Yo voy a enviar un ángel
delante de ti, para que te proteja en el camino y te conduzca hasta el lugar
que te he preparado» (Éxodo 23, 20)
Ángel de mi guarda,
dulce compañía,
Los cristianos
tienen la hermosa creencia de que, al nacer, reciben un ángel de la guarda que
les sirve de protección durante toda su vida. En la realidad, cada uno de
nosotros ha tenido una y, casi siempre, más de una persona quien nos ha
ayudado, motivado, educado para salir adelante en la vida, para ser mejores. Yo
he tenido varios. En momentos en los cuales tuve necesidad de ayuda material o
espiritual siempre recibí el apoyo de
una persona, no siempre la misma.
Por supuesto, uno
ve hacia atrás e identifica de inmediato sus principales ángeles de la guarda:
sus padres. Ellos nos crearon y nos criaron. Su amor nos hizo adquirir
confianza en nosotros mismos, nos enseñó el significado del sacrificio y nos
selló en la frente con un patrón de conducta que nunca abandonamos en la vida
adulta, no solo porque no quisimos o queremos sino porque no pudimos o podemos. Los patrones de conducta recibidos de nuestros
padres echaron raíces tan profundas que se convirtieron en un ingrediente casi fisiológico de nuestras
personas.
Pero la vida nos
va regalando otros maravillosos ángeles de la guarda. En la escuela secundaria
tuve dos, a falta de uno: Isaías Ojeda y Jorge Losch, sacerdotes salesianos en
el Liceo “San José” de Los Teques.
Isaías quiso hacerme filósofo y Jorge geólogo. Ganó Jorge pero siempre
he pensado que, como geólogo, siempre he adoptado una posición filosófica. Me hice firme
creyente de la “navaja de Ocam”, aquello de que la respuesta/solución correcta
a los problemas más complejos es casi siempre la más sencilla. Mientras viví en
Venezuela, cada año subía la empinada cuesta que conduce al cementerio de Los
Teques para hablar con ellos y agradecerles todo lo que hicieron por mí.
En la Universidad
de Tulsa encontré un ángel de la guarda disfrazado de profesor de
paleontología. En un momento en el cual sentí que estaba perdiendo la batalla
en contra de los trilobites del Ordovícico, me dijo: “No te angusties. Tú
eres el mejor estudiante venezolano que jamás he tenido”. Esa frase me llenó de
orgullo y me estimuló para superarme. Tiempo después me di cuenta de que yo
había sido su único estudiante venezolano.
En el trabajo,
cuando llegué a Maracaibo a trabajar con Shell, me encontré con que era el
único geólogo de campo venezolano en ese momento. Encontré un ángel de la
guarda, esta vez escocés, Bill Milroy. Su generosidad me hizo sentir aceptado
por el equipo, en el cual había geólogos suizos, ingleses y holandeses, casi
todos quienes me superaban en nivel
técnico. Bill intuyó correctamente que mi camino no era el de más estudios para
ser un PhD sino más trabajo de campo. Aprendí en el campo, de la mano de otro ángel de la guarda llamado Konrad
Habicht. El y su esposa me adoptaron y recuerdo que, un día de mi cumpleaños, cuando
yo estaba trabajando entre Falcón y Lara, a unas diez horas de malos caminos de
Maracaibo, los vi llegar a mi campamento, con una torta.
Después de mi
carrera técnica, ya a niveles gerenciales medios, tuve la gran suerte de encontrarme
con quien llegaría a ser mi jefe, uno de mis mejores amigos y un constante
objeto de mi admiración: Alberto Quirós Corradi, una curiosa mezcla de campechanía
y sofisticación. Trabajando junto a él
aprendí mucho sobre gerencia y, en particular, sobre la manera de ver los
problemas corporativos desde arriba, sin perderme entre los árboles del bosque,
con lo que podría llamarse una visión de helicóptero. Un incansable innovador, Alberto
me enseñó a no temerle a los conflictos de la organización, sino traerlos a
flote, dejarlos emerger, como paso previo indispensable para solucionarlos.
Un incidente
serendípico marcó mi carrera, gracias a C.C. Pockock, quien llegaría a ser el
jefe máximo del Grupo Shell. Una madrugada, al llegar yo al Hotel Lagunillas de
trabajar en un pozo, agotado y cubierto de barro, me crucé con Pockock y su
bella esposa, trajeados de etiqueta, saliendo de un baile. Me dijo: “Me alivia
ver que hay quienes trabajan en nuestra empresa, mientras nosotros estamos de
fiesta. Como es su nombre”? Este
encuentro me puso en el camino de ser, eventualmente, Director de la empresa.
Cuando debí salir
de la industria petrolera debido a un encontronazo con el mundo político,
ángeles de la guarda me protegieron. Francisco González de Tecnoconsult me
ofreció trabajo. Rafael Tudela me ofreció trabajo. Hans Neumann me ofreció
trabajo. Mi querido amigo Pedro Pick,
Dios lo tenga a su lado, fue factor importante en mi ida a Harvard como
investigador y hasta me encontró apartamento antes de mi llegada. Alberto
Quirós, de nuevo, Jack Tarbes y Guillermo Rodríguez Eraso, los tres hoy
fallecidos, se unieron para lograr que
mi salida de PDVSA fuera digna y no como lo había planeado alguna otra gente
que no me quería tan bien.
Cuando llegué a
Washington, a vivir fuera de la Venezuela de Chávez, me recibió un formidable
ángel de la guarda, un ilustre venezolano, quien me ofreció empleo y me ha dado
muestras todos estos años de una especial y estrecha amistad durante mi estadía en una de las ciudades más bellas del mundo. También
tuve el constante apoyo de una dama a quien nunca conocí personalmente pero a
quien conocí muy bien a través de nuestras cartas y mensajes de internet: Emma
Brossard. Al morir, Emma escribió a un señor en Washington y le dijo que me
cuidara. Este señor, a quien llamaré Ralph, me llamó, me invitó a almorzar para
conocerme y me ha ofrecido su amistad, buenos consejos y apoyo durante todos estos
años.
Y así como ellos,
hay otros. Sé que existe una especie de conspiración silenciosa de ellos para
hacerme la vida más fácil, para protegerme, en ocasiones hasta de mí mismo. Voy
alegre por la vida, sabiendo que ando protegido. Ando en mi camino bajo la
amable supervisión de una legión de ángeles de la guarda, algunos ya desde el
cielo, otros sobre la misma tierra. Nunca pidieron ni han pedido nada a cambio,
esa es la esencia de la verdadera amistad y el verdadero amor.
Yo trato de
justificar, con mi conducta, la protección y el cariño que he recibido.
Gracias Don Gustavo. Un excelente reflejo de una excelente persona.
ResponderEliminarIC
Me parece que Heráclito, el "oscuro de Efeso", con aquella definición de 'Logos', la inteligencia que marca el rumbo, permite entender muchas cosas de cómo nos va o nos deja de ir.
ResponderEliminarAfirma Heráclito: El carácter de un hombre es su destino.
En Gustavo Coronel eso se hace evidente. Y que sigan los años y las celebraciones, que lo mejor está por venir.
Un gran saludo desde Hannover, Alemania.
Es el eslabon de la vida.
ResponderEliminarNo faltan esos seres que nos tienden la mano, sobre todo, cuando otros nos han hundido. Muchas veces, el bien que le hemos hecho a alguien nos regresa como un bumeran desde un desconocido.
A usted le toca unirse en forma de un anillo a esa cadena de supervivencia para ayudar a otros y asi sucesivamente...
Gustavo. conoces al Ing Marcias Martinez?, creo que en algun momento en que quedaste sin trabajo te recibio en su oficina en Maracaibo y te permitio trabajar en ella.
ResponderEliminarBello y sentido relato Gustavo. Me has hecho recordar mis angeles de la guarda que me han ayudado y acompa~nado en buenos y menos buenos momentos. Algunos de los que mencionas los he conocido y me consta que son personas especiales. El caso de Pedro Pick es uno y por supuesto Rafael Tudela, quien en un momento muy duro de mi vida a raiz de la muerte de mi padre, me tendio su mano en amistad y con gran generosidad de su tiempo. Me reuni con 'el muchas veces en los meses siguientes a la desaparicion de Federico padre.
ResponderEliminarSaludos
Hola Emirva:
ResponderEliminarConocí al Ingeniero Marcías Martínez, de toda mi consideración. Sin embargo, nunca trabajé con él o para él.
Un buen saludo para Marcías,
Gustavo