domingo, 27 de noviembre de 2022

100 AÑOS DE PETRÓLEO VENEZOLANO: DEL GRAN REGALO A LA TRISTE LIMOSNA

 



Dentro de dos semanas se cumplirán 100 años del reventón del pozo Los Barrosos 2, el cual ocurrió el 14 de diciembre de 1922. Junto con nuestra independencia, sellada en 1821 en Carabobo y la llegada a la presidencia del primer venezolano elegido por votación universal, directa y secreta, Rómulo Gallegos en 1947, este evento forma una de las trilogías más importantes de nuestra historia.  

La aparición del petróleo en la vida venezolana fue un gran regalo que la naturaleza le hizo al país Venezuela y representó una formidable herramienta puesta en nuestras manos para construir una nación de primera clase, para lograr la integración de una población pobre y desvalida, víctima de violencias y atrasos, en una nación de ciudadanos. Cien años más tarde, la nación venezolana está – puede decirse sin exagerar – en un peor sitio del que ocupaba en 1920. Aquella Venezuela de 1920 veía llegar el petróleo como una vía posible para su armoniosa integración en nación. Hoy en día es un pobre país que ha utilizado el petróleo para crear lo que Uslar Pietri llamó una Venezuela fingida. Desde hace 22 años el país está sentado sobre una inmensa riqueza petrolera, viendo en silencio como la ventana de oportunidad para su desarrollo se va cerrando debido a las tendencias energéticas mundiales.  

No he podido encontrar la producción acumulada de petróleo en Venezuela durante este siglo, pero estimo, muy a groso modo, que supera cifras del orden de los 80.000 millones de barriles, un tesoro de inmensa magnitud. En sus etapas de mayor concentración de ingresos petroleros, la primera presidencia de CAP y los 20 años del chavismo, el país se las ingenió para sufrir los mayores descalabros para nuestro país, terminando en ambas ocasiones fuertemente endeudado por no haber sabido administrar la abundancia con elemental sensatez y honestidad. 

La historia del petróleo en Venezuela puede resumirse en una frase: lo que se recibió como inmenso regalo de la naturaleza es hoy buscado sumisamente como limosna por quienes tratan de sobrevivir, una sobrevivencia a corto plazo que paradójicamente conlleva, a largo plazo, el envilecimiento moral de la nación.   

La reciente componenda entre el criminal régimen chavista y una oposición híper-pragmática dice estar basada en el deseo de aliviar la suerte de los venezolanos. Para llevar esto a cabo han decidido liberar $3000 millones de los fondos que se hallan congelados en el exterior a fin de que ambas partes puedan utilizar el dinero para fines humanitarios o para inversiones que irían a mejorar la suerte de la población. Esta decisión no es solo moralmente errada sino estratégicamente equivocada. Moralmente errada porque la negociación entre víctimas y victimarios atenta contra la integridad de la nación, la cual no es solo un territorio lleno de gente sino una unidad cultural que debe tener un alma, una conciencia y una historia que salvaguardar a toda costa. Si bien es cierto que algunas ventajas temporales pudiesen obtenerse de esta decisión política, también es cierto que ello se estará comprando al alto precio de debilitar las bases más fundamentales de una nación que son su dignidad y su lealtad a los principios que la sustentan. Por ello en Inglaterra se rechazó el intento de apaciguamiento de Chamberlain a Hitler y en Francia se rechazó el gobierno cómplice de Laval y Pétain con los nazis. Quienes en Venezuela argumentan que no es posible rebelarse contra las fuerzas traidoras de las armas como justificación para transarse con los criminales olvidan que ello ha sucedido una y otra vez en naciones que se negaron a ponerse de rodillas ante las dictaduras.  

Y es una decisión estratégicamente equivocada porque equivale a suspender las sesiones de quimioterapia para un paciente gravemente aquejado de cáncer. Ya deberíamos saber que este régimen no tiene capacidad ni para administrar una bodega pueblerina, mucho menos para invertir sensatamente $3000 millones de dólares que le entren a corto plazo. Peor aún, ya deberíamos saber que este régimen no desea utilizar ese dinero en mejorar condiciones de vida de una población a la cual ha despreciado y humillado sistemáticamente, sino que desea consolidarse en el poder, para lo cual tomar control de ese dinero es indispensable.  

Los poderes geopolíticos (Estados Unidos) han abierto esa puerta, porque tienen intereses que asfixian toda consideración ética. Ello le permitirá a la empresa Chevron tratar de producir un poco más de petróleo venezolano para aliviar la crisis temporal de suministro generado por la invasión rusa a Ucrania y el oportunismo árabe. Chevron es una empresa que ha apoyado al régimen chavista por años. Le prestó a Chávez $2000 millones bajo el disfraz de inyectarle esa suma al campo de Boscán, lo cual nadie que supiera sobre petróleo podía creer. Ese dinero desapareció en las arenas movedizas del narco-régimen, como desaparecerán los $3000 millones de ahora. 

Para el país llamado Venezuela los 200.000 barriles diarios de petróleo adicional que logre producir Chevron en los próximos meses serán una triste limosna. Para la nación venezolana, la del alma y la conciencia, ello representa una palada más de tierra sobre el ataúd.   

3 comentarios:

  1. Por: Ibsen Martínez

    Otras guerras pasadas, otros desvíos de las rutas navieras, otros atascos del flujo de crudo vinieron en auxilio de nuestros tiranos. Nicolás Maduro no ha sido el primero.

    La crisis del Canal de Suez, en 1956, interrumpió por unos pocos meses el flujo de crudo ligero del Golfo Arábigo hacia las refinerías estadounidenses y Venezuela suplió en buena parte esa deficiencia. Aunque ya desde el fin de la Segunda Guerra Mundial los crudos del Medio Oriente resultaban mucho más abundantes y baratos que nuestros livianos, el fiasco de la intervención militar anglofrancesa en Suez no afectó gravemente los ingresos del país.

    Tres lustros más tarde, formábamos ya parte de un pujante cártel de 13 países productores y por eso el boom de precios que siguió a la guerra del Yom Kippur, que estalló en octubre de 1973, resultó una bendición. No es un hecho conocido por el gran público que la OPEP (Organización de países productores de petróleo) había nacido de la feliz torsión que un talentoso abogado fiscalista venezolano supo dar en 1960 a una idea tejana, pero eso, como diría Antón Chéjov, “ya pertenece a otra ópera”.

    Lo cierto es que, gracias a la OPEP, durante los años sesenta nos acompañaron los precios más justos que nunca antes vimos. Sin embargo, los vaticinios de que la creación de la OPEP daría paso en la década de los setenta al uso del petróleo como arma en la pugna árabe-israelí, se cumplieron al pie de la letra.

    El boom del 73-74 generó una colosal transferencia de riqueza, nunca antes registrada en el mundo en tiempos de paz. De la noche a la mañana, el precio de cada barril de la cesta de crudos venezolanos pasó, a fines del 73, de 2.70 dólares de la época a 9.76 dólares. A comienzos de 1979 rondaba ya los 17 dólares.

    Solamente en el primer año —de 1973 a 1974—, entraron al Tesoro venezolano 10.000 millones de dólares, suma entonces inconcebible para una nación de 12 millones de habitantes. Aquella bonanza permitió a Carlos Andrés Pérez nacionalizar la industria sin estridencias antiimperialistas y pagarle a las compañías extranjeras expropiadas hasta el último centavo.

    El cuadro maniaco-depresivo descrito por los expertos, la bioquímica cerebral de quienes toman las decisiones en los petroestados distintos a Noruega, nos metió, ya a fines de aquella década, en el tremedal de la deuda crónica y granjeó la primera devaluación.

    Otra guerra, la que por casi una década enfrentó a Irak con Irán, sostuvo los precios y nos permitió ir tirando, a trancas y barrancas, sin dejar de endeudarnos, hasta que el desplome de los precios a fines de los noventa, en la coyuntura que se llamó “crisis asiática”, y una ya irreversible crisis política, precipitaron a los venezolanos en brazos de Hugo Chávez y el socialismo del siglo XXI.

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  2. Por: Ibsen Martinez

    No conozco descripción más abarcadora, mejor averiguada, exacta e irrefutable de la destrucción cumplida en Venezuela durante los años en que Chávez detentó el poder que la hecha en marzo de 2018 por el historiador mexicano Enrique Krauze, uno de los más atentos y escrupulosos observadores de nuestra realidad.

    En este ensayo, publicado simultáneamente también en inglés por la revista The New York Review of Books, se lee que “durante el periodo de Chávez (1999-2013) la producción de PDVSA (la estatal Petróleos de Venezuela) cayó de 3,7 a 2,7 millones de barriles al día con una planta de 120.000 personas, el triple de 1998“.

    “Pero en la etapa de [Nicolás] Maduro”, continúa Krauze, “con la misma planta, la producción anda ya muy por debajo de los dos millones de barriles diarios y disminuye mes a mes. Esta caída cercana al 40% permaneció parcialmente oculta por el llamado “superciclo” de los precios entre 2002 y 2014 (en julio de 2008 el barril llegó a los 147 dólares), pero también estos fueron desaprovechados por el régimen. En 2008, el ministro de Economía, Alí Rodríguez Araque, sostenía que el barril llegaría a los 250 dólares. Esta fe en el alto precio del petróleo era una apuesta desorbitada que el régimen perdió. Los efectos del colapso habrían sido menores si el gobierno hubiera invertido de manera productiva y ahorrado al menos una parte de sus ingresos, como dictaban la reglas originales de PDVSA . Según estudios, ese ahorro pudo ser de 223.000 millones de dólares”.

    La corrupción y la ineptitud del régimen chavista, profundizados por el sucesor de Chávez, sumado todo a las drásticas sanciones económicas impuestas por la administración Trump en 2019, obraron como lo habría hecho una guerra: lograron destruir para 2021, y según análisis independientes venezolanos como el del Observatorio de Finanzas, mucho más del 70% del Producto Nacional Bruto.

    No obstante todo ello, Maduro sigue allí mientras, día a día, se agrava la crisis humanitaria del país, cuyo índice más elocuente son los 6 millones cien mil emigrantes venezolanos que registra la independiente Plataforma Coordinadora de Agencias para Refugiados y Emigrantes venezolanos.

    De nuevo una guerra, la de Ucrania, dispara los precios, pero esta vez pesan sobre el país sanciones que la hermanan con Rusia e Irán, sus aliados en lo comercial y militar, países curtidos en las artes de sobrellevar y burlar sanciones. Maduro tiene en estas un pretexto que ni de encargo podría servir mejor para justificar su bárbara autocracia.

    En Venezuela y fuera de ella se hacen oír desde hace tiempo voces opositoras al régimen de Maduro que reclaman de Washington el cese de las sanciones impuestas a la actividad petrolera. Otras exigen a la administración Biden que no brinde el menor alivio a las restricciones impuestas por Trump. Ambas posiciones abrigan esperanzas de participar en elecciones presidenciales no más allá de 2024. Maduro confía en ganarlas.

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  3. Por Ibsen Martinez

    Esto de las sanciones se ha tornado asunto frondoso y erizado de equívocos, complicado además por la paralizante discordia de formaciones opositoras irreconciliables entre ellas y que se arrogan cada una la representación de una población indiferente a la política, forzada a la aquiescencia ante el régimen por toda clase de agobios.

    Mientras, el negocio petrolero, el Big Oil, que desde las páginas de Upton Sinclair nos viene diciendo que donde haya ganas el negocio hallará un camino, viene avanzando sin prisa hacia un escenario donde sea posible invertir y sacar adelante una fuente de petróleo alterna a la de Rusia sin violar las sanciones.

    Big Oil sabe trabajar en ambientes hostiles y con tipos difíciles como Muamar el Gadafi o Sadam Huseín. Igual que Nicolás Maduro, Big Oil no necesita elecciones libres para bombear crudo. Big Oil también ha aprendido desde hace tiempo a vivir entre sanciones.

    Hoy el barril Brent cerró a 108.16 dólares.

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