Antes de entrar al Eurodam.
Julio
8, mediodía.
Llegamos al muelle
donde se encontraba el “Eurodam”, en el
cual viajaríamos. Es un nave imponente.
Entramos al gran salón del terminal donde ya esperaban muchos pasajeros. La
logística del registro fué impecable y , en materia de unos 30 minutos, ya
estábamos a bordo, provistos de una tarjeta de identificación que serviría para
todo lo que se necesita durante el viaje, para identificación al salir y
regresar del barco, para pagar consumos de todo tipo y hasta para jugar en el
Casino, si uno así lo desea.
El equipaje, el cual
hemos entregado en el terminal, apareció una hora después en la puerta de
nuestra cabina. La cabina era pequeña, como corresponde a una de las más
baratas de la nave. Sin embargo, poseía un ventanal que permitía una vista al
mar, así como de una inmensa guaya que sirve para bajar uno de los botes salvavidas.
Tenía todo lo necesario. La ducha, en especial, era buenísima y tenía hasta una
silla plegable que permite bañrse comodamente sentado, si así se desea o si el
barco se está moviendo demasiado. Lo cierto es que en este barco nunca tuve la
sensación de movimiento. Ello fué una combinación del buen tiempo que
prevaleció durante todo el trayecto y del excelente sistema de estabilización
de la nave.
Zarpamos a las 4
p.m. Durante la tarde y noche nos
dedicamos a explorar la nave, la cual
tiene 11 niveles. Nuestra cabina estaba en el cuarto nivel, en la mitad del
barco y al lado de ascensores y escaleras que nos ponen “a la pata del mingo”
de casi todos los sitios importantes. Nos
entregaron un mapa de bolsillo donde figuraban los diferentes niveles y lo que
hay en cada uno. Cada descanso / bloque de ascensores tiene también una lista
de lo que hay en cada nivel y como llegar allí. Para quien no es navegante no
es tan fácil saber que significa forward
, aft o astern.
El Eurodam tiene varios
bares, un teatro principal y dos más pequeños, un comedor principal de dos
niveles, un nivel de comida informal y tres restaurantes para comida especil:
italiana, continental y asiática. Rpidamente ubicamos nuestro sitio preferido,
el llamado Crow’s Nest, uno de los sitios más altos del barco que sirve de observación y
que posee un bar, la biblioteca y un grupo de computadoras. Es el sitio ideal para ver la salida y la entrada
a los diferentes puertos.
Los detalles del Eurodam
pueden ser encontrados facilmente en Internet, para quienes estén interesados. Es
un extraordinario barco, no siempre decorado con buen gusto. Algunas áreas exceden
el 20% de cursilería que mi gran amigo
Alberto Quirós Corradi establece como permisible, no porque la decoración seabarata
sino porque es “tacky”. Por ejemplo, hay
una inmensa lámpara o decoración central en forma de inmenso témpano de hielo sobre el lobby principal del nivel 1, donde se encuentra
la Oficina Central, que , francamente, parecería
hecho para una casa de Diosdado Cabello. No es un barco elegante en el sentido austero
de la palabra sino un tanto “nouveau riche”. Está excelentemente bien mantenido,
realmente extraordinario. Lo pudimos comprobar al ver de cerca su nave hermana,
el Rotterdam, en el muelle de Tallin. Mientras el Eurodam estaba reluciente e
impecable, el Rotterdam se veía un tanto cansado.
En el comedor principal, Rembrandt, es posible optar por una hora fija para cenar
o por hora abierta, que fue lo que decidimos hacer. En general la comida es muy buena, con excepción de los
sorbets y de ls sopas frías. La carne es
excelente, el pescado bien preparado y mejor presentado. El menú es de cuatro
platos: entrada, sopa o ensalada, plato principal, postre. La carta de vinos es
modesta y los precios muy razonable. Hay un Chardonnay Santa Carolina reserva sorprendentemente bueno por
$23 la botella. Si uno no se la toma en una cena se la guardan para el día
siguiente.
En el Rembrandt
también es posible desayunar y los desayunos son igualmente excelentes. El Tamarindo, el restaurant de comida
oriental, es excepcional. Los otros no los probamos. La cafetería donde se come
de manera más informal, llamada LIDO, es, en general, de baja calidad. La
comida caliente es indiferente y mál presentada. Las ensaladas son bastante
buenas y tienen un excelente helado de fresa. Por lo tanto limitamos su uso al
mínimo.
El servicio en el Rembrandt
es extraordinariamente bueno, muy correcto, con vajillas y cubiertos muy
atractivos, realmente elegante. No así en el LIDO, donde hay que pelear para
conseguir donde sentarse. Llevábamos 2000 pasajeros a bordo y la aglomeración a
ciertas horas, combinada con el pobre diseño y logística del local, podía despertar
los peores instintos en los pasajeros, haciéndolos olvidar la cortesía. Por supuesto,
este es también un problema de la calidad humana del pasaje, no siempre del
nivel deseado. No damos detalles porque
ello generalmente lleva a comparaciones politicamente incorrectas. Nos complace
decir que vimos un grupo familiar venezolano de unas seis personas, el cual se
comportó de manera muy decorosa durante todo el viaje. No hicimos contacto con
ellos, porque ya uno no sabe a que bando
pertenecen los compatriotas que uno encuentra en tierra extraña. Posiblemente
ellos pensarían lo mismo sobre nosotros.
Hay una actividad que
jamás trataré de nuevo a bordo de un crucero y es el uso del Internet. No solo
es carísimo sino muy pobre. Conectarse toma largos y angustiosos minutos, sobre
todo porque uno sabe que está pagando unos $40 la hora y un buen 30% de ese tiempo
es de espera. . Para proteger mi salud y mantener mi tensión arterial a niveles
razonables desistí de usarlo tan pronto me dí cuenta de que aquello era muy
frustrante. Perdí allí unos $50.
El entretenimiento era
pasable, había un grupo excelente de Blues y jazz, un buen pianista de música
de coctel,, un triste duo de violín/piano que tocaba desvaídas piezas clásicas,
alguno que otro show y concursos de baile,
en los cuales no participamos porque aun estaba convaleciendo de un fuerte ataque
de artritis en el pié izquierdo, una excelente excusa.
La vida a bordo fué muy
placentera, con entradas y salidas casi diarias a, y de, un puerto diferente,
con un “happy hour” de precios muy moderados (unos $6 por dos Martinis elaborados,
eso sí, con una vodka medio pirata), excelente comida en el Rembrandt y uso moderado
de las maquinitas del Casino, donde perdimos unos $100 espaciados durante el
viaje, con intervalos emocionantes de breves ganancias.
Julio 9-10. Navegando
todo el día 9 y llegada a Tallin, Estonia, el día 10 a.m.
Panorámica de Tallinn
Para mí Tallinn, Estonia
era el sitio que había esperado con más anticipación porque lo que había leído
sobre ella era muy favorable: una
ciudad compacta, muy antigua, con una personalidad muy especial, casi como un
museo arquitectónico viviente de la época de la Edad Media. Y la verdad es que Tallin no me decepcionó.
Que ciudad tan agradable, llena de tanta
belleza! Tanto la parte antigua como la ciudad nueva
son primorosas, de una limpieza impecable. La ciudad antigua y amurallada
permite viajar al pasado. A ello ayudan los habitantes, muchos de quienes ponen
en escena eventos medioevales para los turistas. Los restaurantes son
evocativos de esa epoca. Las iglesias y edificaciones pertenecen al pasado y al
presente. No hay ruinas, es una ciudad
medioeval viviente.
Marianela en la plaza central de la ciudad antigua
Es el único puerto de
los que visitamos donde uno baja del barco y camina unos quince minutos hasta
el centro de la ciudad antigua, cuyas torres son visibles desde el puerto. Al
bajar del Eurodam tomamos la calle Suurbannavarav y luego la
calle Vene, la cual lleva al Museo de la ciudad, al Pasaje de Santa Catalina y
al Patio de los Artesanos. Llegamos al Ayuntamiento, la plaza central de la
ciudad antigua, donde ya se encontraba un mercado libre en actividad con
estantes llenos de frutas y artesanías,
entre otras ofertas. Paseamos por las cuatro equinas de esa plaza, visitando la
farmacia más vieja de Europa, subimos
por la calle Pikk hasta la hermosa catedral de Aleksander Nevski y bajamos
hacia la Catedral de Santa María, en la plazita Kiriku. De allí caminamos sin rumbo fijo por las callecitas que
recuerdan a los pueblos andinos. En un café medioeval almorzamos unas ensaladas
y una copa de vino.
Catedral Aleksander Nevsky
La ciudad antigua está pintada
de blanco y rojo, muy pulcra, de contrastes maravillosos que le dan a la ciudad
un aspecto festivo muy especial. Rodeando la ciudad antigua está la moderna
ciudad, con bellos parques y edificios modernos y algunas casas de madera, vestigios
de una época ya ida para siempre.
Restaurant donde almorzamos
A las tres
de la tarde caminamos de regreso al barco. Al zarpar de Tallin me pareció que
esta era una ciudad donde me hubiera gustado vivir. Tiene una excelente
universidad, donde da clases parte del año una brillante venezolana, Carlota Pérez,
residenciada en Londres y quien no se encontraba en la ciudad para el momento
de nuestra visita. Me hubiera gustado saludarla, porque Carlota es una de las economistas más
billantes de nuestra época, ganadora de la Medalla Kondratieff por su trabajo
pionero en Innovación Tecnológica y su impacto en la economía global. Aun
estudiante universitaria, Carlota publicó un texto sobre la Faja del Orinoco
que me llamó mucho la atención y que tuve la oportunidad de comentar.
En la calle Pikk.
Continuará…..San Petersburgo
Indudablemente son sitios bellos de mucha historia!
ResponderEliminarEl asfalto es muy caro, y las calles empedradas abundan!
Sin duda que lo relata como si uno estuviera allí.
ResponderEliminarGracias por compartirlo!!!.
Para el comentario de Thomson...
En España se mantienen las calles "adoquinadas", es ley, porque tratan de preservar todo lo histórico posible.
Gustavo llegar a 81 asi ya es un premio, merecido tu viaje. Pareces un chaval de 50. Un abrazo.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminarBueno, el último comentario indica el uso de eso que el mismo comentarista señala: ¡droga hasta las pestañas! Jajaja. Las vainas que uno tiene que leer...
ResponderEliminar