Como
voluntario en un inmenso hospital desde hace nueve años una de mis tareas es
transportar a los pacientes que son dados de alta al sitio donde los esperan
sus familiares. Hace unos días transporté a una anciana muy pequeña y frágil, a
quien las enfermeras envolvieron en una frazada porque el frío afuera era
respetable. Envuelta en su frazada era casi invisible en la silla de ruedas.
Debía llevarla adonde la esperaba un transporte especializado que salía de otra
sección del hospital, Durante el viaje por los larguísimos corredores, con una
voz firme y clara, de bellísimo tono, me preguntó qué edad tenía yo. Le dije; “84
y medio”, Y me respondió: “Eres 10 años más joven que mi esposo”.
“¿Y que hace
su esposo?”, le pregunté, sospechando que habría fallecido. Y me respondió: “Es capitán de un submarino, en
el Pacífico”. Le comenté que yo jamás podría entrar en un submarino, la
claustrofobia me lo impediría. Y me dijo: “No todos servimos para todo. Mi
esposo ama su submarino. No lo cambiaría por nada en el mundo”. Y agregó: “Lo
espero para estas navidades pero no sé si llegará a tiempo”. Y agregó: “Si llega a tiempo, me gustaría que
usted lo conociera. Creo que se llevarían bien”.
Balbuceé algo
así como “espero que así sea”. Habíamos llegado al sitio donde la esperaba el
transporte que la llevaría su casa. Era una camioneta blanca especializada en
transporte de inválidos. Por fuera tenía la identificación del lugar: “Hospicio
San Juan”.
La anciana me
dijo: “Ya está aquí mi transporte. Es hora de despedirnos”. Me coloqué frente a
ella. Me dio su mano, no fría como
suelen estar las manos de los ancianos, sino cálida y acogedora, como debe
serlo el vientre materno para un bebé. Me miró con una clara sonrisa y me dijo:
“Gracias por haberme traído hasta aquí. Tan pronto llegue mi esposo nos
gustaría invitarlo a nuestra casa… Que tenga una feliz navidad junto a todos
los suyos”.
El conductor
del transporte del hospicio se acercó y se la entregué. La vi partir y su
recuerdo no me ha dejado. Quiero creer que en la nochebuena que se avecina, cuando esté naciendo de nuevo en su humilde pesebre
el niño destinado a contraponer el amor a
los mezquinos odios milenarios, mi frágil amiga, casi invisible en su
frazada, estará con su capitán de subamarinos frente al
amable fuego del hogar, tomados de la
mano.
Respetado Dr. Coronel.
ResponderEliminarAlguien me dijo que la vida es como el mar. Es probable que navegando tengamos trechos de plácido y tranquilo océano, que luego añoraremos cuando la tormenta no amaine y nos ponga a prueba.
Pero está Dios, en las grietas, como dice el poema de Borges:
"El porvenir es tan irrevocable
como el rígido ayer. No hay una cosa
que no sea una letra silenciosa
de la eterna escritura indescifrable
cuyo libro es el tiempo. Quien se aleja
de su casa ya ha vuelto. Nuestra vida
es la senda futura y recorrida.
Nada nos dice adiós. Nada nos deja.
No te rindas. La ergástula es oscura,
la firme trama es de incesante hierro,
pero en algún recodo de tu encierro
puede haber un descuido, una hendidura.
El camino es fatal como la flecha
pero en las grietas está Dios, que acecha".
Lo que hagamos en esa tormenta, nos hará mejores personas.
No será la presente una Navidad fácil, pero van todos nuestros afectos para Ustedes.
MUchísimas gracias, querido amigo, por esas bellas palabras. Un estrecho abrazo navideño para ustedes,
ResponderEliminarGustavo y Marianela