El poeta Joaquín Marta Sosa.
Leyendo el discurso de aceptación de Joaquín Marta Sosa como miembro de la Academia de la lengua (http://prodavinci.com/2010/08/02/navegaciones-y-suenos-de-una-a-otra-lengua/ ) he experimentado de nuevo la maravillosa sensación de ver a Venezuela a través de ojos ajenos, esta vez de los ojos de poeta de alguien quien llegó a nuestro país de niño y ahora ve hacia atrás, en una evocación de altísima calidad literaria y de ternura hacia la patria que ha hecho suya. He sentido esto en varias ocasiones, tanto en las remembranzas de Antonio Pasquali de sus primeros años en Venezuela, como en las obras de ilustres viajeros a lo Humboldt, a lo Ralph Arnold, el hombre quien descubrió nuestro petróleo, como dice de manera apta Ibsen Martínez y, ahora, merced a este discurso de Joaquín. A través de este discurso he visto con nuevos ojos a la Venezuela que amo, un recuerdo que he podido reforzar con ayuda del hermoso documento, acostumbrado como estoy a pensar que el país que conocí parece haber desaparecido. Joaquín me asegura que no es así. No ha desaparecido. Vive en la mente de hombres y mujeres que lo quieren como Joaquin, como Antonio, en la mente de los venezolanos de verdad.
Hay magia en la palabra de Marta Sosa. De cuando fue a despedirse de su abuelo para emigrar a América, recuerda lo siguiente:
“me atreví a entrar. ¿Y por qué no tienes sillas? ¿Por qué no tienes gallinas, ni conejos, ni ollas, ni fogón? ¿Dónde está tu cama, tu armario? De nada de eso tenemos necesidad, Joaquín, ninguna necesidad. Lo que está aquí es lo único que vale la pena. Cuando te mueres se llevan tus muebles o los queman, pero los libros, aunque también se los pueden llevar y quemar, siguen existiendo porque alguien, muchos, en otros lugares los tienen y los leen, a pesar de que estos que ves aquí se lo vendan a la fábrica para hacer con sus despojos bolsas de papel y cajas de cartón.
Es así como ese día, invalorable como puede imaginar cualquiera, aprendí tres cosas fundamentales. Que existían unos objetos más o menos pesados, llenos de hojas de papel pintadas como con paticas de mosca, que mi abuelo denominaba libros, palabra que venía a mí por primera vez. Que los llamados libros se podían leer. ¿Y eso, leer, qué es? Pues, Joaquín, que sin detectar ni un solo sonido puedes oír perfectamente todo lo que dicen. Abuelo, no sabía que es posible escuchar lo que no se dice. Claro que sí, me respondió, pero sólo si se escribe. ¿Y eso qué es? Entresacó de aquel barullo, los estoy viendo otra vez en sus manos poderosas de leñador jubilado, cinco tomazos verdes. ¿Ves lo que dice aquí? Veo lo que está ahí, abuelo, pero no escucho lo que dice. ¡Ah! Es que tienes que aprender a leer. Así, supe que los libros sirven para escucharlos y que eso se aprende y se llama leer. ¿Y cómo es eso de que si te los roban, se los llevan o los queman, aparecen en otra parte, en otra casa con otra gente? Bueno, la silla de tu casa es la silla de tu casa, de ninguna otra. Hay otras en otras casas, pero son distintas, son otras. Pero un libro, cualquier libro, tiene mellizos a montones, así que si se te pierde alguno o te lo quitan, siempre encontrarás a su mellizo en otro lugar y cualquier día”.
Joaquín habla de una de las varias lenguas existentes, la de los niños:
“La de los niños, la mía, era una lengua ruidosa, construida para imponerse a los otros, para no pasar jamás desapercibido, para subrayar que teníamos un lugar bajo el sol que nadie podía usurpar, y designar con ella nuestras intocables propiedades: trompo, china, metras, caramelo. Nuestra habla jamás descendía al murmullo, era alta y clara, y la estrategia para romper sus estrecheses consistía en echar mano de los vocablos gruesos, los groserías rotundas que clonábamos de los mayores sin saber a ciencia cierta su significado, pero que al provenir de ese mundo donde queríamos llegar lo más rápidamente posible, los tomábamos como palabras capaces de decir lo indecible y que nos servían de entrenamiento para los adultos que alguna vez tendríamos que ser”
Joaquín narra su primer encuentro con la política, oyendo al “Dr. Caldeira”, como siempre lo llamó su mamá:
“También fue el barrio de Sarría el que me asomó el hocico de la política, materia ignota y desterrada en el Portugal de la tiranía de Salazar. En efecto, en su Plazoleta, en plena campaña por la Constituyente, todas las noches se congregaba la feligresía de algún partido, pero mi madre, católica hasta el sacrificio, sólo se decidió a asistir cuando oyó que el orador sería un doctor Caldeira, así lo pronunció toda su vida, social cristiano para más señas, cuyo nombre siempre lo asoció al más suculento plato que los portugueses se regalan especialmente en la noche navideña, la caldeirada bien rociada de aceite virgen de oliva sobre el bacalao acarreado de los mares del Ártico. Y miren ustedes por dónde comenzaba a abrirse la primera trocha para mis incursiones en política unos diez años después. Pero volviendo al ahora de esa noche de mitin, se me ofreció un banquete delicioso, el de un empleo de la lengua que era tanto musical como gestual. Me fascinó aquel orador que me enseñaba el uso de registros disímiles de voz, desde el bajo profundo hasta el agudo más alto, exprimiendo así las capacidades tonales de las palabras de esa habla a la que apenas me acercaba hasta donde me era permitido por la medrosidad ante ese animal que aún no domesticaba. Y también sus empleos teatrales, su acompañamiento de ademanes y mímicas, de torsiones de cuerpo y rostro, como expresión de un apasionamiento sin freno, de una entrega sincerísima a los asistentes”
Joaquín descubre su primera palabra mágica en español. No fue mamá….
“Puedo contarles que la primera palabra usada en esta tierra, que ingresó, poderosa y sobrada, en mi vocabulario, la escuché un domingo soleado. Sería como la una de la tarde cuando salí de la casa, una pensión que regentaba mi madre para los albañiles que mi padre traía desde la aldea para trabajar en la construcción. La calle estaba sola, vacía de todo. Apenas se escuchaba el sonido de las radios que, me pareció, brotaba de todas las casas. Caminé hacia el descampado de beisbol. Nadie. Me asomé por la calle de la pulpería. Nadie. El botiquín, abierto con unos parroquianos que en silencio de sepulcro tenían todo su ser pendiente de lo que, ignoto para mi, emitía una radio de carcasa enorme. Agarrotado por aquella soledad de domingo, que es cuando pegaba más, tomé el rumbo de regreso a la casa. Iba a mitad de cuesta cuando, repentino como un rayo inesperado, explotó en todas las casa un grito aterrador y unánime: ¡JON‐RÓN! Se trataba del partido inaugural de la temporada de pelota profesional y jugaban Caracas contra Magallanes. Vidal López acababa de ponerla en los blichers para dejar al Cervecería en el terreno. Como por un conjuro de otro mundo, las puertas de todas las casas se abrieron y la gente emergió como al llamado de un milagro del cielo, inundó las calles, se bañó en cerveza, se abrazaban sin distingos, me abrazaron, “portuñito, nueve arepas al Caracas”.
Con ese abrazo me sentí, por fin, acogido, y ya sereno y rebosante de júbilo, me hice otro juramento (van a pensar ustedes que mi vida de aquellos años consistía en ir de un juramente a otro, y no les falta razón, pero déjenme preguntarles: ¿qué puede hacer alguien que a los seis años se siente en medio de ninguna parte, sino defenderse a base de unos juramentos que le inoculen la enérgica seguridad que tanta falta le hace?). Esta vez el juramento fue un poco más sencillo y realizable, a años luz, por supuesto, de juramentos célebres como el proferido en Monte Sacro. Fue una promesa privada y sin avidez de historia. Prometo que nunca voy a olvidar esta palabra, jonrón, ella obró el milagro. Cada vez que esté en peligro diré jonrón para salvarme. La próxima vez que mi padre venga con la correa diré jonrón y lo paro en seco..”.
Joaquín comienza a hablar con los libros:
“Finalmente logré que los libros me hablaran y hasta hablé con ellos. Logré escribirle a los libros y que me escribieran. Derivé en lector desaforado, encandilado por los universos que navegaban en el papel. Mis vacaciones las dedicaba por entero a leer obras completas de los autores que se me cruzaran, sin orden ni concierto. Desde ese entonces me tienta decir que el mejor amigo del hombre es un buen libro, y acaso no es del todo cierto, pero sí que sin un buen libro de por medio, de vez en cuando, no es fácil hacer buenos amigos, es decir, amistades perdurables, interesantes y enseñadoras. La lengua, ésta, es un territorio extremadamente fértil para cultivar amistades, también para perder algunas más de una vez, pues está hecha de fuertes raíces que anudan simpatía y amor, y también de rudos golpes que alimentan sañas y enconos. Es una lengua muy emocional contrastada con la mía originaria, que más bien me decantaba por los desgarros personales y los códigos de un tipo de cariño que sólo se da bien en la distancia media, nunca en la corta, que es donde crece la sentimentalidad de esta que adquirí. De aquí vienen, creo, sus enormes victorias en el discurso de la telenovela y en la afectada pero seguramente honesta cursilería lingüística de las misses”.
Una deuda con la democracia:
“cuando la democracia abrió sus puertas, sus jardines insólitos, y la libertad acudió a nuestros días y se nos abrazó en los corazones, esta mi lengua segunda, ya entonces la fundamental para mí, puso en escena el jugoso banquete, el vino de diamantes de una lengua que no sólo informaba del mundo o designaba la realidad circundante, sino que era capaz de columbrarnos el que sería, el que venía en camino porque caminábamos hacia él.
Así que debo confesarles que la política, desde la democracia, me abrió este lenguaje hacia los predios iluminados de imaginarnos, de cómo el signo democracia portaba el significado de pluralismo, de cómo el signo pluralismo portaba el significado de diálogo, de cómo el signo libertad portaba el significado de creación, y, sin haberlo leído todavía, con ello caí en cuenta de que como Eluard también yo había nacido para escribir ese nombre, libertad, en todo cuanto alcanzara mi vida”.
El lenguaje tiene muchas patrias:
“He viajado desde Luis de Camoes, y sus Lusíadas extraordinarias, a Don Andrés Bello con sus Silvas en su ofrenda de un programa ético de vida; también de Fernando Pessoa con sus heterónimos insólitos, a Vicente Gerbasi que escribió un poema inmortal a su padre, el inmigrante, y que yo siempre he tomado, también, como homenaje a los míos; igual de Sophia de Mello Breyner, la estremecedora poeta de la sentimentalidad portuguesa, a Hanni Ossott, la buceadora en lo insondable de cada ser; de Miguel Torga, el montañés provinciano convertido en escritor universal como pocos, a Mariano Picón Salas, que vino de las montañas andinas y nos dio a comprender Venezuela como pocos lo ha hecho. Una lengua, la primera, en la que aprendí el habla, raíz de todo espíritu, y otra, la segunda transformada en primera hace muchos años, en la que aprendí a entender, raíz de toda conciencia.
Imagino que Pessoa tiene razón, que nuestra patria de veras es el lenguaje que nos comunica y con el que nos comunicamos. Pero el lenguaje tiene muchas patrias, no le es suficiente, no se conforma con una”.
Joaquín recuerda agradecido:
“Me resulta imposible concluir sin un recuerdo para dos Académicos que han sido fundamentales para mi apropiación de esta lengua: Don Pedro Díaz Seijas, cuya “Historia y Antología de la Literatura Venezolana” le proporcionó al Bachillerato de mi generación un mapa de ruta inigualable para recorrer el mundo sabio y fascinante de nuestras letras; y Don José Ramón Medina, el poeta de la desolada serenidad y de la palabra limpia, cuya escritura me abrió las puertas a una lengua iluminada y humanísima: “y la madre o la hermana aquí sostengan // sobre el vencido o el errante // sobre el ausente o el enfermo // su lámpara encendida, // su fresco amor de siempre.”.
“……Con pasión, por lo bello y lo bueno pues toda lengua te propone el hermoso viaje hacia Ítaca donde tan pronto como llegas, lo escribió Kavafis, descubres que Ítaca siempre estuvo dentro de ti,.." Y
ResponderEliminar“…el engroseramiento de la lengua, es vía expedita para el empobrecimiento de las gentes en su propia alma, así como la deriva hacia lo misérrimo y primario, lo arcaico y primitivo,…”
“… y mi esperanza es que sean derrotados todos aquellos que en nombre de lo que sea la usen como arma de amputación.” AMEN Joaquin