REFLEXION DOMINICAL
En dos meses cumpliré 11 años de
haber salido de Venezuela, en un auto-exilio facilitado por la presencia de mis
hijos y nietos en USA. Tengo queridos familiares y amigos en Venezuela, con quienes
mantengo contacto frecuente, pero estoy
fisicamente rodeado de mi familia directa, aquí en Virginia, donde vivo. No
tengo bien alguno ni intereses personales que me lleven de nuevo a Venezuela.
Si al inicio pensé que podría regresar ya sé que no ello no será así.
La razón no es tanto física como
espiritual. Aunque es cierto que a los 81 años no es fácil llevar a cabo otra
mudanza, la razón del no-regreso tiene
más que ver con un estado de ánimo. El
país que yo llamo Venezuela ya no se parece en mucho a lo que existe hoy. Algo ha
tomado su lugar, extraño para mí. Sé que el Avila aun está allí, que el
pueblito de Las Piedras, en los Andes, donde
tuve un terrenito alguna vez y donde planificaba terminar mis días, aun existe,
pero el terrenito fué invadido hace tiempo y esos planes fueron archivados de manera
permanente. Por la información que tengo sobre la Venezuela de hoy, pisar de
nuevo su suelo representaría un trauma espiritual difícil de gerenciar. Ya en
2003, cuando salí, lo hice porque el medio físico y social que me rodeaba se
había hecho intolerable para mí. De la puerta de mi casa hacia afuera todo lo
que veía colidía con mi visión de Venezuela. Deseaba verla limpia y la veía
sucia. Deseaba verla educada y la veía embrutecida. Quería sentirme seguro
entre gente cordial y me sentía en contínuo riesgo, entre gente llena de resentimiento
y temor. En mi vecindario era quizás el único que aún no había sido asaltado
por los hampones, quienes se movían por la zona con entera libertad. Mi apellido, Coronel, me salvó, supongo,
porque los hampones pensaron que yo, o estaba fuertemente armado, como
corrrespondería a un militar de alta graduación o, si era militar del régimen,
era uno de ellos y debían ser solidarios con un aliado.
Hace algunas décadas, cuando el divorcio
aún ameritaba una razón, se hablaba de” ïncompatibilidad de caracteres”, la
forma legal de decir: No podemos seguir viviendo juntos. Algo de eso me sucedió a mí con la mujer llamada
Venezuela, a quien tanto había amado. Dejó de bañarse y comenzó a olerme mál.
Adoptó un lenguaje ofensivo y vulgar., más propio de un camionero que de una
dama. Se vistió de harapos que exhibía
con orgullo. Comenzó a andar con las
mellizas Libia e Irán, se dejó dominar por una prostituta llamada Cuba y se
rodeó de amiguitos quienes la comenzaron a
exprimir por interés. Usó mucho del dinero de la educación de los hijos para regalarlo
a parásitos como Néstor, Evo, Daniél y Rafaél.
Once años después, aquella
Venezuela de la cual me ausenté porque
pensé que había llegado al foso, está en mucho peor situación. En 2003
Venezuela era aún un país donde la muerte era una tragedia, pero hoy existe una
verdadera fiesta de la muerte, con morgues rebosantes de cuerpos tratados de
manera indigna, asesinatos que ya nadie se preocupa en investigar, violencia
generada por las mismas autoridades que debieran combatirla, toda una fiesta
macabra presidida por un narco-régimen, el cual ha propiciado la existencia y
operación de bandas armadas que asesinan y secuestran para obtener ingresos
rápidos. El país creado por el régimen se olvidó de trabajar y los seguidores del régimen se dedican, los
más a la limosna, los de más iniciativa al pillaje. Y
ello trasciende las clases desposeídas para incluír a buena parte de las
élites. Los banqueros, contratistas y empresarios quienes hoy participan del saqueo
nacional llevan apellidos que antes se asociaban con actividades más ortodoxas.
Miembros de esas familias han sufrido
violentas mutaciones, de ciudadanos a hampones.
Por todo esto y mucho más que ya
conocemos encuentro preciso olvidar toda pretensión de re-encuentro con mi
país. En sentido estricto mi verdadera Venezuela ya no es la de 912.050
kilómetros cuadrados que se ha convertido en una fiesta de la muerte , sino la
Venezuela de tamaño infinito que llevo en mi mente y en mi corazón. En esa
Venezuela todo funciona como debería funcionar y la sonrisa campea en las caras
de mis compatriotas.
Cuando una torva realidad ha
destruído lo que amamos es preciso que muchos conservemos en nuestras mentes el
modelo de lo que fué. No olvidar lo que fuímos nos da la posibilidad de volver a serlo,
evitando esta vez los errores cometidos.
Yo, que no tengo familia en el exterior, sufro todos los días eso que Ud. señala. Añado un nuevo tema, la falta ya cotidiana de agua.
ResponderEliminarUn poquito más joven que Ud. cuando dejó Venezuela para siempre pero lo suficientemente añoso para entender lo difícil que es empezar de nuevo, me es difícil, por varios motivos emprender le aventura.
La sitación, no obstante, es tan desesperada, que ya estoy empezando a prepararme, pues cada día esto se pone peor.
Me identifico plenamente con usted.Estoy tratando de no vivir en el pasado para no entrar ven depression profunda. Quisiera poderexpresarme como Ud. Eche p'alante
ResponderEliminarLeo esto, mas los comentarios, y es que me da de todo.
ResponderEliminarRecuerdo cuando fui con mi esposo (extranjero) a Venezuela, y conduciendo por la autopista del Este por la altura de Bello Monte, el vio que un grupo con franelas y gorras rojas barrian un tramo y con palas echaban lo recogido al Guaire, casi le da un ataque ver que no usaban bolsas negras para recoger la basura... que desidia, cuan barrio-bajeros se puede llegar a ser, que incompetentes, cuan corruptos son que ni bolsas de basura para labores cotidianas, quien querra vivir asi como los aniumales???... da ganas hasta de llorar.
Mis sentimientos exactamente. Es triste pensar que la Venezuela de hace 20 años ya no existe, aún con su fallas y defectos, pero con sus virtudes y anhelos de prosperidad. Hoy lo que hay no se puede llamar un país y menos una nación. Es un espacio controlado y manipulado por una turba de corruptos y traidores que lo que menos les importa es el futuro del pueblo venezolano.
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