martes, 20 de diciembre de 2011
La silla de ruedas de mi padre: un relato para la navidad
Vine a conocer la silla de ruedas con la enfermedad de mi padre, quien después de sufrir un accidente cerebrovascular quedó imposibilitado de caminar y muy limitado para valerse por si mismo. En nuestra casa teníamos terreno suficiente y construímos rapidamente un anexo, un mini-apartamento para él y mi madre. Allí vivieron hasta su muerte, primero mi madre, en 1972, y luego mi padre, en 1982. Después de la muerte de mi madre nos encargamos casi totalmente de mi padre, quien pasaba breves períodos de tiempo en casa de mi única hermana.
La silla de ruedas se convirtió en una herramienta indispensable. Para hacer la cama en las mañanas era necesario pasar a mi padre a la silla de ruedas. Aprovechábamos esa circunstancia para pasearlo un rato. Nuestra casa estaba en el tope de una colina y la calle eran empinada. Mi padre siempre se sentía un tanto nervioso de que yo lo paseara por allí y lo dejara ir colina abajo. Me advertía constantemente en su media lengua que tuviera mucho cuidado.
Una de las características de mi padre siempre fue su apego a la vida. Ello le permitió sobrevivir a dos accidentes cerebrovasculares, más no al tercero. Aún así vivió por diez años después del primer ataque, aunque fue perdiendo con los años muchas de sus facultades motoras y de expresión residuales. Mi madre, en cambio, se entregó totalmente a cuidarlo y ello la llevó a una muerte rápida que fue, casi, un suicidio.
Recuerdo que en una ocasión noté a mi padre especialmente triste y le pregunté que le pasaba, si tenía algún dolor. Negó con la cabeza y me dijo, en su idioma muy particular, de monosílabos, que estaba preocupado porque no sabía quien lo iba a cuidar después que yo muriera. Su respuesta me llenó de una admiración mezclada con indignación. Y así le dije: “No te preocupes, viejo del carajo, que yo te voy a enterrar”, lo cual le hizo reír con deleite.
Me convertí en un experto en el manejo de la silla de ruedas. Meterla en la maleta del auto, sacarla, abrirla y ponerle los frenos antes de hacer que mi padre se sentara en ella, maniobrarla a través de estrechas puertas, pasar al paciente de la cama a la silla, entrar y salir de un ascensor, hacerle mantenimiento, todo ello requirió de un proceso de aprendizaje. Por diez años la silla de ruedas fue una contínua presencia en nuestro hogar. Fueron diez años muy duros para nuestra familia. Nuestra vida social se limitó grandemente porque en los fines de semana, cundo no teníamos enfermera o asistente, yo debía bañarlo, debíamos darle de comer, sacarlo a pasear, cambiarlo cuando era necesario y estar atento a que me llamara, agitando su campanita en la mitad de la noche porque tenía necesidad de mi ayuda. Fueron años duros los cuales, sin embargo, tuvieron la virtud de unificarnos espiritualmente como familia. Nuestra hija menor era experta en conversar con él cuando ya nosotros no le entendíamos. Tendría unos diez años y la llamábamos cuando no podíamos adivinar lo que quería. Ella venía, hablaba con él y nos decía: “No ven que lo que quiere es un vaso de jugo de naranja?”, o algo así. Una de las miserias de la invalidez de mi padre es que a veces tenía una picazón an alguna parte del cuerpo y no podía hacer nada para rascarse. Éramos nosotros quienes debíamos ayudarlo. Debíamos estar atentos a las ulceraciones causadas por estar en cama durante tanto tiempo, había que rotarlo de posición cada cierto tiempo y aplicarle cremas. Nunca se quejó, nunca se amargó, siempre enfrentó su calvario con una sonrisa.
En algunas ocasiones llegué a desear que muriera. Ello me producía grandes sentimientos de culpa, hasta el punto de hablar con un psicólogo, quien me tranquilizó en este aspecto. Me dijo que así como los soldados sufren en ocasiones de fatiga de combate, ello también ocurría en el plano familiar, enfrentado como estaba con lo que era un combate de día a día contra la adversidad. Mi padre lloraba cuando yo lo cargaba para meterlo al baño y yo le respondía que él me había cargado mucho cuando yo era un niño y que ahora me tocaba a mí cargarlo a él. Esto le hacía sonreír a través de sus lágrimas.
Hace ya muchos años que mi padre murió. El día que lo enterramos regalé la silla de ruedas a una institución benéfica y me dije: “No quiero tocar una silla de ruedas nunca más en la vida”.
Hace dos años, a fin de pagar una deuda de gratitud con un hospital de Virginia, donde fuimos maravillosamente bien atendidos en una emergencia, ingresé a su cuerpo de voluntarios. Todas las semanas le dedico algunas horas a prestar mis servicios en ese maravilloso hospital.
Mi tarea fundamental? Transportar pacientes desde sus habitaciones al lugar donde le harán exámenes o al vehículo, cuando son dados de alta y se van de regreso a casa. Como lo hago? Los llevo en una silla de ruedas.
He sido my felicitado por mi destreza en el manejo de la silla. “Que rápido aprendistes”, me dicen en el hospital.
Y yo sonrío, pensando en mi padre. Con frecuencia me parece verlo en algun paciente de su edad y aspecto general, mientras los conduzco de un sitio a otro. Y también con frecuencia ese paciente me sonríe y me dice que yo lo trato de una manera muy especial.
El niño es el padre del hombre, decía William Wordsworth
Felices navidades para todos!
excelente articulo lo felicito
ResponderEliminarBello articulo coronel
ResponderEliminarFeliz Navidad!
R.E.H.R
Bello articulo coronel
ResponderEliminarFeliz Navidad!
R.E.H.R
Bello articulo coronel
ResponderEliminarFeliz Navidad!
R.E.H.R
Many times I send you my blessings
ResponderEliminarfrom my heart.None more than now.
I never knew my father..
Everyday I am proud to know you.
Feliz Navidad.
http://www.youtube.com/watch?v=ThbvuCjAs14
(not exactly Christmas music..)
Excelente como siempre Gustavo....Feliz Navidad para ti y los tuyos....
ResponderEliminarSaul Belloso
Gracias por ese relato lleno de humanidad.
ResponderEliminarFeliz Navidad.
Imperdible,un lujo leer sus escritos,excelentes.
ResponderEliminarFeliz Navidad... que el éxito, la salud y la paz sean siempre sus aliados, saludos.
Yasmín
Dr. Coronel: siempre leo sus muy interesantes articulos, pero esta vez me emociono y me hizo recordar mi experiencia con mi Padre. Mi ayudante fiel fue mi hijo que adoro a su abuelo. Gracias por compartir su historia. Feliz Navidad.
ResponderEliminarDBR
Estimado Sr. Coronel
ResponderEliminarGracias por este relato para la Navidad que lo disfrutamos leyéndolo en familia durante la cena.
Quería hacerle una pregunta. Ayer (19 de Diciembre), envié a los amigos también un corto cuento decembrino que lo llame La Cruz.
Me faltó una información de interés y quería preguntarle si conoce en que periodo presidencial o las personas responsables que hicieron posible con este bonito acto de honrar nuestras mises bautizando con sus nombres los buques de la flota Petrolera Venezolana: Susana Dujim (Miss Mundo 1955), Maritza Sayalero (Miss Universo 1979), Bárbara Palacios (Miss Universo 1986), y El Pillín León (Miss Mundo 1981).
Estas mujeres sin duda alguna ubicaron a mi país en las cartas náuticas del mundo.
Esta breve historia la tengo publicada en mi blog http://yurassiclas.com/
Gracias anticipadas por su ayuda.
Reciba un cordial saludo desde Boca Raton
Jorge ( Yura )
Gracias a todos por sus comentarios. Jorge: no se la historia de los nombres de los tanqueros pero voy a preguntar a algunos ex-colegas de PDVSA quienes pudieran saber,
ResponderEliminarGustavo
Gracias miles por este artículo!
ResponderEliminarMe voy a tomar la libertad de compartirlo, me conmovió.
Gracias por el post, muy lindo!Te deseo lo mejor e una Feliz Navidad!!
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