Noveno
viaje a Serendipia
EL
DIA QUE DESCUBRÍ MI VERDADERA AUTO-ESTIMA
Después
de graduarme de geólogo en 1955, en la universidad de Tulsa, Oklahoma, becado
por Shell, comencé a trabajar con esta empresa en sus oficinas de Maracaibo,
una ciudad espectacularmente bella, muy limpia, de avenidas amplias, llena de
hermosas mujeres de quienes me enamoraba sin cesar. Hice un plan en el cual
proyectaba llegar a ser el gerente de exploración de la empresa en diez años, para
el momento en el cual yo tendría 31 años. Por los primeros seis años mi carrera
en Shell anduvo sobre rieles. Mis supervisores no podían alabarme lo suficiente.
Como único geólogo venezolano activo en la División de Occidente era visto por
el resto de la organización como un hijo predilecto, casi un mimado de la organización.
Me
casé en 1959 y, en 1961, fui transferido a Caracas, donde me pidieron llevar a
cabo una tarea diferente. Debía manejar el proceso de transferencia al Ministerio
de Energía y Minas de Venezuela de un lote importante de concesiones en las cuales la empresa Shell ya no tenía
interés. Este era un trabajo importante pero con acentuados ribetes burocráticos
y repetitivos, el cual involucraba la medición exacta de los lotes a ser entregados,
un proceso que se llevaba a cabo con un planímetro que iba definiendo las áreas
a ser devueltas en los mapas. Era un trabajo sencillo y bastante aburrido, pero
requería una total precisión. Llevé a cabo este trabajo sin mucho interés y fue sometido al ministerio. Al cabo
de algún tiempo, recibimos una comunicación en la cual se nos decía que las
áreas a ser entregadas de regreso tenían algunos errores de planimetría y que
ello demoraría la aprobación gubernamental de renuncia de las concesiones
afectadas por los errores. Ello representaba pérdidas monetarias y de prestigio
para la organización.
Y
era culpa mía.
Mi
supervisor me llamó a su oficina y me dijo, en tono severo, más o menos lo
siguiente: “Gustavo. Debo hablar contigo como amigo interesado en tu futuro y
como gerente, representante de nuestra empresa. Debo comenzar por decirte que hemos
recibido una comunicación del ministerio en la cual rechazan nuestra petición
de renuncia a parte de las concesiones que tu yo conocemos bien, en lo cual has
estado trabajando durante semanas. Y la razón del rechazo a nuestra petición es
que han encontrado errores de medición planimétrica en nuestros documentos. Y
este es parte del trabajo que tú has estado llevando a cabo. Debo confesarte
que ello me ha hecho adoptar una visión muy negativa de tu actuación en la
empresa. Tú sabes que eres nuestro candidato a Gerente de Exploración, el primer
venezolano que tendría esa posición en la empresa. Pero, ahora tengo grandes
dudas sobre tu capacidad para llegar a ser mi remplazo”.
Esas
palabras me produjeron una gran impresión, sobre todo porque hasta ese momento
yo no había recibido nada de mis supervisores que no fuesen alabanzas y
reconocimientos. Y ello me llevó a cometer otro error, hasta peor que el de
planimetría. Le respondí a mi supervisor: “Es que yo soy un geólogo, no un contabilista”.
Esta
respuesta, observé, le causó un profundo desagrado a mi supervisor. Hizo un
esfuerzo para controlarse y me dijo: “Gustavo. Voy a pedir que seas transferido
de este departamento. Creo que es necesario que pases un tiempo en la división
de operaciones de producción en Lagunillas, a fin de que te familiarices con
ese aspecto de nuestra actividad. Creo que vas a encontrar que en nuestra carrera
profesional debemos estar siempre preparados para aceptar una multiplicidad de
tareas. No somos contabilistas, ciertamente, pero siempre debemos ser
responsables”.
Regresé
a mi hogar y, mientras manejaba, iba pensando en lo que debería hacer.
Mi
reacción inmediata fue emocional: “Creo que voy a renunciar, como protesta al
rechazo que acabo de sufrir. Mis planes de llegar a ser el Gerente de
Exploración se han derrumbado. Mi supervisor no me estima. Nos tienen ojeriza a
los venezolanos”……….
Pero,
también entraron en mi mente, de manera más reflexiva, otras consideraciones: “Los errores los cometí yo. Le fallé a la
empresa. Uno debe pagar por sus errores y enfrentar su responsabilidad. Esto es
lo que me enseñaron en mi casa. Mi supervisor no tiene nada en contra mía a
título personal. Hace su trabajo de defender la eficiencia en su departamento y
de mantener el nivel de calidad deseable…. ¿Me voy a rendir tan fácilmente? “.
Cuando
llegué a nuestro apartamento en Los Palos Grandes ya había tomado una decisión.
Hablé con Marianela y le conté lo que me había sucedido y lo que había decidido
hacer, irme a Lagunillas a comenzar de nuevo. Le dije que mi supervisor tenía
la razón y que mi comportamiento en la empresa había dejado que desear. Marianela
me dijo de inmediato que estaba de acuerdo conmigo y que iría donde yo iría,
tal como fue el caso durante todos los 62 años que estuvimos casados.
Llegamos
a Lagunillas y allí comencé a trabajar allí como ingeniero de operaciones
lacustres, encargado de supervisar la perforación y completación de pozos en el
lago. Ello significaba estar disponible día y noche, 24x7, ya que los pozos petroleros, como los bebés,
suelen nacer de madrugada. Mis colegas y mis supervisores eran, casi todos,
menores que yo: Simón Antúnez, Hans Krause, Gustavo Inciarte, Ovidio Suárez,
Enrique Hung, Ricardo Corrie. El único mayor que yo, a un nivel jerárquico superior,
era Francisco (Frank) Rubio, un extraordinario gerente y ser humano.
Seis
meses después yo me había convertido en un respetable ingeniero de operación. Mi
experiencia como geólogo de exploración me sirvió de mucho para asimilar rápidamente
las técnicas y experiencias del nuevo
trabajo. Mis credenciales en la empresa se habían rehabilitado.
Fue en esos días de Lagunillas cuando tuve
otra experiencia serendípica, la cual me llevó a Indonesia y realmente cambió
mi carrera de manera dramática. Pero esa es otra historia, otro hallazgo
extraordinario, que les narraré en la siguiente entrega.
¿Que
aprendí de esta experiencia, además de las nuevas técnicas y de la experiencia maravillosa
de vivir en Lagunillas, con aquel olor
permanente a diésel que era para mí como un Chanel #5, rodeado de tanta gente extraordinaria?
En
ese duro encuentro con mi espejo, representado por mi supervisor, me vi obligado a pasar de una parcial adolescencia
emocional a un nivel mayor de madurez. Decía Joan Didion que llega un momento
en la vida en la cual uno pierde su inocencia y es despojado de la ilusión de
ser perfecto. Me había acostumbrado a pensar que era mejor de lo que realmente
era, creía que todos me admiraban. Había
ido adquiriendo algo peligroso: una variedad inflada de auto-estima, la cual se
desinfló abruptamente, y no por razones externas sino como consecuencia de mis
propias acciones. En el momento la pérdida de esa versión de la auto-estima me
pareció una tragedia personal de grandes dimensiones, pero – en realidad –
probó ser – gracias a mi actitud - un
triunfo personal. Ello fue así porque mi auto –estima basada en una
complaciente versión de mí mismo dio paso - al verme en
el espejo - a una versión mucho más genuina, la que surgió como
consecuencia de esa crisis. En esta nueva versión yo conocía y aceptaba mis debilidades,
pero las acompañaba con la firme actitud de mejorar.
Eso
fue lo que hice y ello me llevó a un nivel superior de auto estima, de auto
respeto. La crisis personal fue el camino que le permitió a mi yo influenciar
mis circunstancias.
Yo tuve ciertas fricciones con un par de supervisores, nada grave, pero sí me hicieron definitivamente arrancar la vía de montar mi propio negocio. 40 años después puedo decir que fue la mejor decisión.
ResponderEliminarUno de los primeros supervisores era un brasileiro que me dijo que fuera buscando trabajo porque mi posición no era para pasar más de un año. Simplemente le sonreí. Al día sigueinte e hice llegar un escrito de queja al gerente general sobre lo que consideré mobbing o acoso laboral y que por eso consideraba que si no estaban satisfechos yo podía irme. Me dió la razón, me dijo que me quedara y que me podía mejorar un poco el salari. Al cabo de unas dos semanas, el brasileiro fue despedido.
La segunda mala experiencia fue en otra empresa, con un jefe estadounidense, que me dijo que tendría que buscar otro trabajo debido a que él no entendía algunas frases por mi "fuerte acento". Me levanté con suprema educación, le extendí la mano y sonriente le dije "entiendo" y le deseé un buen día. Al día siguiente acudí a los recursos humanos, pero esta vez acompañado de un abogado laboral que decía que si perdía el caso no cobraba nada. ¿El resultado? Recibí un año íntegro de mi salario como compensación a cambio de no entablar demanda. Al estadounidense lo dejó la mujer por otro colega y tengo indicio que su gran frustración hacia mí era que el nuevo amante de su esposa era un puertorriqueño.
En el año 2002, con ese dinero compré acciones en las tecnológicas más importantes del mundo, que estaban en el suelo, literalmente hablando, debido a la crisis de las punto com.
Ése año de salario ha significado cubrir totalmente mi retiro.
ResponderEliminarLa vida te da sorpresas y recompensas. Has bien y no mires a quien. Dios se encarga.
Muchos saludos y Bendiciones.