VIGÉSIMO SEXTO VIAJE A SERENDIPIA
En 2003 mi esposa y yo regresamos a los Estados Unidos,
después de haber permanecido en Venezuela durante casi 15 años. En 1989 había decidido
irme de USA a Venezuela, animado
por la nueva llegada a la presidencia de Carlos Andrés Pérez y atraído por sus
nombramientos ministeriales que incluían a un grupo de jóvenes de excepcional
talento y sólidas credenciales profesionales. En aquél momento todas las
indicaciones apuntaban a un nuevo rumbo para el país, con un presidente
aparentemente decidido a enderezar los entuertos populistas que tanto daño nos
habían hecho, incluyendo aquellos que él mismo había generado durante su
primera presidencia. Ya sabemos que esto
no pudo ser y como esa presidencia terminó en tragedia personal para Pérez y en
la incubación del cáncer chavista que iría a matar el alma de la nación.
Para mí esos 15 años en Venezuela representaron extraordinarias
experiencias ciudadanas y un desastre financiero, como me lo había advertido mi
esposa Marianela, al acceder noblemente a acompañarme en mi aventura.
A poco tiempo de mi regreso a Venezuela el presidente
Pérez me llamó y me ofreció la presidencia del IVSS, la cual acepté, deseoso de
limpiar aquel establo. Ganaría Bs. 40000 al mes,
suma que – me informó mi esposa - apenas cubriría la renta de nuestro
apartamento. Afortunadamente el sindicato de trabajadores del instituto vetó mi
designación, ya que sabían que yo trataría de enderezar aquél desastre.
En 1993, después de estar algunos años en Caracas
trabajando como consultor gerencial y de haber fundado una organización no
gubernamental llamada Pro Calidad De Vida, mi esposa y yo decidimos mudarnos
para una urbanización rural llamada Sabana del Medio, situada a unos 20
kilómetros de Valencia, en el camino al Campo de Carabobo. Allí construimos nuestra
casa y sembramos unos 600 árboles frutales diversos. Nos propusimos demostrar que
los venezolanos podíamos vivir en el campo tan bien, o hasta mejor, que en la
ciudad. Hicimos nuestra casa con ayuda de la gente del lugar, incluyendo una
piscina en la cual solíamos flotar apaciblemente por las tardes. Desde allí
contemplábamos las bandadas de garzas que pasaban sobre nuestras cabezas todos
los días, exactamente a la misma hora, la mitad blancas y la mitad negras, para
ir a dormir – sin mezclarse - en sus respectivos
árboles.
Al poco tiempo de estar allá, sembrando árboles, recibí
una llamada del presidente de la CVG, Corporación Venezolana de Guayana,
ofreciéndome la Dirección General de esa organización. Acepté, aunque mi
remuneración sería la mitad de lo que necesitaba en la Venezuela de esos años. En
la maravillosa Guayana permanecí casi dos años, tratando de lograr lo
imposible, es decir, que la CVG se convirtiera en una empresa rentable para la
nación venezolana. De esa experiencia me quedó un libro, como un hijo: “Una
Perspectiva Gerencial de la Corporación Venezolana de Guayana”, Editorial
Melvin, Caracas, 1995.
Al poco tiempo de mi regreso a Sabana del Medio fui
llamado por el joven gobernador de Carabobo, Henrique Salas Feo, para integrar
su equipo de gobierno regional como Director de Planificación y Presupuesto,
aunque – se repetía la historia - mi
remuneración sería muy inferior al monto que yo necesitaba. El resto tendría
que salir de mis ahorros. Accedí porque me gustó Carabobo, estado que era una
especie de isla del primer mundo en la Venezuela de la época. Mi trabajo en el
estado Carabobo incluyó también un año en la presidencia del Puerto de Puerto
Cabello, el cual - manejado por Carabobo
y no por el gobierno central – pudo dar grandes ingresos, haciendo su trabajo
con 200 empleados en lugar de los 2000 - la mayoría reposeros - que existían cuando era manejado por el
gobierno central.
Durante 1998 me
separé de estas tareas para coordinar el programa de gobierno del candidato
presidencial Henrique Salas Romer y, en retrospectiva, no tengo dudas que si
Salas hubiese ganado Venezuela no estaría en la ruina actual. Sin embargo, el país votó por el candidato que se le parecía más. Con la derrota de
Salas perdí la oportunidad de ir a una posición desde la cual podría haber
hecho un apreciable impacto en la vida de mi país.
Salí de Venezuela en 2003, no antes de tener una
extraordinaria experiencia a cargo de un hotel-resort en la isla de Margarita,
ver: “Dos años en Margarita”, en este mismo volumen.
QUINCE AÑOS MÁS VIEJO Y $250.000 MÁS POBRE
Cuando regresé a USA en 2003 tenía 70 años, no solo 15
años más sino alrededor de $250.000 menos que cuando me fui a Venezuela. Ciertamente
no regresaba victorioso. Mis aspiraciones de mejorar a Venezuela se habían
estrellado contra el suicidio colectivo que representó la elección de Hugo
Chávez a la presidencia. Al salir de
Venezuela vendimos nuestra casa rural a unos jóvenes vecinos que se habían
enamorado de ella, aceptando el dinero que ellos tenían, bastante menos del
costo original de la construcción. Al regresar a USA nos dimos cuenta inmediata
del cambio que había experimentado el país durante esos años. Se hizo evidente
que el dinero que aún nos quedaba no serviría ni para adquirir el más modesto
apartamento. Comenzar a buscar trabajo a los 70 años no era tarea fácil.
Al pararme frente al espejo vi un viejo trapecista,
balanceándose de manera precaria en las alturas, sin red de seguridad, es
decir, sin suficientes ahorros, sin empleo y sin seguros médicos. Me dije en el espejo: Gustavo, va a ser difícil para ti lograr el sueño americano.
2022
Pero, casi 20 años después, de una manera que pudiera
llamar milagrosa, puedo decir que he logrado alcanzar mi sueño americano. Ya estoy en el umbral de los 90 años, tengo un
techo sobre mi cabeza, me alimento bien, duermo bien, camino unos tres
kilómetros casi todos los días, tengo seguros médicos (MEDICARE) y aún poseo
una modesta cuenta de ahorros, casi con la misma cantidad de dólares que tenía
al llegar en 2003. Durante casi todo este tiempo he sido enormemente feliz,
viviendo en un ambiente apacible, disfrutando de las tibiezas del sol
primaveral y admirando las nieves del invierno.
Mi total felicidad fue compartida con mi esposa hasta una
madrugada de Julio 2020, cuando me dejó de manera inesperada. Lo que he
aprendido desde ese momento de su partida es que el ser amado nunca se va
realmente de nosotros, se aloja firmemente en nuestro corazón y se hace parte
indivisible de nuestra persona, hasta que nosotros también partamos y nuestro
recuerdo pueda ser mantenido mientras sea posible por quienes nos hayan amado.
He logrado
permanecer esencialmente feliz. He incorporado a mi bagaje sentimental los imposibles anhelos de ver de nuevo a mi
amada, el deseo imposible de abrir de nuevo una puerta cerrada con
aterrorizante finalidad, la cual es como un preludio de mi propia muerte.
Se han ido abriendo otras puertas Al viejo trapecista se
le ha dado de mágico regalo una red finamente tejida por sus hijos y sus amigos
quienes, desde hace años, vigilan en silencio su bienestar. Yo los he llamado
ángeles de mi guarda y también me he referido a ellos y ellas como una Asociación de Amigos de Gustavo, quienes
han velado y velan por mantenerme sano, contento y sin las angustias que van
matando a los desposeídos. Es mi más ferviente deseo que todos pudiesen disfrutar
de la inmensa cosecha de afecto que he tenido.
Desde mi regreso a USA mis hijos y mis amigos se
movilizaron para ofrecerme seguridad mientras conseguía algún empleo. Me dieron
techo, me dieron un primer empleo que me estabilizó por dos bienvenidos años. Gracias
a ese apoyo pude irme insertando de manera armoniosa en la sociedad
estadounidense. A pesar de mis años logré trabajos temporales en universidades, hice traducciones,
elaboré documentos de investigación, contribuí a escribir libros, he escrito
docenas de artículos remunerados para revistas y periódicos, todo lo cual ha
representado – junto con el apoyo de mis hijos y mis amigos – ingresos
suficientes para mantenerme viviendo dignamente.
Para mí sería maravilloso poder nombrar a mis benefactores
y reconocerles públicamente el decisivo apoyo que me han dado, pero ellos
sabrán a quien me refiero.
Nunca fue necesario pedirles ayuda, me han abrumado con
su generosidad.
Sigo leyendo, escribiendo y, sin ser religioso, me reúno semanalmente
con un grupo de devotos metodistas que hacen extraordinaria labor comunitaria;
me reúno con cierta regularidad con mis compatriotas venezolanos en un grupo
que fundamos hace 40 años para tratar de “componer” el país y vivo cerca de mis hijos,
quienes me han mantenido a flote material y espiritualmente. Durante once años,
interrumpidos por la pandemia, fui voluntario en un hospital de Virginia, donde
acumulé unas 2400 horas de trabajo y logré comprender mejor el significado de
la compasión, ver
“Una Vida Ciudadana” en este volumen.
Y aún hoy escribo esto, lleno de amor, la mejor señal de
estar vivo. Y como Worsdworth, veo bailar a los narcisos con el ojo
interior que es la felicidad de los solitarios y mi alma se llena de deleite y
danza con ellos.
Definitivamente la mejor época para hacer dinero en USA fue de 2002 a 2020. Excelentes años para vivir en el gran país del Norte. Te felicito porque tomaste la decisión correcta y abandonaste lo material que es siempre una carga para lograr vivir más tranquilo y de seguro más feliz. Con cierto guayabo por la Venezuela que vivimos pero entendemos que ya ésa no existe. Mejor en USA. Buena elección, buen momento.
ResponderEliminarLa Venezuela mejor que teníamos la perdimos cuando se instaló el cáncer chavista. Los esfuerzos que se han hecho para “componer” lo que queda han sido inútiles, como usted menciona los suyos en su artículo y los de muchos otros compatriotas que se han quedado también tratando.
ResponderEliminarEsta tragedia parece que no va a tener arreglo ya que como lo decía Francisco de Miranda en su ocasión que en Venezuela “todo es bochinche, puro bochinche…”
Lo mejor cómo que es asimilarse a otra cultura para vivir tranquilos como su ejemplo y el de sus hijos que tuvieron la buena oportunidad de poder lograrlo.