Vista de Sarasota, Florida
Hace unos doce días emprendí con mi hijo mayor un viaje por carretera desde Virginia, donde vivo, a Sarasota, Florida, unos 1500 kilómetros. Su esposa viajó por avión. Hicimos dos paradas intermedias, una en Fayeteville, Carolina del Norte y la segunda en Jacksonville, Florida. La carretera que utilizamos, la gran arteria norte sur I95, está en excelentes condiciones, no vi un solo hueco en todo el trayecto. En Fayetteville salimos del hotel a buscar un restaurant italiano para cenar, pero lo encontramos cerrado. Al lado, sin embargo, vimos uno abierto, llamado CIRCA, de comida sureña, hallazgo que resultó serendípico, porque es excepcional. Aunque tenían comida irlandesa, pues ese día era día de San Patricio, seleccioné un plato llamado seafood purloo, el cual es una jambalaya integrada por camarones, pescado blanco, vieiras, salchichas, tomates, quimbombó, cebolla y ajo, los mariscos a la parrilla, sobre una capa de arroz.
En Sarasota
Sarasota es una
ciudad donde predomina el color blanco de las edificaciones, abierta, muy
plana, de amplias avenidas pero de lento
tráfico. El vecindario donde hemos
estado por varios días, mi hijo, su esposa y yo, está a unos cinco kilómetros del centro de la ciudad y
me hace recordar los campamentos petroleros venezolanos de hace 50 años, al
estilo San Tomé o a lo Lagunillas. La zona está en proceso de renovación y
muestra casas más antiguas, en un solo nivel junto a casas más grandes y más
nuevas, generalmente en dos niveles. Lo que de inmediato me llama la atención es la cantidad y el tamaño
de los árboles. Hay gigantescos robles e higueras, algunos cubiertos con
musgo español, con aspecto de tener muchos años de edad y proporcionan frescura y penumbra.
Vamos al centro y encontramos una exhibición de arte al aire libre.
La calle principal contiene una sucesión de restaurantes. Es domingo y hay mucha gente disfrutando de las opciones: comida mediterránea, italiana, peruana, carnes. En una esquina vemos una invitación que dice: BINGO PORNOGRÁFICO, TODOS LOS MARTES.
Durante nuestra estadía fuimos a tres de los restaurantes en esta zona (no al Porno Bingo), uno de comida mediterránea poco memorable, con ostras pequeñas y camarones al ajillo de poco sabor; uno italiano, de pasta boloñesa, realmente excelente y uno de comida peruana, con un ceviche que resultó mediocre.
En mis caminatas diarias de cuatro a cinco
kilómetros me admira la vegetación de Sarasota. Llegamos en la época en la cual
florece la llamada Flor de Oro. Al verla de cerca me di cuenta de que se trata de
nuestro araguaney, miembro de la familia
Tabebuia (Tabebuia cariba). Lo he llegado a conocer bien porque en mi casa de
Sabana del Medio, cerca de Valencia, yo tenía un gigantesco Curarí, árbol primo
hermano del araguaney, con la misma flor pero con hojas serradas (Tabebuia
serrata), el cual florecía entre marzo y abril.
De manera que Sarasota es tierra de araguaneyes.
Y una cuadra más allá encuentro una variedad de Tabebuia morada que resulta ser
nuestro apamate (Tabebuia empiteginosa). Y recibe el mismo nombre aquí también.
Rodeado de araguaneyes y apamates me siento en
Venezuela, después de 20 años sin verla, y en una Venezuela sin chavismo. Lo
único que me haría falta es una arepa,
un pabellón y un vaso de papelón con limón.
Comida venezolana en Sarasota
En Internet localizamos no un sitio sino dos sitios de comida venezolana bastante cerca de nuestro vecindario. El primero que visitamos se llama PÁRAMO, un local bastante grande. Pedí yuca frita, una arepa, pabellón y papelón con limón. La bebida resultó excelente, de gran poder nostálgico. El pabellón fue razonable, pero la arepa tenía bordes ásperos, creo que estaba un poco cruda la masa. La yuca frita era originalmente congelada, de aspecto poco ortodoxo y merece un olvido misericordioso. El segundo sitio se llama COCO BISTRO, es de aspecto más nuevo, muy limpio, tipo comida rápida y la calidad de la arepa y del pabellón me pareció superior al primero de los sitios.
La joven a cargo es de Maracaibo y es muy eficiente.
Playas y mansiones al norte de Sarasota,
Condado de Manatí: cien Caraballeda, mil Camurí
Al viajar hacia el norte, a Bradenton, en el
condado de Manatí, por los cayos, encontramos una sucesión de playas muy
bellas, todas de fácil acceso para los visitantes, con arenas blancas muy
finas, coquina, es decir, con fragmentos de conchas marinas. Frente a las
playas se alzan, uno tras otro, edificios de apartamentos de grandes
dimensiones y de aspecto suntuoso. A
unos 500 metros de las playas, al este de la vía principal, existen numerosas
zonas residenciales donde mansiones coexisten con casas más “modestas”. Esta es
una zona que evidencia una riqueza inmensa, se ven centenares de yates de todos
los tamaños y lujosos autos en todos los garajes. Realmente impresiona el
esplendor de esta gran zona residencial, que es como ver no uno sino cien, mil clubs
como el Camurí.
En Bradenton caminamos por una maravillosa zona al lado del agua, el primoroso River Walk, bordeado por grandes condominios. Aquí también se agrupan yates de todos los tamaños, incluyendo uno pintado de negro, sobre el cual el reflejo del agua produce un bello efecto, como un cielo estrellado (hice video y no logro copiarlo aquí).
Uno de los puntos culminantes de nuestra estadía en Sarasota fue la visita a los jardines SELBY, un complejo de edificios, viveros y bosque de gran belleza, la residencia de quienes fueran los esposos Selby, quienes utilizaron su dinero con buen gusto. Allí pasamos dos horas de intensa comunión con los inmensos árboles de higuera y con las orquídeas que son el mayor atractivo del sitio. Tenían también una pequeña pero espectacular exhibición de delicadas lámparas de Louis Tiffany, nacido y fallecido en Nueva York.
Otra visita muy interesante, de gran valor histórico por lo que se refiere a la vida del circo, fue la que hicimos al museo John Ringling, nombre que tiene una presencia inmensa en Sarasota en museo, casas y avenidas, ya que allí decidió pasar sus temporadas de invierno durante 40 años. Ringling, uno de seis hermanos, tuvo tanta o más influencia sobre Sarasota que la familia Selby, aunque no su mismo buen gusto.
Su museo es apasionante en lo referente al circo que lo hizo famoso, la historia del “Espectáculo más grande del mundo”, como hizo llamar su circo Ringling –Barnum , pero su museo de obras de arte (pintura y escultura) es de muy irregular calidad.
Allí vimos a grandes maestros como Frans Hals (un magnífico retrato de caballero) y Rubens alternando con segundones, sin mucha discriminación o con artistas modernos que, francamente, uno no sabe que hacen allí. Aún las obras de algunos de los grandes maestros europeos allí colgando parecían ser de juventud o asociadas con sus talleres, elaboradas por alumnos.
Oleo de Frans Hals,salvó el museo!
Un restaurant Amish
Localizamos un restaurant Amish llamado “DER
DUTCHMAN”, manejado por esa laboriosa colonia de religiosos de origen alemán-flamenco, quienes andan por Sarasota
en triciclos, no en coches tirados por caballos. El sitio es muy bonito,
inmaculadamente limpio y cuando lo visitamos para almorzar estaba lleno de gente de mayoría octogenaria.
El sistema es un “buffet, todo lo que usted pueda comer” y la clientela lucía
rotunda, como si estuviera aprovechando
plenamente el sistema. Las ensaladas estaban muy buenas y, luego, me concentré
en el pollo frito con puré de papas. Todo muy bueno y muy sano, me recordó la
comida que me dieron en el hospital cuando me operé.
Una cena elegante
Cafe L'Europe, exterior e interior
Antes de regresar fuimos a cenar al Café L’Europe,
$$$$, situado en el St. Armand’s Circle,
una zona elegantoide de Sarasota. Un bello restaurant que tiene 50 años allí,
aunque, según averigüé, cambió de dueño recientemente. Yo elegí la sopa de cebolla, la ternera picata
y un vino albariño. El vino resultó muy agradable y la sopa de cebolla
espectacular. Viene con la cebolla completa
incluida y es de una consistencia y un sabor como pocas veces la había
probado. Cien puntos.
La ternera picata no estuvo a la altura de la
sopa. Aunque tenía todos los ingredientes correctos, la salsa con vino blanco y
las alcaparras, no tenía mucho sabor y, lo peor, aparentemente la cocinaron
demasiado y se endureció. Pecado mortal. Es una lástima, porque tenía años sin
probarla, desde mis visitas al LASERRE, en Caracas, con mi inolvidable
amigo, Alberto Quirós Corradi.
Regreso
Nos preparamos para el regreso, muy contentos
por nuestra estadía en Sarasota. Si es posible pienso ir de nuevo a CIRCA, en Fayetteville
para repetir mi excelente encuentro con la jambalaya.