Dice
el profesor de Harvard Stanley Hoffman, parafraseando a Paul Valery, que las
masas que prefieren la silenciosa
resignación a la acción garantizan la
supervivencia de la especie pero que el destino de la especie lo determina
quienes actúan. Una buena ilustración de esto es el drama vivido por
Francia durante la ocupación nazi, en la segunda guerra mundial. Muchos franceses
se plegaron a esta ocupación, se acostaron con el enemigo. Los restaurantes
como Tour Argent y Maxim’s permanecieron llenos de oficiales alemanes
acompañados de bellas niñas francesas. El gobierno colaboracionista de Vichy
promulgó el Servicio de Trabajo Obligatorio, el cual obligaba a cada francés
entre los 18 y 22 años a cumplir dos años de trabajo en la Alemania nazi. Esa
decisión llevó a miles de jóvenes franceses a irse a los montes, a los “Maquis”,
e ingresar a la resistencia.
La
resistencia nace en un país invadido por fuerzas extranjeras. Quienes se unen a
ella o se van del país invadido para seguir la lucha son frecuentemente
tildados de anti-patriotas, “apátridas”. Ello es así porque el gobierno
colaboracionista con el invasor es el que domina los medios que forman opinión.
Ello hizo posible que, en 1940, fuera común escuchar que quien se quedara en
Francia era un hombre de honor y quien se ausentara era un traidor. A De Gaulle
lo caracterizaron como un cachorro del imperio británico y un instrumento en
manos de los judíos, como un vulgar desertor (Dennis Peschanski, “Collaboration
and Resistance”, New York, 200), página 173).
En algunos
sentidos, el drama de Francia se reproduce en la Venezuela del siglo XXI, país
invadido por la satrapía cubana, la cual ha podido manejar el rumbo de nuestro
país a través de la seducción de líderes colaboracionistas como Hugo Chávez y
Nicolás Maduro, ambos producto de un lavado de cerebro efectivo aplicado en la
isla, en diferentes etapas y circunstancias. Chávez y Maduro representan el equivalente
aproximado de Pierre Laval y de Phillipe Pétain. Fueron y son colaboracionistas
de regímenes totalitarios, el Nazi y el
Castrista.
Si
los dos casos son similares (no idénticos, por supuesto), como en efecto creo
que lo son, cualquier acto de acercamiento con el régimen chavista debe ser
catalogado como un acto de colaboracionismo. De manera similar, cualquier acto
de desobediencia civil al régimen puede
definirse como un acto de resistencia. Al no estar en una situación de guerra,
la resistencia venezolana debe ser pacífica pero no por ello menos vigorosa. La
diáspora venezolana, en muchos sentidos, es un acto de resistencia y se hermana
con quienes resisten dentro del país. En la Francia de los años cuarenta los
miembros de la resistencia salían y entraban del país para llevar a cabo sus
actividades. De igual forma, en la Venezuela de hoy, los exiliados venezolanos
se mantienen activos en las labores de resistencia fuera del país.
Pero
así como en la Francia de Laval abundaron los colaboracionistas, en la Venezuela de hoy existen grupos, organismos y personas que hacen
posible la permanencia del régimen en el poder. En Francia los
colaboracionistas estaban tratando de salvar sus pellejos. En la Venezuela de
hoy los colaboracionistas están tratando de salvar, unos, riquezas bien habidas
o de aumentar, otros, riquezas mal habidas. Como en Francia, en Venezuela hay que distinguir
entre los chavistas (los nazis) y los
colaboracionistas, quienes no son nazis pero si son seres parasíticos, buscando
una simbiosis con el huésped para la satisfacción de sus necesidades, comodidad
y prosperidad a cambio de su apoyo velado o explícito. Los casos de William
Ojeda, Ricardo Sánchez, Didalco Bolívar, Hermán Escarrá, Oscar Schemel, los
bolichicos, Wilmer Ruperti, el Alto Mando Militar o miembros del cuerpo de
embajadores del régimen son bastante emblemáticos. La mayoría de ellos no
comparten la ideología absurda del régimen, pero saben cómo utilizar sus habilidades
para prosperar materialmente, cerrando los ojos ante los abusos y las
transgresiones éticas del régimen. Como ellos, son miles los compatriotas que
han prosperado bajo las alas de un régimen que viola todos los principios que
recibieron en la escuela.
La
tarea de quien no es colaboracionista es rechazar abiertamente, no en silencio,
al colaboracionismo. Quien lo hace en silencio, de las puertas de su hogar para
adentro, podrá ser un buen ciudadano pero no es un buen ciudadano activo. En la
Venezuela de hoy no solo es necesario no hacer nada malo sino que es necesario
actuar en contra del crimen. Como dice Hoffman, el destino de una sociedad está
en manos de quienes actúan y deciden, no de quienes se resignan en silencio.
Quienes
se sientan alrededor de una mesa con un régimen que ha violado y viola la
constitución, las leyes y la vida misma de los venezolanos solo pueden ser
definidos como colaboracionistas. No hay ninguna razón ética o estratégica para
tratar de dialogar con un régimen abusivo y, además, agonizante. No solo es que
es inmoral hacerlo sino torpe desde el punto de vista estratégico, ya que el
régimen está más allá de la rectificación porque, sencillamente, eso no está en
su naturaleza. Cuando el vicepresidente de FEDECAMARAS dice, por ejemplo, que
el diálogo al cual ellos están dispuestos debe estar desprovisto de ideología, le
está pidiendo al régimen lo que el régimen no puede dar, so pena de “auto
suicidarse”. Le está pidiendo que renuncie a su naturaleza. Por eso, sentarse a
la mesa con el régimen conducirá inevitablemente al fracaso, a la pérdida de
tiempo o, en el peor de los casos, a concesiones indebidas al régimen, como lo
sugiere el término “reconocimiento mutuo” utilizado por el presidente del
organismo.
La
historia de Vichy se repite, tropicalizada, en Miraflores. Hay diferencias, por
supuesto. Pétain fue un héroe de la primera guerra mundial, el golpista Chávez fue un cobarde. Laval era un abogado, Maduro se hizo pasar por uno en la Junta Directiva de PDVSA. En
lo esencial, han representado lo mismo: la derrota de la dignidad frente a la
sumisión.
Hay venezolanos que olvidan que Betancourt fue el único que le dio mortadela a Castro en sus intentos por venir a joder. Eso Castro jamás lo olvidó, no dejemos de recordar que si hay gente traicionera y miserable son precisamente los cubanos (todos sin excepción). De modo que ahora Venezuela paga el precio de resistir a Castro. De eso fueron participes Petkoff (teodoro y luben), Maneiro, Rodriguez Ataque, Otero Silva y claro, Rafael Caldera y el inepto enamorado de CAP.
ResponderEliminarQué más querían? De anteojos estaba que Chávez era el hombre de Fidel, hasta lo dijo clarito en la Universidad de La Habana en 1997.
Así que nadie diga que fue sorprendido, esta vaina se veía venir hace al menos 20 años.
El que pudo largarse hizo bien, el que se quedó pues a tratar de ver qué hace. Lo que viene es peor que the walking edad porque al menos los protagonistas de esa serie conseguían comida para subsistir.
Yo, lo lamento.
The walking dead es una serie en la que un grupo de humanos trata de sobrevivir en un mundo plagado de zombies. La comparación no es mía. Hay un ensayo de un estudiante de una universidad norteamericana que compara the walking dead con lo que pasa en Venezuela.
EliminarQue pena que Chavez no se fuera al infierno hace 20 años. Es que hay ratas que se tendrian que morir antes de contaminarlo todo.
ResponderEliminarMe parece que debe ser mas frontal y duro en sus criticas a los Colaboracionistas de la MUD, PJ, CHapriles, etc.....estoy llegando al punto de sentir mas repulsion por ellos que por los propios Chavistas...
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