Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Más no apresures nunca el viaje
Constantino
Kavafis
Días atrás el
hombre tuvo un sueño hermoso, tan hermoso que lo recordó perfectamente al
despertar. Iba caminando por una gran ciudad, quizás Nueva York o Chicago, de
regreso a su hotel. De repente, desde una intersección, a su derecha, vio
asomar una alta proa. Era un inmenso barco trasatlántico que se deslizaba por
la calle y aparecía ante sus ojos. Estaba bellamente iluminado, cada cubierta
adornada de diferentes colores. Se veía
a los viajeros y se podían oír sus risas, así como la música de un vals. Era un
espectáculo encantador que lo llenó de alegría. Se dio cuenta de que el inmenso
barco era una imagen proyectada por múltiples faros que operaban desde los
edificios adyacentes. El trasatlántico era una imagen, pero de una realidad
impresionante y contemplarlo le dio una sensación de gran bienestar.
Al día
siguiente comentó su sueño con su esposa, con quien pronto cumpliría sesenta
años de matrimonio.
Noches
después soñó de nuevo con el inmenso barco. Desde la cubierta un grupo de
pasajeros, cuyas caras le eran familiares, le hacían gestos para que se uniera
a ellos. Él les gritó que no podía porque su esposa no estaba con él. Los
pasajeros se sonreían y seguían invitándolo a unirse a ellos. Al despertar le
comentó a su esposa que había soñado de nuevo con el inmenso trasatlántico y
que había sido invitado por algunos pasajeros a entrar pero había preferido regresar
a casa. La esposa se rio y le dijo que, si soñaba una tercera vez con el barco,
que lo visitara y le contara.
Anoche, al
acostarse, cuando se preparaba para dormir, comenzó a pensar en el barco y lo
invadió una gran tristeza. Pensó que, al dormir y soñar se uniría a los pasajeros
que lo invitaban a subir, pero él no
deseaba hacerlo. Sabía que al subir al barco se encontraría de nuevo con sus
amigos fallecidos, con sus padres y su hermana, a quienes pensó que no vería
nunca más. Pensar en eso debía hacerlo feliz pero lo llenaba de tristeza. Se
levantó de la cama, le dijo a su esposa que no tenía sueño, que iría a su
computadora por un rato, antes de regresar a dormir.
Al llegar a
su computadora escribió unas notas sobre su sueño. Y por algunas horas se mantuvo despierto, temeroso
de regresar a dormir. No quiero soñar más con ese barco, pensó. Sin embargo, el
sueño lo venció, regresó a su cama y se quedó dormido. En su sueño vio de nuevo
el inmenso barco y los pasajeros que lo invitaban a subir. En el dorso del
barco vio el nombre “ÍTACA”. Sin darse cuenta subió por la rampa y se encontró
con su padre, quien lo abrazó. Era su padre pero joven, como lo recordaba desde su niñez. Y vio a sus amigos, también jóvenes,
como los había conocido por primera vez. Y su madre y su hermana, todos estaban
allí, en aquel bello barco de colores alegres. “Tienes tu camarote cercano al
nuestro”, le dijo el padre. “Verás lo bello que es el viaje y cuanto
disfrutarás de los cielos azules, de la serenidad del océano, de las bellas
islas que encontraremos”. El hombre le dijo al padre: “pensaba que Ítaca era el
destino, no el barco”. Y el padre le respondió: “Ítaca es el barco y el
destino”.
A pesar de
la inmensa alegría de ver de nuevo a sus padres, a su hermana y a los queridos
amigos a quienes nunca había olvidado, el hombre no caminó hacia su camarote
sino que comenzó a llorar frente a su padre, un llanto inconsolable y silencioso, de lágrimas
tranquilas como el agua de un manantial. El padre sabía la razón de su llanto y
le dijo: “No te preocupes. Ella también vendrá con nosotros en el futuro”.
Sin embargo,
el hombre negó con la cabeza, pegó un grito y se lanzó por la borda. El grito
lo despertó y despertó a su esposa, quien dormía a su lado. ¿“Que sucede?”, le
preguntó alarmada.
Y el hombre
le dijo: “Perdona, pero es que soñaba. Querían que me fuera con ellos, no quise dejarte sola”.
¿“Quienes
son ellos?”, le preguntó la esposa.
Y el hombre
no respondió porque no quería que su esposa lo viera llorando. El
sueño le recordó que el día de acción de
gracias es no solo la ocasión para recordar a nuestros sagrados muertos sino
una reafirmación de la vida al lado de quienes amamos.
Porque ya lo
decía Thornton Wilder en “El puente de San Luis Rey”: “Hay una tierra de los
vivos y una tierra de los muertos y el puente que los une es el amor”.
Gracias! Muchas gracias Gustavo.. Me ha hecho llorar varias veces, cada vez que lo vuelvo a leer!!
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