Una bella biografía de Thomas Jefferson y John Adams: “Friends
Divided”, de Gordon S. Wood, establece comparaciones, similitudes y diferencias
entre los dos grandes hombres. Fue una notable coincidencia que ambos murieran
el mismo día y que ese día fuese el 4 de
Julio de 1826, en el cual la independencia
de los Estados Unidos cumplía 50 años y se preparaban grandes fiestas para
conmemorarla.
Entre las muchas diferencias entre los dos hombres el
biógrafo apunta que Jefferson siempre tuvo un mayor sentido de la política que
Adams. Sabía variar su mensaje dependiendo de la audiencia, mientras que Adams
siempre decía exactamente lo que sentía, independientemente del momento y de la
audiencia. Con frecuencia (supongo que no siempre) Jefferson le decía a sus
compatriotas lo que ellos deseaban oír mientras que Adams les decía lo que
ellos necesitaban oír.
Sin embargo, Jefferson no fue un populista, en el sentido
moderno y peyorativo del término. Lo que Jefferson quería hacer era inspirar a
sus compatriotas a ser mejores diciéndoles que ellos representaban una sociedad
“excepcional” y que podían lograr lo que se proponían. Jugaba un poco el papel
del profesor Higgins en la obra “Pigmalión” de George Bernard Shaw, quien
deseaba inspirar a su pupila Eliza Doolittle, a ser mejor. El efecto Pigmalión,
como se ha llegado a llamar, es uno mediante el cual una persona consigue lo que se
propone a causa de la creencia que otros tienen en ella de que puede lograrlo. Es
lo que también se ha llamado refuerzo positivo o la teoría de la esperanza.
Adams
compartía con Jefferson la creencia de que el hombre puede hacer lo que elija
hacer, pero su ancestro puritano le hacía receloso de la capacidad del ser
humano de lograrlo sin que se le advirtiera sobre los obstáculos a vencer. En lenguaje
moderno, Jefferson le decía a sus compatriotas que eran chéveres mientras Adams
les decía que podrían llegar a serlo si hacían el esfuerzo necesario y si no
creían que todo les pertenecía por derecho.
Comprensiblemente
Jefferson llegó a ser y ha sido históricamente mejor recibido por sus
compatriotas que Adams. Tiene un monumento en Washington que Adams nunca ha
podido tener y por cada libro dedicado a Adams hay diez dedicados a Jefferson. Se
dio la paradoja de que Jefferson, siendo un aristócrata y dueño de esclavos, se
alineó con los intereses de la clase media mientras que Adams, un producto de
estricta clase media, sin dinero y sin esclavos, se convirtió en un líder muy
conservador, apegado a las tradiciones.
Es
posible – de manera muy empírica - simplificar
las complejas personalidades de estos grandes hombres y hablar de una actitud “Jefferson” y de una actitud “Adams” para caracterizar a los
líderes de otros tiempos y de otras latitudes, ya que los dos estilos pueden
ser muy positivos o muy negativos, dependiendo del énfasis con el cual se utilicen.
En lo negativo, el líder a lo Jefferson se torna en populista, a lo Eva Perón o
a lo Hugo Chávez y arruina a su pueblo. En lo positivo se convierte en una fuente
de inspiración, a lo Mandela o a lo Ataturk y lleva a su pueblo a la
liberación. En lo negativo, el líder a lo Adams mantiene a su pueblo en un
relativo atraso, a lo Juan Vicente Gómez o a lo Alfredo Stroessner y en lo
positivo, sirve de guía a la modernización de su pueblo, a lo Fernando Henrique
Cardoso o a lo Rómulo Betancourt
La
escena política venezolana de los últimos 80 años ha tenido una indeseable abundancia
de líderes a lo Jefferson en su variante negativa, del populismo. Estos líderes
le han hecho creer a los venezolanos, ayudados por el espejismo de la riqueza
petrolera, que integraban la sociedad
más feliz del planeta, predestinada a la grandeza, condenada al éxito. Después
de la muerte de Gómez tuvimos una década de un liderazgo positivo, a lo Adams,
bajo López Contreras y Medina, interrumpido por un breve liderazgo de tres años
a lo Jefferson liderado por Rómulo Betancourt y Rómulo Gallegos. Los diez años
de la dictadura de Pérez Jiménez desafían toda clasificación porque, aunque el
gobierno fue paternalista y su resultado no fue el atraso material y social, si
fue de un claro atraso en lo político y en lo relacionado con los derechos
humanos de los venezolanos.
Las
presidencias de Betancourt, Leoni y Caldera fueron de un claro corte a lo
Adams, un liderazgo de corte
conservador, empeñado en alejar al pueblo de los peligros del mesianismo
político y de las promesas falsas. En esos años Venezuela experimentó la mayor
democracia verdadera de su historia y el país avanzó firmemente hacia un nivel
de país desarrollado. La políticas de estado fueron de naturaleza social pero
no populistas.
El
gran cambio en la naturaleza del liderazgo político venezolano llegó con Carlos
Andrés Pérez, un presidente cuyo primera presidencia comenzó con grandes
aciertos a lo Adams y terminó como una caricatura jeffersoniana, en una orgía
francamente populista. De su sensato llamado a administrar la abundancia de
ingresos petroleros con criterio de escasez, CAP pasó a la locura de la Gran
Venezuela, un delirio de grandeza que llevó al país a un colapso económico de
grandes proporciones. CAP llevó a su presidencia ideas de Venezuela como líder
continental, si no mundial, de afiebradas visiones de potencia industrial, de
un país destinado a la grandeza. La visión de Venezuela de CAP era la de un
país superior, el cual se merecía todo y lo tendría todo. Su presidencia fue, en
gran medida, una continua fiesta de auto-felicitaciones. La era populista que CAP
inauguró en 1975 ha durado más de 40 años, hasta hoy, con una breve interrupción
– curiosamente - durante su segunda
presidencia. En esta segunda presidencia CAP trató infructuosamente de reparar
el daño hecho en su presidencia anterior, tratando de hacer una
presidencia de corte austero, racional, modernizante, destinada a desmontar
dogmas y mitos populistas. Sin embargo, este esfuerzo loable recibió el rechazo
de una sociedad malcriada durante años de entusiasta adulación y de incitación
al estatismo facilista por parte del
liderazgo político.
¿Y
ahora qué? Venezuela requerirá emprender de nuevo su camino después de la
pesadilla de los últimos 20 años. Para ello necesitará un liderazgo que pueda
combinar los aspectos actitudinales positivos de Jefferson y de Adams, que sea
fuente de inspiración para estimularnos al progreso sin hacernos sentir que somos el obligo del
universo, que nos advierta en contra de nuestras limitaciones sin llegar a la
auto-flagelación. No es posible seguir diciendo a los venezolanos que Venezuela
puede ser autárquica, que es un país rico, que es un país chévere, que la fiesta
solo se ha interrumpido por un tiempo pero que puede ser recomenzada. Sería un
crimen cambiar los nombres de los dirigentes pero dejar intactas las políticas estatistas
que nos han arruinado y las absurdas ideas mesiánicas que han infectado al
liderazgo político del pasado.
Se
necesitan Jeffersons quienes nos alienten a seguir adelante pero también
bastantes Adams que nos señalen los peligros y los obstáculos del camino.
Excelente rwdlexión. Por lo que se ve, se quiere continuar el bochinche. El problema es que con esa actitud no se sale del narcoestado y se corre un riesgo cierto de desintegración nacional.
ResponderEliminarPor cierto, Jefferson tuvo descendencia con sangre afroamericana, pues tuvo hijos con una mulata, aunque el asunto sigue siendo objeto de controversia.
Don Gustavo un placer nuevamente leer estos interesantes artículos. Si me lo permite yo no desearía para Venezuela ni un Jefferson o Adam aunque ambos personajes están repletos de virtudes. Me atrevería a optar por un presidente estilo Andrew Jackson, muy particular pero efectivo en sus acciones y decisiones para contribuir al mayor exponente mundial de Democracias como los EEUU, por ello quizás un Leopoldo López sea el mas idóneo.
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