Para Américo Martín
La señora Digna de Venezuela está pidiendo una separación de cuerpos de su
esposo Sátrapa Piticastro, pero aceptó reunirse con un Comité de Conciliación integrado
por un psiquiatra español, un abogado dominicano y un sacerdote panameño. Con
su brazo en cabestrillo y mostrando algunos moretones en su avejentada cara
llegó puntualmente al sitio de reunión. Se sentó frente al trío que le sonreía
y expuso su caso:
“Tengo 17 años de matrimonio con ese señor, quien me prometió que cuidaría
los niños de mi anterior matrimonio, nada de dejarlos solos en la calle, y que
sería un esposo ideal. Ustedes deben saber que llevé al matrimonio mi cuantiosa
fortuna personal compuesta de acciones petroleras y numerosas empresas, una
gran herencia. Mi nuevo esposo me prometió administrarla con sumo cuidado, de
acuerdo con mis intereses. Me prometió amor eterno. Y me casé con él.
Al poco tiempo, sin embargo, me di cuenta de que tenía un temperamento muy
violento. Comenzó a hablarme en lenguaje
destemplado, como no debería hablarle un
esposo a su esposa. Llegó el día en que pasó de las palabras a la acción y me dio
unos golpes. Cuando reaccioné con entereza y lo boté de la casa, regresó con el
rabo entre las piernas, acompañado de un primo militar y me pidió perdón y me
juró que no lo haría más. Por algún
tiempo dejó de pegarme pero seguía insultándome con frecuencia. Comenzó a darle
dinero, mi dinero, a sus amigotes del barrio. Mis vecinos me decían que tuviera
paciencia, que él se compondría y hasta el brasileño de la ferretería me dijo
que Sátrapa era el mejor esposo que él había visto, pero su actitud se fue agravando, hasta el
punto que me pegaba casi a diario y dispuso de mi fortuna. Hoy estoy en la
ruina, aborrezco a mi esposo y quiero separarme de él lo antes posible, este
mismo año, porque parece ser que si espero hasta el año que viene hay una
disposición escrita falsificada por él, la cual le permitiría seguir disfrutando de mis
pertenencias. Quiero que me regrese el dinero que me ha robado y que sea
castigado por la justicia por los maltratos físicos y espirituales que me ha
causado”.
Los miembros del Comité de Conciliación la escucharon con suma atención. El
psiquiatra español le dijo:
“Es indudable que usted ha sufrido mucho. Mi recomendación es que venga a
verme con su marido y que los tres comencemos a explorar maneras de mejorar esa
relación. Hoy en día tenemos muchas técnicas de conciliación que me hacen optimistas
sobre una solución satisfactoria. Claro, será un proceso largo y complicado
pero, al final, creo que lo podremos lograr”.
La señora Venezuela respondió: “Lo de largo y complicado no me suena bien, Doctor. Necesito
resultados urgentemente. Imagínese que
soy asmática y no puedo comprar ya las medicinas que necesito. Ni siquiera me
estoy alimentando bien. Que Sátrapa me devuelva mi dinero y que sea castigado
por sus abusos”
El abogado dominicano intervino: “Esas exigencias suyas harían difícil la
reconciliación, querida señora. Su esposo tiene derechos legales y
constitucionales que deben ser
respetados y es mejor no entrar en esa discusión conflictiva. Podría verse afectado el éxito del diálogo”.
El sacerdote panameño concurrió: “Todos somos hijos de Dios, querida amiga. El
perdón es esencial para que no exista odio en
nuestros corazones, para que
alcancemos el reino de los cielos. Dios se encargará de premiar a los justos y
castigar a los malvados, no piense usted en venganzas. No intente usted pasar de ser
víctima a ser victimaria”.
La señora Venezuela dijo, con voz algo alterada: “No hablo de venganza,
Padre. Hablo de justicia, no es lo mismo ni es razonable de su parte confundir
los dos términos. ¿No se dan cuenta ustedes de que, si no hay justicia, Sátrapa
Piticastro seguirá en su abusiva actitud? Ustedes no conocen a Sátrapa como yo
he tenido la desdicha de conocerlo. No han vivido con él. Por eso es que sus llamados a la concordia francamente
me decepcionan. La impunidad, Padre y
Doctores, es el gran escudo de los
malvados. Piensen ustedes que no solo me he arruinado materialmente sino que
estoy hasta perdiendo el nombre de Digna, al soportar por tanto tiempo tanto
abuso, tanta humillación. Mis vecinas me ven con lástima pero murmuran: ¿Por qué Digna aguanta tanto
maltrato en silencio? Si ella no se rebela, ¿por qué tenemos nosotros que
meternos en ese lío? Con el perdón de la palabra, dirán: que se joda Digna”.
El psiquiatra le habló con suave voz: “paciencia, Doña Venezuela, no se
altere. Aquí estamos para ayudarla. Pase
esa página. Así lo han hecho otras señoras tan maltratadas como usted y han
logrado comenzar de nuevo, una vez que
los esposos indeseados murieron de muerte natural, reconfortados con champaña y
santos óleos, en sus villas de la Costa Azul o de Punta Cana. El tiempo todo lo
cura, mi señora, usted todavía es una mujer joven que puede conseguirse otra
pareja”.
La señora Venezuela salió de la reunión llorosa. Al regresar a su casa
llamó a Asamblea, su mejor y casi única amiga y le dijo: “Asamblea, vamos a
tener que dar la batalla solas porque los demás me “aman” tanto que me quieren obligar a seguir atada a
Sátrapa”.
Viendo la actitud digna de Digna de Venezuela y de Asamblea, sus vecinas han comenzado a
responder positivamente para ayudarlas a
salir de Sátrapa. Hace unos días le
dieron un revolcón a Sátrapa, quien cometió el error de enviar a la cachifa a
insultar a todo el mundo en el vecindario, pero solo logró que se burlaran de
ella.
Excellent!!!!
ResponderEliminarMuy bueno!! Al estilo de Laureano Marquez!
ResponderEliminar"Hace unos días le dieron un revolcón a Sátrapa, quien cometió el error de enviar a la cachifa a insultar a todo el mundo en el vecindario, pero solo logró que se burlaran de ella. "
ResponderEliminarPobre cachifa..
Buena esa............me encanta la metafora.
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