Me informan que ayer falleció en Caracas Gonzalo Gamero, geólogo
venezolano, de quien fui estrecho amigo durante muchos años. Gonzalo trabajó
durante casi toda su carrera con la empresa Shell/Maraven, como parte de un
grupo de destacados profesionales jóvenes. Aunque mayor que la mayoría de ellos,
tuve el honor de trabajar en su compañía por mucho tiempo y llegué a tener una bella
amistad con todo el grupo: Tito Boesi,
Ovidio Suárez, Vladimir Gamboa, Aura Neuman, José Matos, Miguel Fraino, José Méndez,
Gustavo Feo Codecido, Luis Rodríguez Salazar, Héctor Ross, Pablito Stredel y
otros quienes se me escapan de la memoria. Gonzalo se casó con una notable profesional
de la paleontología, María Lourdes Díaz de Gamero. Juntos formaron un bello
matrimonio y juntos tuvieron años de lucha en contra de la cruel aflicción de
Gonzalo. Gonzalo fue un atleta, un maratonista, lo cual hizo doblemente
dolorosa su enfermedad.
Gonzalo era especial. Vestía de manera impecable, por lo cual era conocido
cariñosamente por nosotros como el Pavo.
Su don de gentes y contagioso optimismo permitieron que se llenase de amigos,
no solo en nuestro círculo geológico sino en toda la compañía. Era geólogo, sí,
pero con cualidades aún más especiales para las relaciones humanas que para el
estudio de rocas y fósiles en un laboratorio.
Mis andanzas con el Pavo Gamero incluyeron una aventura en el Llano, cuyos
detalles, narrados por mí, hicieron las
delicias de Gonzalo por mucho tiempo. Se trató de una invitación que nos
hiciera Gonzalo para un Hato propiedad de un amigo, situado en una parte del Llano
de cuyo nombre no quiero acordarme. Yo me fui con toda la familia, Marianela –
mi esposa- y los tres hijos pequeños. Durante la tarde todo anduvo bien,
excepto por la caída del caballo de una de mis hijas con sus correspondientes
chichones. Cenamos y cada quien se dispuso a dormir. Armamos nuestras hamacas y
nos acostamos. Como a medianoche sentí un chorro que me inundaba la hamaca,
acompañado de un olor espantoso. Se trataba de un mapurite, quien me había
seleccionado para hacer su gracia. Condené mi hamaca y me tendí en un rincón
del gran caney donde estábamos todos. Una hora después, ya roncando, fuimos
despertados por una algarabía de unos jóvenes echando tiros al aire, persiguiendo
a alguna que otra damisela de incierta reputación (o muy cierta). Se trataba del
hijo del dueño del hato y de sus amigos, en plena farra.
Eso fue suficiente para mí. Recogí hamacas, hijos y esposa, me monté en el auto y salí disparado hacia Caracas, a esa hora, bajo una torrencial lluvia. Al llegar a la carretera asfaltada, como no, crucé hacia el Sur, no hacia el Norte por lo cual, mientras más rápido iba, más me alejaba de Caracas. Finalmente me di cuenta de mi error (los geólogos también se pierden) y viré hacia Caracas, donde finalmente llegamos ya a media mañana, destrozados físicamente.
Eso fue suficiente para mí. Recogí hamacas, hijos y esposa, me monté en el auto y salí disparado hacia Caracas, a esa hora, bajo una torrencial lluvia. Al llegar a la carretera asfaltada, como no, crucé hacia el Sur, no hacia el Norte por lo cual, mientras más rápido iba, más me alejaba de Caracas. Finalmente me di cuenta de mi error (los geólogos también se pierden) y viré hacia Caracas, donde finalmente llegamos ya a media mañana, destrozados físicamente.
Gonzalo durmió toda la noche y solo se dio cuenta en la mañana de nuestra fuga.
Nunca pudo dejar de reírse del asunto del mapurite y siempre me pidió que lo
escribiese, como cuento. Nunca tuve oportunidad de hacerlo.
En otra ocasión, Gonzalo y yo estábamos conversando en mi oficina, después
del horario de trabajo. Mientras hablábamos yo jugaba con una engrapadora
cuando… zúas… me engrapé el dedo gordo de la mano izquierda. Algo tan ridículo
como doloroso. Gonzalo de inmediato me montó en su auto y nos dimos a la
búsqueda de una clínica. La que encontramos, en la Avenida Principal de Las
Mercedes, fue la Clínica de Emergencias del Niño. Me senté en la recepción
junto a dos casos de tosferina, tres diarreicos, un dolor de oídos y… yo, con
el dedo gordo más gordo. Por supuesto, todos los angustiados padres de los niños
nos veían a Gonzalo y a mí con cierta extrañeza.
En fin, el médico finalmente me atendió y me quitó la grapa, no sin sonreír
muy levemente y de aconsejarme que no jugara con las engrapadoras, consejo que
he seguido fielmente. Gonzalo mantuvo un total silencio sobre este hecho,
afortunadamente para mi prestigio en la oficina.
Nuestro querido Gonzalo Gamero ha fallecido. Que el señor de los geólogos
lo tenga en su seno y le dé la tranquilidad que le quitó la dura enfermedad. Para
María Lourdes, nuestra colega, abnegada esposa y sus hijos, va mi abrazo de solidaridad y de
tristeza compartida.
No lo olvidaremos nunca.
Gracias amigo Gustavo por brindarnos estas anécdotas tan representativas de la forma de ser de mi hermano. Con gusto te enviaré un cuento que le escribí en el 2008. Se titula Los zapatos de mi hermano.
ResponderEliminarUn abrazo
Heberto Gamero
Apreciado Heberto:
ResponderEliminarTuve ocasión de leer tu hermoso cuento, el cual recuerdo fue premiado. Es de una gran belleza y representa un homenaje a quien fue un verdadero amante de la vida sana. Te acompaño en tu pérdida,
Gustavo
Que descanse en paz. Comencé en Maraven en 1980. Como olvidar a un personaje como él.
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