El síndrome de Juan Charrasqueado
Solo el 20 por ciento de los
Mexicanos aprueba el plan de apertura de PEMEX al capital privado presentado al
país por el presidente de la república, segun encuesta hecha esta semana en ese
país por el diario El Universal de la capital. Sin embargo, un 62 por ciento opina
que PEMEX no puede continuar así y requiere de una reforma, pero se oponen a
que la reforma le permita al capital privado participar en las actividades petroleras
en el país. Los comentarios que leo de los Mexicanos sobre este asunto indican que
el problema fundamental es que piensan que la participación privada abrirá la
puerta para el mayor enriquecimiento de las familias y politicos poderosos de
México. En otras palabras, piensan que los Mexicanos de clase alta son unos
ladronzuelos. En el trasfondo de este asunto existe una profunda desconfianza
entre los miembros de la sociedad Mexicana.
Ellos sabrán por qué lo dicen.
Sin embargo, decir no a la apertura de PEMEX al capital privado es condenarla a
una muerte más o menos rápida. Líderes como el hijo de Lázaro Cárdenas, el
presidente que botó a la empresas extranjeras de México en los años 30, se oponen
por razones ideológicas a que el control total, la propiedad total de la
producción petrolera Mexicana deje de estar en manos del Estado Mexicano. Lo que
no hacen es indicar de que otra manera puede la industria petrolera Mexicana
salir adelante cuando su producción languidece, el capital para las inversiones
requeridas no existe en México y la empresa continua afligida por un nivel de
corrupción crónico que la ha llevado en el pasado a ser manejada por sindicatos
hamponiles.
Lamentablemente de esto es que se
trata, de la pugna por quien controla y quien se beneficia de los ingresos
petroleros Mexicanos. El soborno y la extorsión, contratos millonarios adjudicados de
forma directa, concursos de licitación que benefician a amigos o familiares de
políticos, sobrepagos de servicios, cobros de servicios u obras que no se realizaron,
todo eso y más caracteriza la actividad de PEMEX en manos absolutas del Estado. Paradojicamente, Andrés López Obrador, otro ideólogo
izquierdista, dice: “ no hace
falta ninguna reforma, lo que se necesita es combatir la corrupción en Pemex”,
sin querer aceptar que mucha de la corrupción existe, precisamente, porque el único inversionista es el Estado y
los corruptos de PEMEX y de su entorno piensan que pueden ponerle la mano a ese
dinero con total impunidad.
La misma situación existió por años en PETROBRAS,
en Brasil, en la época del ultranacionalismo petrolero. Esa empresa estaba
estancada y mediocrizada, hasta que se abrió al capital privado. Un 30 por ciento
de sus acciones están hoy en la Bolsa de Valores y ello crea una
vigilancia natural por parte de esos inversionistas para que no continúe la
guachafita (Venezolanismo: Falta de
seriedad, orden o eficiencia). La producción petrolera Mexicana ha caído en
casi un millón de barriles diarios en los últimos ocho años y ello debería ser motivo
de gran alarma para un país que depende del ingreso petrolero en casi un 40 por
ciento.
En México, como también en
Venezuela, las palabras pesan más que la realidad. La piedra de tranca en la
situación petrolera de México es la palabra Privatización. PEMEX no debe ser
privatizada, dicen. Pero no se detienen a pensar que una industria puede
permitir la participación del capital privado sin que la nación pierda el control sobre su riqueza. Los
dogmas, los mitos y los complejos en mucha de América Latina han perpetuado
nuestra pobreza y atraso. Algunos primates de nuestras selvas mueren de hambre aferrados
a una nuez que no pueden sacar del fruto porque la mano y la nuez juntas no
pueden salir. Podrían dejar la nuez y
sacar la mano pero allí mueren, aferrados
a lo que no pueden extraer. Lo que es una actitud irracional en la selva es
doblemente irracional en el caso de PEMEX y sus dogmas estatistas.
Los mexicanos son soberbios hasta los 40. Luego, creen que ya son perfectos.
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