Venezuela es un país cuyo
liderazgo político se ha aferrado por años al mito de la industria petrolera en
manos exclusivas del Estado, entendiendo por ello, no solo la propiedad del
recurso en el subsuelo sino la propiedad estatal de la actividad de exploración
y producción, lo que la industria petrolera llama el “aguas arriba” de la actividad.
Esta obsesión enfermiza se ha exacerbado durante los 16 años de desastre
chavista, para llevar la industria petrolera venezolana a lo que parecía
impensable: la quiebra financiera y operacional. No vacilo en afirmar que la
PDVSA roja que existe hoy es una empresa destruida e irrecuperable. Y no vacilo
porque el desastre está a la vista de quienes lo deseen ver: exploración casi
nula, producción en declinación, refinerías operando a dos terceras partes de
su capacidad, tanqueros en construcción desde hace años, algunos desaparecidos
y una comercialización politizada y entreguista que ha desembocado en el regalo
o el subsidio criminal de más de medio millón de barriles diarios. A estas
evidencias de colapso hay que agregar una empresa endeudada con China, Rusia, Japón
y empresas extranjeras socias y una nómina de empleados ineficientes que ya
llega a los150.000, muchos de ellos involucrados en siembras agrícolas, cría de
cerdos y fábricas de ladrillos, entre otras actividades no petroleras.
Esto configura un cuadro
dantesco de deterioro y fracaso, la culpa de los hampones que la han manejado
durante estos años y de quienes han promovido el desastre por razones ideológicas.
PDVSA, repito, es irrecuperable y debe dar paso a un modelo diferente de manejo
del petróleo venezolano.
Aunque el petróleo como motor
principal de la civilización se encuentra ya en cuenta regresiva, debido al
terrible problema ambiental y a la aparición de fuentes de energía menos
contaminantes, todavía tendrá un importante papel que jugar a nivel mundial por
las próximas décadas. Sin embargo, es hora de ir pensando en el futuro de la
Faja del Orinoco, ahora llamada por los hampones “Hugo Chávez Frías”. Cuando se
mide el futuro del petróleo en décadas y se compara con el monto de los
recursos de petróleo extra-pesado y bitumen que existen en la Faja, los cuales
durarían 200 o más años a una tasa de producción que ni siquiera se está
alcanzando hoy, es necesario enfrentarse a un escenario en el cual importantes
porciones de esa Faja se quedarán para siempre en el subsuelo. No es necesario
enfrascarnos en una discusión sobre si ello es cierto o falso. La racionalidad
exige que este sea un escenario de xx% de probabilidad que debe ser tomado en
cuenta por los venezolanos responsables (chavistas favor abstenerse).
El mensaje que deseo
transmitir es que los venezolanos debemos enterrar ese mito pernicioso y
acomplejado de la propiedad absoluta de la industria petrolera, algo que viene
siendo repetido como mantra irreflexivo por todos los gobiernos que hemos
tenido en los últimos 70 años.
Para ilustrar cuan arraigado
está este concepto consideremos lo que nos dice la Compañía de Jesús, ese grupo
tan preparado e inteligente, en un
reciente editorial de su revista SIC:
“Nos parece imprescindible que
el Estado no sea el único ni el principal agente económico y que no lo sea en
absoluto en lo tocante al ciclo alimentario. Sí nos parece que debe gerenciar
la extracción del petróleo y obras de infraestructura, así como todo lo
relativo a la seguridad social”. Para los Jesuitas el estado venezolano debe despojarse
de la administración de sectores como el alimentario pero conservar el
monopolio estatal de la actividad petrolera. Ni los jesuitas se salvan de esta
deformación que nos mantiene en el atraso. No parecen pensar en lo que nos ha
sucedido durante estos años! Voy más lejos: aún en sus mejores momentos PDVSA
en manos del estado comenzó a mostrar señales evidentes de mediocrización. En
los años 90, cuando todavía no había llegado la marabunta chavista a la
empresa, ya PDVSA mostraba una cantidad excesiva de empleados, se había politizado
significativamente, el presidente de la empresa para la época acariciaba ambiciones
presidenciales y sus índices de
operación la hacían aparecer como más cercana al resto de la administración
pública venezolana que a sus pares de la industria petrolera internacional. Esa
situación fue, probablemente, lo que llevó a la decisión de terminar con las
tres empresas filiales operadoras y la aparición de la terrible figura de la
empresa única. A pesar de estas señales ya remotas y del posterior desastre de
la PDVSA en manos del Estado, los editorialistas de SIC reafirman el dogma de
una industria petrolera estatal, concepto que ha fracasado en casi todo el
mundo, excepto en Noruega, país que ha domado el dragón petrolero y lo ha
puesto al servicio de su progreso integral. De resto véase el desastre que fue
Pertamina, en Indonesia y que han sido PEMEX en México, YPF en Argentina, YPFB
en Bolivia, la ENI de Matei y, ahora, la Petrobras de Roussef. Nada, sin
embargo, se compara a la tragedia venezolana encarnada en PDVSA y sus gerentes
hamponiles.
Paradójicamente, el editorial
de SIC así lo reconoce, cuando dice: “Si quienes
administran la cosa pública no quieren cambiar de esquema y se empecinan en más
estatismo, en que el Estado sea el único distribuidor, en más controles, lo que
se obtiene es mayores gastos por parte del Gobierno, más carestía, menos
productos, la aniquilación del circuito económico y la empresa privada, y sobre
todo, el aumento galopante de la corrupción y los círculos mafiosos… Aunque,
como este mismo esquema se aplica a PDV, la empresa productora de petróleo ha
dejado de ser una verdadera empresa y, según indicadores oficiales de 2014, los
costos de producción han subido más de 100 %, mientras, paradójicamente, se
produce menos que cuando Chávez llegó al poder y, en consecuencia, ingresan
proporcionalmente menos divisas. Todo
esto es una crueldad con la población, una tiranía para con los ciudadanos;
pero, antes que eso, una falta increíble de solvencia, de profesionalismo, que
priva de legitimidad al Gobierno”.
SIC admite el
desastre petrolero en manos del Estado pero, al mismo tiempo, reafirma la
necesidad de que sea el estado el que siga manejando esa industria. Es
necesario que los venezolanos nos salgamos de esa prisión mental. La industria
petrolera venezolana puede seguir siendo controlada por la Nación sin que tenga
nada que ver con su operación directa. Es necesario dejarnos de mitos y
complejos.
En 1976 se “estatificó”
la industria petrolera, no se
nacionalizó, puesto que fue el estado venezolano el cual se adueñó de sus
ingresos. Y el estado venezolano no ha sido el servidor de la Nación sino su
victimario. El estado venezolano ha sido sinónimo de gobierno y gobierno ha
sido sinónimo de presidente, llámese Pérez Jiménez, Betancourt, Caldera, Pérez
o Chávez. Y, en mayor o menor grado, todos ellos han manejado el ingreso petrolero
con casi total discreción con las
excepciones honrosas de Betancourt, Leoni y Caldera I. El estado ha usurpado el
lugar de la nación, reduciendo a los venezolanos a ser seres dependientes del
paternalismo gubernamental, frecuentemente populista.
Este predominio
del estado sobre la Nación ha llevado, entre otros, al mito/dogma del monopolio
estatal de la industria petrolera. Lo cierto es que hay modelos de manejo de
esa industria (o de cualquiera otra) que pueden garantizar el control de la
nación sin exponerla a los riesgos y gastos que caracterizan esa actividad. Es
este tipo de modelo el que una nación progresista, desprovista de complejos e
ideologías embrutecedoras, debe crear tan pronto salga del poder la pandilla chavista, la pandilla que ha
destruido la industria petrolera venezolana en nombre de una absurda “soberanía
nacional” que no existe en un país políticamente en manos de Cuba y
financieramente en manos de China.
Algo que es tan evidente los políticos no lo refieren. Todos hablan del presidencialismo mientras no han llegado al poder, una vez alcanzado se les olvida este mal. Ni es mito ni es dogma es una viveza caribe criollita de los presidentes anteriores sin distingo. Muchos males se resolverían con la propiedad privada del petróleo, pero no les conviene. Fondos tipo Alaska o Noriega ni pensarlo. Los fondos en Alaska los gobernantes los han querido usar una vez gastados todos los ingresos del gobierno y sus ciudadanos no lo han permitido.
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