En la novela de
Jorge Zalamea, “ El Gran Burundúm-Burundá ha muerto” se narra como el dictador
llegó al poder mediante su fuerza expresiva. Pero, una vez en el poder, la
pierde, ver: http://www.cialc.unam.mx/cuadamer/textos/ca140-221.pdf
. “El dictador de El Gran Burundúm-Burundá alcanza el poder por la fuerza de
una peculiar expresión lingüística y de pronto pierde la natural fluidez de su
elocuencia”. El dictador se convierte en tartamudo. Debido a este impedimento “llega a dar la
orden de un silencio total mediante la supresión de la palabra, así elimina la
diferencia que le hace sentir inferior y establece un control más fuerte sobre
las masas de su país”.
Esta orden de silencio
total que da el dictador se parece a la dictada por el rey desnudo, a quien la gente no debía ver. Una variante de esta naturaleza absurda puede
verse en “Yo el Supremo”, de Roa Bastos,
obra en la cual el nombre del dictador nunca es mencionado, solo es “el supremo”,
algo parecido a lo del “comandante eterno inter-galáctico”.
En su libro “Los
dictadores y la dictadura en la novela hispanoamericana 1851-1978”, Adriana Sandoval
habla sobre la obra de Ramón del Valle Inclán, “El Tirano Banderas”, la cual “explota la calidad absurda, ridícula, esperpéntica de
los dictadores [latinoamericanos] tratados con un cierto grado de ironía y
sátira”. Este esperpentismo del dictador
latinoamericano es también mencionado por Vargas Llosa y García Márquez en sus
respectivas novelas sobre el chivo y el patriarca.
En “El Señor
Presidente”, de Miguel Ángel Asturias, es el miedo el que apuntala el poder
dictatorial. Pero en otras novelas, como “El Otoño del Patriarca”, de García
Márquez, el que se siente solo y tiene miedo hasta de su propia sombra es el
dictador. Solo y desconfiado, como se sentía el fallecido sátrapa Hugo Chávez,
quizás con razón, porque parece ser que
lo asesinaron los cubanos.
Falta por
escribirse una novela sobre la dictadura de Nicolás Maduro, la cual probablemente se
titularía: “El Payaso Asesino”. En Maduro la cursilería y la estupidez alcanzan
niveles nunca antes vistos en la política latinoamericana. Ni siquiera Chapita
Trujillo, al concederle a Ramfis el
grado de Coronel del ejército a los 9 años, alcanzó un grado tal de
esperpentismo como el que ha alcanzado Maduro, con sus discursos sobre los
panes y penes, los libros y libras, la frontera entre Venezuela y Portugal, los
telescopios que se usan para oír el corazón y sus mal hilvanadas descripciones
de los “golpes de estado” a los cuales ha sido sometido. En muchos sentidos
Maduro es el Burundá del Burundúm de
Chávez, es decir, el tartamudo que trata de compensar sus limitaciones
con el ejercicio de una demencial crueldad y abuso de poder.
Maduro siempre está desempeñando un papel y lo
hace mal, como personaje de una tele- novela de Román Chalbaud. Su aspecto
grotesco, enfundado siempre en una busaca tricolor, acompañado en sus viajes
por una tristona imagen femenina que
recuerda más a Nina Kujarchuck de Jruschov que a Jacqueline Bouvier de Kennedy,
es el de alguien tratando de parecer respetable y digno, sin lograr más que lucir
grotesco. Como intuye esta situación, trata de ser enérgico y apenas logra ser un payaso cruel, un bufón
asesino.
Lo que será tema de
intenso estudio por los historiadores del futuro es como un país con tradición
democrática y con fama de bravo pueblo pudo tolerar ser humillado, abofeteado,
escupido y evacuado por un payaso asesino como Nicolás Maduro. La razón habrá
que buscarla en el apoyo incondicional que recibió de un ejército indigno y
traidor, más ocupado en contrabandear gasolina y traficar en drogas que en
cumplir con su misión de defender la democracia y la constitución. Ello explica
pero no justifica la resignación de una
gran porción del país, arrodillado frente al payaso asesino.
Otra explicación
está dada por el soporte recibido por políticos latinoamericanos invertebrados,
como Insulza, Samper y Mujica, así como de parásitos de la riqueza petrolera
venezolana a lo Castro, Kirchner,
Morales y Ortega. Insulza es un caso muy especial. En Lima, Perú, el 13 de febrero de 2007, dijo a los medios de comunicación: "Fidel
Castro es un líder carismático que ha marcado medio siglo de la vida
hemisférica... y esa personalidad ha terminado por imponer como legítimo dentro
del hemisferio o dentro de América Latina un régimen como el que hoy día tiene
Cuba". Es decir, para este personaje es suficiente que un dictador
se mantenga en el poder a punta de asesinatos, prisiones y persecuciones para
adquirir legitimidad. Uno se pregunta cómo puede alguien así estar a cargo de
una organización hemisférica encargada de mantener la democracia en la región.
Samper no tiene mejores credenciales y sus melosas y rastreras actuaciones desde
UNASUR sobre Venezuela así lo evidencian.
Los dictadores latinoamericanos han sido una rara combinación de crueldad con cursilería y ridiculez.
http://faustasblog.com/2015/03/please-complete-a-survey-on-political-blogs/
ResponderEliminarMe encantó esta crónica de novelística latinoamericana. Sacaría, porque fue amiguito del destructor de Venezuela, fidel castro, a garcia marquez.
ResponderEliminarhttp://anagrammatt2.blogspot.ca/2015/03/half-way-12-to-quantum-computing-but.html#.VPf_SC5yXZM
ResponderEliminarLe he citado en más de una ocasión el libro Payasos y monstruos, de Sánchez Piñol.
ResponderEliminarLo más parecido a un dictador africano es un dictador latinoamericano.