Mapa geológico de la zona de Siquisique, que hicimos juntos en 1957
Hace 55 años, recién graduado de la Universidad de Tulsa como geólogo, llegué a Maracaibo a trabajar con la empresa Shell de Venezuela, la empresa que me había becado. Llegué al bello edificio rodeado de majestuosos samanes que servía de oficina central de la empresa, “Las Laras”, como llaman en el Zulia a los samanes. Entré aterrado al edificio. Allí me recibió el Gerente de Exploración de la empresa en Venezuela, un escocés llamado Jim Smith.
“Dr. Coronel”, me dijo, con el exagerado tratamiento que los extranjeros le daban a los nativos que tenían un título universitario, aunque no fuesen doctores (mi título de Tulsa era de geólogo pero no era de doctor en geología): “Bienvenido a Shell. Tendrá tres días para adquirir lo necesario para comenzar sus tareas de geólogo de campo, su primera actividad dentro de nuestra empresa. Usted es uno de los pocos geólogos venezolanos que tenemos. Esta es una profesión digna y dura. Ha sido precedido usted por algunos geólogos legendarios, desde Ralph Arnold hasta hoy. Represéntenos bien”. Y agregó: “Lea los libros de campo de estos geólogos quienes han llegado antes. Son un tesoro de información geológica, pero también sociológica sobre la Venezuela de este siglo”.
Usé los tres días en apertrecharme con todo lo necesario e innecesario para irme al campo y me fuí a la zona del Estado Lara, donde me esperaba mi primer trabajo.
En estas labores conocí a Engbert Jan Coen Kiewiet de Jonge, un geomorfólogo y fotogeólogo holandés, con un doctorado en Clark University, en Worcester, Massachusetts, quien sería mi primer jefe en el campo, antes de “volar solo”. Coen, como lo llamaba todo el mundo, era un hombre de unos 33 a 34 años, muy rubio, de estatura mediana, de aspecto un tanto frágil. Callado y tímido. Me uní al Grupo Geológico 2 para estudiar la geología de Siquisique, en el Estado Lara. No siempre ha sido fácil entender por qué la Shell le dedicaba tanto tiempo a una zona donde parecía no existir prospecto petrolífero alguno. Ello se debía a una filosofía de la exploración basada en el estudio integral de cuencas sedimentarias, una línea de investigación en la cual la empresa había hecho grandes progresos, ayudada por los estupendos geólogos suizos, ingleses y holandeses que había reclutado para su oficina central en La Haya y para trabajar en todo el mundo.
Trabajar como geólogo en el campo me unió muy estrechamente con quienes trabajaron a mi lado, fuesen jefes o subordinados. No pasó mucho tiempo sin que considerase a Coen como mi amigo. Pero también a Ernesto (Caporal), a Elías ( cintero), a Eutimio (chofer), a Cipriano (muestrero) y Rafaél (cocinero) como mis compañeros. Los miembros del Grupo Geológico número dos se convirtieron eventualmente en mis subordinados y en mi “familia” por varios años.
No hablaré de lo geológico sino del privilegio que tuve de trabajar con Coen por largos meses, antes de “volar solo”. Coen había sido un teniente de aviación en la segunda guerra mundial, lanzando bombas contra los japoneses en Indonesia. Esta tarea le había causado sentimientos de culpa. Al llegar a Maracaibo fue “reclutado” espiritualmente por los sacerdotes canadienses de la Iglesia “San José”, en Bella Vista, y se convirtió en un fervoroso creyente y practicante. Durante nuestra estadía en el campo, Coen intentó, infructuosamente, convertirme. No lo logró, a pesar de su empeño, porque la fé religiosa no se adquiere a través de un ejercicio intelectual. Es algo que se tiene o no se tiene. Y yo no la tenía.
Durante mi trabajo de campo con Coen pude admirar su tesón, su inquebrantable voluntad de trabajo. Era un hombre de aspecto frágil pero muy resistente a la dureza del trabajo de campo.
De regreso en la oficina de Maracaibo Coen colaboró con el notable geólogo Otto Renz en un bellísimo trabajo geológico y foto-geológico sobre la Guajira cuyo producto es un mapa extraordinario que existe en los archivos de Shell Venezuela ( o así lo deseo) y que deberia ser publicado, porque constituye una verdadera obra de arte geológica.
Nuestros caminos se separaron por un largo tiempo. Pero nunca dejamos de comunicarnos. Coen se fue a California, a San Diego State College, donde fue un ilustre profesor de geomorfología y publicó, al menos, dos libros sobre esta especialidad. Allí conoció a su esposa Benita, con quien fue muy feliz por muchos años pero a quien perdió prematuramente. En San Diego fuí a verlo, a mi regreso de Indonesia, y me puso en aprietos logísticos al darme en el aeropuerto, justo antes de mi partida a Venezuela, via México, un gigantesco oso de peluche para mis hijos.
De San Diego se fue a vivir a Roswell, Nueva Mexico, donde permaneció largos y felices años. Allá fuí a visitarlo hace unos meses. Estuve con él, sus dos perros y un loro, por dos días. La mañana que amanecí allá, a las 5 a.m. me despertó el televisor con la misa a la cual Coen asistía, arrodillado, en total devoción.
Coen tenia acumulada una historia de la familia y de su vida en varios volumenes escritos a mano, con fotos originales y con material de varias procedencias. Por algunas horas contemplé, admirado, aquél trabajo de amor. Lo noté ya semi-ausente, transformado en espíritu, como un Francisco de Asís holandés rodeado de sus pequeños compañeros. Regresé a Albuquerque a tomar el avión a casa, sabiendo que ya no lo vería jamás de nuevo.
Su hija Anette me ha enviado un mensaje hoy, sobre su muerte. A pesar de que la esperaba me he sentido muy conmovido porque Coen siempre estuvo espiritualmente muy cerca de mí y yo de él.
En Siquisique ambos conocimos a una bella joven. El y yo nos enamoramos de ella, cada quien a nuestra manera, ambos con ternura y pureza. Como en “El Principito” de Saint Exupery, nos tocó jugar el papel de quien se ausenta para dejarla atrás, después de haber creado, sin pensarlo, injustificadas expectativas. Hace ya una eternidad que esto sucedió. Pero siempre me he sentido culpable por haber intervenido, sin querer, en lo que pudo haber sido una historia feliz.
Coen ha muerto a los 90 años. Era lo más parecido a un santo que he conocido. Si hay una vida después de esta vida, algo en lo que Coen creyó firmemente, su alma ya debe estar a corta distancia del trono de Dios.
Estmado sr.Coronel:como hago de vez en cuando,me cuelo por esta página para hacer algún comentario.Esta entrda es un sentido homenaje hacia una persona que hizo mella en su vida y se siente su aprecio por el amigo ido.Ud. le hubiera agradado mucho,posiblemente, a mi padre quien falleció hace casi 50 años y que trabajó para el MOP y el INOS por los 50',como geólogo que era. Hizo los estudios en el Zulia para la represa de Burro Viejo,entre otras.Lo recuerdo bien,pues el nombre siempre me pareció gracioso cuando tenia corta edad.Con el mismo aprecio de siempre,un saludo desde Valencia,Venezuela.
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