Hotel Robert Fulton, ya desaparecido
En Enero de 1951, cuando tenía aún 17 años, decidí irme a Nueva York a
aprender inglés, en Queens College. Ofrecían un curso intensivo de 15 semanas,
el cual me era necesario para seguir rumbo a Tulsa, Oklahoma, a estudiar
geología. En mi novela “El Petróleo viene de La Luna” he hablado de esta
maravillosa experiencia, esa de ser trasplantado – sin anestesia y aún
adolescente – de Los Teques a nueva York, en la mitad de un crudo invierno.
El primero fue el empleado de la línea aérea Aeropostal Venezolana, el
Profesor José A. García. Fue la primera persona con quien hablé en Nueva York,
al desembarcar del Constellation, después del primer vuelo de mi vida, en el
cual me tomé la salsa de la ensalada creyendo que era un coctel. Cuáles serían
las probabilidades matemáticas de que esta persona fuese mi antiguo profesor de
tercer grado de escuela primaria en Los Teques? Pero así fue. El profesor García fue mi primer
ángel de la guarda en Nueva York y me
hizo indicaciones precisas sobre cómo llegar a mi destino, el hotel Robert
Fulton, ubicado en la zona oeste de Manhattan, a la altura de la calle 71. Una vez instalado
en el hotel fui a visitar al Profesor García en su modesto apartamento en el
Bronx, donde vivía con su madre, una bella y bondadosa anciana, quien me dio
una sopa caliente y deliciosa. Cuando llegue a verlos, el Profesor García se
estaba bañando en una bañera situada en la mitad de la cocina, mientras la
buena señora preparaba la sopa.
El segundo fue el recepcionista del Hotel Robert Fulton, quien resultó ser
no solamente venezolano sino quien había
sido el modelo para el protagonista de la primera novela de Miguel Otero Silva,
“Fiebre”. El protagonista de esta novela es un estudiante de la Generación del
28, llamado Vidal Rojas, quien interrumpió sus estudios de medicina para
convertirse en insurgente. En la vida real fue Mariano Fortoul Briceño, quien también
sería uno de los fundares del Partido Comunista de Venezuela, junto con José
Antonio Mayobre y mi tío Víctor García Maldonado.
Mariano Fortoul, primero a la izquierda, preso por comunista, alrededir de 1930
Mi tío, Víctor García Maldonado, primero a la izquierda, preso por comunista, alrededor de 1930
Cuando me lo encontré como
recepcionista del modesto hotel Robert Fulton, Mariano tendría casi 60 años y
era un hombre de aspecto muy amable, de hablar suave, de modales muy finos,
siempre con una leve sonrisa. Mariano me indicó un sitio donde comprar un abrigo
pues yo había llegado a Nueva York solo protegido por una vieja bufanda de mi
abuelo Rafael Coronel Arvelo, quien la había recibido de Arturo Michelena, el
pintor. El abrigo que me compré en Nueva York tenía un cuello de imitación de
piel, me costó $14 y, me hacía lucir como un príncipe ruso caído en desgracia.
El tercero fue el Sr. Blazzack, el dueño de la casa de Queens donde fui a
vivir mientras aprendía inglés. Era gordo y jovial y pronto descubrí que de
noche, cuando la señora dormía, él se iba a la cocina a comerse algo. Cuando
nos encontramos por primera vez al frente de la nevera me permitió comerme un sándwich,
el precio de mi silencio. Y así nos convertimos en compañeros de crimen mientras
estuve allá. Cuando partí para Tulsa los maravillosos Blazzack lloraron la
partida de un “hijo”.
El Cuarto fue mi profesor de inglés, Antón Huffert, siempre elegante y de
hablar preciso, con un acento europeo. Huffert era un profesor de implacable
severidad: por la mañana debíamos leernos el New York Times y anotar todas las
palabras que no habíamos entendido, a fin de buscarlas en el diccionario. Debíamos
ver la misma película tres veces, una para ver la imágenes y escuchar, la
segunda para comenzar a atar las imágenes con el diálogo, la tercera para
comprender a fondo lo que la gente decía. Todos los días debía recibir sus llamadas
por teléfono en inglés y responderlas, lo más difícil de aprender un idioma, ya
que uno no puede ver la cara de quien habla. Debía grabar una historia en inglés
y luego escucharla en clases, conociendo (para mi terror) mi voz y mi pronunciación.
Debía escribir ensayos en inglés tres veces a la semana. Al final de las 15
semanas podía hablar el idioma, aunque nunca he perdido el acento, pero Antón
Huffert hizo posible que sonara más cerca de Ricardo Montalbán que del Cisco
Kid.
El quinto fue una bella mujer venezolana, a quien nunca vería más. Cuando
una delegación de cadetes venezolanos visitó Nueva York hubo una fiesta para
ellos y yo deseaba ir pero no tenía un traje adecuado. Esa bella y dulce mujer,
llamada Clemencia García Villasmil, me cosió unas solapas brillantes en mi único
saco, el cual adquirió el aspecto de un traje de etiqueta. Además fue mi
acompañante a la fiesta. Es explicable que me haya enamorado de ella, con el
tipo de amor de los adolescentes por la mujer hermosa e inalcanzable.
Después de casi 70 años estos ángeles benéficos de mi adolescencia ya no están
en este mundo. Sn embargo, me han acompañado durante toda la vida y es raro que
pasen días sin que piense en ellos con amor y gratitud, con agradecimiento por
su infinita bondad con un joven aldeano
e inseguro, quien comenzaba una nueva y maravillosa vida en un mundo desconocido.
4 comentarios:
what a nice story...……...thanks for sharing.
Me encantó tu historia.
Feliz Año 2019.
La verdad aprender Inglés ahora mismo es como aprender a comer. Si no lo hablas las oportunidades laborales caen dramáticamente. Ya a nosotros no nos tocó, pero estimo que en 0 años pasará lo mismo con el mandarín. Será necesario tanto como lo es hoy el inglés.
Aún pasa, 525 dólares en St. Louis:
http://www.fox4news.com/news/u-s-world/st-louis-apartment-with-kitchen-bathroom-combo-creates-stir
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