lunes, 8 de junio de 2020

Walter Scott si, la emulsión de Scott no....




                                    *** La literatura como terapéutica   
            
Cuando tenía entre 7 y 8 años era muy inapetente. En aquellos tiempos a los niños que no comían como era debido les daban los llamados reconstituyentes. Uno de los más utilizados y más odiados por los niños era la Emulsión de Scott, cuya botella tenía un pescador cargando un bacalao. 


A mí me dieron muchas botellas de esa emulsión, la cual consistía de aceite de hígado de bacalao, con vitaminas A y D, jarabe que tenía un gusto bastante  desagradable. Sin embargo, la cura de mi inapetencia no se debió al hombre del bacalao sino a Sir Walter Scott.  


Sucedió que en esos años recibí como regalo de un tío mío la novela de Walter Scott, “Ivanhoe”. Leerla, en especial, su tercer capítulo, me abrió súbitamente el apetito.
En esas páginas Walter Scott describe vívidamente la morada de Sir Cedric, el padre de Ivanhoe. Pinta una  casona amplia, con arcones para guardar utensilios, algunas cortinas y una que otra alfombra, con instrumentos de caza y de guerra colgando de las paredes, con muebles escasos y primitivos. Allí viven Cedric, sus familiares, criados y sus esclavos/bufones, Gurth y Wamba, quienes vestían  jubones de paño tosco y capuchas y calzaban algo parecido a las alpargatas. Cedric  se vestía con finas telas y pieles de ardilla, buenas pero no de la calidad del armiño. Llevaba gruesos adornos de oro colgados del cuello,  túnica y calzas hasta las rodillas  y  sandalias aldeanas. Un sombrero de piel y una espada al cinto completaban su vestimenta.
A la hora de comer  los asistentes se sentaban  en una larga mesa en T. Las personas importantes se sentaban al lado del anfitrión, Cedric, mientras que los de menor nivel se iban acomodando en la mesa larga, en orden de importancia decreciente,  hasta llegar a los criados. Todos los habitantes de la casa y los invitados compartían el mismo ambiente, lleno de humo de los fogones, cada quien tomando su bebida preferida, fuesen vinos diversos, sidra o  agua.  El nivel de ruido era alto. Los platos comenzaban a llegar y eran de gran diversidad, muy condimentados.  Aunque no he podido encontrar la versión en español del capítulo, hago una traducción resumida del original en inglés: “El festín que se colocaba sobre las mesas no requería excusas por parte del anfitrión. Carnes de puerco y buey, aderezadas en diferentes formas, iban siendo colocadas  en la baja parte de la mesa, lo mismo que las aves, la carne de venado, los cabritos y conejos, así como diferentes tipos de pescado, cebollas asadas, junto con enormes hogazas de pan y tortas hechas con frutas y miel. Las abundantes aves pequeñas no eran servidas en los platos sino que eran traídas a la mesa ensartadas en delgadas barras de hierro, ofrecidas por los pajes  a cada comensal, quien la tomaba completa en sus manos o cortaba algunas porciones a su gusto.  Frente a cada  persona de rango se colocaba una copa de plata. En la mesa larga se colocaban copas de madera mientras que algunos criados preferían beber en cuernos”.
No solo la diversidad de viandas y bebidas sino toda la escena, el humo de los fogones, la conversación entre comensales, la iluminación con grandes antorchas, el aire de fiesta, todo ello me produjo una gran impresión desde mi primera lectura y logró convertir mi reticencia a la hora de sentarme a la mesa de mi casa, en Los Teques, en una ocasión en la cual imaginaba que estaba en el banquete de Cedric, con muslos de pollo en las manos, probando cada vianda con especial deleite, tomando mi guarapo de piña como si fuera el vino más delicado. No importaba lo que tuviera frente a mí yo me lo imaginaba parte del banquete  y me lo comía con mucho gusto, como si fuera un buen sajón de la época de Ricardo, el Corazón de León. Por supuesto, la dulce belleza de Rebeca,  la joven judía, la generosidad de Isaac de York, la historia de amor de Ivanhoe y Lady Rowena, los torneos, el sitio del castillo normando, las travesuras de Wamba,  todo ello agregaba a mi placer, pero lo definitivo para mí era poder regresar a voluntad al banquete de Cedric, sentado en la mesa larga junto a los comensales de modesta significación, compartiendo los brindis y los platos humeantes que pasaban de manos de manera incesante, incluyendo las mías.
 Toda una gran escena llena de rusticidad y calidez,  de gran concordia, la cual me abrió el apetito para siempre y también para siempre me ha hecho sentir a gusto en los ambientes rústicos, rodeado de gente sencilla y hospitalaria, la sal de la tierra.     

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Ivanhoe fue el primer libro que me compró mi padre, lo hizo en la librería que estaba donde el Instituto de Comercio Exterior, en la Av. Libertador. Luego de ese libro me regaló el que con más cariño recuerdo, El Correo del Zar, que me ha parecido que más que una novela es una clase de geografía. El tercero fue Marco Polo, sobre el que Netflix acaba de lanzar una Serie. Pero por alguna razón El Correo del Zar sigue pareciéndome mejor.

Te dejo la novela en castellano para que busques lo que necesitas, Gustavo.

https://freeditorial.com/es/books/ivanhoe-version-en-castellano/readonline

Maria Teresa van der Ree dijo...

Muy agradable el relato que también recuerdo.

Muy buen enlace el que envió Anónimo.

Anónimo dijo...

Gracias María Teresa, les recomiendo a Gustavo y a tí:

"Un Mundo Feliz" de Aldous Huxley.

Una obra bellísima.

Gustavo Coronel dijo...

Un gran saludo, querida Maria Teresa
Sobre El Correo del Zar, creo que hay una opera de Glinka así llamada. Glinka fue el pionbero de la musica clásica Rusa. La novela es de Verne? debo chequear.

Anónimo dijo...

Sí, la ópera sobre la vida de Iván Susanin es la que mencionas, Gustavo. "El Correo del Zar" efectivamente es de Jules Verne. La pequeña ciudad de Marfa en el Gran Estado de Texas, muy cerca de México, fue nombrada así por el personaje de la novela.