Hacia el final de las fiestas
venezolanas, cuando ya el agotamiento y la saturación alcohólica obligan a los
asistentes a pensar en el regreso al hogar, el dueño de la fiesta arma un
trencito. La orquesta, el conjunto, los cañoneros o el picó comienzan a tocar
una conga y la gente se agarra por la cintura y comienza a bambolearse como un
trén donde cada quien es un “vagón”. Ello le da a la fiesta un segundo aire,
generalmente breve.
Con el régimen del paracaidista
estamos en la etapa del “trencito”. Próximo a pasar a mejor vida, el régimen
siente la necesidad de echar un pié postrero. Y arma su trencito. Viene Santos, luego aparece Evo
y agarra a Santos por las trabillas del pantalón, se agarra Ahmadinejad de las
nalgas del boliviano y, de inmediato, se empata Lukashenko en los fundillos del
iraní. Por ahí deben estar llegando Correíta y la señora Botox, con el pretexto
de “consultar” sobre Paraguay, cuando la verdadera razón es siempre la de ver
cuanto le sacan al pródigo paracaidista. Y Ortega, enratonado y todo, debe
estarse preparando para pegarse de la cintura de la argentina.
El trencito es una institución de
nuestras fiestas, ahora puesta de moda a nivel político por el anacobero de
Barinas.
La hora loca del Chavismo.
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