Cuando tuve que salir de la industria petrolera venezolana, en 1981, donde
había pasado 27 años de mi vida, creí haber perdido un miembro de la familia.
Esa es la magnitud emocional de la
separación de una persona con su trabajo de muchos años. Afortunadamente, había
recibido una invitación de Harvard para ser un “Fellow” en el Centro de
Estudios Internacionales y ello me permitió llegar a Cambridge, Massachusetts,
para comenzar una estadía de dos años que habrían de ser de los más felices
y fructíferos de mi vida. Los detalles de esta estadía están en un volumen de
memorias que pronto espero terminar. Ahora, solo deseo contar una pequeña
anécdota sucedida en Cambridge, el pueblo donde Harvard está situado.
Benjamín Brown, el Director del
Centro de Estudios Internacionales nos invitó a cenar. Nos dijo que asistirían
tres o cuatro otras parejas a la cena. Nosotros vivíamos en un pequeño
apartamento cercano a la universidad y al “townhouse” de Brown, a unas siete u
ocho cuadras.
En la tarde comenzó a nevar, como
nieva en Boston. Para el momento en el cual debimos salir hacia la casa de Brown,
la nieve y el hielo estaban a la altura de la media pierna. Marianela y yo caminamos
estoicamente las ocho cuadras, por el medio de la calle, el único sector de la
vía más o menos caminable. Después de uno que otro traspiés, llegamos a la casa
de Ben Brown. Llegaron los otros invitados menos una pareja. Después de una
espera más o menos larga, Benjamín nos dijo, con voz grave: “Tendremos que
cenar sin Julia. Parece que se torció un tobillo al tratar de salir de la casa”.
“Quien es Julia?”, pregunté.
“Nuestra vecina, Julia Childs”, respondió Brown. “Me había dicho que vendrían
a cenar con nosotros y se ofreció para hacer el postre”.
La cena prosiguió sin Julia. Fue excelente,
maravillosa, los vinos exquisitos, el coñac vigorizante. Pero faltó el
postre. Peor aún, faltó Julia Childs.
Confieso que, al correr de los años, esta velada en casa de Ben Brown se ha
ido transformando en mi mente de manera insidiosa, progresiva, hasta, casi,
llegar a creer que Julia Childs había estado esa noche en nuestra cena y que
nos había preparado el postre. Inclusive, tengo el vago recuerdo de que fue un
“Key Lime Pie”, mi favorito.
Después de tantos años no estoy ya seguro de que ella no estuvo allí con
nosotros. Quizá por el deseo de que ello hubiese sido así mi mente me ha
comenzado a jugar tretas. La he
incorporado a la velada, estoy casi
seguro de seguro de que la vi, la conocí, recuerdo perfectamente su voz,
disfrutamos junto un Cortón Charlomagne de la casa de Jules Regnier y aun
paladeo el extraordinario postre que nos preparó esa noche.
Estuvo o no estuvo Julia en nuestra cena? No estaría dispuesto a jurarlo
pero creo que sí. Casi todos los componentes de la realidad están en su debido
lugar. Sí, así fue. Llegó un poco tarde y el esposo exclamó al entrar: “Que
tiempo tan terrible. Julia casi se torció un tobillo al salir de casa. Pero
aquí estamos, Ben”.
el Key Lime Pie es tambien mi favorito....
ResponderEliminarLLevatelo Willie
Muy linda historia don Gustavo pero flan con dulce de leche uruguayo es el mejor postre.
ResponderEliminarCoronel cuando publica su libro? Ese seria su ascenso a General!
ResponderEliminarEstimado ing. Coronel: haber conocido a Julia Childs, es ya de por sí un hecho afortunado. Con el postre o sin el.
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