Desde 1999 existe en Venezuela un régimen dictatorial que ha arruinado al país, humillado a los venezolanos, expropiado empresas, impuesto controles absurdos a la vida ciudadana y encarcelado y perseguido a opositores, obligando a más de un millón de venezolanos a emigrar en busca de libertad y trabajo.
En los primeros años de ese nuevo régimen casi no existió oposición y si
mucha colaboración. Hasta los líderes políticos más institucionalistas, sobre
todo los de corte izquierdista, aceptaron el nuevo régimen porque lo veían como
una radical ruptura con un pasado en el cual la democracia bipartidista había
ido mediocrizándose. Al cabo de poco tiempo, sin embargo, esos mismos entusiastas
admiradores y colaboradores que le permitieron a Chávez consolidarse en el
poder comenzaron a advertir que lo que se le venía encima a Venezuela era una atroz
dictadura, un intento de convertir a Venezuela en una nueva Cuba, país sometido
por décadas al bestial régimen de los hermanos
Castro. Sin embargo, la fuerza de la ideología era y es tal que, aún hoy en día,
líderes de nuestra oposición se resisten a catalogar al régimen venezolano como
una dictadura, oxigenándolo y reblandeciendo el espíritu de resistencia de los
venezolanos.
Cuando finalmente estos líderes políticos democráticos se dieron cuenta de
la verdadera naturaleza del régimen su oposición fue ambigua porque entró en
escena un factor que siempre ha estado latente en la política venezolana: el mito
de la izquierda progresista combinado con el tradicional resentimiento del
sector político venezolano, desde la izquierda hasta la derecha, en contra de los Estados Unidos. Esta
combinación de mito político y complejo de inferioridad de nuestro liderazgo
político democrático hizo que el régimen dictatorial y arbitrario de Hugo Chávez
no encontrara la oposición decidida que ha debido encontrar durante sus años de
principal consolidación. El alza sostenida de los precios del petróleo ocurrida
entre 2004 y 2008 inundó de dinero al
país y creó un fértil caldo de cultivo a la corrupción más horrenda que ha
sufrido Venezuela en toda su historia. El dinero que comenzó a correr por las
calles venezolanas terminó de asfixiar todo intento digno y decente de oponerse
a la dictadura populista de Hugo Chávez. Se enterraron los ideales, los sueños de
verdadero progreso y los principios y el país se dedicó a la francachela populista,
con la euforia de las clases que ahora si se sentían en el poder porque
recibían limosnas y dádivas del gobierno paternalista. Asistimos a la creación
de una nueva fauna de corruptos, una obscena “melange” de los llamados
boliburgueses y bolichicos, gente de “buenas familias” chapoteando alborozados
en el pantano con los nuevos ricos “revolucionarios”.
Desde 1999 hasta 2012, cuando murió el sátrapa más dañino que ha conocido Venezuela
en toda su historia, las absurdas políticas industriales, educativas y de salud,
las acciones arbitrarias del régimen, el evidente empobrecimiento de la clase
media, los controles asfixiantes, la conducta cada vez más imperial del sátrapa
en Miraflores, todo ello dejó pocas dudas en los venezolanos de que Venezuela
iba camino del desastre. Comenzó a emerger en Venezuela una oposición más joven,
de gente no reblandecida por los mitos izquierdosos del pasado, que no parecía
dispuesta a coexistir pacíficamente con el régimen. La muerte de Chávez pareció coincidir con el
final del régimen fascistoide.
Sin embargo, no fue así. Ya para ese momento se había consolidado en
Venezuela un nuevo cuadro de poder político, con la Fuerza Armada como socio
principal de la dictadura inepta y comunistoide
del difunto. La Fuerza Armada venezolana se había constituido, silenciosamente,
en parte integral del régimen dictatorial. Había descubierto dos fuentes de riqueza adicionales a la petrolera que les
permitía acceso al dinero fácil: el narcotráfico y el contrabando de extracción.
Su nueva posición de poder los llevaba a ser tolerantes con las veleidades
comuinistoides de Chávez, sobre todo en lo referente a su estrecha relación con
las FARC. Venezuela se convirtió en santuario del terrorismo con la silente aceptación
de los militares venezolanos.
La muerte de Chávez y su remplazo por Nicolás Maduro representó, si no la
primera, la más evidente señal de una blanda postura de la oposición que parecía
preferir el camino de la estrategia pragmática a la defensa de los principios. El
proceso que llevó a Maduro al poder estuvo plagado de fraudes y abusos, desde
la designación de Maduro como candidato hasta su elección presidencial. Y, sin
embargo, ello fue aceptado en su momento por la oposición, invocándose el
respetable deseo de hacer las cosas en paz, de acuerdo a la constitución. Deseo
muy respetable si no fuera porque el otro bando había mandado esa constitución
al diablo múltiples veces y bajo las narices de la oposición. En ese momento,
creo, el deseo de paz a toda costa se acercó peligrosamente a la traición de
los principios, porque no siempre la paz a toda costa puede ser más deseable
que la defensa de la dignidad nacional. La imagen de Neville Chamberlain
bajando del avión, trayendo de regreso a Inglaterra, lo que él llamaba “la paz permanente
para Europa”, apareció con fuerza ante mis ojos.
Mientras este drama de actitudes equívocas se desarrollaba en Venezuela el
país se iba pudriendo de manera acelerada. El deterioro, la miseria, han
llegado al punto de que se habla sin mucha exageración de una crisis humanitaria
en el país. Las escenas que se ven en los videos y la prensa mundial sobre
Venezuela son aterradoras. Mientras tanto, la oposición continúa deshojando la
margarita sobre la mejor manera de salir de este oprobioso régimen. Las
diversas alternativas existentes han dado paso al referendo revocatorio, una medida
prevista en la constitución y totalmente encuadrada dentro de la ley, la cual presenta
el problema de tardar meses y de presentar un alto riesgo de demora causada por
las maniobras de un régimen que ya ha abandonado claramente, hace años, el
camino de la constitución y de las leyes. Otras alternativas más relancinas,
como la de exigir la prueba de nacionalidad a Maduro han sido desechadas porque
se piensa que el régimen las desvirtuará a punta de fraudes y maniobras. Sin
embargo, ese es exactamente el mismo riesgo que presenta el Referendo Revocatorio.
Más allá de las alternativas que
pudieran implantarse está el asunto de fondo de la estrategia y los principios.
Todas las estrategias consideradas por la oposición para acelerar el cambio de
régimen están enmarcadas dentro de principios constitucionales pero todas
corren el mismo riesgo de ser desvirtuadas por un régimen que depende del abuso
de poder. Tengo pocas dudas de que no
importa cuál sea la acción de la Asamblea nacional y del pueblo para acelerar la
salida del régimen ella será enfrentada con el fraude por un régimen que ya se
ha declarado abiertamente divorciado de la ley y que está integrado por ineptos,
ladrones y narcotraficantes. Por ello estoy convencido de que el país tiene que
ir a una movilización general, la cual también está enmarcada dentro de la
constitución, a fin de enfrentarse a un régimen que no va a ceder nunca en el
terreno de las leyes con las cuales ellos alegremente se limpian el trasero.
La movilización general en
contra del régimen es un asunto de principios y constitucional pero ha sido
objetada por ser “estratégicamente errada”, porque la fuerza bruta, léase
Néstor Reverol y Vladimir Padrino López, apoyan al régimen. Pero aún desde el
punto de vista estratégico esa premisa no es necesariamente correcta, porque
nunca será puesta a prueba mientras no
haya movilización. La movilización
promovida por Leopoldo López en 2014 estremeció las bases del régimen, el cual
era mucho más fuerte hace dos años. Yo creo que hoy en día, en el caso de una
protesta general del pueblo, integrantes de la Fuerza Armada se pondrán de
parte del país decente. Más allá de lo puramente estratégico, sin embargo, la
protesta general y generalizada, el ponerse de pie de un pueblo humillado y
abusado, es la única alternativa que le permitirá a Venezuela recuperar su
orgullo nacional, su sentido de dignidad. Hoy en día somos muchos los
venezolanos quienes no nos sentimos orgullosos de ser venezolanos. Digo esto
abiertamente, a sabiendas de que es un tema tabú, porque creo que debemos
enfrentar la realidad. Somos un pueblo degradado que tiene que buscar la manera
de recuperar su dignidad y ganarse, de nuevo, un lugar entre las comunidades
civilizadas del planeta. Y esa recuperación de la dignidad nacional no es un
problema estratégico, es un asunto de principios
Yo suscribo su analisis. Le agregaria mas enfasis al problema Nro. 1 de Venezuela: Cuba. Aunque el componente de chulearnos el petroleo es importante, lo es tambien que Raulito -porque ya Fidel esta en la nebulosa- sigue con el enfermizo sueño de una Latinoamerica comunista. Por eso no nos sueltan.
ResponderEliminarY si del lado de la oposicion lo "mejor" que se ofrece es la vulgaridad de Capriles diciendole "chupalo" a Maduro y los de PJ grabandole una serenata a Lucena, podemos entender el cocktail envenenado que nos tiene empantanados, a pesar de la agonica situacion del pais.
(Va sin acentos)
El trabajo de limpieza social y cultural es enorme y con el enemigo adentro.
ResponderEliminarLas universidades nacionales deberían formar grupos de investigadores y personas de los diferentes sectores de Venezuela para elaborar un plan a 15 años, donde con suerte se logre que todo el pais vaya un nuevo rumbo donde el trabajo el estudio y la meritocracia sean las herramientas que todos usemos para progresar,
Es que da pena, PENA, que un pais como Venezuela sea una colonia Cubana. PENA. Uno no sabe donde c*** meter la cabeza de la verguenza cuando le preguntan como es posible que un colombiano bruto y un cubano asesino gobiernen Venezuela tranquilamente sin que nadie se arreche ni los saquen a patadas.
ResponderEliminarLos términos "izquierda" y "progresista" siempre han sido utilizados en conjunto y SIEMPRE el resultado ha sido todo lo contrario: El progreso lo asegura el capitalismo, no el socialismo.
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