La implosión del país
Entre Nogales, Arizona y Nogales, México hay una pared que marca la
frontera entre los dos países. Más que una pared o una frontera, parece una
falla geológica que separa dos sociedades totalmente diferentes: una con un ingreso
per cápita de unos $40.000 al año y la otra con un ingreso per cápita cercano a
los $10.000. Esa es una diferencia dramática, sobre todo porque el clima es
idéntico y la composición étnica de las dos poblaciones es muy similar.
Noruega, con cinco millones de habitantes, un duro clima y unos 40 años de industria petrolera tiene un Fondo
de Inversiones que llega ya a los mil
millones de millones de dólares (un trillón en Inglés) mientras que Venezuela,
con cien años de industria petrolera, un clima benigno y 30 millones de
habitantes no solo no ha ahorrado un centavo sino que ha desperdiciado mil
millones de millones de dólares en los pasados 16 años. Por supuesto, nuestros líderes no son noruegos
pero, Dios mío, tampoco orangutanes,
aunque las distancias entre ese liderazgo y los dos extremos no parecen ser simétricas.
Libros enteros, incluyendo el extraordinario “Por qué fracasan las naciones”,
de Daron Acemoglu y James Robinson, han sido escritos para explicar dramáticas diferencias como las de las dos
Nogales, Venezuela y Noruega y las dos Coreas. Estos autores dicen que el
factor clave es el institucional. Donde hay instituciones hay progreso. Donde
las instituciones nunca han existido de manera adecuada o han sido destruidas hay atraso, crimen y
pobreza. Ese es el caso de la Venezuela de hoy.
En la Venezuela del siglo pasado el ejército era una institución. Tenía sus
problemas, como era la adulancia de los militares a la querida del presidente
para ser promovidos, pero la institución existía. Hoy ha sido destruida, prostituida,
ya que persiste la adulancia, ahora
acompañada de asociaciones con el narcotráfico , el contrabando de extracción y
el robo sistemático e impune de los dineros del estado, como lo vimos durante
los años del Plan Bolívar 2000 y el Fondo Único Social. En esa Venezuela
existía una institución llamada Corte Suprema de Justicia, la cual actuaba con
relativa eficiencia. Hoy en día no solo ha cambiado su nombre sino que se ha
convertido en un coro de castrados morales, entonando estribillos indignos como
: “Uh, ah, Chávez no se va”, aunque ya se haya ido, y actuando como un apéndice
lamentable del Ejecutivo nacional para validar sus abusos de poder. En la Venezuela
de la década del 90 existió una fiscalía general que sacó de Miraflores a un
presidente de la república, por un hecho minúsculo en comparación con los inmensos crímenes que los presidentes
del chavismo han cometido, sin que los Isaías y las Luisas digan esta boca es
mía. Las instituciones contraloras han desparecido para dar paso a burdeles de complacencia. En el pasado venezolano
el gobierno perdía elecciones. Hoy eso no sucede porque el Consejo Nacional
Electoral está al servicio del régimen y patrocina las más sucias maniobras
para perpetuar al régimen en el poder.
La Venezuela que ha desaparecido tenía una institución legislativa, en la
cual la oposición se hacía sentir y, además, era respetada. El poder
legislativo de hoy está capturado por un personaje soez, irrespetuoso y,
además, acusado de corrupción de la peor especie, sin que sea posible
investigarlo dado su obsceno poder político. En el recinto legislativo se oyen
procacidades, se golpea a los diputados de la oposición, se emplea a los
familiares de quien esté al mando y no se legisla porque se ha entregado ese deber
en manos del personaje que pueda estar en la presidencia en el momento.
En el pasado PDVSA era una institución. Tenía prestigio internacional, era
creíble y, si necesitaba pedir un préstamo, le sobraban alternativas en los
mercados financieros internacionales. Producía petróleo y tenía una red
internacional de refinerías que le garantizaban un mercado a sus exportaciones.
Hoy en día, PDVSA importa comida, cría cochinos y siembra yuca, ha perdido medio
millón de barriles diarios de producción, tiene cinco veces más empleados que
los que tenía en 1998 y está endeudada en tal magnitud que ya nadie le quiere
seguir prestando dinero, excepto los chinos, quienes se están adueñando
progresivamente de la Faja del Orinoco.
A fines de siglo la CVG era una institución muy enferma, aquejada de
ineficiencia y llena de tareas que no le correspondían. Hoy está completamente destruida,
en manos de aventureros, quebradas sus empresas, anarquizada su gerencia, sin
producción, un total parásito del estado.
La historia de la Venezuela del siglo XXI ha sido una de progresiva
desaparición de las instituciones y su reemplazo por un caudillaje inculto e ideológicamente
trasnochado. Los resultados están a la vista: la mayor tasa hemisférica de
inflación, la mayor tasa de criminalidad en América del Sur, el peor desempeño
presidencial de la región, la peor competitividad del hemisferio, entre los
diez primeros países más corruptos del mundo.
El asesinato de las instituciones ha conducido a la muerte del país.
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