A la memoria de mi inolvidable amigo Antonio Pasquali, con quien hablé tanto sobre estas cosas
El hombre de Vitruvio, de Leonardo
Caminando hoy y disfrutando de
un día perfecto de primavera, en el cual hasta los graznidos de los cuervos
suenan armoniosos, admirado de la belleza de las flores y de los tiernos colores verdes
de los árboles, pienso: ¿Que hago yo aquí?
¿Cuál es el papel que he venido a desempeñar? ¿Es que tengo alguno? ¿Es mi vida un milagro
de coincidencias? ¿Es que estoy hecho a imagen y semejanza de un creador?
Voy respondiendo:
soy un accidente cósmico. No vine a desempeñar un papel especial. Mi vida no es
un milagro de coincidencias, soy apenas un miembro de una especie zoológica, nada
de parecerme a un creador.
Mientras camino me pregunto: ¿Quién
o que soy? Y pienso: soy un miembro de la especie Homo sapiens, con una
expectativa de vida limitada y, como carezco de fe religiosa, pienso que el sentido fundamental de mi vida
es el de ser un buen miembro de mi especie. He pasado la vida tratando de serlo.
Soy apenas un modesto humanista. Modesto en el sentido de estar en algún punto
intermedio de la inmensa curva de seres humanos vivos que existen en cualquier
momento, curva que está en perenne flujo, desapareciendo unos y apareciendo
otros. Humanista, porque mi interés principal es el bienestar y el progreso de
mi especie y veo mi papel como miembro activo de esa especie.
Soy así por la influencia de
mis padres. Mi madre era una humanista activa, con un fuerte sentido de pertenencia a la
comunidad, siempre atenta a la vida de otros seres humanos, en especial
aquellos más desvalidos que ella y en necesidad de su apoyo. Mi padre también lo
era pero se dedicaba esencialmente a su trabajo de boticario y a su familia y
era menos propenso a participar en asuntos
comunitarios. Siempre fue adeco más o menos activo y ello le costó semanas
en la cárcel en la época de Pérez Jiménez. Mi mamá era urredista y era hostil
al gobierno del dictador, pero la policía política le tenía miedo y nunca se
metieron con ella.
Como no soy creyente religioso
he encontrado compensación a esta carencia en la participación comunitaria y en
la interacción con otros seres humanos, a
fin de darle sentido a mi vida. Como no creo (lo lamento, pero es así) en la
salvación eterna, he tratado de llenar ese vacío espiritual desarrollando un
sentido de compasión hacia los demás seres humanos, interesándome por la vida
humana en su sentido más amplio: como vivimos y como morimos, en que creemos, como
podemos ayudarnos los unos a los otros, cual es la ética de nuestras vidas individuales.
En ese campo de la ética, que es
de mi mayor interés, heredé la rigidez
de mi madre, una tendencia a ver los asuntos en blanco y negro, casi con una incapacidad
fisiológica para aceptar los grises del pragmatismo. Esto me ha causado problemas
en mi vida, porque las sociedades tienden a ser pragmáticas, por razones básicas
de sobrevivencia. Mi rigidez ética es hasta paradójica porque, si no creo en
premios y castigos eternos en base a las buenas obras, no debería tener muchos incentivos
para vivir correctamente.
Al no tener miedo al castigo
eterno, no tendría muchos obstáculos para ser un ladrón y un criminal, como los
hay tantos en mi patria, para poseer una
doble filosofía de la vida, como la tienen
tantos compatriotas, la cual consiste en una vida de honesta apariencia
en público y una realidad criminal en privado. Me he mantenido en el lado bueno
debido a dos razones: (1), la educación en valores que me transmitieron mis padres,
la cual me marcó para siempre y, (2), haber desarrollado un profundo orgullo
por ser humano, llegando a creer que el ser humano es significativamente perfectible
y capaz de vivir noblemente y en constante superación, aunque a veces pensar
así deba ser un triunfo de la esperanza sobre la experiencia (como decía Bernard
Shaw de los segundos matrimonios). Mi condición de modesto humanista me ha
llevado a disfrutar plenamente de las obras del ser humano en los diversos
campos de la literatura, la música, la pintura, todo lo bello que la mente
humana ha producido. Pensar que soy de la misma especie de Leonardo,
Shakespeare, Cervantes, William Blake, Jorge Luis Borges, Rachmaninov, Thomas Mann o Botticelli me parece maravilloso y ello refuerza mi
orgullo por ser humano.
Al mismo tiempo que me
enorgullezco de ser humano pienso que apenas somos una especie más en el mundo
de la zoología y que nuestras vidas individuales, a pesar de ser creaciones
únicas e irrepetibles como cada copo de nieve, distan mucho de ser especiales
en un contexto cósmico. Aunque la vida en la Tierra puede haber aparecido de
milagro, nuestras vidas como individuos no tienen mucho de milagrosas. Cuando pensamos
que somos especiales es porque nos estamos viéndo por el espejo retrovisor, es
decir, cuando ya hemos llegado a tener conciencia de ser una persona
diferenciada. Entonces solemos pensar en lo milagroso de nuestra existencia
individual, cada quien una persona con su nombre y apellido, maravillado de las
coincidencias que debieron existir para que uno llegase a ser. Pero no es realmente
así. Cada segundo nacen miles de nuevos miembros de la especie humana que no
tienen identificación alguna. Es solo
cuando se les da un nombre y adquieren conciencia de su individualidad que comienzan a pensar en que son especiales. Si usted
o yo no hubiésemos nacido, otros niños lo hubiesen hecho a la vuelta de la
esquina y tendrían otro nombre, otra individualidad y también llegarían a pensar,
como yo lo hice en alguna ocasión, que su aparición en el mundo de los vivos
había sido un milagro.
En verdad, nunca existió una
cadena de milagros que hiciera posible que un Gustavo Coronel existiera. Soy un
niño más entre millones que aparecieron en la Tierra, eventualmente adquiriendo
conciencia de ser una persona así llamada, creando al vivir un particular
bagaje de sueños, alegrías y tristezas, al mismo tiempo que una ilusión de ser
alguien especial.
A medida que me acerco al
final de mi viaje me siento más cerca de la naturaleza, a la cual regresaré
para fundirme en ella. Como tengo la suerte de ser geólogo me convertiré en el objeto
de mi profesión, que es como pasar de una habitación a otra. Pasaré de ser geólogo a ser geología, a ser parte de la
litología del antropoceno, la cual podrá ser estudiada por algún colega futuro, de la misma
manera que yo imaginé ver en cada roca que estudié algunos fragmentos de los
poetas isabelinos o de alguien quien pudo haber ayudado a Jesús, nuestro
redentor, a cargar su cruz.
Lo lamento, pero que triste es pensar asi. Nadie en este plano tiene la respuesta de lo que nos espera en la otra vida fuera de aquí, pero tener la esperanza de que si hay otra vida, o que nos encontraremos nuevamente con seres queridos que ya se han ido, es superior, o consolador, a no creerlo o a tener nada ...
ResponderEliminarBueno todos de algún modo u otro debemos hacer retrospección
ResponderEliminaren algún punto.
Coronel la hace a los 90 años y la comparte y lo celebro.
Mi retrospección a mis 75 seria no haber pensado mejor a los 34 casarme
con una persona que era la indicada.
La dejé ir, siendo ése un error fundacional.
La teleología de la vida? ser feliz con alguien y que durmamos
tan solo con poner la cabecita en la almohada.
Señor Abdó.
Un abrazo, Gustavo, gracias por tu escrito.
Según una anécdota, a un sabio le preguntaron que si se atreveria a estimar un porcentaje de lo que el sabia en relación a todo el conocimiento que habría que saber acerca del Universo ... seria un 20%? un 40%?, un 50%%?, un 80%?
ResponderEliminarEl sabio en su modestia respondió que su conocimiento de todo lo que habría que saber acerca del Universo no debería llegar sino entre un 5 a 10%
Entonces alguien respondió que si el hombre mas sabio del planeta admitía que solo sabia no mas de un 10% de todo el conocimiento, como era posible entonces que algunos se atrevieran a negar la existencia de un Creador ya que quizás la prueba estaría en ese otro 90-95% de lo que se desconocía?
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