En mi adolescencia, junto a miles
de jóvenes latinoamericanos, leí a ARIEL de José Enrique Rodó y absorbí su
prédica en contra del materialismo estadounidense, lo que él llamó la
“Nordomanía”. En mis ensayos juveniles yo escribía sobre lo mucho que nosotros
nos ocupábamos de los norteamericanos y lo poco que ellos se ocupaban de nosotros,
de como ellos usaban el cerebro mientras nosotros preferíamos usar el corazón. Repetía
a carcajadas el viejo chiste del estadounidense que, al saber que éramos de
Venezuela, nos daban una carta para entregar en Buenos Aires.
Ese estereotipo ha sido difícil
de matar, sobre todo porque el estadounidense de clase media sigue dando muestras
de ignorancia sobre nuestros países y porque el latinoamericano de clase media
sigue admirando y desconfiando del “coloso” del Norte.
Hace tiempo que me he convencido que
catalogar a los estadounidenses como despreocupados de nosotros es una injusta exageración. Existe, por ejemplo, una
Asociación de Estudios Latinoamericanos en los Estados Unidos que tiene unos 13000
miembros. Hay unos 400 colegios y universidades estadounidenses que ofrecen estudios y carreras dedicadas
exclusivamente a América Latina, en todas sus fases políticas, sociales y
culturales. Cada año se gradúan en los Estados Unidos centenares de expertos en
Latinoamérica. Hay docenas de Centros de reflexión (think tanks) que incluyen de manera sistemática el
análisis de los asuntos latinoamericanos en sus deliberaciones y publicaciones.
Donde vivo, en la zona de Washington DC, no hay semana que estos centros de reflexión
no ofrezcan charlas sobre la región latinoamericana.
Dibujo hecho por Borges para ilustrar una de sus obras
Un ejemplo extraordinario de este
interés norteamericano por la región latinoamericana es que la segunda
colección más importante del mundo de manuscritos, ediciones y documentos sobre
Jorge Luis Borges, solo superada por la existente en la Fundación San Telmo de
Buenos Aires, se encuentra a apenas una hora de viaje por buena carretera de
donde vivo. Está en Charlottesville, Virginia, en la biblioteca de la
Universidad de Virginia, la institución fundada por Thomas Jefferson.
La historia de cómo se ha logrado
esta demostración de amor por Borges comenzó en 1967, cuando el escritor fue
invitado por la universidad para dar una charla sobre Edgar Allan Poe, quien
había estudiado en la universidad en 1826.
En la audiencia estuvo el joven bibliotecólogo de la universidad Jared
Loewenstein, quien escuchó a Borges definir a Jefferson no solo como el
arquitecto de la democracia sino como un demócrata de la arquitectura,
refiriéndose a los edificios universitarios diseñados por él. Este fue el
inicio de una maravillosa relación entre el joven, nacido en un pequeño pueblo
de Virginia famoso por su caverna (Luray) y el gran escritor bonaerense. En
1976, después de haber visitado Buenos Aires en búsqueda de material sobre Borges,
Loewenstein recibió una oferta de venta de 400 documentos que incluían cartas, manuscritos y primeras
ediciones de libros de Borges, propiedad de un cercano amigo del escritor llamado Lisandro Galtier. Esta adquisición
marcó el inicio de la colección, la cual tiene hoy más de 3000 documentos, adquiridos,
dijo Loewenstein, uno por uno. Loewennstein también publicó un libro
describiendo todos los documentos del catálogo, ver: https://vimeo.com/239252200 y https://www.amazon.com/Descriptive-Catalogue-Borges-Collection-University/dp/0813913330. La
colección incluye todas las primeras ediciones de todos los libros publicados
por Borges, incluyendo su primera obra: “FERVOR DE BUENOS AIRES”, 1923, además
de numerosas traducciones de obras de Borges
en francés y en alemán. Contiene también
traducciones hechas por Borges de La Metamorfosis de Franz Kafka y de obras de William
Faulkner y Walt Whitman.
El impacto cultural de esta
colección ha sido muy grande, ya que ha creado toda una escuela de seguidores y
estudiosos de Borges en la universidad y en la región. Me llamó mucho la
atención la bella historia de esta joven, ver: https://blog.bookstellyouwhy.com/collecting-jorge-luis-borges-at-the-university-of-virginia, quien
se ha convertido en una coleccionista de Borges de primer orden y está íntimamente
asociada con la universidad en el mejoramiento de la colección y de su difusión
entre el alumnado.
Soy un admirador de Jorge Luis
Borges y de lo que fue su incansable búsqueda de la razón de nuestra presencia
en el Cosmos, si es que existe alguna. Pocos como él han tratado de levantar
esos velos que nos separan del gran misterio. Fracasó, por supuesto, porque
nadie podrá entenderlo jamás, al menos en esta etapa de nuestra evolución como
Homo sapiens, pero le llegó bastante cerca, gracias a sus inmensos saltos intuitivos. Admiro también la
elegancia de sus metáforas, la profunda melancolía de sus versos, solo comparable a los mejores tangos y su
veneración por los Borges y Acevedos quienes lo precedieron.
Fue tan argentino Borges que ello
lo hizo universal. Gracias a sus obras y al tesón de un joven salido de un pequeño
pueblo de Virginia hoy vive cerca de nosotros, en Charlottesville, Virginia, a
corta distancia de mi apartamento. Allá podré ir de nuevo a visitarlo, tan
pronto haya pasado esta emergencia mundial de la salud.
Borges tuvo aprecio por Norteamérica, creció en un hogar bilingüe, hablando inglés y castellano desde pequeño. “Cuando le hablaba a mi abuela paterna” –recordó una vez- “lo hacía de una manera que después descubrí que se llamaba el idioma inglés, y cuando hablaba con mi madre o mis abuelos maternos lo hacía de otra forma que luego resultó ser la lengua castellana…”
ResponderEliminarEn los últimos años de su vida estudiaba el Celta, buscando sus conexiones con el inglés.