O, por lo menos, allí vivía en
2003, cuando me encontré con él. Era día de Corpus Cristi e iba yo camino a Las
Piedras, en el estado Mérida, un pueblo donde había comprado un terrenito de
800 metros para hacer una casa y pasar allí mis últimos años (la cosa no funcionó).
Salí de Valencia en la mañana, rumbo a Las Piedras, pero al comenzar a subir
hacia los Andes comenzó a llover y entró una espesa neblina. Entre la neblina y
la lluvia tomé un camino equivocado, más estrecho, semi-invadido por una
verdísima vegetación de helechos. Un niño al borde de la carretera ofrecía un
dálmata en venta. Partes del estrecho camino se habían desplomado con el
invierno y el precipicio a la derecha era aterrorizante. Con gran tensión seguí
adelante por unos pocos kilómetros y, de repente, me encontré con una aldea que
no conocía. Tendría unas 15 casas, una capilla y una pequeña plaza en la cual,
inevitablemente, habían colocado un busto del Libertador. A pesar de que era
mediodía parecía casi de noche, debido a la neblina.
Le da la vuelta a la placita y me
estacioné frente a una bodega, frente a la cual había una mesa y un par de
sillas. Algunos racimos de cambur, una bolsa de aguacates y un pedazo de carne
en un gancho constituían la oferta principal del negocio. Adentro, hacia atrás,
un par de mujeres hacía arepas en un budare, llenando todo el local de un sabroso
olor a maíz.
Me senté en una de las illas y le
pregunté al señor de la bodega sí tendría algún “calentito”. Asintió y me trajo
una taza de aguardiente con canela y algún otro sabor que no logré identificar.
Me lo tomé a sorbos, sintiendo una creciente sensación de bienestar. Pedí otro,
y al cabo de un corto tiempo, entré en una especie de estado de somnolencia, intermedio entre el sueño y la conciencia. Oí
tocar la campana de la capilla y vi
llegar a un joven en una silla de ruedas. Se dirigía a la capilla. Vestía una
camisa azul desvaído y unos pantalones a media rodilla que habían visto mejores
días. Cuando llegaba a la capilla se encontró con la pequeña procesión que de
allí salía, un niño con el incensario, seguido de tres policías y un sacerdote.
No recuerdo como uno de los policías empujó al joven de la silla para sacarlo
de la ruta y ello hizo volcar la silla y lanzar a su ocupante al suelo,
golpeándose la cabeza al caer.
Instintivamente, me paré y acudí en su
auxilio. Estaba de espaldas, con la cara al cielo y sangraba ligeramente de una
rotura en la cabeza. Parecía estar llorando y su largo cabello, mojado, y la
intensidad de su mirada, me hizo recordar un crucifijo de marfil parcialmente
roto que he conservado en mi sitio de trabajo por muchos años. Con la ayuda del
bodeguero lo ayudamos a sentarse, de nuevo, en su silla.
Nunca pronunció palabra. Solo nos veía intensamente. Una señora vino presurosa
y se lo llevó.
Regresé a mi silla y a mi “calentadito”
y le pregunté al bodeguero quien era ese joven. “Vive arriba”, me dijo el
bodeguero, indicando un cerro cercano. “Nunca habla mucho. Misterioso… vive
rodeado de animales y lo cuida su mamá… Siempre baja al aldea en Corpus Cristi”.
Le pregunté, sonriendo: “Supongo
que la madre se llama María?”.
“Pues sí”, me contestó el
bodeguero. “Así se llama. Ella talla la madera… esto lo hizo ella”. Y me enseñó
un crucifijo tosco pero poseedor de una extraña gracia que tenía en el
mostrador.
Terminé de tomar mi “calentadito”,
sintiendo una profunda paz interior. Había cesado la lluvia y, al devolver mis
pasos, pronto encontré la carretera y seguí mi camino hacia Las Piedras.
En Santo Domingo comenté con los
empleados del hotel mi encuentro y les
hablé de la aldea. Ninguno pareció saber de lo que estaba hablando. Uno de
ellos me dijo: “Por esa zona que usted menciona hay solo una aldea, pero no tiene capilla. Y
mire que me conozco todo esto”.
No respondí pero sé lo que vi,
nada de alucinaciones provocadas por el “calentadito”. Estoy convencido de que
ese día me encontré, cara a cara, con el cuerpo de Cristo. Sé que lo ayudé a
levantarse y nunca podré olvidar su mirada. Es la misma que veo todos los días
frente a mi pequeño escritorio.
Uno de sus mejores relatos Sr.Coronel.
ResponderEliminarUn cordial saludo
YUra
Un oasis de lectura
ResponderEliminarMuchas gracias
Luis
Gustavo: Lei tu relato en momentos dificiles y al hacerlo me senti como tu que habia entrado en un oasis de paz y tranquilidad.Gracias. Alfredo
ResponderEliminarHe leído su blog Sr Gustavo desde hace años, con sus pausas, y cada vez que vuelvo reviso los muchos post que me he perdido. Este de hoy, realmente, muy agradable. Un cordial saludo!
ResponderEliminarJesús Saavedra
Querido Alfredo:
ResponderEliminarEspero sinceramente que los momentos difíciles sean superados. Que la paz y la tranquilidad nunca te abandonen,
Gustavo
Dr Coronel, siempre hay alguien que me reenvia sus acertados escritos, pero éste merece una mención especial, me hizo ver a Cristo también. Gracias
ResponderEliminarUte Hempel
Ex-Maraven
Buena anécdota!. La disfrute!!. Me hubiese gustado mucho haberte acompañado en una de esas tantas vueltas tuyas!. Abrazos.
ResponderEliminarMis Respetos y Admiración para UD.así como ve con mayúscula.
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