Los Teques
El anhelo secreto……
Anda viajero a buscarlo y encontrarlo
“The Untold Want”,
Walt Whitman
El idioma inglés tiene una
bella palabra, yearning, traducida al
español como anhelo, también una bella palabra. Es un sentimiento tan profundo,
tan inefable, que las palabras que se utilizan para definirlo, aunque
contagiadas de esa belleza, apenas logran
sugerir – sin llegar a expresarlo plenamente - ese infinito deseo humano, condenado a ser siempre
insatisfecho, como el que llevó a Santa Teresa de Jesús a expresar, una y otra
vez: muero porque no muero.
Hemos andado siempre en búsqueda incesante de un significado para
nuestra existencia, así como de un sitio
mágico, en el cual podrá materializarse
nuestro anhelo eterno de felicidad y paz interior, sitio cuya existencia
apenas intuimos, que más que creencia es un deseo que pertenece al mundo de las
ilusiones, nacido al calor de lecturas de infancia, de
experiencias maravillosas, de vida feliz con amada y amigos. Desde Tomás Moro hasta la
gran pantalla nos han hablado de esos sitios que veremos por primera vez o donde
habremos de regresar, sabiendo que nos esperan la infinita paz y la felicidad, las caras
amadas y ausentes, las viejas calles y paisajes de la niñez.
Para quien como yo vivió una
niñez y adolescencia idílica en Los Teques,
versión 1940, estos anhelos tienen la robustez de la realidad. Los Teques era un pueblo maravilloso, lleno de gente interesantísima
y muy original, dotada de un agudo sentido del humor. Por sus calles neblinosas caminé muchos kilómetros hablando sobre Mann, Hesse, Tchaikovski o Puccini con
jóvenes y viejos quienes compartían mis aficiones.
Este anhelo de regreso a un
sitio, idealizado por el paso de los años, es un tema recurrente en las artes.
Quizás La Utopía de Moro no es el modelo ideal, al carecer del componente romántico
que solemos asociar con el anhelo. Más apropiada sería la novela de James Hilton,
“Horizontes Perdidos”, la bella historia de Hugh Conway, diplomático inglés quien
encuentra de manera totalmente serendípica una población perdida en el Himalaya,
cuyos habitantes disfrutan de una gran paz, de felicidad en la sencillez y de una
inusitada longevidad. Es una historia de amor, no solo entre dos personas sino
de amor del visitante por el sitio, de su salida y su intento de regreso, cuyo
éxito o fracaso queda para la imaginación del lector. El sitio, Shangri La, ha pasado a ser un
símbolo de ese anhelo humano de encontrar el lugar ideal adonde ir a descansar, rodeado
de amor y tranquilidad espiritual.
Otro modelo posible es la
mítica isla de Bali Hai, la cual aparece en la obra de James Michener “Cuentos
de los Mares del Sur”, maravillosamente llevada Broadway y a Hollywood por
Rodgers y Hammerstein/Logan como la comedia musical “South Pacific”. Bali Hai
se divisa desde los lejos, un tanto difusa y se convierte en el objeto de los anhelos
para los marinos que están en guerra. La canción dice así, oírla en: https://www.youtube.com/watch?v=4kVSPZe6ZJU
Casi todos vivimos/en una isla solitaria
Perdida en el medio de un mar nublado
Casi todos anhelamos otra isla
Donde desearíamos estar, llamada Bali Hai
Esa isla te puede llamar día o noche
Escucharás esa llamada en tu corazón
Como un suspiro marino en el viento
Aquí estoy, tu isla especial
ven a mí, ven a mí. ….
Un día me encontrarás cantando bajo el sol
Donde el mar se junta con el cielo….
O, si preferimos,
otro modelo de nuestros anhelos es el sitio que el extraordinario novelista de fantasías
y ciencia ficción, Jack Vance, llamó Lurulú. Durante su larga vida Vance fue un
gran viajero, un prolífico escritor de prosa mágica, cuyos protagonistas andan
de planeta en planeta, en el manojo de Mircea y más allá, buscando, buscando
cada quien su destino, un sitio, una cualidad, una persona, que sea la
respuesta a sus anhelos. En su última novela, ya ciego, Vance llama este sitio
Lurulu, algo difuso que emerge – como la
venus de Botticelli – de las aguas de un océano mítico, algo deseado que podría
no encontrarse jamás pero que un día cualquiera, al voltear la cabeza, podríamos
verlo, maravillándonos de no haberlo visto antes, como le sucedió a Dorotea en “El
Mago de Oz”.
El mensaje de Vance
es el mismo mensaje que el poeta Constantino Kavafis nos da en su poema ITACA:
Cuando
emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias…
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes…..
Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Más no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
Es decir,
Shangri La es el camino, es la búsqueda, más que el destino. Para Vance, su Lurulu
es la celebración de la vida.
T. S. Eliot
parece estar en línea con este significado de nuestro anhelo, cuando dice en
uno de sus “Cuatro Cuartetos”:
Nunca dejamos de explorar
Y el final de nuestra exploración vendrá
Cuando regresemos al punto de partida
Y lo conozcamos por primera vez
Una versión macabra de este anhelo nos es ofrecida por Ray Bradbury, en sus
“Crónicas Marcianas”. Un astronauta terrícola
llega a Marte y, al desembarcar, ve con deleite, que ha llegado a su
pueblo, al sitio adorado donde pasó su niñez. Ve las calles, su hogar, se
encuentra de nuevo con sus padres y familiares y amigos. Sin embargo, está a
punto de sufrir una horrorosa sorpresa, tan horrorosa que tendrán ustedes que
averiguarlo, porque me niego a mencionarlo aquí.
En mi caso particular, puedo decir que he seguido el consejo de Kavafis y
he disfrutado plenamente mi viaje, en la maravillosa compañía de Marianela, de
mis queridos hijos y de una legión de inolvidables
amigos y amigas quienes me han mantenido toda la vida protegido, en una burbuja
de felicidad.
Pero, codicioso como soy, también he mantenido en mi mente, toda la vida,
la anhelada idea de Shangri La, de Bali Hai, de Lurulú, de Los Teques 1940. En lo más profundo de mi corazón alimento el
anhelo, el yearning de que, en alguna
bifurcación del estrecho y fugaz camino entre dos eternidades, me será dada la recompensa
de encontrarme con las calles, los
paisajes y las gentes que amé y podré de nuevo caminar, feliz y despreocupado,
por las neblinosas calles del pueblo donde vi por primera vez el bello rostro
de la felicidad.
Cuando se nos adelantó Bradbury, la humanidad perdió un faro.
ResponderEliminar“Me gusta tocar un libro, respirarlo, sentirlo, llevarlo… ¡Es algo que una computadora no ofrece!”
No pudo ir a la universidad, no tenía plata.
Pero por 20 centavos la hora pudo escribir su libro más célebre. En total gastó 9,8 dólares.-
Les recomiendo leer el libro "Cuatro Mil Semanas" de Oliver Berkeman. Le abre a uno los ojos lo breve que es la vida del ser humano en este planeta. Hay que darle prioridad a lo que es importante para aprovechar el poco tiempo que tenemos ..
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