These our actors,
As I foretold you, were all spirits and
Are melted into air, into thin air;
And, like the baseless fabric of this vision,
The cloud-capp'd towers, the gorgeous palaces,
The solemn temples, the great globe itself,
Yea, all which it inherit, shall dissolve,
And, like this insubstantial pageant faded,
Leave not a rack behind. We are such stuff
As dreams are made on…..
As I foretold you, were all spirits and
Are melted into air, into thin air;
And, like the baseless fabric of this vision,
The cloud-capp'd towers, the gorgeous palaces,
The solemn temples, the great globe itself,
Yea, all which it inherit, shall dissolve,
And, like this insubstantial pageant faded,
Leave not a rack behind. We are such stuff
As dreams are made on…..
Prospero, THE TEMPEST, Act 4, Scene I, William Shakespeare
Mi traducción:
Estos actores nuestros, te lo
dije, eran todos espíritus convertidos en aire,
Solo en aire sutil
Y, como la materia sin sustento
de esta visión, las torres en las nubes, los Hermosos palacios, Los solemnes
templos y el mismo globo,
Todo lo que heredamos se
evaporará
Sin dejar el más pequeño rastro.
Somos apenas el material del cual
se hacen los sueños….
Próspero, Acto IV, Escena I. LA
TEMPESTAD, William Shakespeare
Para concebir la nacionalización
de la industria petrolera se arroparon con la bandera nacional. Fue un acto de
machismo. Se preguntaban: ¿Si otros países tienen una empresa petrolera
nacional, por qué nosotros no? Podrían haber estado hablando de una línea aérea
bandera (VIASA), de una flota de barcos (CVN), ambas creadas por la misma razón
patriota o patriotera, ambas fallecidas hace tiempo. El mundo político dijo: Un
país petrolero debe tener una empresa petrolera y ella debe ser la única que
maneje el tesoro. El petróleo es nuestro, era el grito unánime. De nada valió
que algunos dijéramos, en su momento,
que para ejercer efectivo control no era necesario tener empresa propia
o el monopolio de la actividad. Lo más que se logró fue un artículo, el
vituperado Artículo Quinto, que abría
una pequeña puerta de asociación con empresas extranjeras, el cual fue definido
como traición a la patria por mucho del mundo político. Por haberse incluido
este artículo la “nacionalización” fue
definida como chucuta. El tiempo se encargó de poner las cosas en su sitio y
mostró que estas asociaciones eran el pan nuestro de cada día en una actividad
internacional. Hasta los más rábidos ultra patriotas las han utilizado, aunque
el chavismo las ha tenido solo para tratar de sacarles dinero a los Rusos y a
los Chinos, sin que conduzcan a un desarrollo petrolero real.
De nada valió que en el momento
en el cual se tomó la decisión ya el
estado capturaba un 85% de los ingresos, sin que él tuviese que invertir en el
negocio, por lo cual lo que se terminó “nacionalizando” fue el riesgo.
Ello le fue advertido a quienes
tomaron la decisión, pero la nacionalización petrolera no fue una decisión
basada en cálculos económicos sino políticos. Fue un asunto de soberanía, entendida como “lo
mío lo manejo yo y nadie más que yo”.
Y así fue. Durante unos 5 a 6 años se
dio el milagro de que el mundo político dejase a Petróleos de Venezuela hacer
su trabajo sin interferencias. Fue un milagro hecho posible por el inmenso
prestigio de Rafael Alfonzo Ravard, unos de los escasos mandarines que ha
tenido nuestra función pública. Su presencia en PDVSA creó, por cierto número
de años, el dique que contenía las apetencias del sector político sobre la
industria que generaba dinero, es decir, poder. En la
década de 1980 se comenzaron a ver las fisuras, se terminó la luna de miel
entre PDVSA y el país político. El éxito de la empresa pareció indicarles a los
miembros del mundo político que eso de producir y vender petróleo no era asunto
tan complicado. Hubo quienes dijeron que “el petróleo se vendía solo”. A medida
que le empezaron a perder el temor reverencial al General Alfonzo Ravard y a
los tecnócratas los políticos más osados
comenzaron a criticar a PDVSA: “Esos gerentes ganan mucho dinero”, decían
algunos copeyanos. “Toman champaña a bordo
de sus aviones”, decían algunos adecos. “Los gerentes petroleros son apátridas”,
acusaban los ñángaras. Comenzó una actividad de penetración política en PDVSA
que culminó, durante la presidencia de Luis Herrera Campins, con la confiscación del Fondo de Inversión que
PDVSA requería para sus inversiones de capital y mantenimiento. La politización
de PDVSA fue un proceso insidioso, persistente, sin vuelta atrás. El sueño de
los gerentes y técnicos petroleros de lograr que la administración pública
venezolana se contagiara con los buenos hábitos de PDVSA se revirtió y PDVSA se
fue contagiando con los malos hábitos de la administración Pública. No era
lógico esperar que el pez chico se comiera al pez grande. A pesar de la importancia
de PDVSA para la economía del país, PDVSA era una empresa de un relativamente
bajo número de empleados, mientras que la Administración pública era un gigante
desordenado que engullía todo lo que encontraba a su paso.
Una temprana muestra de lo
absurdo de tener una empresa petrolera estatal de naturaleza global se refería
a los salarios. Mientras los gerentes de PDVSA ganaban $2500 o $3000 al mes,
sus contrapartes de Shell o Exxon ganaban $15-20000 al mes, más bonos y
participaciones accionarias. Sin embargo, estos gerentes de PDVSA eran
criticados por gente tan influyente como Gonzalo Barrios por ganar “obscenas” cantidades, mientras sus
contrapartes en el Ministerio apenas ganaban unos $600 al mes. En este drama
nadie realmente tenía la culpa pero nadie era justamente tratado. “¿Cómo podía
un gerente petrolero ganar más que un ministro?, se preguntaban los políticos. El
desequilibrio era un producto del absurdo de tener una empresa del Estado
compitiendo en la arena internacional pero sujeta a los reglamentos de una mediocre
y politizada administración pública.
Cundo Hugo Chávez llegó a la presidencia
ya PDVSA mostraba claras señales de deterioro. Tenía más empleados de los
necesarios, sus directivas eran seleccionadas con criterios predominantemente
políticos. Aunque la meritocracia no había fallecido del todo, ya los niveles altos de la gerencia eran
ocupados preferentemente por los gerentes simpatizantes del partido de
turno. El presidente de PDVSA se perfilaba
como candidato a la presidencia del país, lo cual era clara señal de que algo
no andaba bien.
Sin embargo, nadie imaginaba lo
que se le vendría encima a PDVSA. Chávez necesitaba el dinero petrolero para
“hacer” su revolución, no para desarrollar al país. Dijo: “Primero atiendo lo
político, después lo económico”. Para ello requería del control sobre PDVSA y
ni Giusti ni Mandini se lo iban a permitir. Por ello montó allí a un bate
quebrado llamado Ciavaldini. Lo remplazó al poco tiempo por un militar, Lameda,
quien resultó ser institucionalista, no un títere de Chávez. Y por ello fue
despedido. Entonces llegó la debacle con Gastón Parra, un profesor marxista
quien nunca había visto un taladro, excepto en fotos. La reacción de los
gerentes petroleros no se hizo esperar. Su protesta se convirtió en un masivo
movimiento cívico que obligó a Chávez a pedir la represión a sus jefes
militares, quienes rehusaron y lo sacaron del poder. Un general, hoy embajador
en Portugal, le pidió la renuncia, “la cual aceptó”. Después de su retorno,
apuntalado por el general Baduel, regresó decidido a vengarse de los
tecnócratas petroleros y a saquear a PDVSA. El y su mensajero, Maduro, nombraron
la macabra línea de presidentes que la destruiría: Ali Rodríguez Araque, Rafael
Ramírez, Eulogio del Pino, Nelson Martínez, Manuel Quevedo, gente deshonesta e
incompetente.
Ellos, sobre todo los tres
primeros, promovieron una corrupción nunca vista en Venezuela. Desviaron los
ingresos de PDVSA hacia fondos paralelos sin transparencia, importaron comida
podrida a groseros sobreprecios, alquilaron gabarras inservibles para ganar
obscenas comisiones, contrataron con familiares y amigos, convirtieron a PDVSA
en una empresa lavadora de dinero, permitieron que los sectores militares se
apoderaran – a través de sus empresas fantasmas - de una buena parte del mundo de las
contrataciones petroleras a fin de repartirse a PDVSA entre el chavismo y la
Fuerza Armada. Hicieron de PDVSA un refugio de reposeros y enchufados que ha
llegado a tener cinco veces más empleados de los que necesita, dedicaron la
empresa a criar cerdos, a sembrar sorgo, a hacer casas mal hechas, a vender
pollos, todo lo cual la desnaturalizó como empresa petrolera.
El resultado no se hizo esperar. Especialmente
desde 2007 en adelante la empresa se vino abajo, aún en momentos en los cuales
el barril de petróleo había llegado a altísimos niveles. Nada era suficiente
para la codicia de la obtusa nómina gerencial petrolera y los sátrapas en el
poder político. Destruyeron la empresa, la quebraron financieramente llevando
su deuda a unos $80.000 millones, la llevaron a producir la mitad de lo que
producía al llegar Chávez al poder, arruinaron sus refinerías, ordenaron barcos
que nunca llegaron a navegar, permitieron miles de derrames petroleros en toda
la geografía venezolana, se aliaron con empresas de medio pelo para
“desarrollar” la Faja del Orinoco, barrieron el piso con el nombre de la empresa
en el mundo petrolero y la hicieron sinónimo de mediocridad y carencia de
honorabilidad en sus negocios.
Así como prostituyeron el nombre
de Bolívar apropiándoselo para su “revolución” y destruyeron al Bolívar, la
moneda, así corrompieron de tal manera el nombre de PDVSA que ese nombre rueda
hoy por los pantanos más pestilentes del mundo financiero y petrolero.
Petróleos de Venezuela no es
recuperable. Es un nombre destruido, sin “good will” en el mundo petrolero. Una
nueva Venezuela debe implantar un nuevo modelo de gestión petrolera, después de
haber aprendido amargas lecciones. Una, que el patrioterismo lleva al desastre.
Dos, que el Estado casi nunca es apto para la actividad económica. Que los
venezolanos que clamaban con estridencia por la “nacionalización” petrolera
fueron de los primeros en saquearla, en ver su tragedia con indiferencia y
en guardar silencio cómplice ante el
desastre. Tres, que Venezuela requiere un estado pequeño, eficiente en su
supervisión de actividad privada pero no empresario.
PDVSA debe ser enterrada junto
con los mitos del estatismo, de la soberanía mal entendida, del patrioterismo,
del orgullo desbocado, de la arrogancia de los líderes mediocres, del culto a
la personalidad, del caudillismo incompetente y bocón.
Y, para la PDVSA que se creó con
loables propósitos y que luego fue martirizada y asesinada por una horda
salvaje, le pedimos al piadoso señor:
Pie Iesu Domine, dona eis requiem
Dona eis requiem sempiternam
Gustavo en la opción de administrador puedes marcar el comentario 1 como spam y no vuelve a ser publicado eso. Sobre la nacionalización te puedo decir que se cometió un error grave porque en 1983 de todas todas la industria pasaría al Estado. Luego, negociar con las concesionarias otros contratos. Allí también se perdió un poco Venezuela.
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