*** DE RAFAEL ALFONZO RAVARD A TARECK EL AISSAMI, UNA HORROROSA INVOLUCIÓN
*** DE LÍDER EN LA OPEP A MENOSPRECIADA COMPARSA
*** DE GERENCIA PROFESIONAL DE RANGO MUNDIAL A PANDILLA DE LADRONES Y NARCOTRAFICANTES
*** DE MODERNOS COMPLEJOS REFINADORES A CHATARRA CERRADA
*** DE EMPRESA MUNDIALMENTE RESPETADA A HAZMERREIR DE LA COMUNIDAD PETROLERA INTERNACIONAL
A media mañana del 6 de Agosto de 1975 el recinto
del Senado venezolano se encontraba lleno de gente deseosa de escuchar la
intervención del ex-presidente y senador vitalicio Rómulo Betancourt en el
debate sobre la nacionalización petrolera que proyectaba el gobierno de Carlos Andrés
Pérez. La voz de Betancourt era escuchada y respetada por haber sido presidente
de la república, por su condición de gran demócrata y por su calidad de
estadista. Su discurso de dos horas fue importante puesto que apoyó el proyecto
de Pérez, defendió el Artículo Quinto que tanta resistencia generó en las filas
del izquierdismo y de la derecha copeyana y justificó el paso nacionalizador
por tres razones fundamentales: Una razón patriótica; una razón económica y una
razón geopolítica, es decir, que el tiempo había llegado para hacerlo. La
primera razón la explicó al decir que “un país termina por adquirir una sumisa
mentalidad cuando deja que otros exploten sus materias primas…”. La segunda
razón, porque la explotación directa daría
mayores ingresos fiscales y de otro orden. Sobre la tercera razón explicó que
vivíamos en un mundo interrelacionado, quizás refiriéndose a los eventos que
ocurrían en el medio Oriente, los cuales le habían dado a los países
productores mucho mayor poder frente a las empresas petroleras transnacionales.
Como gerente medio de la
industria petrolera en aquellos años no estuve de acuerdo con su nacionalización.
A diferencia de lo que pensaba el respetado y admirado ex-presidente, siempre
pensé y continuo pensando hoy que un suficiente control de la industria petrolera
por parte de la Nación podía y puede perfectamente obtenerse sin necesidad de transformar
la operación de la industria en un monopolio estatal, estableciendo claras regulaciones
administrativas y técnicas sobre la actividad. Para ser exactos, en esos años Venezuela
había llegado a tener un control prácticamente total sobre las decisiones de la
industria a través de regulaciones existentes, tales como el decreto 832, el
cual obligaba a las empresas a someter sus presupuestos anuales a la aprobación
del Estado. Este decreto y otras leyes y regulaciones existentes se combinaban
para darle a la Nación un poder decisorio casi total sobre la actividad
petrolera. Además, le proporcionaba a la Nación un porcentaje muy alto de los ingresos
totales obtenidos sin necesidad de que la Nación tuviera que comprometer sus
propios recursos para financiar la actividad Es por ello que se dijo que lo que
se iba a nacionalizar realmente era el
riesgo de la actividad. Era contra intuitivo pensar que los ingresos serían
mayores ya que la nacionalización involucraba la necesidad de financiar la
actividad con los dineros de la Nación. El sentimiento nacionalista fue
exacerbado por los sucesos que habían ocurrido en Libia y en otros países
productores y llamaban a la emoción y al entusiasmo, constituyéndose en un
factor adicional que apoyó la decisión de nacionalizar.
Quienes adversábamos la decisión,
una vez tomada, decidimos quedarnos a colaborar bajo el nuevo esquema, a fin de
tratar de que se hiciera de la manera más racional y eficiente posible. Inicialmente
ello se logró en gran parte, con la adopción de un modelo sin precedentes en el
mundo petrolero, consistente de cuatro empresas operadoras integradas y una
empresa matriz, coordinadora financiera y de planificación. Al frente de un
grupo de venezolanos honestos se colocó a un gerente excepcional, Rafael
Alfonzo Ravard, quien logró por algunos años mantener el respeto del mundo
político por el manejo profesional de la industria nacionalizada. Durante estos
primeros años parecía que PDVSA lograría ser uno de esos casos, raros en el
mundo petrolero, de una empresa del estado profesional razonablemente eficiente
y manejada al margen de la política. Ello comenzó a cambiar cuando se
modificaron algunos reglamentos de PDVSA para acortar el período de los
directores y a aparecer indicios de que los nombramientos se alejaban de
consideraciones meritocráticas para dar mayor importancia a las relaciones políticas
o personales, lo cual promovió el cabildeo dentro de la organización, deformación
similar a la que ocurría en la Fuerza Armada, en la cual los militares buscaban
promoción a través de su acercamiento al sector político. Quitarle a PDVSA el fondo
de inversiones petroleras durante la presidencia de Herrera Campíns representó
el final de su autonomía financiera, uno de los pilares que el General Alfonzo
predicaba como esencial para el buen funcionamiento de PDVSA. El mundo político
comenzó a entrar a la industria petrolera, a hacerla parte del forcejeo que se llevaba
a cabo en otros sectores. Declaraciones como las de Gonzalo Barrios y líderes
del COPEI sobre los excesivos salarios de los gerentes petroleros, las acusaciones
sobre colitas en los aviones de PDVSA a familiares y amigos de los gerentes, la
constante crítica ideológica de la extrema izquierda derrotada en el debate pre-nacionalización,
todo ello fue configurando una verdadera invasión del mundo burocrático y político
del estado venezolano a PDVSA. El sueño de ver a la administración pública
imitando la actividad gerencial profesional y eficiente de PDVSA se fue convirtiendo
en la captura progresiva de PDVSA por la mediocridad del mundo político
venezolano. A pesar de que por muchos años PDVSA anduvo razonablemente bien
gracias a un grupo de gerentes valiosos
y competentes, la tensión entre este grupo y el mundo político se fue intensificando.
El general Alfonzo salió de la empresa y fue remplazado por una figura política.
Más tarde habría conflictos serios entre presidentes de PDVSA como Brígido Natera
o Andrés Sosa Pietri, con los ministros del sector. La luna de miel se terminó
y aparecieron las rencillas conyugales. El mundo político nunca pudo aceptar,
por ejemplo, que un gerente petrolero pudiese ganar más dinero que un ministro.
Para ellos se trataba de que el gerente petrolero estaba sobre remunerado
cuando la realidad siempre ha sido que los bajos sueldos de la administración
pública han promovido la híper-corrupción endémica en el mundo político
venezolano. Llegar a la presidencia de los Seguros Sociales, Aduanas o el hipódromo, por ejemplo, era la ocasión para robar, ya que el tiempo de permanencia
en estos cargos era corto en promedio y “había
que aprovechar”. El mundo petrolero y el mundo político eran como el aceite y
el vinagre, inmiscibles.
Demasiado bien lo hizo PDVSA por
largos años, demasiada presión contaminante aguantó el núcleo original que la
mantuvo a niveles profesionales. Pero ya para la década de 1990 PDVSA mostraba clara
adiposidad burocrática y se había agotado el modelo de empresas filiales
múltiples, por lo cual fue necesario ir a una integración de las filiales y a su
conversión en Unidades de Negocios por función, es decir, a la figura de una empresa
estatal única.
Este proceso de deterioro se pudo
demorar por etapas, gracias a los esfuerzos de la gerencia petrolera pero la
tendencia era imposible de revertir. PDVSA iba en camino de ser una empresa más
del Estado, a lo PEMEX, YPF Argentinos, Pertamina o Petroperú. Y esto era
inevitable por aquello que decía el líder sindical Manuel Peñalver: “No somos
Suizos”. Ciertamente PDVSA hizo lo imposible para vencer ese fatalismo pero, al
final, fue tragada por la marabunta.
La marabunta que había sido modesta
hasta 1999 entró como rio crecido de la mano de Hugo Chávez. Desfilaron por la
presidencia de PDVSA en la etapa chavista miembros de una antología de la
ignorancia y/o de la corrupción: Ciavaldini, Parra, Rodríguez Araque, Ramírez Carreño,
Del Pino, Quevedo, quienes mostraron una progresiva eficiencia en capacidad de
destrucción. Ramírez y Quevedo han sido los peores, uno por la cantidad de años
que tuvo poder para destruir la empresa en beneficio personal y el de su
pandilla, el otro por su colosal ignorancia y negligencia criminal. Hoy está al frente de PDVSA un narcotraficante
y lavador de dinero buscado por la justicia internacional, asistido por un
elenco de hampones. Ninguna pesadilla puede ser peor que esta horrorosa realidad
Se dirá que esta debacle que ya
dura 20 años fue un producto de la
fatalidad pero es necesario admitir que las fatalidades tienen que figurar en
nuestros escenarios venezolanos con cierta probabilidad de concretarse, porque
han sido demasiado frecuentes para considerarlas cisnes negros: Cipriano
Castro, Juan Vicente Gómez, Marcos Pérez Jiménez, Hugo Chávez y Nicolás Maduro,
han tenido el poder en Venezuela durante el 65% de nuestra historia desde 1900
hasta hoy.
Lo peor, si es que hay algo peor
de lo que ya ha sucedido, es que no se
advierten en el joven liderazgo político venezolano, el cual tendrá a su cargo
llevar las riendas de la Nación del futuro, indicios claros de que la lección
ha sido aprendida. Se sigue hablando el mismo lenguaje estatizante y de
adoración por los monopolios y empresas del estado, a pesar de que ninguna ha sido
beneficiosa para el país (véase el desastre de la CVG como muestra)
Se sigue hablando de que hay que
recuperar a PDVSA, de que hay que ponerla en condiciones de explotar la Faja
del Orinoco y llevarla a producir 5 millones de barriles por día, de que todo
podrá regresar a ser lo que fue en los primeros años de la “nacionalización”,
de que Venezuela podrá ser de nuevo una potencia energética, ya que tenemos las
“reservas probadas más grandes del mundo”, mito que se han tragado de manera
acrítica los analistas de la situación venezolana.
El deber de quienes hemos vivido íntimamente
la experiencia de PDSVSA es utilizarla para advertir sobre el futuro, sobre los
peligros de tratar de recorrer los mismos caminos y tomar los mismos atajos que
llevan al abismo.
Hay nacionalismos sanos y
nacionalismos enfermos, hay deseos de ser independientes que son respetables
pero que deben armonizarse con las exigencias de la interdependencia, hay
ideales de superación admirables pero que deben ser producto del esfuerzo
propio y no de resentimientos xenofóbicos, hay aspiraciones genuinas de control
que no deben ser confundidas con la necesidad de hacerlo todo, especialmente
aquello que otros pueden hacer mejor y sin comprometer nuestros recursos.
Con la nacionalización petrolera
quisimos ponernos los pantalones largos pero no fue así. Andamos de taparrabos
guiados por una pandilla de narcotraficantes.
La quiebra chavista - ahora es del pueblo!
ResponderEliminarGustavo es como tú dices, la faja está quedando como la reina que no terminaban de casar. El tiempo está pasando y ya no es secreto que al menos Guyana está lista para sacar crudo liviano de nuestras aguas. Hay que ponerse en eso rápido porque estamos demasiado en la zaga.
ResponderEliminarMuchos se oponían al asunto de la nacionalización porque en el 83 todo eso regresaría igual al control del Estado. Sin pagar un céntimo.
¿Eso es estrictamente cierto?
Otros grandes culpables son los militares. Como va a ser que un grupito de locos se pone a conspirar desde 1982, los detectan, los detienen e interrogan e igual no pasa nada.
Aparecieron todos en el 92 al mando de unidades con poder de fuego.
Me van a perdonar pero yo sí le creo a Carratú Molina cuando dice que el alto mando estaba metido en eso. La entrevista está aquí:
https://m.youtube.com/watch?v=zRKlLtsyA6M
Gustavo, un excelente resumen de lo que fue y hoy es PDVSA. Creo que a largo plazo nacionalizar (en realidad fue estatizar) la IPN fue un error. Pensar que los políticos iban a respetar una estructura muy bien diseñada que mantenía a los operaciones separadas del control político con una Pdvsa de barrera, fue demasiado optimista.
ResponderEliminarPero hay que darle un gran aplauso a que durante casi 20 años se logró mantener ése espacio y luego que los excelentes profesionales que trabajaron en las filiales lograron mantener una meritocracia bastante objetiva a pesar de las presiones políticas fue un gran logro.
Al final la política comenzó a colarse en las decisiones y con el nefasto Chávez acabó con todo lo que era profesional y serio. Hoy Pdvsa no vale nada; la que fue la más eficiente y profesionalmente gerenciada empresa petrolera Estatal es hoy un carapacho de basura tanto en la condición de sus equipos como en la gentuza que la explota. Un triste pero no sorprendente final.
Coincido con Gustavo Coronel, el anonimo y Baptista. El nivel de profesionalismo de la IPN era demasiado sólido para la cada vez peor administracion politica que se vino haciendo presente con los izquierdistas comunistófilos resentidos que entonces como hoy Pablo Iglesias en España no pueden vivir sin los lujos pero les encanta que haya más y más pobres porque solo asi tendran a las "masas mansas" con alguna esperanza de recibir migaja (La misma tesis de Jorge "Garibaldi" Giordani, por la que casi llega a las manos con Guaicaipuro Lameda otrora presidente de PDVSA de la época chavista).
ResponderEliminarMiren cómo vive Maykel Moreno. A los 25 había matado dos personas. Qué destino le esperaba sino hubiese llegado Chávez en el 98. Hoy va a la CPI y es recibido con honores. Con la llegada de Chávez la Venezuela honesta se terminó de venir abajo. Hemos, los que no queremos vivir en el estiercolero chavista, que largarnos. No tenemos ejército, solo nuestras capacidades. Van 22 años.
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ResponderEliminarQuizá los ingenieros tengamos una visión determinista de la vida y nos abrume el caos en que
se encuentra nuestra patria. Me siento al igual que muchos colegas desilusionado de haber "arado en el mar". Desde 1930 hasta 2020, la etapa de la gran piñata petrolera, hemos estando dando saltos,construyendo atajos e improvisando métodologías para incorporarnos al mundo en desarrollo. Solo hemos logrado disfrazarnos. No hemos quemado las etapas del desarrollo social todavía. Algunos hemos pasado del taparrabos a la ropa de microfibras en menos de cien años, pero no todos. Juntos derrotareremos la maldad, la injusticia y la impericia.
Ánimo Venezuela