lunes, 28 de junio de 2021

UN MATRIMONIO FELIZ


Estuve casado con Marianela durante 62 años, hasta su inesperada muerte,  hace casi un año. Durante esos 62 años de vida a su lado fui muy feliz. ¿Cuál fue la razón? ¿Podría haber sido feliz casado con otra persona? ¿Qué me hizo tan feliz con ella? ¿Fue el amor?

 Algunas de estas interrogantes son de difícil o imposible respuesta. Por ejemplo, la relacionada con lo que me hubiera sucedido si me hubiese casado con otra mujer.  Cuando yo me casé con Marianela ambos teníamos alternativas. Nuestras historias hubieran podido ser muy diferentes. Ella tenía otro pretendiente quien llegó a ser general del ejército, cuando yo nunca he pasado de ser Coronel. Al menos en una ocasión nuestra relación de noviazgo pareció haberse terminado. Ella se fue a estudiar a USA. Y allá estuvo hasta el día en el cual la llamé y le pedí que regresara a casarse conmigo. Yo había llegado a la conclusión de que ella era la persona a quien yo quería a mi lado.

Cuando me casé con Marianela nunca tuve dudas de que ello sería para toda la vida. Mis razones fueron de diversa naturaleza, unas de mayor fuerza que otras pero la combinación de esas razones fue muy poderosa y me dio la certeza que mi matrimonio con Marianela duraría para siempre. Una razón era que nuestros padres habían hecho de sus respectivos matrimonios una relación de toda la vida. Ambos parejas duraron casadas hasta que la muerte los separó. La estabilidad de ambos hogares representaba ante nuestros ojos un ejemplo digno de   imitar. Otra razón era la atracción física que sentía por Marianela, quien siempre me pareció un bello ejemplo de mujer venezolana, mezcla de dulzura y sensualidad. Otra excelente razón fue que me encantaba conversar con ella y compartir ideas sobre lo trivial y lo importante. O, simplemente, estar a su lado en silencio sin sentir presión por hablar, disfrutando de su cercanía. Siempre admiré su inteligencia emocional.

Una razón importante fue ver a su madre, quien tendría unos 50 años cuando la conocí. Era atractiva, llena de vida y  alegre. Me dije que si Marianela llegase a ser  como su madre a esa edad,  esa sería mi compañera ideal. Y así fue.    

Entre las razones más frívolas ayudó a mi decisión que Marianela fuese la reina del carnaval de Maracaibo en 1956 o 1957, ya no recuerdo bien. Recién llegado de Caracas y con acceso a un “smoking” como credencial fundamental me seleccionaron para ser miembro de  su séquito. Verla tan hermosa vestida de reina y bailar con ella contribuyeron mucho a crear una aureola romántica inicial que contribuyó a mi decisión.

¿La amaba? ¿Me amaba? No sabría decir ya cual era la naturaleza exacta de mis sentimientos hacia ella,  pero sí puedo decir que mi decisión fue muy pensada, nada impulsiva. Y creo que esto también fue cierto en su caso.

 Nuestro matrimonio no estuvo exento de drama. Como yo no era católico me bauticé un día antes de casarme con ella a fin de poder hacerlo por la iglesia pero el sacerdote de Chacao, quien nos iba a casar, me dijo que si yo no le garantizaba que sería un buen católico no me casaría.  Yo le respondí que no se lo podía garantizar porque carecía de fe. Cuando él se negó a casarnos Marianela le dijo que simplemente viviríamos juntos.

Mi mamá, quien era de armas tomar, llamó al arzobispo de Caracas por teléfono  y, aunque nunca supe lo que le había dicho,  lo cierto es que el sacerdote nos llamó de inmediato y nos dijo estar dispuesto a casarnos al día siguiente.  

El amor, como reza el título de una película hollywoodense, es algo esplendoroso, como el vuelo de miles de guacamayas de múltiples colores en la Gran Sabana. Combina elementos físicos y espirituales y supongo que nunca en la misma proporción para todos los seres humanos, ni siquiera para los miembros del matrimonio. Mi amor por Marianela y el que ella sintió por mí fueron, sin dudas, diferentes. Pero ambos tuvieron ingredientes de atracción física y de afinidad espiritual, además de un mutuo respeto por el jardín secreto de cada quien. Yo he dicho antes que nuestro matrimonio fue un torneo de cortesías.

 La proporción de ingredientes, como sucede en los matrimonios exitosos, fueron cambiando en el tiempo de una manera sutil. Los amantes se fueron convirtiendo en compañeros, los compañeros en hermanos hasta llegar, en los últimos años, a una relación similar a la de madre e hijo. Experimentamos en 62 años toda esa gama de sentimientos con diferentes matices de colores e intensidades, como lo que vi una mañana en la Gran Sabana, cuando el ruido de nuestro helicóptero, en vuelo rasante,  hizo que miles de guacamayas de los más variados colores salieran volando de los árboles, un espectáculo que nunca olvidaré.  

 El Dr. Samuel Johnson decía

“El matrimonio tiene penas pero la soledad carece de placeres”

Charles Darwin, decía en sus memorias: “La suave y dulce esposa sentada en el sofá, un fuego amable, libros y música, quizás. Cásense, cásense”.

Estos hombres no fueron poetas pero hablaban poéticamente del matrimonio

Rilke si era poeta y  decía, en una de sus cartas a un joven poeta,  “El amor consiste en dos soledades que se protegen,  se tocan  y se saludan la una a la otra”. Hasta Bernard Shaw, quien desconfiaba del matrimonio, admitió que combinaba el máximo de tentación con el máximo de oportunidad”.

A un año de la partida de mi querida Marianela puedo decirles que resulta muy duro vivir en solitario, sin la suave esposa sentada en el sofá, apenas consolado por los libros y la música, sin sentir la tibieza de nuestra intimidad y sin poder abrazarla y protegerla.

A un año de su abrupta partida aún me sorprendo viendo por la ventana, esperando verla  regresar a casa. Torno cabizbajo  a mi pequeño castillo, resistiendo, hasta cuando pueda, el asedio inmisericorde de los ejércitos de la soledad y la melancolía.

 El viaje que es la vida no es para hacerlo solo. De poco vale bajar en cada puerto, como nos recomendaba Cavafis, a admirar sus bellezas si no es posible compartirlas con la compañera de viaje, si la soledad nos arrastra a la autofagia espiritual.   

1 comentario:

  1. Ánimo Gustavo, no entiende uno los caminos de la vida y menos cuando se trata de personas buenas y bondadosas.
    Amigo,
    Acosta.
    España.

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