208 años después de la declaración de su independencia se apagó el último
bombillo en Venezuela. La Brigada Humanitaria enviada por las Naciones Unidas encontró
numerosas señales de destrucción. La basura se había acumulado en las calles de
ciudades y pueblos formando colinas malolientes. Las paredes de las casas y
edificios estaban llenas de grafiti, algunos de propaganda al régimen, con las
caras “heroicas” de Chávez y del Che Guevara, otros con duras frases de
protesta. Camiones que habían servido para transportar gente como animales se
encontraban abandonados en las avenidas, debido a la carencia de suministro de
gasolina o diésel. Las estaciones de servicio que solían dar la gasolina gratis
a los venezolanos habían cesado de operar por falta de electricidad y de
combustible.
Las ciudades habían adquirido una fisonomía de abandono total. La
gente que aún no había emigrado o, más precisamente, fugado hacia las fronteras
del país, se concentraba en las plazas donde la brigada humanitaria de la ONU
repartía alimentos. Muchas de las comunicaciones y vías en el país estaban
cerradas. Por ejemplo, Paraguaná se había aislado del resto del país por
tierra, ya que los médanos habían cerrado la garganta que la comunicaba con
Coro. Venezuela, finalmente, se había paralizado por completo. Grandes zonas
del país estaban a oscuras, las bandas armadas controlaban muchos sectores de
Venezuela y la falta de agua potable, la cual había comenzado por la provincia,
ya se había extendido hacia las grandes ciudades y llegado a Caracas, llevando
a la población a usar pimpinas y vasijas decimonónicas para llevar agua a las
casas.
El colapso venezolano había sido un proceso de 20 años que, al principio, había
sido confundido por muchos con un ascenso. El torrente de dinero petrolero que
entró al país le había dado al sátrapa en el poder un saco lleno de dinero para
repartirlo a manos llenas, no solo a los pobres del país sino a los amigos de
países vecinos y hasta lejanos. Eso sí, a cambio de que se le diera lealtad. De
esa manera comenzó a comprar la conciencia y, finalmente, el alma de muchos
venezolanos y de un grupo de adulantes internacionales. Pero el dinero repartido es como la insulina
para los diabéticos, mientras se da la gente está bien, cuando cesa de darse la
gente regresa a estar enferma.
Semanas antes de que llegaran al país los miembros de la Brigada Humanitaria
de la ONU un par de muñecos de trapo
parecidos a Nicolás Maduro y a su mujer,
versiones tropicales de Mussolini y Clara Petacci, habían sido colgados cabeza
abajo en la entrada de la autopista hacia la Guaira por una turba enardecida.
Nadie sabía dónde estaban los originales. Si es que habían logrado llegar a
Cuba el gobierno de aquel país guardaba silencio, quizás mientras discurrían internamente
si entregarlos o darles asilo, ahora que serían una carga indeseable.
El mundo estaba asombrado del colapso de Venezuela. Nunca país alguno había
llegado a la ruina total sin que
existieran significativas rebeliones y protestas populares. La revolución
francesa, iniciada por la gente común sin otras armas que los palos y las
piedras, fue generada por el alto precio del pan en París y la insensibilidad
de la aristocracia en él poder. Pero en Venezuela la inflación había llegado a
200.000% y no solo el pan sino todo lo
esencial se había tornado inalcanzable. No había comida, ni medicinas, ni
seguridad en las calles, ni agua, ni electricidad, ni gasolina y cada día la
situación era más desesperada, con un régimen en el poder que se jactaba de su
incompetencia. Y todo ello pasaba ante los ojos de una población que padecía de
manera infinita pero en silencio. Algunos hacían chistes sobre la caótica
situación mientras se apretaban el cinturón hasta tener que abrirle nuevos huecos
o mientras llegaba el día, que llegaría, de tener que comerse el cinturón.
Más trágico aún era el hecho de que el derrumbe del país fue observado por
muchos venezolanos con una patológica fascinación, casi sin darse cuenta de que
era a ellos que le estaba sucediendo lo que sucedía. La mente jugaba con los
venezolanos y les llevaba a racionalizar el colapso. “No estoy tan mal como Pedro”, se decía Juan.
“Todavía me quedan dos cajas de mis pastillas antihipertensivas” se
congratulaba Martín. “Hay rumores de que
aumentarán la harina PAN en las cajas CLAP”, decía Luis. El país y la gente se encogían
un poco cada día, en un proceso implacable de deterioro que nadie protestaba
porque no tenía quien los guiara en la protesta y ya nadie lo veía como una
tragedia colectiva sino como un sálvese quien pueda. Un incendio espontáneo es
más difícil de ocurrir que uno producido por la mano del hombre. Los fósforos
marca “Líder” se habían esencialmente agotado.
Llegó el día en el cual se apagó el último bombillo en la última casa, del
último sector, de la última ciudad. Ese día los venezolanos se vieron las caras
y se preguntaron: “¿Cómo es posible que hayamos llegado a este punto?”.
La gente del gobierno había desaparecido. Los habitantes, acostumbrados a
escuchar promesas consoladoras de los astutos demagogos, se enfrentaron con un
total silencio oficial. Los cabecillas de la pandilla se habían evaporado, en
apresurada fuga hacia sus mansiones situadas en países sin tratados de
extradición con Venezuela o con USA, mientras los pandilleros menores se habían
subsumido en la población, mutando con celeridad de victimarios a víctimas,
transformados en sombras anónimas con la esperanza de no ser reconocidos.
Dejaron de existir los Pedro Carreño, los Darío Vivas, las Iris Varela,
súbitamente transformados en hombres y mujeres sin cara, confundidos entre la
gran masa que ahora dependía de la ayuda de la brigada humanitaria. Por su
parte los Ramírez Carreño, Merentes, Cabello, López Padrino y los 600
bolichicos y militares saqueadores del país se habían refugiado en sus cuevas
situadas en Mónaco o en las riberas del Lago di Como, rodeados de vinos de Borgoña
o Burdeos y de guardaespaldas
El Jefe de la Brigada Humanitaria recibía los aterradores informes que le
llegaban del terreno. El problema
fundamental de los venezolanos, decían esos informes, no es tanto que carezcan de todo lo necesario para
subsistir físicamente, porque eso lo podemos remediar nosotros en un tiempo
relativamente corto. Es el vacío espiritual, el desánimo, la actitud fatalista
de quien se sabe derrotado. Es la postura robótica de quienes creyeron en el paraíso
chavista y ahora se sienten traicionados, sin padre. Es la carencia de voluntad que les impedirá a
muchos ponerse de pie.
Aunque no era sociólogo ni politólogo el funcionario de la ONU comprendía
que sería mucho más difícil recuperar el alma de la gente que las pérdidas
materiales. No será fácil lograr la recuperación de la dignidad de quienes quien han tenido que
dejarla de lado para sobrevivir. Para lograr esto, pensó, se requiere que la
misma gente reaccione, que se decida a crecer como ciudadanos, que arroje de sus
almas la creencia en falsos mesías y en promesas “mágicas”.
Eso solo puede venir, intuía el funcionario, de un esfuerzo gigantesco y
perseverante de educación ciudadana y de dos generaciones de líderes honestos.
Ud. lo escribe como un relato anticipatorio y eso, muy probablemente, se acercara al final de la tragedia. Una población reblandecida por la riqueza petrolera, abono perfecto para las operaciones psicológicas cubanas y con una "dirigencia" de oposición colaboracionista, opaca, negociadora en el mal sentido, cobarde y sin miras. Reconicimiento a los valerosos María Corina y Aristeguieta.
ResponderEliminarBrillante relato de anticipación. "Cuando el destino nos alcance", versión venezolana. Digno de un guión cinematográfico. Tragedia advertida por algunos desde hace 20 años, que la mayoría desdeñó, algunos hasta con burlas.
ResponderEliminarTristemente éste escenario es muy posible, porque es lo que ya se está viendo en el país. La gente haciendo colas para que les den una miserable caja de comida, buscando su ¨carnet de patria¨ que es la mejor declaración de sumisión y abandono de sus vidas al Estado narco-traidor.
ResponderEliminarDespués de 20 años de manipulación cubana y incapacidad de la oposición, será difícil encontrar ésa generación que puede recuperar al pais. Muchos que fueron factores potenciales por ser gente profesional y capaz, están ya en sus años 60 y 70 y se han acomodado dentro y fuera del pais, y aparte de ser un apoyo posible, son pocos los que estarán dispuestos a meterle el pecho a una recuperación terriblemente difícil y penosa en el mejor de los casos que puede durar décadas.