En la Corte de los Milagros

Estos últimos doce años vividos por los venezolanos representan un intento por parte de un resentido y poco educado paracaidista llamado Hugo Chávez de establecer una monarquía tropical. No ha sido un brillante intento pero, es preciso admitir que, en imitación de un Adi Amín o un Mugabe cualquiera, el paracaidista ha logrado establecer control sobre el país. Muchos pensaban que la sociedad venezolana era lo suficientemente ilustrada como para que algo tan grotesco fuera imposible pero lo que ha sucedido y la manera como ha sucedido arroja fuertes dudas sobre nuestra calidad ciudadana.

Hugo I se ha convertido en un déspota, el equivalente de un Cacique pre-colonial, de un Rajá Hindú, de un Emperador de la China o de un Eze de Nigeria. Como algunos déspotas absolutistas que se inventaron títulos rimbombantes, por ejemplo, Francisco Franco, caudillo de España por la gracia de Dios o Antonio Guzmán Blanco, el Ilustre Americano, Hugo I se hace llamar Comandante-Presidente por los adulantes de oficio que lo rodean.

Hugo I no tiene lo que los monarcas orientales llamaban un Gran Visir. No solo es que no lo necesita sino que no lo acepta. Su corte está formada por un grupo de bufones escogidos por él para que no le hagan sombra: Nicolás, canciller ex- chofer de autobús; Elías, vicepresidente, ex-terrorista universitario; Fernando, presidente de la Asamblea Nacional, ex-guerrillero y analfabeta insigne; Clodosbaldo, contralor, prófugo de la Isla del Burro; un gabinete de seres pequeños, muy mediocres; una Luisa fiscal y una Luisa magistrada; un Rafaél, a cargo de PDVSA y de PUDREVAL, varios Rodríguez de ínfima calidad moral.

Esta corte de Hugo I es una corte de los milagros , un poco a imitación de aquella del París medieval habitada por mendigos, ladrones y oportunistas. Aquella corte recibió tal nombre porque sus integrantes, por el día, pedían limosna fingiéndose ciegos o discapacitados pero de noche, ya en la Corte, recuperaban milagrosamente la salud. Aparece en la novela del escritor francés Vícto Hugo, escritor que Hugo I ha mencionado como uno de sus preferidos.

La Corte de los Milagros venezolana está llena de jalabolas insignes como Carlos Escarrá, Francisco Arias Cárdenas, Alejandro Fleming, Lina Ron, Darío Vivas, Fernando Vegas Torrealba o Farruco Sesto, o de generales asociados con el narcotráfico y ya identificados como tales por agencias investigativas extranjeras. Es una Corte de los Milagros en la cual permanecen, en increíble demostración de indignidad, embajadores de la etapa democrática quienes han pasado a lamer las botas del déspota.

Esta es una Corte de los Milagros a la cual Danny Glover le sacó casi $20 millones para una película que nunca ha hecho. Una Corte que alimenta a Eva Golinger, a Ignacio Ramonet, Naomí Campbell, Joe Kennedy, Mark Weisbrot, a numerosos palangristas internacionales como los de VHeadline.com o axisoflogic.com, o a los mercenarios de www.venezuelanalysis.com para que canten sus loas. Es una Corte de los Milagros pródiga pero poco eficiente, ya que estos pistoleros a sueldo no han podido darle un buen nombre a Hugo I en la comunidad civilizada de naciones. Todo lo contrario, es hoy desdeñada y ridiculizada en todos los rincones del planeta, hasta por quienes reciben sus dádivas .

Pero, es preciso que nos preguntemos como hemos llegado a permitir esto. Como es posible que tantos venezolanos que se definían como demócratas hayan apoyado a esta ruina humana que es Hugo Chávez para que llegara al poder? En mi criterio, muchos de estos venezolanos son simples cómplices, los Miquilenas, Carreros, Rangeles, Peñas, de este mundo. Donde están ahora? Al menos algunos de ellos hicieron lo que hicieron por interés material. Al menos uno de ellos, Rangel, figura aún como cómplice activo de la crápula. Menos condenable pero igualmente dañina a la democracia ha resultado ser el papel de los venezolanos quienes “se equivocaron” con Chávez. Hemos tenido notables equivocados, desde Hiram Gaviria hasta Carlos Genatios, pasando por Raúl Baduel, Luis Fuenmayor Toro, Miguél Henrique Otero y tantos otros venezolanos quienes vieron en él lo que nunca existió. Pero lo que ha realmente ha permitido la permanencia de Hugo I en el trono ha sido la horrible indiferencia del grueso de la sociedad venezolana, una sociedad narcisista y arawaka, cómoda y dócil. Ha sido una sociedad que ya tiene varias décadas en declinación, perdiendo dinamismo interno, tristemente capturada por la inercia y por una profunda enfermedad del alma.

Hoy existe una mayoría que no está de acuerdo con el déspota pero que espera, dia tras dia, que alguien llegue de Marte o de Plutón a resolvernos el problema de su dañina presencia. Muchos compatriotas se pronuncian por la espera hasta Diciembre de 2012, no solo porque en esa fecha se llevará a cabo una elección presidencial sino, esencialmente, porque esa es una fecha que está todavía en el futuro, pertenece al mañana y ello nos permite seguir viviendo en el presente, sin hacer mucho esfuerzo, aunque todos los días nos sintamos un poco más incómodos. Preferimos ir muriendo de mengua a tomar una acción ciudadana ya indebidamente demorada por largo tiempo, esa de botar del poder a un déspota cuya presencia y la de su pandilla constituye un insulto perenne a la decencia de la sociedad venezolana.

No hay muchas razones para sentirnos orgullosos.