operativa y gerencia profesional. Este quinteto de
estrategias sería repetido incesantemente por Alfonzo Ravard en todos sus
discursos y en todas las ocasiones posibles. Se convirtieron en un mantra. El
General Alfonzo Ravard solía decirme: “Recuerda que en el principio fue la
palabra”. Alfonzo le daba especial importancia al mantra como agente efectivo
de internalización intelectual en sus gerentes, de transformación de una idea en
actitud. Mientras trabajé a su lado vi como estas ideas encontraban terreno fértil
en un grupo de gerentes quienes ya habían andado un largo trecho en esa
dirección. La prédica de Alfonzo Ravard no era nueva para ellos y, en cierta
forma, eran ellos quienes habían iniciado con Alfonzo Ravard un diálogo que
contenía estos principios. Los gerentes y Alfonzo Ravard se reforzaban
mutuamente. A pesar de algunos hábitos no enteramente ortodoxos en su estilo
gerencial, el General Alfonzo Ravard fue el líder que la empresa necesitaba en
esa etapa. La meritocracia fue, quizás, la bandera más importante. La selección
de los nuevos gerentes o directores de las empresas operadoras estaba basada
en un análisis bastante profesional de las cualidades de cada quien. Más aún, la
identificación de puntos débiles en los candidatos llevaba generalmente a
entrenamiento específicamente diseñado para remediar las vulnerabilidades.
Asistí con frecuencia a reuniones dedicadas a analizar las cualidades, puntos
débiles y futuro desarrollo de un gerente medio o de alto nivel que tomaban
cinco y seis horas del grupo evaluador, en el cuál se encontraba invariablemente
su supervisor inmediato.
Durante esta etapa la empresa experimentó un espectacular proceso de
recuperación en casi todos los órdenes.
Inversiones y costos operativos, 1976-1981.
Las inversiones se cuadruplicaron en bolívares constantes al pasar de Bs. 2300
millones en 1976 a Bs. 7.600 millones en 1981. Esto demuestra el gran esfuerzo
que tuvo que hacerse en el plano organizativo pués la industria venía de una
década en la cual la inversión había ido reduciéndose. Una organización que se
acostumbra a no invertir requiere de un esfuerzo mayor para cambiar de actitud
y para invertir eficientemente.
Los costos operativos, por su parte, tendieron a reducirse, en términos
constantes, pasando de Bs. 6.600 millones en 1976 a Bs. 6.400 millones en
1978, para subir levemente hasta Bs. 7100 millones en 1981. En estos costos
operativos se incluían los contratos tecnológicos y de comercialización suscritos
con las empresas ex-concesionarias, así como los gastos de reparación de
pozos, los cuáles eran de naturaleza reproductiva, ya que resultaban en un
incremento de la producción a corto plazo.
Exploración, Producción y Reservas. La actividad exploratoria por sismógrafo
recibió atención desde el primer momento. En 1976 se contrataron 6.454
kilómetros de líneas sísmicas, cifra que subió a 33.849 kilómetros en 1980 y
13.522 kilómetros en 1981. Esta actividad es la precursora de la perforación
exploratoria, genera verdaderos electrocardiogramas del subsuelo que apuntan
hacia las áreas más promisorias desde el punto de vista petrolífero. En base a
esta actividad, se perforaron 52 pozos exploratorios en 1976, cifra que llegó a
350 pozos en 1980 y a 309 pozos en 1981.
La producción de la empresa se mantuvo esencialmente constante desde 1976,
cuando la producción promedio fue de 2.294.000 barriles diarios, subiendo
ligeramente en 1978 hasta un promedio de 2.356.000 barriles diarios para
colocarse en 2.107.000 barriles por día en 1981. Es importante apuntar que
estos niveles de producción fueron mantenidos por medio de un intenso
esfuerzo de perforación de desarrollo y de reparaciones de pozos. Los
pozos de desarrollo se triplicaron desde 1976 a 1981 y las reparaciones y
reacondicionamientos de pozos se duplicaron durante este período. Como
Humpty Dumpty la industria petrolera venezolana tenía que correr cada vez
más rapidamente para poder mantenerse en el mismo sitio. Ello era el
resultado de yacimientos ya maduros o en incipiente estado senil. De allí
que la exploración de nuevas áreas fuese tan importante, aunque el impacto
de la exploración sobre los niveles de producción no se pueden ver antes de
un cierto período de tiempo, generalmente de cinco a siete años.
Las reservas probadas, aquellas cuya certeza de existir era muy alta,
aumentaron, al pasar de 18.220 millones de barriles en 1976 a 20.154
millones de barriles en 1981.
Refinación de petróleo y niveles de exportación.
La planificación de la modernización de las refinerías venezolanas comenzó en
1976. Durante la etapa de 1976-1981 estos estudios y los trabajos de
modificación y modernización de las plantas consumieron mucho del
período. La capacidad de refinación y los niveles de procesamiento se
mantuvieron esencialmente estáticos, en 1.450.000 barriles por día y
alrededor de 92% de utilización de las plantas. Sin embargo, se comenzó a
experimentar una mejora en los rendimientos, de forma tal que la producción
de combustibles residuales de alto contenido de azufre, los productos de
menor valor en los mercados, fue declinando, al pasar de 451.000 barriles
por día a unos 327.000 barriles por día en 1981, mientras que los productos
más valiosos comenzaron a subir ligeramente.
El total de exportaciones bajó, durante esta etapa, de 2.156.000 barriles por día
en 1976 a 1.800.000 barriles por día en 1981. Sin embargo, esta baja fue
compensada por un mayor valor del paquete de exportación. Un aspecto
negativo fue el incremento del consumo en el mercado doméstico, el cuál pasó
de 244.000 barriles diarios en 1976 a 369.000 barriles diarios en 1981, con
precios altamente subsidiados. Para empeorar esta situación muchos de los
volúmenes consumidos localmente eran los de mayor valor, gasolinas y
destilados. Esta es una situación que se iría a perpetuar y a empeorar,
convirtiéndose en uno de los errores estratégicos y políticos más graves de
todos los gobiernos que hemos tenido.
Número de empleados.
Otro aspecto de la nueva empresa que preocupó a muchos durante sus
primeros seis años de vida fue el aumento de la nómina de trabajadores, la cuál
pasó de 23.670 en 1976 a 42.353 en 1981. Por supuesto, mucho del incremento
era explicable. Los niveles de actividad exploratoria y de producción habían
aumentado significativamente y, sobretodo la producción, eran actividades que
requerían más mano de obra. Pero este era un índice que servía como base a la
crítica de quienes pensaban que PDVSA estaba en manos indeseables. La
izquierda venezolana comenzó a hacer ruido en este sentido, olvidando que la
industria petrolera concesionaria, antes de la etapa de contracción causada por
la cercanía de la reversión, había tenido niveles de empleo similares a los de
1981.
La gerencia.
Durante esta etapa el general Alfonzo Ravard estuvo al mando de la empresa y
se mantuvo la continuidad gerencial y operativa que la industria requería. Sin
embargo, ya en 1979 se comenzó a resquebrajar la unánime conducta de
respeto que el mundo político había mantenido frente a PDVSA. El
nombramiento de la nueva Junta Directiva de PDVSA abandonó parcialmente
los sanos criterios de administración. El nuevo ministro del sector, Humberto
Calderón Berti, convirtió el nombramiento de esta junta en una caja de
sorpresas, donde nadie sabía, excepto el ministro, quienes serían los integrantes
del nuevo directorio. Ello permitió que apareciese el cabildeo en el proceso de
nombramientos. Aparecieron candidatos auto-promocionados y hasta el mismo
Presidente de la empresa se vió obligado a hacer campaña para mantener su
posición. Los gerentes de la industria petrolera esperaban que se cumpliera la
promesa hecha por el gobierno anterior de nombrar un nuevo presidente y una
segunda junta directiva con miembros activos de la industria petrolera. Ello era lo
lógico, alegaban los gerentes petroleros, que la junta directiva de PDVSA fuese
el punto máximo en la carrera de los gerentes petroleros. No sería justo decir
que los miembros de la nueva junta carecían de méritos. Al contrario, algunos de
ellos, como Humberto Peñaloza y Hugo Finol, eran profesionales excelentes,
además de los directores ratificados. Los problemas aparecieron con las
modificaciones que se le hicieron a los reglamentos de la empresa, entre ellos,
el nombramiento de dos vicepresidentes, la facultad del gobierno de asignar
áreas de competencia a los directores de la empresa y la facultad del gobierno
de analizar en detalle los presupuestos de la empresa matriz y de las empresas
operadoras. Esto último no es lo deseable en empresas manejadas por gerentes
profesionales, en las cuáles los accionistas no gerencian la empresa sino que
tienen la facultad de remover aquellos directores quienes no cumplan con sus
expectativas. La aprobación previa de los presupuestos-programa abrió otra
puerta a la politicización de la empresa.
El nuevo ministro de Energía y Minas llegó decidido a establecer un mayor
control de PDVSA por parte del gobierno y encontró el apoyo de los principales
partidos políticos. Ya para 1979 se había disipado mucho del temor reverencial
que los políticos le tenían al lenguaje de los técnicos y ya muchos de ellos
habían llegado a pensar que ellos podían manejar la industria tan bien como los
técnicos, quienes “ni siquiera parecían ser muy patriotas”. Celestino Armas
decia, desde el Congreso: “Les hemos dado [a los técnicos] demasiada libertad”,
mientras que el líder comunista Radamés Larrazábal alegaba que “el estado
debía tomar el control de la exploración de la faja del Orinoco y establecer
contratos tecnológicos de estado a estado”. (El Nacional, Junio 8, 1979, pág. D-
17). Hugo Pérez La Salvia, quien había sido ministro del sector durante la
presidencia de Rafaél Caldera, fue un poco más lejos, al decir: “Siempre he
dicho que heredamos la gerencia de las multinacionales y creo que esos
gerentes tienen una mentalidad derivada de su trabajo con la concesionarias”.
(Auténtico, #90, Marzo 5, 1979). En otras palabras, el sector político comenzó a
decir abiertamente que los gerentes petroleros no eran gente de fiar.
La luna de miel había terminado.
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La segunda etapa, 1981-1993: del éxito técnico a la contaminación política.
Durante esta etapa Petróleos de Venezuela se consolidó como empresa
petrolera de rango mundial. Los estudios y la exploración llevada a cabo durante
la primera etapa dió sus frutos. Las reservas probadas crecieron hasta llegar a
los 65.000 millones de barriles en 1992, es decir, más de tres veces superior al
nivel de reservas probadas que existían al inicio de las actividades de PDVSA en
1976. La capacidad de refinación se mantuvo alrededor de 1.200.000 barriles al
día pero el rendimiento de gasolinas casi se duplicó, pasando de 183.000
barriles por día en 1976 a unos 340.000 barriles por día en 1992. El combustible
residual de alto azufre se colocó a niveles bajos, apenas unos 240.000 barriles
al día, practicamente la mitad de lo que era en 1976. Para todo efecto práctico
se le dió un vuelco positivo a la calidad del paquete de exportación de productos.
El consumo doméstico de gasolinas se incrementó pero no dramaticamente, al
pasar de 115.000 barriles por día en 1976 a unos 175.000 barriles por día en
1992. La nómina de empleados siguió creciendo pero a un ritmo mucho menor
que durante la primera etapa, colocándose en 55.000 en 1992.
Durante estos 13 años PDVSA tuvo seis presidentes y juntas directivas: Rafaél
Alfonzo Ravard (1981-1983), Humberto Calderón Berti (1983- 1984), Brígido
Natera (1984-1986), Juan Chacín (1987-1988), Andrés Sosa Pietri (1989-1991) y
Gustavo Roosen (1992-1993). Ello se debió a que el período de cada
presidencia fue acortado de cuatro a dos años, una medida poco sensata que
contribuyó bastante a la intensificación de las maniobras entre los potenciales
candidatos a la presidencia y, aún en mayor escala, entre los candidatos a la
Junta Directiva. Un rasgo característico de esta etapa fue el empobrecimiento
cualitativo de las directivas, al llegar a esas posiciones personas quienes no
calzaban los puntos necesarios para haber llegado allí, algunos cuyo mayor
mérito era la amistad con el ministro o su identificación con el partido de
gobierno. Esto no quiere decir que no existieran distinguidos profesionales a ese
nivel. Por supuesto que si los había y ellos seguramente asumieron más de su
porción de responsabilidades para compensar por la debilidad de algunos de sus
colegas. El área bastante fuerte de PDVSA en esta etapa fue la de los
coordinadores. Quien vea el Informe Anual para 1991, por ejemplo, y se
encuentre con coordinadores de la talla de Alonso Velasco, Humberto Vidal,
Juan Carlos Gómez, Nelson Olmedillo y Vicente Llatas y, a nivel de las
empresas operadoras, con gerentes verdaderamente estelares como Jorge
Zemella, Julio Trinkunas, Joaquin Tredinick, Mario Rodríguez, Angel Olmeta,
Arnold Volkenborn, Alfredo Gruber, Hugo Finol y Gustavo Inciarte podrá ver que,
con un equipo humano de esta calidad, el progreso de PDVSA estaba
prácticamente garantizado.
Sin embargo, el proceso destructivo del comején político había comenzado. Se
inició desde afuera hacia adentro pero no tardó mucho en establecerse dentro
de la organización. Como es natural, los menos competentes vieron en la
manipulación política, en el acercamiento meloso a los poderosos, una via
abierta para el progreso. La identificación con el partido de gobierno se convirtió
en una herramienta útil para progresar dentro de la empresa.
El inicio de un proceso sustantivo en este sentido lo dio la directiva nombrada en
1981. En esa directiva varios de los miembros le fueron impuestos al General
Alfonzo Ravard por el Ministro Calderón Berti en base a amistad, no en base a
méritos.
Durante la primera fase de esta etapa la industria petrolera entró en una crisis
mundial, ciertamente no originada por Venezuela pero muy mál manejada por el
ministro Calderón Berti. Los precios del petróleo colapsaron y Venezuela
incrementó su producción en una decisión inconsulta del ministro. El país, no
solo PDVSA, entró en crisis. En Agosto de 1982 las reservas internacionales de
Venezuela habían perdido unos tres mil millones de dólares y existía una fuerte
fuga de capitales. En Septiembre de 1982 el gobierno de Luis Herrera procedió a
ponerle la mano al fondo de inversión de PDVSA, a pesar de la protesta general
de la oposición y de buena parte del país pensante. Esta decisión había sido
premeditada. Leopoldo Díaz Bruzuál, presidente del Banco Central, se permitió
decir que “la industria petrolera era poco productiva” (RESUMEN, #436, Marzo
14,1982) a fin de justificar la acción del gobierno. Las navidades de 1982 no
fueron felices para Venezuela. La crisis financiera de 1983 estaba en puertas y
una nueva Junta Directiva de PDVSA, a ser nombrada en Agosto de ese año,
confirmaría la tendencia a la politización.
El nombramiento de Humberto Calderon Berti como presidente de PDVSA.
En Septiembre 1983 el gobierno de Luis Herrera nombró la nueva Junta
Directiva de PDVSA. Otra vez la gerencia de la industria y buena parte de la
opinión pública esperaba que el nuevo presidente saliese de las filas de la
industria, en las cuáles los candidatos de mayor jerarquia eran Guillermo
Rodríguez Eraso, presidente de Lagoven y Alberto Quirós Corradi, presidente de
Maraven. Sin embargo, el presidente seleccionado por el gobierno fue el hasta
entonces Ministro de Energía y Minas, Humberto Calderón Berti. A la selección
de Calderón ayudaron los miembros de la izquierda venezolana, deseosa de
penetrar politicamente la industria pero también miembros de los partidos
políticos centristas, animados de un enfermizo resentimiento contra los gerentes
petroleros. En la batalla de opinión que precedió el nombramiento de Calderón
Berti se destacó por su virulencia anti-petrolera Rafaél Poleo, el editor de Zeta.
En un editorial escrito en Zeta #486, del 28 de Agosto de 1983, Poleo escribió:
“El hecho de que no hayamos ajusticiado en su oportunidad a los enemigos de
la OPEP pagados por la Exxon y la Royal Dutch Shell y a quienes
desprestigiaron la nacionalización, no quiere decir que ahora debamos
descuidarnos con ese mismo estrato”, un lenguaje violento demostrativo de un
profundo odio contra la gerencia petrolera. En la misma edición de la revista
Poleo escribió un largo “Informe Político”, en el cuál hablaba de mi aparecido en
1983 (“The nationalization of the Venezuelan Oil Industry”, 1983 y 1984,
segunda edición) como algo parecido a la bomba V2 de Hitler: “un buen invento
que entró en acción demasiado tarde”. Ya un poco antes los políticos
extremistas habían aprovechado las declaraciones de Gonzalo Barrios sobre los
“gastos dispendiosos” en la industria petrolera nacionalizada para pedir controles
más severos sobre la gerencia petrolera, lo cual llevó a establecer el control
previo para PDVSA, una decisión que casi inevitablemente conduciría a la
politización progresiva de la empresa. En respuesta a lo dicho por el Dr. Barrios
dije lo siguiente (RESUMEN #391, Mayo 3, 1981).:
“en el análisis y decisión sobre un proyecto petrolero intervienen decenas de
técnicos y gerentes de muy alto rango, lo cual minimiza ( a menos que haya una
confabulación total), el riesgo de que una buena pro sea adjudicada en base al
deseo de nadie en particular o al capricho de quien quiera embolsillarse una
comisión. Este proceso no suena en nada similar al que condujo a la compra del
“Sierra Nevada” ni muy similar a las erogaciones del ministerio de Turismo para
pagos de propaganda electoral…y mucho menos similar a las compras de
terrenos de Antímano… ninguno de los cuáles han sido denunciados
públicamente por Gonzalo Barrios…”
La presencia de Caralampio en PDVSA.
Uno de los venezolanos más ilustres del Siglo XX, Enrique Tejera Guevara, me
decía, cada vez que me veía: “No permitan que Caralampio siente sus reales en
la industria petrolera!”.
“Y, quien es Caralampio?” le pregunté al distinguido médico y filósofo
venezolano.
Tejera me dijo: “Caralampio es el venezolano más funesto que existe. No sabe
mucho de nada pero cree saberlo todo. Sus expectativas no guardan mucha
relación con sus habilidades. Al entrar a una empresa o a un ministerio desea
ser de inmediato presidente o ministro, sin haber mostrado méritos para ello. Sin
conocer de finanzas piensa que puede ser presidente del Banco Central o
Ministro de Hacienda. Caralampio aspira a dirigir, a veces de manera autoritaria,
los destinos de su pueblo, pero no está preparado para hacerlo ni se da cuenta
de su ignorancia. Si alguna vez llega a la industria petrolera querrá ser un
ejecutivo, dar órdenes, tener una bella secretaria y un lujoso auto, porque está
convencido de que el petróleo da para todo. Para entrar a la industria hará uso
de su astucia, que de eso si sabe, la cual consiste en criticar mucho desde
afuera para que lo coloquen adentro”.
Después de 1981 comenzaron a aparecer los caralampios en PDVSA. Eran los
primeros en dar declaraciones, los últimos en irse de un coctel. Pensaban que
el petróleo es un gran lago subterráneo y que los contratos de asistencia
tecnológica debían ser eliminados pues los ingenieros desempleados
venezolanos podían hacer ese trabajo. Protestaban contra el desarrollo de la
Faja del Orinoco ya que ella “debía ser reservada para las futuras
generaciones”. Pedía que la CVP estuviese en control y no PDVSA. “Nada
importado es deseable”, decían, “Lo que debemos hacer es internalizar la
industria, nada de internacionalizarla”. Con cada Caralampio que entraba a
PDVSA la empresa moría un poco.
Xenofobia y patrioterismo.
Muchos venezolanos vieron en la nacionalización de la industria petrolera una
manera de erradicar la presencia extranjera. Algunos la visualizaron como una
via para expulsar a “los musiúes”, cambiar a los “Smith” por los “Pérez” en las
directivas de las empresas, como pasajeros en yates y aviones y, por supuesto,
en las nóminas de pago. No muchos venezolanos advirtieron que, al nacionalizar
los privilegios, también estábamos nacionalizando las responsabilidades y los
riesgos. Pasada la primera etapa de luna de miel, con el reemplazo de los
gerentes extranjeros por el grupo de gerentes venezolanos, los xenófobos y los
ultra-patriotas se tranquilizaron por una media docena de años. Sin embargo,
pronto volvieron a la carga. Comenzaron a ver en la gerencia venezolana a los
nuevos extranjeros, de quienes era necesario desconfiar. Esta desconfianza se
expresaba de diversas formas, entre ellas:
· Los gerentes venezolanos fueron formados por los gerentes extranjeros.
Deben estar, por lo tanto, transculturizados y más dispuestos a obedecer
a sus antiguos jefes que a la nación venezolana;
· PDVSA discrimina a la industria venezolana. No contrata a empresas
venezolanas ni compra sus productos;
· PDVSA no emplea ingenieros venezolanos y no toma en cuenta a las
asociaciones profesionales;
· PDVSA es un estado dentro del estado y actúa al márgen de los
intereses nacionales.
Muchos miembros del mundo político con veleidades técnicas se
presentaban como súper-patriotas, dispuestos a “sacrificarse” a fin de
reemplazar a gerentes no del todo confiables. Consideraban los nexos de
amistad que pudiesen existir con los antiguos gerentes petroleros extranjeros
como una señal de poca venezolanidad, como si la amistad y la honestidad
fuesen incompatibles.
La gerencia pública invade poco a poco a la gerencia petrolera.
Una vez estatificada la industria petrolera los gerentes profesionales de la
industria adoptaron como uno de sus objetivos principales evitar la
contaminación política y burocrática de la industria. Más aún, se propusieron
lo que Alberto Quirós, uno de sus más destacados gerentes, denominó “la
contaminación al revés”, es decir, contagiar al resto de la administración
pública con los buenos hábitos gerenciales imperantes de la industria
petrolera. Esta era, por supuesto, una misión casi imposible, dado los
tamaños relativos de la pequeña industria petrolera, por un lado, y el gran
aparato burocrático del estado, por el otro.
La política comenzó a afectar los niveles directivos de PDVSA.
El nombramiento de Calderón Berti fue visto por gran parte del país como
una señal clara de politización. La integración de la junta directiva presidida
por Calderón poseía algunos profesionales sin credenciales suficientes para
estar allí. Durante la campaña presidencial, el candidato de Acción
Democrática, Jaime Lusinchi, hizo de la remoción de Calderón un punto de
honor. Y así fué. El primer acto del nuevo Presidente Lusinchi fue remover a
Calderón Berti de la presidencia de PDVSA. En su lugar nombró al geólogo
Brígido Natera, técnico de grandes méritos y un hombre honesto a carta
cabal. Aunque Natera pudiera haber tenido simpatías políticas por Acción
Democrática esto no influyó en su labor. Por el contrario, Natera fue quizás el
presidente más “quimicamente puro” desde el punto de vista político que tuvo
PDVSA. Natera era un tecnócrata, poco dado a las apariciones públicas.
Durante su presidencia se adquirió la empresa Citgo y se contrató la
operación de la refinería Isla en Curazao por parte de PDVSA. En cierta
forma la internacionalización comenzó con Natera, aunque no se fortalecería
sino varios años después. Natera gustaba de repetir que la industria petrolera
era “diferente”: tenía disciplina en el trabajo, respeto por las normas y
procedimientos y puntualidad. En el Congreso Nacional tuvo momentos de
franco enfrentamiento con el mundo político. Terminó renunciando porque no
pudo coexistir pácificamente con un entorno cada vez más politizado.
Su reemplazo, el geólogo Juan Chacín, fortaleció la estrategia de
internacionalización. Ya en 1987 la participación financiera nacional en el
negocio petrolero se había triplicado, comparada a la de 1976. Las reservas
probadas también se habían triplicado. La capacidad de refinación se había
duplicado, gracias a la incorporación de refinerías en el exterior en las cuáles
PDVSA poseía participación. Las exportaciones se habían estabilizado al
nivel de los 1.500.000 barriles por día de crudos y productos. Durante la
presidencia de Juan Chacin se estableció una buena relación entre PDVSA y
el ministro del sector, Arturo Hernández Grisanti. Esta relación armoniosa se
rompió al llegar a la presidencia de PDVSA Andrés Sosa Pietri y al ministerio
del sector Celestino Armas. Para comenzar, el Presidente entrante Carlos
Andrés Pérez consideró que el presidente de PDVSA no debía ser un
petrolero salido de las filas de la industria. “PDVSA no es el ejército”,
argumentó. Por lo tanto le ofreció la presidencia de la empresa a Pedro
Tinoco, Julio Sosa Rodríguez, Enrique Machado Zuloaga, Jorge Pérez
Amado, hasta que, al final, Andrés Sosa Pietri le aceptó el cargo. El triángulo
Sosa Pietri-Pérez-Armas probó ser explosivo. Sosa Pietri se manifestó desde
el comienzo partidario de la internacionalización, de expandir PDVSA, de
abandonar a la OPEP si esta organización no le permitía a PDVSA
expandirse a los niveles deseados. El ministro Armas y el Presidente Pérez
no eran partidarios de la internacionalización sino de la llamada
internalización, la cual consistía en aprovechar en el plano doméstico la
actividad petrolera para generar valor agregado internamente. El ministro
Armas y su viceministro Napoleón Lista hablaban de tomar el control
gerencial de la industria. El Presidente Pérez adoptó una postura contraria,
no solo a la internacionalización, sino a la expansión de la industria
petroquímica y a lo que él llamaba el “estado dentro del estado”, PDVSA.
Evidentemente este era otro Pérez al Pérez que nacionalizó la industria en
1976 y había permitido a los gerentes petroleros gerenciarla sin intromisión
política. Sosa Pietri, por su parte, promovió un plan de expansión de la
empresa que la llevaría a tener una capacidad de producción de 3.500.000
barriles de petróleo al día, a la industria petroquímica a producir 10 millones
de toneladas métricas al año y a producir 200.000 barriles diarios de
Orimulsión en 1995. La visión de Sosa Pietri era la de convertir a PDVSA en
un corporación energética global mientras que el gobierno deseaba una
PDVSA viendo hacia adentro y muy alineada con la OPEP. Cuando Sosa
incrementó la producción para almacenar el excedente de la cuota OPEP, el
gobierno se lo prohibió. No solo lo prohibió sino que incrementó el Precio
Fiscal de Exportación, una reliquia de la época concesionaria utilizada por el
gobierno para ordeñar a PDVSA. Ello llevó a Sosa Pietri a tener que
endeudar a PDVSA para el financiamiento de sus proyectos. Sosa deseaba
incrementar el papel del sector privado en la industria petrolera pero el
gobierno se oponía. En el plano organizacional interno se incrementó la
tirantez entre coordinadores y directores. El ministerio deseaba nombrar
directamente a las Juntas Directivas de las empresas filiales y el ministro
Armas envió un oficio a Sosa Pietri en ese sentido. Según alegó Sosa,
algunos de sus directores comenzaron a erosionar su posición y a alinearse
con el ministro. Dijo: “Los directores me fueron abandonando”. Hasta los
vicepresidentes, alegó Sosa, lo adversaron. En esta situación de gran pugna
interna, muy lesiva para la empresa y para el país, terminó el período de
Sosa Pietri. Fue reemplazado por Gustavo Roosen, un gerente de primera
línea y de maneras más suaves que Sosa Pietri. Roosen se concentró en
consolidar la empresa en los mercados internacionales. En 1991 la empresa
produjo y vendió los volúmenes más altos de su relativamente corta historia,
aprovechando la crisis política del Oriente Medio. Sin embargo, la empresa
entró en dificultades financieras debido a la necesidad de hacer inversiones
cuantiosas para mejorar su capacidad de producción y a la existencia de una
fuerte carga impositiva que llegó en ese año a representar el 82% de sus
ganancias netas. El valor fiscal de exportación, que había sido aumentado al
20% (valor de exportación se calcula a un 20% superior del valor real de
venta, para efectos de pago del impuesto sobre la renta) durante el período
presidencial de Sosa Pietri estaba en proceso de ser reducido a 18% y sería
eventualmente eliminado en 1996. Roosen pensó que las inversiones
requeridas por la industria petrolera necesitarían la participación del sector
privado nacional e internacional. En ese sentido, Gustavo Roosen comenzó a
promover el proceso que luego se llamaría “la apertura”.
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La tercera etapa, 1993-1999: Lo Positivo, la apertura petrolera. Lo
Negativo, reaparece la empresa única.
La llegada de Rafael Caldera a la presidencia, en 1993, llevó al Ministerio de
Energía y Petróleo al ingeniero Erwin Arrieta. En una sorprendente decisión
el ministro Arrieta terminó de un plumazo con el sistema de ascensos basado
en la meritocracia, uno de los pilares sobre el cual había descansado, con
algunos tropiezos, la industria petrolera estatificada. Arrieta recomendó al
Presidente Caldera el nombramiento de Luis Giusti para la presidencia de
PDVSA. Giusti era en ese momento vicepresidente de Maraven, una de las
empresas filiales. Ello significaba pasar por encima de los presidentes de
esas filiales, Julio Trinkunas, Roberto Mandini, Arnold Volkenborn y Eduardo
López Quevedo. Esta recomendación, aceptada por Caldera, le dio un palo
cochinero a las normas de PDVSA. No se trata, por supuesto, de que Giusti
careciese de méritos. Giusti era un gerente brillante, intelectualmente agudo,
con una visión amplia del negocio. Pero ello también era cierto de
Volkenborn, Trinkunas, Mandini y López Quevedo. Lo que parecería a
muchos como un asunto meramente formal y sin importancia, fue para la
gerencia de PDVSA el aviso del final de la meritocracia. En una corporación
meritocrática y organizada el sistema de ascensos está pre-establecido de tal
manera que pudiera parecer monótono. En el grupo Shell se decía que,
cuando un presidente se retiraba, se empleaba a un nuevo mensajero (office
boy), para ilustrar lo férreo del sistema de ascensos. El impacto de esta
decisión en el seno de PDVSA fue muy negativo. La desmotivación y el
resentimiento llegaron a niveles nunca antes existentes en la organización. A
pesar de que el Presidente Giusti continuó hablando de meritocracia, este
concepto perdió mucho de su contenido y pasó a formar parte de la retórica
vacía que los venezolanos acostumbran asociar con el mundo político.
El planteamiento estratégico esencial de PDVSA desde el inicio de la
presidencia de Giusti fue la apertura al capital privado. Para el nuevo
presidente la expansión de la industria petrolera era necesaria pero no debía
significar, solamente, el crecimiento de PDVSA, sino un incremento en el
aporte del sector privado internacional y nacional a esa expansión. Es
interesante observar que ello representó un cambio importante en la
tradicional postura de desconfianza que el Presidente Caldera siempre había
exhibido frente al sector privado, sobre todo el sector privado petrolero
internacional. Caldera aceptó esta estrategia plenamente, así como estuvo
de acuerdo con los nombramientos en PDVSA.
No hay dudas que, después de la presidencia del General Alfonzo Ravard,
ninguna otra presidencia tuvo mayor impacto en PDVSA que la de Luis
Giusti. Durante su presidencia se tomaron decisiones estratégicas muy
importantes, algunas muy positivas, otras no.
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Decisiones estratégicas positivas.
La Apertura.
La decisión de abrir las actividades de exploración y producción de PDVSA al
capital privado nacional y extranjero fue positiva. La razón principal fue
sencilla. Se trataba de potenciar la capacidad de crecimiento de la industria
petrolera mediante el aporte de recursos financieros, técnicos y gerenciales
privados. Esto es lo que cualquier buen gerente, sin complejos de inferioridad
o camisas de fuerza ideológicas haría. La apertura estuvo dirigida a la
intensificación de la exploración para aumentar las reservas probadas, al
aumento de la actividad de producción y al desarrollo de la Faja del Orinoco.
Una fase de la apertura se dirigió a contratos de operación con empresas
privadas en áreas de producción ya existentes, las cuáles no eran lo
suficientemente atractivas para la inversión directa de los limitados recursos
financieros de PDVSA. Se firmaron 33 convenios operativos de este tipo a
partir de 1993, los cuáles añadieron unos 400.000 barriles diarios de
producción. Se firmaron convenios de riesgo, en los cuáles las empresas
contratistas aportaban los recursos financieros necesarios para explorar, el
aspecto más riesgoso de la actividad. Se licitaron ocho bloques bajo esta
modalidad, con la participación de 16 empresas privadas. Esta actividad
produjo nuevas reservas probadas de unos 500 millones de barriles, con una
inversión de $700 millones enteramente aportada por las empresas privadas.
Durante esta actividad se utilizó un 80% de servicios y equipos nacionales.
En la Faja del Orinoco se establecieron varios proyectos paralelos con la
participación de siete empresas petroleras grandes, poseedoras de
tecnología avanzada, lo cual permitió aportes importantes de nueva
producción de crudos mejorados.
En sentido estricto la apertura petrolera acercó más el proceso de la industria
petrolera venezolana a una verdadera nacionalización. Lo que había ocurrido
en 1976 había sido una estatificación de la industria, llegándose al absurdo
de “nacionalizar” una empresa nacional como era Mito Juan. La apertura
permitió que empresas venezolanas entraran más de lleno en el negocio
petrolera. Sería casi risible, si no fuera trágico, el énfasis casi religioso que el
mundo político le ha dado siempre al asunto petrolero, convirtiendo la
industria en esclava de dogmas e ideologías que van contra su naturaleza
eminentemente comercial y abierta al mundo. Lo cierto es que la industria
petrolera es un negocio que debe manejarse profesionalmente, sin resabios
patrioteros. Cuando el patrioterismo sienta sus reales en la industria petrolera
sucede lo que le sucedió a PEMEX, a YPF Argentinos, a YPFB en Bolivia, a
PERTAMINA en Indonesia y a PETROBRAS en su primera etapa
“nacionalista”. Cuando la industria es bien manejada, como el negocio que
es, entonces es posible observar a ARAMCO, EXXONMOBIL o a
PETROBRAS en su etapa moderna dar enormes ganancias a sus
accionistas, ya sea el país el dueño o los sean los accionistas privados. La
evidencia está a la vista y todo lo demás es mito y superstición.
La Internacionalización.
Aunque ya el proceso de internacionalización había comenzado hace
algunos años, se acentuó durante la presidencia de Luis Giusti. Fue un
complemento natural de la apertura. PDVSA se consolidó como una
corporación energética internacional, abierta al mundo, al nivel de las más
grandes empresas petroleras del planeta. No importa como se le evaluara, si
desde el punto de vista de reservas, de producción, de ventas, de ganancias
o de calidad gerencial, en 1991 PDVSA era la empresa 43 en la lista de las
primeras 500 corporaciones de la revista “FORTUNE”. Sin embargo, durante
estos años la expansión disfrazó procesos organizacionales no tan
deseables que ya estaban en movimiento.
Los enemigos del proceso de internacionalización, casi sin excepción, nunca
habían trabajado en la industria petrolera. Eran profesores universitarios,
burócratas del estado, políticos imbuidos de ideologías estatificantes y de
visiones parroquiales. Ninguno tenía una buena idea de como se manejaba
la industria petrolera por dentro. Ni Gastón Parra, ni Francisco Mieres, ni
Alvario Silva Calderón, ni Radamés Larrazabal, ni Alí Rodríguez conocían la
industria petrolera. La veían desde afuera, a través de sus aspectos
financieros y políticos teóricos, con una óptica marxista que ha contagiado a
varias generaciones políticas venezolanas. Para estos críticos de la apertura
y de la internacionalización PDVSA no debía usar ni un centavo de capital
que no fuese el propio. Gastón Parra, por ejemplo, opinaba (Aporrea, Abril
1999) que el plan de expansión de Luis Giusti ha debido reducirse, a fin de
permitirle a PDVSA llevarlo a cabo sin necesidad de inversión privada.
Añadía Parra que planificar la expansión de PDVSA basada en un aumento
de la demanda mundial de petróleo “era muy arriesgado”, ya que este
crecimiento sería muy moderado. La realidad ha sido otra: la demanda
mundial de petróleo que existía en 1999 ha crecido significativamente, de 73
a 85 millones de barriles al día. Es el enanismo de la PDVSA de hoy en día,
promovido por la tragedia chavista, lo que ha causado pérdidas
monumentales a la nación, ya que PDVSA debería haber estado produciendo
5.2 millones de barriles diarios en 2008 y no 2.5 millones de barriles diarios,
como produce actualmente. Nada como el tiempo para poner las cosas en su
justa perspectiva!
Decisiones estratégicas negativas.
La empresa única.
Uno de los aspectos más controversiales surgidos durante el debate que
precedió a la estatificación de la industria petrolera, 1974-1975, fue el de la
naturaleza que debía tener la empresa petrolera estatificada. De nuevo, este
debate llegó a adquirir ribetes casi “religiosos”. Los estatificadores extremos
deseaban ver a una sola empresa petrolera propiedad del estado, un
monopolio del estado, bajo control del ministerio del sector (CVP). Los
“nacionalizadores” y los gerentes de la industria pensaban que el concepto
de una sola empresa del estado estaría condenado al fracaso, tal y como ha
sucedido en casi todos los países que poseen el monopolio estatal del
recurso. El modelo aceptado finalmente fue unico en el mundo: cuatro
empresas operadoras, integradas, bajo una casa matriz de coordinación
estratégica y financiera. Este modelo garantizó el éxito de PDVSA por 20
años. Sin embargo, para tener este modelo había que pagar un precio en
duplicación de personal y mayores costos. Sin embargo, este era un precio
moderado en relación a sus beneficios, el cuál permitía la búsqueda de la
excelencia gerencial y la comparación de la eficiencia entre las varias
empresas. Además, cada empresa era un centro de rentabilidad. La empresa
única o, peor aún, diferentes empresas funcionales, se hubiesen convertido
rápidamente en centros de costos, incapaces de medir su eficiencia. Bajo la
presidencia de Luis Giusti se decidió, no sin algunos argumentos fuertes a
favor, convertir a PDVSA en una empresa única, con divisiones que
pretendieron ser unidades de negocios, pero que resultaron ser grandes
divisiones por función. Para todo efecto práctico ello convirtió a PDVSA en
una empresa operadora única. Alberto Quirós dijo, en su momento, que ello
convertía “a los directores de PDVSA en operadores directos”, perdiéndose
la visión corporativa que existía cuando PDVSA era, esencialmente, una
casa matriz planificadora.
La interacción entre PDVSA y el mundo político.
Durante la presidencia de Luis Giusti se incrementó significativamente la
interacción entre los gerentes petroleros y los representantes del mundo
político. Esto no sería malo “per se” si fuese utilizado para que el sector
politico aprendiese a respetar el apoliticismo de la industria pero es malo si
sirve para politizar la empresa. No conozco lo sucedido de primera mano y
no puedo, por lo tanto, decir que hay de cierto en esta afirmación, la cuál ha
aparecido con fuerza en los libros de Manuél Bermúdez (“PDVSA en Carne
Propia”, dos ediciones) y Emma Brossard (“Power and Petroleum”, 2001) .
Lo que parece ser cierto es que durante este período la industria vió salir a
varios de sus gerentes de primera línea. Algún serio descontento pareció
existir y ello no fue positivo para PDVSA. Pareció abonar el camino para la
tragedia que habría de venir, una tragedia frente a la cuál todas las
vicisitudes anteriores de la empresa parecerían asunto sin importancia.
La cuarta etapa, 2000-2010. El asesinato de PDVSA a manos de Hugo
Chávez y Rafaél Ramírez.
Con la llegada de Hugo Chávez a la presidencia de la república comienza
una década de pesadilla para nuestro país, algo que en sus inicios no era
fácil de avizorar. Aunque muchos teníamos grandes temores sobre lo que
este personaje pudiera hacer con el mando, nadie se imaginó cabalmente lo
que le esperaba al país bajo la bota de este paracaidista ignorante y
profundamente acomplejado. Esa historia está aún por contarse y apenas la
esbozaremos aquí.
Su primer acto en materia petrolera fue despedir a Luis Giusti, a quien veía
como un anti-cristo, como la personificación de la odiada tecnocracia
petrolera. Pero, en el momento, puso en su lugar a Roberto Mandini, quien
había tenido desaveniencias serias con Giusti y le sonaba, por ello, más
digerible. Se equivocó, porque Mandini es un tecnócrata casi quimicamente
puro. Al llegar a PDVSA solo pudo actuar de la única manera como siempre
había actuado, como un gerente muy apegado a los principios universales de
la gerencia moderna. A Mandini le molestó que le pusieran un comisario
político al lado, un tal Héctor Ciavaldini, quien había sido sacado de PDVSA
anteriormente por mediocre. Ciavaldini entró a la empresa como Director y
por algun tiempo su presencia en la empresa co-existió, de manera bastante
grotesca, con una demanda que había introducido en base a un informe
psiquiátrico firmado por el Dr. Edmundo Chirinos. Este asunto daba ya la
pauta de lo que se le venía encima a PDVSA. Cuando Mandini se quejó ante
Chávez del comportamiento de Ciavaldini, Chávez se quedó con....
Ciavaldini.
Ciavaldini no duraría mucho en la presidencia de PDVSA porque era tan
incompetente que hasta Chávez se dio cuenta. Decidió reemplazarlo con un
talentoso militar, el general Guaicaipuro Lameda, para que metiera en cintura
a los tecnócratas petroleros. El problema es que Lameda también era un
gerente profesional, no un político. Se puso del lado de la meritocracia y de la
gerencia profesional. Allí fue que Chávez abandonó toda cautela y se lanzó a
controlar a PDVSA con todos los hierros. Como él mismo lo dijo a posteriori,
en un discurso ante la Asamblea Nacional y el cuerpo diplomático en pleno,
decidió crear una crisis en PDVSA para promover una protesta de los
gerentes y quedarse definitivamente con el control de la empresa. Para ello
nombró presidente de PDVSA a Gastón Parra, un economista de modestas
credenciales, cuya carrera había transcurrido en la Universidad del Zulia y
quien sabía de petróleo lo que yo de sánscrito. Parra veía la industria
petrolera a través de un prisma marxista y anti-gerencial.
La protesta gerencial no se hizo esperar, excepto que el país se unió a esa
protesta y marchó contra el abuso de poder. Como resultado de la masiva
protesta popular y de la negativa militar de acatar las ordenes de Chávez de
reprimir al pueblo, Chávez salió de la presidencia brevemente, cuando el
General Lucas Rincon le pidió la renuncia, “la cual aceptó”.
Hasta allí llegó Parra, siendo reemplazado por Alí Rodríguez. Como se
podrán imaginar PDVSA no estaba siendo gerenciada debidamente. Seis
presidentes en cuatro años. Ninguna empresa aguanta esto. Para 2004
PDVSA era ya una empresa desmantelada gerencial y tecnicamente. 22.000
empleados fueron despedidos por Chávez accionando un pito en la
televisión y reemplazados por advenedizos y oportunistas. La producción se
vino abajo y nunca se pudo recuperar.
Alí Rodríguez intensificó el proceso de descomposición de PDVSA al poner
los activos de la empresa al servicio del chavismo para sus labores
proselitistas. Comenzaron a multiplicarse los derrames en el Lago de
Maracaibo, abundaron los accidentes industriales, se abandonó el
mantenimiento preventivo de las instalaciones. PDVSA comenzó a morirse
aceleradamente como empresa petrolera de primer rango.
La destrucción total llegaría con Rafaél Ramírez, ministro de Energía desde
2002 y nombrado presidente de PDVSA en Noviembre de 2004. Esa
dualidad es mortal para una empresa que tenga propósitos comerciales. El
ministro supervisa al presidente, pero ambos son la misma persona, lo cual
constituye un extraño caso de, si existe tal cosa, onanismo gerencial.
Ramírez asesinó a PDVSA mediante la utilización de varias armas: la
prostitución de los empleados, al convertirlos en una manada de “rojos,
rojitos”; la conversión de la empresa petrolera en una empresa importadora y
distribuidora de comida; la pudrición de millones de kilos de esa comida
importada por las mafias de PDVSA para “hacer negocio”, no para ser
distribuída; el abandono de las tareas del adecuado mantenimiento
preventivo de los activos de la empresa; el pavoroso endeudamiento para
satisfacer el voraz apetito del régimen, dinero utilizado en actividades
políticas y no para invertir en la misma empresa; la entrega de la Faja del
Orinoco a empresas chinas, iraníes, rusas, vietnamitas y otras, por razones
ideológicas y no técnicas ni de verdadero interés nacional; la hipoteca de la
producción de la faja con los chinos, acto anti-constitucional y traidor; la
galopante corrupción de los altos cuadros gerenciales de la empresa y de
sus complices contratistas, como lo evidencian numerosos casos que han
sido documentados hasta por chavistas como el finado Luis Tascón y
admitidos por gerentes de alo nivel del chavismo como Luis Vierma.
El resultado ha sido la destrucción de lo que fue PDVSA. Esta empresa
produce hoy 600.000 barriles diarios menos que hace diez años; tiene hoy
más de 100.000 empleados, más del triple de los que tenía hace diez años;
no investiga, no entrena a sus gerentes, sus refinerías trabajan a dos tercios
de su capacidad y su producción es, en gran porcentaje, regalada a los
cubanos o cambiada por caraotas negras y cambures. PDVSA es hoy un
cadaver andante, una empresa maula, una empresa desprestigiada, una
empresa podrida como la comida que maneja. Este período 2000-2010
merece un estudio en profundidad, el cual estoy apenas comenzando.
Ojalá pudiera decirle a PDVSA: Feliz Cumpleaños. Pero no puedo. Solo
puedo ofrecerle una misa de difuntos.
*** Este escrito está basado en buena parte en mi reciente libro: “El Petróleo
viene de La Luna”, el cual puede adquirirse en Venezuela a través de Elio
Ohep, editor@petroleumworld.com o en USA a través mío por el correo
electrónico gustavocoronelg@hotmail.com
articulo mediocre.
ResponderEliminarExcelente recuento historico,muy interesante para comprender la historia de PDVSA y la debacle iniciada en tiempos de la segunda presidencia Caldera y culminada con la llegada del exmilitar sometido a las ordenes de la dictadura cubana.Como siempre un buen aporte de del mas digno "Coronel"venezolano, Gustavo.
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