En estos días de tribulación espiritual causada por el incierto
destino de Venezuela me he refugiado en dos pequeñas obras maestras de Igor Stravinsky y Jorge Luis Borges. Ambas
obras contienen las lecciones dadas por ellos en la Universidad de Harvard, las
llamadas Lecciones Norton en Poesía.
Estas dos extraordinarias meditaciones sobre poesía, música y la magia
musical de las palabras constituyen para el lector una fuente de gran placer
estético. Las lecciones de Stravinsky, dichas en francés (leo la traducción al
inglés), están alineadas y explicadas en su primera lección llamada “Para que
nos conozcamos”, en riguroso orden y
adhesión a una disciplina musical que él define como su principal
característica. Entre lo que nos dice en esa primera conferencia, rechaza el
apelativo que le dieron de “revolucionario”, por haber compuesto “Petrushka” o “Los Ritos de la Primavera”. Define
“revolución” en su sentido más correcto de un movimiento circular que siempre termina
por llegar a su punto de origen. Nadie que haya visto lo que ha pasado en
Rusia, Cuba y Venezuela puede negar lo cierto de esta definición. Stravinsky nos
dice que su música no fue revolucionaria sino simplemente innovadora. Nos advierte:
¿“Por qué darle ese nombre, el cual es sinónimo de violencia y destrucción a lo
que fue simplemente un acto de originalidad?”.
Las lecciones de Borges fueron dadas en inglés, ese inglés melodioso y
lento de Borges, dichas de manera totalmente espontánea, sin una guía escrita.
Sin embargo, resultan ser totalmente coherentes, llenas del delicioso misterio
de sus palabras. A diferencia de Stravinsky,
quien se mostraba muy consciente de su importancia, Borges suena humilde,
acompañado por un fino sentido del humor expresado frecuentemente a sus propias
expensas. Las he leído en una bella traducción al español y las estoy pidiendo
en el inglés original. En ellas Borges dice sentirse orgulloso de ser un discípulo,
siempre intentando pensar lo que sus maestros hubieran pensado. En la primera
lección Borges nos dice que el título dado por Cervantes a su obra maestra: “El
Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” contiene palabras que se han ido
ennobleciendo con el tiempo. Al escribirlo, Cervantes probablemente pensó en un
hidalgo como un señor aldeano y en el nombre de Quijote como algo cómico,
similar al nombre Pickwick, urdido por Dickens. Al decir que era de La Mancha quizás
solo quiso decir que venía de un lugar con sabor rural, algo así como decir:
“Don Quijote de Kansas City”. (Y aquí pide excusas a algún asistente quien
pudiese ser de esa ciudad). Hoy en día, continúa Borges, el sonido de esas
palabras ha mutado para convertirse en algo mágico. La belleza de las palabras, dice Borges, siempre nos está esperando. Y aquí cita, como
ejemplo, una estrofa de Robert Browning: “Just when we are safest, there is a
sunset-touch; a fancy from a flower bell, some one’s death; a chorus ending
from Euripides”. “Y, precisamente cuando nos sentimos más seguros, llega una
puesta de sol; el encanto de una corola, alguna muerte; el final de un coro de
Eurípides”.
Para Stravinsky, en su segunda
charla, el sonido de la brisa en el bosque, el flujo del agua en el riachuelo,
el canto del pájaro, nos causan placer y nos pueden hacer exclamar: “Cuan bella
esa música”. Pero ello no es música, apenas una promesa de música. La música es
un acto de creación del hombre. Los elementos tonales solo llegan a ser música
al organizarse. El arte aparece cuando a los regalos de la naturaleza se le
agregan los beneficios del artesano.
Borges trata este
mismo tema y lo ilustra con la bellísima línea de Geoffrey Chaucer: “The life so short, the craft so long to learn”. “La vida tan
corta y tan largo el aprendizaje del oficio”.
Stravinsky nos habla de metro y ritmo. El
metro subyacente permite elevar el ritmo al primer plano del oído. En jazz, nos
dice, es el ritmo lo que nos sorprende y es el metro el que proporciona la
regularidad que le sirve de sustento. No hay conflicto tanto como colaboración.
En su tercera conferencia Stravinsky defiende el atonalismo pero reitera la
gran importancia de la melodía. Nos habla de Beethoven,
quien no tuvo ese divino regalo de la melodía y de Bellini, quien lo tuvo sin
esfuerzo. Yo agregaría a Tchaikovsky entre esos afortunados a quienes la
melodía llegaba sin esfuerzo. Stravinsky nos advierte, sin embargo, en contra
de darle a la melodía demasiada importancia y de nuevo llama en su auxilio a Beethoven.
¿Cómo explicar la fuerza de su música, nos pregunta, si todo dependiera de la
melodía?
En una nueva charla Borges discurre sobre la
metáfora y sugiere que, a pesar de que existen millones de metáforas, todas se
desprenden de un grupo muy pequeño de modelos, no más de un puñado. Una de
ellas es la metáfora que une ojos y estrellas, la cual quizás arranca con
Platón, quien dice: “desearía ser la noche para mirar tu sueño con mil ojos”.
Su segundo ejemplo de metáfora es el maravilloso verso de Chesterton en “Una segunda niñez”, el cual dice: “But I
shall not grow too old to see enormous night arise; a cloud that is larger than the world; and a monster made of
eyes”. “Pero no envejeceré hasta ver
surgir la enorme noche; nube que es más grande que el mundo; un monstruo hecho
de ojos”.
Un tercer modelo de metáfora mencionado por Borges
es aquel que se refiere al tiempo como un río. Recuerda a Jorge Manrique: “Nuestras
vidas son los ríos; que van a dar a la mar; que es el morir”. En su propia obra, Borges habla del río del tiempo fluyendo hacia atrás,
una maravillosa intuición que hoy es apoyada por hallazgos científicos sobre el
posible origen del universo, según los cuales el futuro y el pasado serían como
una serpiente que se muerde la cola. La cuarta metáfora básica mencionada por Borges
se refiere a la mujer y la flor y la quinta a la vida como sueño, hecha famosa
por Calderón de la Barca y por Shakespeare, quien dice: “We are such stuff as
dreams are made on”. “Estamos hechos de la misma materia que los sueños”. Cita
Borges el maravilloso poema de Robert Frost, quien habla del sueño como la
muerte: “The woods are lovely, dark and deep; but I have promises to keep; and
miles to go before I go to sleep…”. “Los bosques son hermosos, oscuros y
profundos; pero tengo promesas que cumplir; y millas por recorrer antes de
dormir”.
Stravinsky se pregunta cuál es la verdad en
la música. Admite que un árbol sea evaluado por sus frutos pero lamenta que se
olvide la importancia de las raíces. Al hablar de la inspiración nos advierte
que debemos prestar igual atención al sudor del creador, al trabajo de amasar
la harina para llegar al pan. Nos recuerda que el artista no solo es un intelectual sino un artesano. Montaigne hablaba de “pintores, poetas y otros
artesanos”. En uno de sus viajes, narra
Stravinsky, el guardia de la frontera francesa le preguntó su profesión y el
respondió: “soy inventor de música”. El gendarme le respondió que su pasaporte hablaba de “Compositor”. Le respondió que el término inventor era mucho más preciso que el de
compositor, ya que contiene un elemento de invención y de imaginación que no se
encuentra en la mera composición.
Para Stravinsky la apreciación de la música es una combinación de cultura adquirida y de gustos innatos.
Borges
considera la narración épica como una de las grandes protagonistas de la
historia de las palabras. Tres épicas son fundamentales en su criterio: “la de
Troya, la de Ulises y la de Jesús”. En este sentido Borges nos dice algo que todos hemos experimentado alguna
vez: hay personajes que han sido descritos por el genio de un autor en unas pocas frases y
quienes nos han resultado inolvidables. Pensamos en Hamlet, en Julieta, quienes
“viven y mueren en unas pocas frases
pero a quienes llegamos a conocer íntimamente”. Y, por supuesto, en la saga de
Jesús, maravillosamente contada en la Biblia. Estas narraciones fundamentales,
nos dice Borges, han sido las semillas del verso. La poesía, nos dice Borges, no pretende cambiar la realidad por magia,
simplemente devuelve al lenguaje su naturaleza originaria.
Stravinsky habla del sello que la cultura imprime a los músicos de una ‘época”.
Haydn y Mozart son buenos ejemplos de un estilo influenciado por la cultura
pero cada uno de los dos compositores llevó a cabo su milagro musical muy
individual. De vez en cuando, dice
Stravinsky, surgen luces de origen desconocido y cuya existencia parece
incomprensible. Una de ellas fue Héctor Berlioz, el padre del poema sinfónico,
quien influenció a Rimsky Korsakov (maestro de Stravinsky). Stravinsky no aprueba esas
apariciones. Habla de la necesidad
del orden y alega que, sin sumisión al orden, no hay libertad. Al decir esto
(preocupante si estuviera hablando de política), ilustra lo que dice con la
Fuga musical. La fuga, nos dice, exige una sumisión total a las
reglas. Y es dentro de esas
limitaciones que el compositor encuentra su plena libertad creadora. Cita a Leonardo
de Vinci, quien dice que la fuerza muere en libertad.
Borges, por su parte, argumenta que cada
idioma tiene las palabras que necesita. Por ejemplo, en Escocia existe la
palabra “eerie”, la cual no existe en otros idiomas. Ello sugiere que un idioma no es el producto del trabajo de filólogos sino
que ha surgido con el tiempo de las necesidades de la gente, los pescadores y
cazadores, del vulgo y de caballeros. No nace en las bibliotecas sino en los
campos, en el mar, viene de la noche y del alba.
Hay versos que no tienen sentido para la razón,
dice Borges, pero si tienen sentido para la imaginación. La poesía se siente más que se entiende. Esto que nos
dice Borges fue de gran consuelo para mí puesto que tiendo a preferir la poesía
que no entiendo, como la de T.S. Eliot. Es verdad que uno siente más que entiende cierta poesía. Nunca he entendido “La Canción
de amor de J. Alfred Prufrock” pero me ha fascinado su ritmo, su melodía, su música.
Borges nos da un ejemplo de un verso que no requiere ser entendido sino que
puede ser disfrutado como una canción: Es del poeta boliviano Ricardo Jaime
Freyre: “Peregrina paloma imaginaria; que enardeces los últimos amores; alma de
luz, de música, de flores; peregrina paloma imaginaria”. Borges dice: “no
significa nada pero se sostiene como un bello objeto”.
Al despedirse después de esta charla Borges
dice: “mi última charla será sobre un pota menor. Hablare de mi”.
Stravinsky le dedica una charla a la música
rusa, quizás mi música clásica favorita. Comienza diciendo que la mayoría de
quienes comentan sobre ella lo hacen en términos étnicos, por sus sonidos exóticos y u orientalismo. Dice, con humor,
que la música rusa rima con vodka, samovar y balalaika. Habla de la relativa
corta edad de la música clásica rusa, la cual solo aparece con fuerza a partir
de mediados del siglo 19, con Glinka, el pionero, quien anuncia al grupo de los
Cinco: Rimski-Korsakov, Borodin, Mussorsgky, Balakirev y César Cui. De este
grupo su preferido es Rimski-Korsakov, quien sería su maestro. Profesa más admiración
por Tchaikovski a quien consideró más culto musicalmente, más universal, no tanto
nacionalista como simplemente muy ruso en su raíz. Tchaikovsky, digo yo, sería
al grupo de los Cinco lo que Aldemaro Romero al
Carrao del Palmarito.
Stravinsky
le dedica mucha atención a la música rusa durante el comunismo, ilustrando como
el totalitarismo soviético deformó su
sentido original. Cita, para mofarse de él, la explicación del notorio escritor
estalinista Alexis Tolstoi sobre la Quinta sinfonía de Shostakovich. Tolstoi la llama “la sinfonía del socialismo” y explica
como el primer movimiento es el Largo
de las masas y como el Allegro simboliza
las maquinarias industriales de la revolución, blá, blá.
La última charla de Borges se titula “Credo
de Poeta”. Cuenta haber oído a su padre recitar “Oda a un ruiseñor” de Keats y
como aquellas palabras, aún sin entender su significado, le conmovieron y le
llegaron al alma, gracias a su música: “the voice I hear this passing night was heard; in ancient days by emperor
and clown.”. “La voz que oigo esta noche fugaz es la que oyeron en los días
antiguos. El labriego y el
rey…”.
Agrega Borges que aunque la vida del hombre
tenga muchos días todos ellos pueden ser reducidos a uno: el día en el que él averigua quien es. Cuando Borges escuchó los versos de
Keats, en ese momento supo que él era un literato. Borges regresa a hablar del Quijote y dice
que para él las aventuras del caballero pueden o no ser ciertas, lo importante
para Borges era el personaje. “Creo en él”, dice Borges, como cree en Sherlock
Holmes aunque pueda no creer en sus aventuras. Sobre todo, cree en la amistad
entre Holmes y Watson y entre el Quijote y Sancho. Al contrario, nos dice Borges, creo en la historia de “Moby Dick” pero no
en el capitán Ahab. Aunque no entiendo bien lo que dice Borges, no puedo menos
que sentirme de acuerdo con él.
Borges termina su ciclo de conferencias
recitando uno de sus poemas: “Spinoza”, el cual termina así: “Libre de la metáfora y del mito; labra un arduo cristal: el infinito; mapa
de Aquél que es todas sus estrellas”. Típico de Borges, quien trató, más que ningún otro poeta que conozca, de levantar el velo del gran misterio de
la creación del cosmos.
Stravinsky nos dice, al final de sus charlas,
que la necesidad de crear supera todos los obstáculos. Como la mujer en parto, hay dolor y angustia, pero luego hay alegría por ver un nuevo ser
humano sobre la tierra.
La música, nos dice, es una forma de
comunión con nuestros semejantes y con el creador.
Y, diría Borges, también lo es la poesía.
Borges, el grande. Maria Kodama habla de la pasión del maestro por
ResponderEliminarEl idioma islandés. Lo estudiaba concienzudamente. Y cómo olvidar
La visita a "Lectura" en Chacaito. Lo acompañaba el inolvidable
Walter Rodriguez.
Gracias por esta lectura, Gustavo.
Hoy el comandante Coronel, dejó el fusil a un lado y tomó la lira. Poeta, es bueno un descanso. De las artesanías, me gusta hacer pan. El humilde pan campesino, bien amasado y reposado, con su concha dura y entalcada con harina, como un payaso. El pan blanco, hecho en la prisón del molde, tapado para que no vea su crecimiento, y para que luego sea rebanado, tostado y rellenado con el sabroso queso paisa y el jamón planchado. Pero el pan hebreo, que sirve para el rito del sabbat, que no es mi rito, pero que es tan bueno, que comparte su pan. Ese hermoso pan dorado, tejido en crinejas,con semillas encima de ajonjí o amapolas, que como la vida y la muerte, se puede hacer en forma de rosca. Usted se imagina poeta, una reuníon con Borges, Stravisnky, y un humilde panadero. Gracias Coronel, su prosa de hoy, es un calmante al alma.
ResponderEliminarPerdone que vuelva a interrumpir, pero olvidé agregar algo. Nuestro humilde y buen poeta que fue Andrés Eloy Blanco, escribió unas décimas, basadas en un poema venezolano, anónimo, popular: "Y eso lo sabe cualquiera, cuando el pan se pone amargo, o ha llorado el panadero, o el que come está llorando." Poeta esa es nuestra patria en estos momentos terribles. Un abrazo, sincero de un venezolano.
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