Estuve casado con Marianela durante 62 años, hasta su inesperada
muerte, hace casi un año. Durante esos
62 años de vida a su lado fui muy feliz. ¿Cuál fue la razón? ¿Podría haber sido
feliz casado con otra persona? ¿Qué me hizo tan feliz con ella? ¿Fue el amor?
Algunas de estas
interrogantes son de difícil o imposible respuesta. Por ejemplo, la relacionada
con lo que me hubiera sucedido si me hubiese casado con otra mujer. Cuando yo me casé con Marianela ambos teníamos
alternativas. Nuestras historias hubieran podido ser muy diferentes. Ella tenía
otro pretendiente quien llegó a ser general del ejército, cuando yo nunca he
pasado de ser Coronel. Al menos en una ocasión nuestra relación de noviazgo
pareció haberse terminado. Ella se fue a estudiar a USA. Y allá estuvo hasta el
día en el cual la llamé y le pedí que regresara a casarse conmigo. Yo había
llegado a la conclusión de que ella era la persona a quien yo quería a mi lado.
Cuando me casé con Marianela nunca tuve dudas de que ello
sería para toda la vida. Mis razones fueron de diversa naturaleza, unas de
mayor fuerza que otras pero la combinación de esas razones fue muy poderosa y
me dio la certeza que mi matrimonio con Marianela duraría para siempre. Una
razón era que nuestros padres habían hecho de sus respectivos matrimonios una relación
de toda la vida. Ambos parejas duraron casadas hasta que la muerte los separó.
La estabilidad de ambos hogares representaba ante nuestros ojos un ejemplo
digno de imitar. Otra razón era la
atracción física que sentía por Marianela, quien siempre me pareció un bello ejemplo
de mujer venezolana, mezcla de dulzura y sensualidad. Otra excelente razón fue
que me encantaba conversar con ella y compartir ideas sobre lo trivial y lo importante.
O, simplemente, estar a su lado en silencio sin sentir presión por hablar, disfrutando
de su cercanía. Siempre admiré su inteligencia emocional.
Una razón importante fue ver a su madre, quien tendría unos
50 años cuando la conocí. Era atractiva, llena de vida y alegre. Me dije que si Marianela llegase a ser
como su madre a esa edad, esa sería mi compañera ideal. Y así fue.
Entre las razones más frívolas ayudó a mi decisión que
Marianela fuese la reina del carnaval de Maracaibo en 1956 o 1957, ya no
recuerdo bien. Recién llegado de Caracas y con acceso a un “smoking” como
credencial fundamental me seleccionaron para ser miembro de su séquito. Verla tan hermosa vestida de
reina y bailar con ella contribuyeron mucho a crear una aureola romántica inicial
que contribuyó a mi decisión.
¿La amaba? ¿Me amaba? No sabría decir ya cual era la naturaleza
exacta de mis sentimientos hacia ella, pero sí puedo decir que mi decisión fue muy pensada,
nada impulsiva. Y creo que esto también fue cierto en su caso.
Nuestro matrimonio
no estuvo exento de drama. Como yo no era católico me bauticé un día antes de
casarme con ella a fin de poder hacerlo por la iglesia pero el sacerdote de
Chacao, quien nos iba a casar, me dijo que si yo no le garantizaba que sería un
buen católico no me casaría. Yo le
respondí que no se lo podía garantizar porque carecía de fe. Cuando él se negó a
casarnos Marianela le dijo que simplemente viviríamos juntos.
Mi mamá, quien era de armas tomar, llamó al arzobispo de
Caracas por teléfono y, aunque nunca
supe lo que le había dicho, lo cierto es
que el sacerdote nos llamó de inmediato y nos dijo estar dispuesto a casarnos
al día siguiente.
El amor, como reza el título de una película hollywoodense,
es algo esplendoroso, como el vuelo de miles de guacamayas de múltiples colores
en la Gran Sabana. Combina elementos físicos y espirituales y supongo que nunca
en la misma proporción para todos los seres humanos, ni siquiera para los
miembros del matrimonio. Mi amor por Marianela y el que ella sintió por mí
fueron, sin dudas, diferentes. Pero ambos tuvieron ingredientes de atracción
física y de afinidad espiritual, además de un mutuo respeto por el jardín
secreto de cada quien. Yo he dicho antes que nuestro matrimonio fue un torneo
de cortesías.
La proporción de
ingredientes, como sucede en los matrimonios exitosos, fueron cambiando en el tiempo
de una manera sutil. Los amantes se fueron convirtiendo en compañeros, los compañeros
en hermanos hasta llegar, en los últimos años, a una relación similar a la de
madre e hijo. Experimentamos en 62 años toda esa gama de sentimientos con
diferentes matices de colores e intensidades, como lo que vi una mañana en la
Gran Sabana, cuando el ruido de nuestro helicóptero, en vuelo rasante, hizo que miles de guacamayas de los más
variados colores salieran volando de los árboles, un espectáculo que nunca
olvidaré.
El Dr. Samuel
Johnson decía
“El matrimonio tiene penas pero la soledad carece de
placeres”
Charles Darwin, decía en sus memorias: “La suave y dulce
esposa sentada en el sofá, un fuego amable, libros y música, quizás. Cásense,
cásense”.
Estos hombres no fueron poetas pero hablaban poéticamente
del matrimonio
Rilke si era poeta y
decía, en una de sus cartas a un joven poeta, “El amor consiste en dos soledades que se
protegen, se tocan y se saludan la una a la otra”. Hasta Bernard
Shaw, quien desconfiaba del matrimonio, admitió que combinaba el máximo de
tentación con el máximo de oportunidad”.
A un año de la partida de mi querida Marianela puedo
decirles que resulta muy duro vivir en solitario, sin la suave esposa sentada
en el sofá, apenas consolado por los libros y la música, sin sentir la tibieza
de nuestra intimidad y sin poder abrazarla y protegerla.
A un año de su abrupta partida aún me sorprendo viendo
por la ventana, esperando verla regresar
a casa. Torno cabizbajo a mi pequeño
castillo, resistiendo, hasta cuando pueda, el asedio inmisericorde de los
ejércitos de la soledad y la melancolía.
El viaje que es la
vida no es para hacerlo solo. De poco vale bajar en cada puerto, como nos
recomendaba Cavafis, a admirar sus bellezas si no es posible compartirlas con
la compañera de viaje, si la soledad nos arrastra a la autofagia espiritual.
Ánimo Gustavo, no entiende uno los caminos de la vida y menos cuando se trata de personas buenas y bondadosas.
ResponderEliminarAmigo,
Acosta.
España.