Los días finales de la presidencia de Donald Trump han sido de una progresiva implosión. Aunque sus cuatro años de presidencia han estado llenos de momentos controversiales y penosos estos últimos meses se han convertido en una ininterrumpida crisis de la primera magistratura, principalmente alimentada por dos eventos: el desarrollo de la pandemia en el país y su actitud frente a los resultados de las elecciones de Noviembre.
Podría
decirse que un evento fue el factor generador del otro. La política seguida por
Trump para el manejo de la pandemia tuvo un efecto muy negativo en la
percepción de los estadounidenses sobre sus cualidades de liderazgo. Su
estrategia principal fue la de desconocer la severidad de la pandemia y repetir
una y otra vez que estaba en camino de desaparecer. Interesado en mantener la
economía boyante, con fines electorales, insistió en que los estados
controlados por los republicanos se mantuvieran esencialmente “abiertos”, lo
cual generó numerosos casos del virus. Los Estados Unidos es hoy el país con más
casos y más muertes debido al virus. En paralelo con esta estrategia equivocada
el presidente Trump lideró una actitud de desconocimiento del protocolo recomendado
de uso de máscaras y distanciamiento social. Ni él, ni su familia ni sus inmediatos
colaboradores (excepto Pence) acataron esta directriz sanitaria. Peor aún,
Trump la combatió velada y abiertamente, al llevar a cabo grandes concentraciones
de personas que no seguían esas recomendaciones. Como resultado de este
liderazgo basado en el mal ejemplo, estos eventos fueron generaron altos
niveles de contagio y algunos colaboradores importantes murieron contagiados del
virus. El mismo Trump, su esposa, hijos y miembros de su entorno de trabajo se
contagiaron pero recibieron atención médica especial, algo que la mayoría de
los ciudadanos no podía obtener.
Esto
contribuyó en gran medida a la derrota electoral de Donald Trump. Preocupado
por la posibilidad de perder las elecciones debido a la reacción popular sobre
su conducta frente al virus, Trump comenzó a hablar activamente de un posible
fraude electoral en su contra. Dijo públicamente
que no concedería la victoria a su oponente. Su campaña fue de doble propósito,
por un lado acusar al candidato opositor de ser un títere de los comunistas y,
por el otro lado, comenzar a diseminar la especie de que se preparaba un gran
fraude electoral.
El
resultado de las elecciones le fue adverso y desencadenó el segundo evento, el
cual se ha ido agravando significativamente. Fue el desconocimiento, por parte
del presidente Trump, del triunfo electoral de Biden, llevado al extremo de
insultar y romper con los miembros de su gabinete y de su partido que
admitieron que Biden ganó legítimamente. Su postura desconocedora de los resultados lo llevó a
autorizar abogados como Giuliani, Woods y Powell para introducir múltiples demandas
de nulidad de las elecciones en diferentes estados de la Unión y ante la Corte
Suprema de Justicia. Se ha hablado de
hasta 50 demandas (he leído tres de ellas), todas con resultados rotundamente negativos.
En paralelo, su mismo Fiscal General (Attorney General) William Barr ha dicho
que las elecciones fueron limpias. El vicepresidente Pence ha dicho que no encontró
señales de fraude. Una mayoría de los congresistas de su propio partido ha dicho
que no puede objetar el triunfo de Biden. La actitud de Trump ha sido la de
romper con ellos y con todos quienes niegan que su postura es la correcta.
Su
más reciente acción fue la promover una marcha sobre el Congreso, a la cual él
prometió acompañar pero no lo hizo. Esta marcha desencadenó una acción
vandálica violatoria de las instalaciones del Congreso, algo nunca visto en la
historia del país. Como resultado de esta acción varios miembros de su gabinete
y otros funcionarios de menor nivel han renunciado, ya que responsabilizan a Trump
por este evento.
Su comportamiento ha sido objeto de acerbas
críticas. Twitter le ha cancelado su cuenta de manera permanente y FACEBOOK lo
ha hecho de manera temporal.
Su
actitud ha costado al partido republicano la pérdida de la Cámara de Representantes,
del Senado y de la presidencia, además de inducir fracturas a sus más altos
niveles.
En
una acción sin precedentes, se gesta en este momento un segundo juicio político
en su contra. Se le pidió al vicepresidente Pence que invocase la constitución,
a fin de declarar a Trump incapaz de
seguir en la presidencia pero Pence se ha negado a hacerlo.
Como
resultado de esta grave crisis de las instituciones estadounidenses el presidente
Trump se encuentra actualmente aislado políticamente, rechazado por la mayoría
de sus propios compañeros de partido y de gobierno y por grandes sectores de la
ciudadanía estadounidense.
Esta
situación de aislamiento de Trump parecería anunciar el fin de la crisis política
estadounidense pero podría no ser así. En realidad, podríamos estar asistiendo
al inicio de una gravísima crisis política y social en la nación, como resultado
de acciones que Donald Trump o sus seguidores pudieran tomar en el futuro a corto
plazo.
La
razón está a la vista. Trump recibió unos 75 millones de votos, lo cual significa
que casi la mitad de los electores aprueba de su manera de conducir la política,
su manera de pensar y de actuar. Aún después de lo que ha sucedido es posible
ver que sus partidarios no solo lo justifican sino que muchos de ellos parecen
querer ir aún más lejos en su acción contra las instituciones, de un modo que
podría denominarse insurreccional. Parecería que esta gran masa de ciudadanos
estadounidenses está actuando sobre la base de creencias, algunas legítimas, otras
no, de convicciones, resentimientos, odios raciales o sociales, en contra de lo
que perciben como una nación elitista con tendencias socialistas que arruinarían
al país. Y no es solo un movimiento de supremacistas blancos, predicadores
fanatizados y masas ignorantes, sino que abarca sectores educados de la
población. Su cemento unificador es, sorprendentemente, un grupo de teorías conspirativas
que postulan una confabulación de poderosos y multimillonarios para dominar el
mundo, gente que – según ellos - no solo
tienen ansias de dominación sino desviaciones sexuales y prácticas satánicas. De
allí que muchos de ellos, incluyendo al nuevo presidente Biden, sean acusados
de pedofilia, sin evidencia alguna. Entre los anti-Cristos identificados por el “trumpismo” se encuentran
Bill Gates y George Soros, multimillonarios quienes según los seguidores del
presidente han creado vacunas contra una pandemia
fraudulenta (no mata a nadie, dicen) que al ser inyectadas a la población la convertirían
en esclava. El movimiento “trumpista”
también acusa a sus opositores de inventar el cuento del calentamiento global para
atacar el nacionalismo y terminar con la independencia de los países. De allí
que Trump hable de una pugna entre patriotas
y globalistas.
Este
es un movimiento que tiene eco mundial, al cual se han adherido Bolsonaro en
Brasil, Erdogan en Turquía, Duterte en Filipinas y otros.
Trump
se ha convertido en un aprendiz de brujo que podría llegar – como Mickey Mouse
en “FANTASÍA”- a perder el control de
las masas que logró poner en pie de guerra. En este momento, a fin de salvarse políticamente,
declaró que desaprobaba lo sucedido en el Congreso y sus palabras lo han convertido en un traidor ante los ojos de
algunos de sus seguidores.
Sin
embargo, como Trump nunca ha sido un político sino un entusiasta vendedor de su
propia imagen, su posición en la presidencia le ha permitido crear un movimiento que tiene ya poco que ver
con el partido republicano para convertirse en un inmenso chiripero que está
adquiriendo vida propia. En este sentido está mucho más cerca del fascismo italiano,
del hitlerismo alemán y del peronismo argentino que de las corrientes políticas
de la democracia.
Por
ello, lo que está sucediendo en este momento pudiera no ser el final político de
Donald Trump sino el comienzo de una nueva etapa de su vida pública, una etapa
que traería nuevas tragedias a la sociedad estadounidense.
Creo que el nuevo Presidente, Joe Biden, junto a su
ResponderEliminargabinete, estabilizará las cosas en menos de 6 meses.
Como observador y analista político veo un buen progreso
de muchos temas en 2021 bajo la batuta del estupendo
grupo de trabajo que ha creado el presidente Biden.
Habrá un impulso regenerador, sin duda.
Humberto Acosta
Brasil.
Es principio. Espero que Biden puede controlar a los idiotas izquierdistas en su partido.
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