Muchos venezolanos fueron
educados para vivir en armonía con una sociedad en la cual el buen comportamiento
siempre era premiado, la bondad prevalecía sobre la crueldad, el crimen no
pagaba, la cortesía era respondida con cortesía; la sonrisa con la sonrisa, la
honestidad con el reconocimiento y la verdad con la aprobación de nuestros
semejantes.
Aunque esa Venezuela justa,
amable y meritocrática ha existido y existe parece estar en franca minoría.
Ciertamente, en lo que va de siglo XXI, ha ido disminuyendo en tamaño hasta convertirse
en una fracción relativamente pequeña de nuestra Nación espiritual. De los 32 millones de habitantes que tiene el país
quizás hay unos diez millones de buenos ciudadanos activos, quienes hacen cosas buenas y trabajan por el bien
común. Pero debemos enfrentar la
realidad del pesado fardo que representa (1), una mayoría de la población
venezolana que es buena porque no hace nada malo pero sin hacer aportes efectivos al bien común y de
(2), un número muy elevado de venezolanos quienes son malos ciudadanos y le restan valor agregado a la sociedad. Esa
suma de (1) más (2) forma una masa crítica social negativa y ha sido la responsable por la tragedia
venezolana del siglo XXI.
Alguien preguntará: ¿Cómo
generalizar de esta manera, no es ello arbitrario”? Y yo respondería: Por supuesto que es una
estimación arbitraria. Lo que quiero decir con ello es que si la distribución
de fuerzas morales en Venezuela no fuese algo parecido a esta estimación, el
país jamás habría sufrido estos 20 años de tragedia chavista/madurista.
La tragedia de la cual todos
somos víctimas, directa o indirectamente, es comprobable, ya ha sido documentada en abundancia y es
conocida por todos los países del planeta. El nombre de nuestro país ha pasado
a ser un símbolo de colapso, de derrumbe incomprensible para quienes han
asistido al drama.
Desde Enero de 1999 Venezuela
está bajo las garras de un régimen forajido, el cual no hubiera podido permanecer 20 años
en el poder, saqueando, expropiando, apresando, reprimiendo, persiguiendo,
defecándose en el alma de los venezolanos, sin la colaboración frecuentemente entusiasta
de una inmensa masa de venezolanos,
incluyendo a muchos quienes se definían como demócratas y como buenos ciudadanos,
pero quienes resultaron no ser ni lo uno ni lo otro. Peor aún, ya estamos observando el fenómeno grotesco de quienes
fueron cómplices por omisión o comisión del saqueo y la corrupción, como Hugo
Carvajal, Luisa Ortega, Jorge Giordani, Héctor Navarro y Carlos Rotondaro,
quienes pretenden reingresar a las filas de la buena ciudadanía con sus caras
muy duras, como si no hubieran roto un solo plato.
Y esto es lo que resulta
imposible aceptar por quienes fuimos educados para una sociedad en la cual el crimen no paga.
Es nuestro deber oponernos a esos intentos de perdón generalizado que están ocurriendo
en Venezuela y lo que le sucedería al país de tener éxito esta tendencia
suicida.
Es necesario hacernos la pregunta:
¿Que Venezuela deseamos? ¿Una Venezuela digna, integrada por ciudadanos? ¿O una Venezuela que continúe chapoteando en
el pantano de la mediocridad y de la corrupción, más de lo mismo que nos ha
ocurrido durante las últimas décadas? Hay un núcleo importante de venezolanos
dignos y honestos por quienes y con quienes vale la pena luchar. Es necesario dar
esa lucha pero sin mediatizarla. A fin de lograr una “transición” política rápida
no podemos pagar el alto precio de dejar semillas y hasta frutos podridos del régimen
chavista intactos y dentro de la nueva sociedad.
Chávez llegó al poder de manera legítima pero logró
atornillarse de manera ilegítima, ayudado por la cobardía ciudadana de los
líderes de entonces. La escena de un Presidente Caldera y de un presidente del
Congreso sumisos en presencia de la juramentación de Hugo Chávez ante una “constitución
moribunda” fue la primera palada de tierra sobre la tumba de la democracia. La ambigüedad
moral de los miembros de la Corte
Suprema de Justicia de la época, más interesados en conservar sus posiciones burocráticas
que en defender la constitución, nos llevó a la instalación anti-constitucional
de una Asamblea Constituyente que se llevó en los cachos a las instituciones
democráticas del país, incluyendo al Congreso y
a la misma Corte Suprema., cuyos miembros aspiraban a ser ratificados
por el nuevo gobierno y para lograr lo cual debían mostrarse
complacientes.
· Las
instituciones existentes se le arrodillaron a Chávez, a pesar de que su postura
fue anti-democrática desde el primer momento.
· La
prensa democrática le firmó un cheque en blanco.
· Quienes
decían que Chávez era un autócrata abusivo fueron dejados de lado, en medio de
la euforia generada por la ilusión de que todo cambiaría.
Y todo cambió, sí, pero para
empeorar. Ya en Julio de 1999, a los pocos meses de su inauguración como presidente,
Hugo Chávez fue objeto de una valiente y descarnada crítica por parte de Jorge
Olavarría, quien había sido uno de sus grandes admiradores durante la etapa de
la campaña presidencial. Olavarría pudo ver su error y expuso ante el Congreso
Nacional, ante el cuerpo diplomático, ante el mundo, las razones por las cuales
Chávez era una amenaza para la democracia venezolana. ¿Y quiénes abandonaron el
recinto durante su discurso? Los
miembros del Alto Mando Militar, con sus medallas y sus chapas de cola prendidas
al pecho. Jóvenes demócratas como Henrique Capriles protestaron en contra del
“irrespetuoso” Olavarría. En ese momento la mayoría de la sociedad
venezolana cerró filas en torno al
autócrata, quien luego se iría burlando de cada uno de ellos y de los sectores
que representaban, como lo hizo con el generalato, a cuyos miembros comenzó a
utilizar como utensilios desechables. Después de todo, pensaría, el país tenía
dos mil de ellos.
El régimen de Hugo Chávez comenzó
a entregar al pueblo inmensas sumas de dinero por la vía de los subsidios
directos, dinero para sus bolsillos, con lo cual logró crear el mito, no solo
en Venezuela sino en muchos países del planeta, de que estaba “terminando con
la pobreza”. Mucha de la prensa de los países democráticos del mundo contribuyó
a darle a Chávez una imagen de insigne defensor de los pobres. Las estadísticas
maquilladas por el notorio embaucador Elías Eljuri permitían a Granma, el
diario de los Castro, decir: “De 1999 a
2010 Venezuela experimentó una reducción del 21,6 % en sus niveles de pobreza
al pasar de un 49,4 % a un 27,8 %. Y la extrema pobreza se redujo al 10,7 %.
Hoy hay 58 médicos por cada 10 000 habitantes, y misiones como Barrio Adentro y
Misión Milagro, que cuentan con colaboración cubana, han extendido a todo el
país un trato digno, humano y con la más alta calidad profesional técnica para
la asistencia de salud de los venezolanos. El 28 de octubre del 2005, la Unesco declaró a
Venezuela como «Territorio Libre de Analfabetismo». El organismo internacional
reconoció el papel de la primera misión educativa creada en ese país, la Misión
Robinson”. Nada de esto era cierto y
hoy resulta dolorosamente evidente, pero, en el momento, la prensa
internacional lo aceptó como una verdad religiosa. En los Estados Unidos un núcleo
de académicos, artistas e intelectuales tomaron esta fábula y la diseminaron
entre la intelectualidad “progresista” del país. Algunos de ellos como Oliver
Stone, Danny Glover, Harry Belafonte, directivos de TransÁfrica Fórum,
recibieron importantes recursos del régimen como recompensa por su adhesión.
Centros de reflexión importantes como el Centro Carter apoyaron al régimen.
Algunos intelectuales se tornaron casi en voceros oficiale$$ de Chávez y de
Maduro, como ha sido el caso de Mark Weisbrot en Washington DC. Profesores
universitarios como Miguel Tinker Salas, Steve Ellner, George
Ciccariello-Maher, Greg Grandin, Daniel Hellinger y David
Smilde han escrito en apoyo de las dictaduras venezolanas de Chávez y Maduro.
A nivel diplomático Chávez
pudo comprar la adhesión de países de la región, mediante la transferencia de
una enorme cantidad de recursos que se estiman en unos $100.000 millones hacia
Cuba, Nicaragua, Haití, República Dominicana, El Salvador, Bolivia, Ecuador, la
Argentina de los Kirchner, la Honduras de Zelaya, el Uruguay de Mujica, el Paraguay de Lugo y los países del Caribe anglosajón capturados
por el petróleo subsidiado y dinero en efectivo de PetroCaribe.
Una inmensa orgía de
latrocinios y abusos de poder comenzó a desarrollarse a nivel doméstico. Chávez
estructuró una política de tolerancia a la corrupción que promovió la salida
del closet de muchos miembros de la aristocracia venezolana y de empresarios y
contratistas deseosos de hacer dinero fácil, en una Venezuela en la cual los
ingresos petroleros de cuadruplicaron en pocos años. Aparecieron los bolichicos
Alejandro Betancourt, Pedro Trebau, Francisco Convit, Franco D’ Agostino, Edgar
Romero Lazo, Javier Alvarado, Domingo Guzmán López, Eduardo Travieso, y otros niños “bien”; apareció un grupo de
contratistas amigos del régimen que se hicieron obscenamente ricos, entre
quienes están Wilmer Ruperti, Raúl Gorrin y Roberto Rincón y los intermediarios
de las gabarras Aban Pearl y de PetroSaudi. En el gabinete y en las empresas de
estado aparecieron joyas como Tobías Nóbrega,
Nelson Merentes, Alejandro Andrade y Rafael Ramírez. Se consolidaron en el
poder los hampones originales como Diosdado Cabello, quien se convirtió en zar
del narcotráfico, según las acusaciones del gobierno de los Estados Unidos. En
la banca surgieron Víctor Vargas, Ricardo Fernández Barruecos, Arné Chacón y
muchos otros. Centenares de venezolanos
se unieron entusiastas a la gran fiesta de la corrupción que se generó en el país.
A medida que el régimen parecía inexpugnable, en esa medida asistimos a un drama
adicional: líderes de oposición comenzaron a transarse, a coexistir pacíficamente
con el régimen. Esta es una historia sórdida cuyos detalles aún no han salido a
flote pero que involucran a gente que uno jamás hubiera sospechado de que
pudieran plegarse a la cleptocracia imperante.
Hoy en día el régimen está
a punto de colapsar pero existe un estrato de venezolanos quienes, inexplicablemente,
se han convertido en colaboracionistas del régimen que agoniza, tratando de
manera consciente o inconsciente de
alargar su vida, aunque cada día que pasa ese régimen en el poder signifique un
día más de sufrimientos para los venezolanos. Ese estrato se ha colocado como colchón
entre los venezolanos dignos, hastiados de tanta corrupción e ineptitud,
quienes piden un castigo ejemplar para los criminales del chavismo y los miembros
del régimen, quienes tratan de salvar el pellejo y sus dineros mal habidos. Ese
grupo de venezolanos trata de alargar la vida del régimen de Maduro mediante
incesantes peticiones de dialogo o de amnistía para los miembros del régimen.
El grupo incluye a miembros de partidos políticos democráticos como Acción Democrática
y sus líderes Henry Ramos Allup y Edgar
Zambrano; Un Nuevo Tiempo y sus representantes Manuel Rosales y Stalin González; el contorsionista Henri Falcón y su partido
Avanzada Progresista; el MAS y sus líderes Felipe Mujica y Leopoldo Puchi; antiguos
líderes políticos como Eduardo Fernández y su hijo Pedro Pablo; encuestadores
como Luis Vicente León, José Antonio Gil Yépez y Jesús Seguías, ni-nis como Enrique
Ochoa Antich y Claudio Fermín. Por supuesto, cada uno de ellos tendrá sus
razones individuales para actuar así, algunos lo harán de entera buena fe,
otros atendiendo a sus agendas políticas y deseos de figuración, pero el resultado
de estos esfuerzos es el mismo: tienden a alargarle la vida, de manera
indebida, a los criminales que están en el poder o a lograr que salgan mediante
transacciones o negociados de dudosa calidad ética.
La Ley de Amnistía
decidida a nivel de la Asamblea Nacional es un intento bien intencionado de
persuadir a los militares corruptos o cobardes a que abandonen el carromato de
Maduro, pero no es coherente con la actitud de respeto a la constitución y a
las leyes que deberían ser características de una nueva Venezuela, ya que – en su
afán de lograr una victoria rápida – está entregando principios y valores que
deben ser sagrados.
Para lograr una nueva
Venezuela es preciso romper la simbiosis entre el régimen forajido y la
sociedad forajida.
El socialismo funciona muy bien al principio porque hay mucho que ROBAR! Despues de un tiempo,
ResponderEliminarla caida inevitable comienza. En 1999, los idiotas que han votado por los Chavistas con regocijo y un odio ciego de los extranjeros y de sus ciudadanos del compañero con un poco mas de ellos, ahora comen basura. Los payasos ricos de Hollywood y de la izquierda ahora no dicen nada de Venezuela, pero preparan las misma destruccion en EEUU con una histeria desesperada.
Venezuela muere del cancer castrista y siguen Bolivia y Nicaragua la misma ruta.
ResponderEliminarPero es que esta telaraña de intereses oscuros llega hasta Guaidó. Marrero, a quien pusieron al lado del presidente encargado y este aceptó, es persona de Diosdado y tremendo corrupto y cae en desgracia,aparentemente.
ResponderEliminarTodo pinta muy mal y los colaboracionistas se han reposicionado, ayudados por los "influencers" que le faltaron a Ud. en su exhaustiva reseña.
No tengo la menor duda de que mucha, muchísima gente, plaga más bien, más allá de bolichicos y políticos vendidos, recibe dinero para crear la agenda del colaboracionismo. Espero algún día salga la lista completa de todos los que se han beneficiado a costa de la destrucción del país y que se hsga justicia. Yo sospecho de un montón de twiteros. No soy optimista sobre lo que viene.
Merecen un Simon Wiesenthal contra la corrupción venezolana.
Gustavo: Ud. se enteró de la protesta a favor de Maduro en Washington? Mientras tanto, Time pone en portada a Ocasio-Cortez (tan conunista la chica y usa esa pedantería de lod apellidos unidos por un -). Preocupante el rumbo que pueden tomar las cosas en USA. Definitivamente la estupidez humana es infinita
ResponderEliminarLa estupidez marxista es la mas infinita de todo.
ResponderEliminarEs tan evidente el papel de gente como Calderón Berti, Tarre Briceño o Carlos Vecchio, poe mebcionar tres, como detenedores de la intervención. Eso hay que denunciarlo. La agenda de politiqueros y embaucadores debe ser abortada. Qué hijoeputez la del colaboeacionismo cómplice, mientras Venezuela muere.
ResponderEliminarDurante el gobierno de Hitler, donde murieron millones de seres humanos, el mundo no movio un dedo, no hizo nada. En Venezuela han muerto, hasta ahora, decenas de miles de personas y tampoco se hace nada contundente para evitar esta masacre! Entonces me pregunto: Que mas debe ocurrir para que el mundo civilizado actue??
ResponderEliminarEn Ruanda, la misma cosa. 800,000 muertos y el mundo no hizo nada! Bill Clinton dijo "no diga la palabra genocidio. En este caso, vamos a estar forzados a hacer algo."
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