CONVERSACIÓN CON JOSE BALBINO LEON QUIJADA
SOBRE LOS TEQUES DE 1940-1950
**** Un
reencuentro con un amigo de mi adolescencia después de 70-75 años
He escrito bastante sobre Los Teques, el pueblo donde
pasé mi niñez y adolescencia, años de inmenso bienestar que – he dicho – me
ayudaron a abrir una cuenta de ahorros en el Gran Banco de la Felicidad, la
cual me ha servido en estos años para ir haciendo retiros que me permiten
compensar por las durezas con las cuales nos ha retado a los venezolanos el
siglo XXI.
A medida que he ido haciendo retiros me doy cuenta de que
la magnitud de lo allí depositado me alcanzará con creces hasta el día en el
cual me vaya a Marte a visitar a Ray Bradbury.
Como geólogo ando siempre buscando los testimonios del
pasado. Adoro las amonitas, aquellos cefalópodos del cretácico que fueron
reinas de los mares hace 75 millones de años y que contribuyeron decisivamente
a generar muchos de los barriles de petróleo que luego los venezolanos hemos
desperdiciado. Pero, me interesan también los hechos históricos recientes, como
el de aquella bella aldea de Los Teques que era como un Davos Platz venezolano.
Ya los habitantes de aquella Los Teques de la década de 1940 escasean. Hace un
par de años me reencontré con uno de ellos,
mi compañero de adolescencia en excursiones a El Encanto, a cuevas y lagunas, amante
de la naturaleza, José Balbino León Quijada, quien salió de Los Teques (http://lasarmasdecoronel.blogspot.com/2021/02/la-aldea-y-los-suenos-de-universalidad.html ) para estudiar ecología
en la Universidad de Burdeos, convirtiéndose posteriormente en profesor de
Ecología en la Universidad de Orleans y en la Universidad de París, autor de
artículos sobre el desarrollo publicados en Le Monde y fundador del Centro de
estudios Ambientales en Burdeos, del cual fuera su primer director. José Balbino fue uno de los varios jóvenes
salidos de la pequeña aldea tequeña para convertirse en ciudadano universal, nacido
en lo pequeño pero siempre pensando en lo grande. Después de unos 70- 75 años
sin saber el uno del otro, nos hemos reencontrado virtualmente y hemos
establecido un diálogo nostálgico, tan lleno de afecto como si nunca hubiésemos
dejado de vernos o escucharnos.
NUESTRA
CONVERSACIÓN
José Balbino:
¡Qué gran placer
sentí al recibir “La Aldea y los sueños de Universalidad”! (ver http://lasarmasdecoronel.blogspot.com/2021/02/la-aldea-y-los-suenos-de-universalidad.html ), Gustavo . Es una magnífica
pieza literaria y un gran esfuerzo de síntesis histórica, pues con mucha facilidad
vas de un lado a otro. De pronto estás en París cenando en Fouquet y luego recordando
episodios y personajes de la Aldea de los Teques en plena cosecha de “gente universal”
¡Tremendo epíteto!
Quien iba a pensar, Gustavo, que de aquellos patinadores
de misas de aguinaldo, excursiones al Cerro La Cruz y el Pan de Azúcar,
comedores de mangos y pescadores de sardinas, saldría un Manuel Henríquez a dirigir
un hospital en Alemania, un Carlos Alberto Moros a ser rector de la UCV, tú a
PDVSA y tantos otros.
Gustavo:
Tantos otros, como tú, como Julio Barroeta, Luis Ayesta,
Carmen Mannarino, Carlos Gottbergh, Rubén Ángel Hurtado, etc. Gente Universal es un epíteto nada
injustificado porque siempre me sorprendió que en nuestro pueblito de una población
que sería de unos 8-9000 habitantes a lo sumo hubiese tanta gente joven pensando
en asuntos de dimensión universal: música clásica, ópera italiana, grandes
novelistas europeos a lo Mann y a lo Hesse. Tanta gente de ingenio.
José Balbino:
Realmente es maravilloso eso de cenar en Fouquet. Creo
que una vez comí allá por los años ’70, pero desde luego no fue en compañía de
Arturo Rubinstein, pues ello habría potenciado mi cena. Comprendo el cuadro
inolvidable en que participaste y que esos momentos se quedaron en la memoria
para toda la vida. Ello me hace me hace
recordar el restaurante de Falkenhagen, cerca de las Cuatro Esquinas de Los
Teques, lo recuerdo casi a la par de la Tour d’ Argent, el famoso restaurante
parisino donde cada dos años iba para celebrar mi cumpleaños con mi familia. Lamentablemente
la situación de nuestra vida de hoy acabó con esa tradición.
Gustavo:
Quise iniciar mí escrito con la referencia a los dos
grandes acompañantes que tuve en “Fouquet”: Daniel Trumpy y el pianista
Rubinstein, porque ambos hicieron énfasis, durante la cena, en la felicidad que
habían tenido al crecer y vivir parte de sus primeros años en aldeas o pequeñas
comunidades. Ello reafirmó mi creencia en la virtud de crecer en sitios
pequeños, donde se establecen vínculos de solidaridad que generalmente son más
difíciles de establecer en las grandes ciudades (hay excepciones, por supuesto)
José Balbino:
Iniciaste tu escrito con ese epigrama, el cual me hizo
cambiar mi estado de ánimo y presentar un epígrafe sobre Los Teques y su
cosecha de gente universal. Sin lugar a dudas tienes intuición, en su sentido
lato, para expresar lo que recordamos de Los Teques, nuestra bella y acogedora
aldea. ¿Serán los años lo que nos hacen valorar con profundo interés tanto la
fisiografía urbana como la caracterología de “El Pueblo” y “El Llano”, de esos
grupos familiares que se integraban socialmente en aquellos fabulosos espacios?
La vida discurría para mi lentamente en mis años de adolescencia, enamorado de
todas la quinceañeras a quienes el clima de “La Aldea” les daba a sus caras unos
colores rosáceos pasteles (de poma rosa) que me incitaban a ir al parque Knoop, a
recoger unos coquitos que por antonomasia le daban nombre al parque. Esos
coquitos, raspados, pulidos con Crema Brasso y hasta grabados eran joyas que me
servían para ayudar mis flirteos, al obsequiárselos a mis pretendidas. También en la Aldea y motivado por un amigo,
me puse a pulir cachos de res con el mismo procedimiento y me propuse hacer de
ellos una lámparas. Cuando me di cuenta de que las “bichas” esas eran bien pavosas
dejé de hacer aquellos mamarrachos, aunque a mucha gente le encantaban. ¡Eran muy
cursis!
Gustavo
Yo siempre quise pulir los coquitos como hacían otros
adolescentes, pero nunca logré hacerlo. Tampoco pude patinar o andar en
bicicleta. Era un niño muy torpe (y no he mejorado). Y, sobre el éxito con las
muchachas, pocos hits cero carrera, afortunadamente cero error. Era muy tímido.
Aunque si me enamoré de Lolita Roberts, primero, luego de Myriam ….. fueron bellos
amores de adolescencia
José Balbino:
En La Aldea había
gente que nos proporcionaba gran distracción. Recuerdo mucho a uno de la “gente
universal”, Julio Barroeta, quien decía que la estatua de Guaicaipuro –que tu
recuerdas- situada en la misma plaza de su nombre, donde está su estatua en
posición de empezar una carrera olímpica. Julio – muy travieso - decía que
Guaicaipuro no iba a atacar a los españoles sino que estaba listo para salir
corriendo.
Los variados
síntomas de que vivíamos en una pequeña aldea se demostraban cuando
pasábamos dos horas todos los domingos en la noche en un interminable caminar
entre al altozano y la esquina que hoy llaman “El Dato”.
Íbamos al compás de las melodiosas notas de la Banda
Estadal que dirigía el Maestro Adelo Alemán. De nuevo, el afilado Julio decía
que la banda “ejecutaba” la música clásica, pero que la “otra”, la popular, si la tocaba bien Hablo de nuestra famosa “Retreta”
Y seguíamos siendo aldeanos cuando nos maravillábamos al ver el hueco por donde
se había escapado de la cárcel tequeña el legendario “Petróleo Crudo”, aquél
mismo recinto donde el Dr. Daza, médico, supuestamente homicida de su mujer, pagaba
su condena y atendía pacientes, sin ninguna vigilancia y con muchos “aciertos”,
en la entrada del recinto. Tú mismo me has recordado a la Sra. Casado y su
pensión, que era así como el “Hilton” de nuestro pueblo, la pensión más tranquila, segura y limpia de
la Aldea.
Gustavo:
Es que eso que dices era la esencia de la magia de Los Teques.
Las retretas, la gente, las caminatas por las calles llenas de niebla. Y, sobre
todo, el humor. No sé si era por el clima pero en Los Teques abundaba la gente
de ingenio, de todas las edades. Recuerdo al Sr. Anselmi, creo que de nombre
Giacomino. A Luis Ayesta, de un humor un tanto ácido pero muy ocurrente. A Julio Barroeta, muy fino. Había
un señor, no recuerdo su nombre, que inventaba palabras, que hoy serían
magníficas como passwords en internet. Yo tengo una.
José Balbino:
Me recordaste también a la Sra. Nézer y al Padre Ojeda,
dos pilares de la educación en el pueblo, acompañados del Bachiller García,
quien añoraba irse a los Estados Unidos y enseñaba inglés a los alumnos de 4º
grado de primaria en la Escuela Arocha. Y al Padre Díaz, “Prefecto” del Liceo
San José, cargo que ejercía valientemente.
De aquella institución, el Hogar Escuela Infantil (luego
nombrado “Consuelo de Marturet”), que dirigía tu mamá acompañada de unas
distinguidas damas, entiendo que un egresado, Emilio, un serio muchacho,
paradójicamente se convirtió en un exitoso libretista de la televisión, en un
programa como La Radio Rochela. También recuerdo a otro “egresado” quien desde niño
soñaba con ser policía y terminó siendo Comisario de la PTJ. Y qué decir de la Pre-Orientación,
otra institución en la Aldea que impartía los estudios de la primaria completa
y algunos oficios técnicos.
Gustavo:
Cuando llegué a Nueva York a estudiar inglés, en enero
1950, la primera persona que vi en NYC, en el aeropuerto, fue al profesor García,
quien trabajaba para la Línea Aeropostal Venezolana. Me invitó a almorzar en su
apartamento en Brooklyn, donde vivía con su mamá. Cuando llegué estaba bañándose
y la bañera estaba en la mitad de la cocina.
Como dices, el padre
Isaías Ojeda, la Sra. Nézer, el Padre Jorge Losch (Puyula) eran personajes
inolvidables. Puyula está enterrado en Los Teques, lejos de su Alemania de
nacimiento. La última vez que estuve
allá, hace años, visité su tumba y le dije cuanto había influenciado mi vida,
al contagiarme el amor por la geología, así como Isaías Ojeda me inyectó amor
por la filosofía y la historia.
José Balbino:
El remanso de la Aldea sólo podía ser interrumpido por
alguien que refería que en la noche de ayer había salido “un espanto” o un
“muerto” en tal sitio, en un lugar lúgubre, sólo iluminado por una “bujía” de
16 vatios. Alguien podía agregar que no era “un muerto” sino la “sayona”. Una manera muy particular de hacer que los
aldeanos durmieran temprano!
¡Cómo me gustaba mi Aldea! Nada tan apasionante como
contemplar aquellas
figuritas que eran como pequeñas esculturas de azúcar que
hacían las Mendiri, en forma de “caballitos”, estatuillas diversas y otras
formas de deliciosos caramelos. O aquel trozo de queso blanco cubierto de masa
de harina de trigo, que las Báez inmortalizaron en un pasapalo que desde hace
décadas no deja de estar presente en un matrimonio, un bautizo o cualquier
celebración.
¡Cómo distinguía
al Dentista Dr. Mendoza del Odontólogo Bracho! Como disfrutaba ver llegar
millones de pajarillos que en su vuelo a no sé dónde descansaban uno o dos días
en los árboles y líneas telefónicas antes de seguir su largo viaje. ¡A veces
caían de sus puestos muertos de cansancio! No sé en qué momento pasamos del sencillo
“Laboratorista” a ser el licenciado clínico microbiológico. ¡O bien pasamos del
Padre López a Monseñor Pérez!
Del Padre López, huraño y cara de pocos amigos, se supo después
que daba alimentos a unas cincuenta familias sin que nadie lo supiera.
Gustavo:
¿Recuerdas las peleas en la Vuelta del Paraíso? Las de
Alejandro Arteaga con Henrique Lazo
fueron memorables. Yo tuve una muy buena con uno de los Salaverría. Y
Julio Barroeta, quien me asistía en la esquina me gritaba: “Aplícale la Llave del saber”, en alusión a aquella enciclopedia de
unos siete tomos que fue tan popular en la época.
José Balbino:
A principios de este siglo a alguien se le ocurrió
“repensar” a Los Teques. Julio Barroeta, Manuel Henríquez, Carmencito Mannarino,
Ildefonso Leal, mi esposa Mireya y yo, comenzamos a reunirnos los sábados por
la tarde para recordar “La Aldea”, pero no funcionó. En uno de esos años un
“nazi” que vivió en Los Teques se le ocurrió quemar los libros de la biblioteca
estadal y otros documentos importantes para la vida pequeña y una enorme pira
de libros desapareció entre las llamas …y nadie reclamo en el momento, ni
tampoco después, a estos gorilas. Cuando veo que en España hay pueblos que solo
poseen unos pocos habitantes y quieren mucho sus aldeas, incluso vi un
reportaje donde sólo hay un habitante y luego veo a Los Teques que
prácticamente explotó, debo entristecerme.
Un buen amigo mío austriaco que había vivido en Los Teques vino a
visitarnos y me dijo que aquello parecía
una ciudad alemana después de los bombardeos aliados.
Gustavo:
Los Teques involucionó, al pasar de aldea a ciudad.
Perdió su encanto y “El Encanto”, sus seres originales se fueron difuminando entre
la creciente población. Algunos todavía estuvieron batallando por conservar su
sabor se fueron muriendo uno a uno. El sabor de Los Teques se fue debilitando con
el paso de los años, como el aroma del Jean Marie Farina en el pañuelo del
anciano caballero.
José Balbino:
Ya para terminar y por lo que a mí respecta creo que eres
exagerado al darme
un valor académico que sólo tu bonhomía puede impulsar.
Gracias, Gustavo, mil gracias más por hacerme sentir importante en la vida de
la Aldea, al lado de gente tan valiosa como tú consideras. Por último, quiero
que sepas que le enviado una copia de tu correo a la profesora Alba Lía
Barrios, una excelente y muy apreciada amiga de Carmencita Mannarino, pues
sabrá apreciar tu referencia a Carmencita. Un fuerte abrazo y mis mejores deseos
por tu salud y la de los tuyos.
Fraternalmente, José Balbino
Gustavo:
Un buen abrazo, José Balbino, estoy seguro de que mientras
esté vivo algún tequeño, edición 1940, la
aldea no desaparecerá sino que estará vivita y coleando en sus y en nuestras mentes.
NOTA
Sobrevivientes de Los Teques edición 1940 - 1950: que
tengan salud y felicidad. Escríbanme a coronel.gustavo@gmail.com si quieren compartir sus recuerdos. Hay nostalgias duras
y nostalgias dulces. Estas sobre Los Teques son dulces.
Daría lo que no tengo y lo que sí por haber vivido la Venezuela que empezó en 1935, como ustedes dos pudieron. La que me tocó no hace justicia a la que fue en verdad.
ResponderEliminarGran abrazo a ambos, tequeños de corazón.
si. fue una venezuela amable, a pesar de que tuvimos conbtratiempos. Pero fue una etapa privilegiada para muchos nosotros, quienes tuvimos la certeza de que ibamnos a vivir mejor que nuestros padres. Hoy en dia esa cereteza ha desaparecido,
ResponderEliminarGustavo
Gustavo cuantos recuerdos se me vinieron a mi mente con ese recuento de Los Teques donde vivi con mis padres durante 16 años. La nostalgia de visitar el parque Knoop, su olor a pinos, el tren al Encanto, las tiendas de los Almosny, Rafael Guillen, los hermanos Morante, me acorde de las retretas, las procesiones y el Carnaval donde Filomena era la mas entusiasta disfrazada de mamarracho, las fiestas en los clubes los pasapalos y tortas de la Sra Casado, las clases de pintura de Carmen Cecilia y hasta los caramelos de las Mendiri, los matinales del cine Lamas, las misas de aguinaldo, la escuela Jesus Maria Sifontes dirigida por la Sra Nezer y las excursiones de varias horas para llegar al Pan de Azucar y el Cerro de la Cruz que ahora se ven desde la Panamericana como simples colinas.
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