*** La literatura como terapéutica
Cuando
tenía entre 7 y 8 años era muy inapetente. En aquellos tiempos a los niños que
no comían como era debido les daban los llamados reconstituyentes. Uno de los más
utilizados y más odiados por los niños era la Emulsión de Scott, cuya botella
tenía un pescador cargando un bacalao.
A mí me dieron muchas botellas de esa
emulsión, la cual consistía de aceite de hígado de bacalao, con vitaminas A y
D, jarabe que tenía un gusto bastante desagradable. Sin embargo, la cura de mi
inapetencia no se debió al hombre del bacalao sino a Sir Walter Scott.
Sucedió
que en esos años recibí como regalo de un tío mío la novela de Walter Scott,
“Ivanhoe”. Leerla, en especial, su tercer capítulo, me abrió súbitamente el
apetito.
En
esas páginas Walter Scott describe vívidamente la morada de Sir Cedric, el
padre de Ivanhoe. Pinta una casona
amplia, con arcones para guardar utensilios, algunas cortinas y una que otra
alfombra, con instrumentos de caza y de guerra colgando de las paredes, con
muebles escasos y primitivos. Allí viven Cedric, sus familiares, criados y sus
esclavos/bufones, Gurth y Wamba, quienes vestían jubones de paño tosco y capuchas y calzaban
algo parecido a las alpargatas. Cedric se vestía con finas telas y pieles de ardilla,
buenas pero no de la calidad del armiño. Llevaba gruesos adornos de oro colgados
del cuello, túnica y calzas hasta las
rodillas y sandalias aldeanas. Un sombrero de piel y una
espada al cinto completaban su vestimenta.
A
la hora de comer los asistentes se
sentaban en una larga mesa en T. Las personas
importantes se sentaban al lado del anfitrión, Cedric, mientras que los de
menor nivel se iban acomodando en la mesa larga, en orden de importancia
decreciente, hasta llegar a los criados.
Todos los habitantes de la casa y los invitados compartían el mismo ambiente,
lleno de humo de los fogones, cada quien tomando su bebida preferida, fuesen
vinos diversos, sidra o agua. El nivel de ruido era alto. Los platos comenzaban
a llegar y eran de gran diversidad, muy condimentados. Aunque no he podido encontrar la versión en
español del capítulo, hago una traducción resumida del original en inglés: “El festín que se colocaba sobre las mesas
no requería excusas por parte del anfitrión. Carnes de puerco y buey, aderezadas
en diferentes formas, iban siendo colocadas en la baja parte de la mesa, lo mismo que las
aves, la carne de venado, los cabritos y conejos, así como diferentes tipos de
pescado, cebollas asadas, junto con enormes hogazas de pan y tortas hechas con
frutas y miel. Las abundantes aves pequeñas no eran servidas en los platos sino
que eran traídas a la mesa ensartadas en delgadas barras de hierro, ofrecidas
por los pajes a cada comensal, quien la
tomaba completa en sus manos o cortaba algunas porciones a su gusto. Frente a cada
persona de rango se colocaba una copa de plata. En la mesa larga se
colocaban copas de madera mientras que algunos criados preferían beber en
cuernos”.
No
solo la diversidad de viandas y bebidas sino toda la escena, el humo de los
fogones, la conversación entre comensales, la iluminación con grandes
antorchas, el aire de fiesta, todo ello me produjo una gran impresión desde mi
primera lectura y logró convertir mi reticencia a la hora de sentarme a la mesa
de mi casa, en Los Teques, en una ocasión en la cual imaginaba que estaba en el
banquete de Cedric, con muslos de pollo en las manos, probando cada vianda con
especial deleite, tomando mi guarapo de piña como si fuera el vino más
delicado. No importaba lo que tuviera frente a mí yo me lo imaginaba parte del
banquete y me lo comía con mucho gusto,
como si fuera un buen sajón de la época de Ricardo, el Corazón de León. Por
supuesto, la dulce belleza de Rebeca, la
joven judía, la generosidad de Isaac de York, la historia de amor de Ivanhoe y
Lady Rowena, los torneos, el sitio del castillo normando, las travesuras de
Wamba, todo ello agregaba a mi placer, pero
lo definitivo para mí era poder regresar a voluntad al banquete de Cedric, sentado
en la mesa larga junto a los comensales de modesta significación, compartiendo
los brindis y los platos humeantes que pasaban de manos de manera incesante,
incluyendo las mías.
Toda una gran escena llena de rusticidad y
calidez, de gran concordia, la cual me
abrió el apetito para siempre y también para siempre me ha hecho sentir a gusto
en los ambientes rústicos, rodeado de gente sencilla y hospitalaria, la sal de
la tierra.
Ivanhoe fue el primer libro que me compró mi padre, lo hizo en la librería que estaba donde el Instituto de Comercio Exterior, en la Av. Libertador. Luego de ese libro me regaló el que con más cariño recuerdo, El Correo del Zar, que me ha parecido que más que una novela es una clase de geografía. El tercero fue Marco Polo, sobre el que Netflix acaba de lanzar una Serie. Pero por alguna razón El Correo del Zar sigue pareciéndome mejor.
ResponderEliminarTe dejo la novela en castellano para que busques lo que necesitas, Gustavo.
https://freeditorial.com/es/books/ivanhoe-version-en-castellano/readonline
Muy agradable el relato que también recuerdo.
ResponderEliminarMuy buen enlace el que envió Anónimo.
Gracias María Teresa, les recomiendo a Gustavo y a tí:
ResponderEliminar"Un Mundo Feliz" de Aldous Huxley.
Una obra bellísima.
Un gran saludo, querida Maria Teresa
ResponderEliminarSobre El Correo del Zar, creo que hay una opera de Glinka así llamada. Glinka fue el pionbero de la musica clásica Rusa. La novela es de Verne? debo chequear.
Sí, la ópera sobre la vida de Iván Susanin es la que mencionas, Gustavo. "El Correo del Zar" efectivamente es de Jules Verne. La pequeña ciudad de Marfa en el Gran Estado de Texas, muy cerca de México, fue nombrada así por el personaje de la novela.
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