Una de las obras maestras que se encuentran en el Mauritshuis, de La Haya, de Carel Fabritius, 1654. Es de pequeño formato pero no desmerece al lado de los grandes lienzos de Frans Hals o Jacobo Ruysdael.
Al comentar mi escrito en este blog: “Postal de Nueva York, 1951”, ver: http://lasarmasdecoronel.blogspot.com/2019/01/postal-de-nueva-york-1951-cinco-angeles.html, un buen amigo me
advierte en contra de los peligros de la nostalgia. “Ello puede llevarte a la
depresión”, me dice.
Ello me puso a pensar. ¿Será la nostalgia negativa? ¿Es, acaso, un intento ilusorio de regresar
al pasado? O, ¿al contrario, es un tónico para el espíritu?
Hay bastante de cierto en lo ilusorio que significa tratar de recapturar el
pasado. Hace unos años mi esposa Marianela y yo viajamos a La Haya, Holanda, donde
habíamos vivido durante nuestro primer año de casados, hace ya 60 años. Ese año
en La Haya fue idílico por múltiples razones. Teníamos suficiente dinero, viajábamos
los fines de semana a Alemania, a Bélgica, a Suiza. Todo era nuevo. Podíamos ir
caminando al bello museo Mauritshaus a ver a nuestros admirados pintores Frans Hals, Jan Vermeer y Jacobo Ruysdael,
descubrimos la maravillosa comida indonesia: el Ritjstaffel, el nasi goreng, el
gado gado.
¡Qué año! Vivíamos en un cómodo apartamento de la calle Aronskelkewg,
completo con el fantasma del dueño, una aparición amable y fugaz que cruzaba el
salón de estar cuando estábamos en la pequeña cocina. Fuimos obscenamente
felices. De manera que parecía lógico que regresáramos a tratar de recapturar
aquellos momentos.
Por supuesto, ello no fue posible. La Haya hoy es diferente a La Haya de
1959. La calle donde vivíamos ha cambiado. Todavía existía nuestro restaurant
favorito, el “Tempat Senang” pero nuestro mesonero de confianza ya no estaba
allí y el Rijstaffel no tenía ya el mismo sabor que tenía antes. Las calles
donde caminábamos tomados de la mano habían perdido su antigua fisonomía. La
Haya 2015 no era ni podía ser La Haya 1959.
Por supuesto que hemos debido saber que ello sería así. El pasado es
demasiado complejo para ser recapturado. Pero esta experiencia no solo no me
dejó deprimido sino que me sentí mejor, al constatar que “nuestra” La Haya,
1959, era ya exclusivamente nuestra, que
no teníamos que compartirla con nadie, que nos servía para regresar a ella en
nuestra imaginación cada vez que así lo deseáramos y que ello nos hacía sentir
reconfortados. Ahora comprendo que la nostalgia no requiere un regreso físico a
lo que tuvimos, ya que eso es imposible, sino un regreso espiritual a lo que
nos ha hecho feliz, donde tuvimos grandes momentos de bienestar y de bellas
armonías con la vida circundante.
La palabra nostalgia, veo en los diccionarios, tiene que ver con un
sentimiento afectuoso por los momentos felices del pasado. Tiene que ver con
pensar en la gente y con los sitios con quienes y en los cuales uno ha sido
feliz. Odiseo vivió siete años con Calipso, una diosa inmortal, pero nunca olvidó a Penélope, mortal y quizás
no tan bella. Pero era Penélope a quien él deseaba y por ello continuó su
viaje. Odiseo fue hermano espiritual de Dorotea, la joven que viajó a la tierra
de Oz y a quien le fue dada regresar a su hogar y a su gente en Kansas, de
donde realmente nunca había salido.
En el plano científico la nostalgia ha sido considerada como un trastorno
con su carga de ansiedad y tristeza, quizás el preludio de la depresión. Pero
no es eso lo que siento al rememorar tiempos felices. Lo que siento es una reafirmación
de mi felicidad, una confirmación de
quien he sido y de quien soy. Mis viajes periódicos a las felicidades del pasado me sirven para reafirmar la felicidad de mi presente,
refuerzan mi sentido de identidad. Soy quien soy pero, para ser quien soy, debo tener
conciencia plena de quien he sido.
Sentirme así le ha proporcionado sentido adicional a mi existencia. En
cierta forma me ha ayudado a gerenciar el temor que todos sentimos a la muerte,
un temor que tiene dos componentes principales: el enfrentamiento al
incomprensible concepto de eternidad y la fuerte sospecha de que somos apenas
un accidente cósmico, el resultado de coincidencias que nos condenan a
desaparecer sin dejar rastro.
Los psicólogos/psiquiatras modernos han descubierto que la nostalgia sirve
cuatro propósitos principales en nuestra vida, cito:
Genera afectos, incrementa nuestra
auto-estima, promueve la solidaridad social y nos ayuda a navegar con éxito las
vicisitudes de la vida diaria.
Me siento tentado a agregar: Y lava mejor su ropa.
En este momento estoy escuchando una gaita zuliana. El cantor pide a su
interlocutor: “habláame de Maracaibo, oír en:
Esta gaita me hace pensar en 1956, en la Plaza Baralt, en la terraza del
Hotel “Detroit”, en la “bajada de la bandera” los domingos por la tarde, la
Maracaibo del Luis Aparicio “El Grande”, donde me casé y donde nacieron mis
hijos y pasé maravillosos días y años.
Para mí esa gaita no es una invitación al pasado ni motivo de tristeza sino
una reafirmación de lo maravilloso del presente.
No es malo sentir nostalgia por las cosas que fueron en nuestra vida. Otra cosa es sentirla por lo que pudo haber sido y no fue. Eso si puede deprimir. No se si me explico. Igual, felicitaciones por el bonito escrito de hoy
ResponderEliminarCarajo, ayer mismo me pareció ver a un señor sentado en el sofá de mi apartamento alquilado. Un señor de lentes, tranquilo sentado. No me asusté. Ahora que escribes esto, Gustavo, te pregunto si te pasaba lo mismo en Holanda. De saber que es así todo confirma por el método de la doble verificación que hay vida después de esta vida.
ResponderEliminar
ResponderEliminarMe gusto mucho tu escrito. Recordar es vivir, sobretodo recordándo lo bueno que vivimos. Para la memoria es excelente recorder.......
Estoy de acuerdo que los recuerdos del pasado nos llenan y dan alegría. Hay que verlos como lo que son: memorias de otros tiempos que son irrepetibles porque el mundo cambia, pero cuyo recuerdos nos permite agradecer la suerte de haberlos vivido. Me pasa igual con el tiempo que viví en NYC, hoy una ciudad complicada y menos amable de lo que fue en los años 50 y 60. Recuerdo haber ido con mis padres a recibir el año nuevo en Broadway sin demasiada gente ni necesidad de controles de seguridad. Caminamos desde nuestro apartamento y regresamos igual mientras nevaba en menos de una hora en cada sentido. Igual mis memorias de viajes por Europa, primero con mis padres, luego solo y luego con mi mujer. Mucho cambia y no todo para mejor, pero lo bailado nadie te lo quita.
ResponderEliminarAprovecho para desearte todo lo mejor en el 2019, especialmente mucha salud y satisfacciones.
Gracias por los comentarios, María Teresa y Federico. Tengo una foto, Federico, tomada en el DC-3 de Mobil. "ibamos no recuerdo para donde, quizás Morichal, tu papá, Boyd, de Philips, el Director Legal de Creole y yo. Trataré de sacar copia y hacértela llegar.
ResponderEliminar