Advertencia: no tengo ni he tenido jamás
relación comercial alguna con el New York Times.
La llegada de la pandemia y, sobre todo, mi
diagnóstico de cáncer que me llevó eventualmente a perder un riñón, etc., me
hizo pensar que ya no valía la pena que siguiese recibiendo la prensa. Cancelé
mis suscripciones, válidas para un largo plazo que probablemente ya no podría
disfrutar.
Al paso de los meses pude ver como las vías de
comunicación con el mundo exterior se me iban
cerrando, debido a que todos los periódicos que consultaba por internet
exigían una suscripción para permitir mi acceso a su contenido.
Y esto se fue convirtiendo en una fuente de
gran frustración para mí.
Hace un mes decidí reanudar mi suscripción al
New York Times y he regresado a ese ancho y maravilloso mundo, apostando que viviré
lo suficiente para utilizar plenamente mi nueva suscripción.
Y hasta ahora voy bien y he podido re-entrar a
un mundo de increíble diversidad, porque no solo es que el New York Times
informa, sino que interpreta la noticia y le da profundidad ensayística. Al
regresar a sus páginas, me he dado cuenta de que había estado viviendo en un
mundo cada vez más pequeño, contentándome con lo que me proporcionaba una TV
insípida y sesgada y con los frívolos agregados de noticias, los cuales contienen
mucha basura sobre las Kardashian, Kanye West, Jennifer López y los problemas
psico-vaginales de Shakira.
Ahora, todas las mañanas, a las 5 a.m., abro
mi puerta y encuentro allí, esperándome, una bolsa azul plástica con la edición
del NYT del día. De los lunes a los jueves las secciones son de modesto grosor
pero el viernes, sábado y, especialmente, el domingo, se tornan rollizas, con
una gran cantidad de información sobre todos los temas imaginables, desde las
recetas para preparar un pavo hasta los pormenores de la guerra desatada por
Rusia contra Ucrania y las tribulaciones en China o los almuerzos de Trump.
Abrir las páginas de la edición del día es re-
entrar al mundo, salir de nuestro estrecho territorio de la tercera (o es ya cuarta?)
edad, para saber que hay gente (no solamente los políticos) que no pueden vivir
sin mentir; que en Haití el gobierno ha sido prácticamente avasallado por bandas
de delincuentes; que en Ucrania los rusos pierden la guerra pero, vengativos y
cobardes, desean destruir el mundo civil; que en Nueva York las óperas y los
conciertos y las galerías de arte continúan su presencia avasallante; que en
Catar la política y el futbol se enfrentan en la cancha o que Elon Musk, nuevo
dueño de Twitter, ahora busca una pelea con Apple.
Leemos
allí sobre el colapso del Bitcoin, sobre Olivia Butler y sus obras de
ciencia-ficción y sobre tantas maravillosas vidas que se han extinguido y que
nosotros nunca pudimos compartir. Vemos que los fallecidos en New York City, en
su gran mayoría, pasan de 90 años y que algunos ya rozaban la centuria. Y, entonces
nos preguntamos, ¿es que, acaso, la Gran
Manzana será tan malsana como la pintan?
La sección dominical sobre libros es una de
mis favoritas. Allí se habla de los viejos y consagrados autores pero, también,
de los nuevos. Se habla de poesía que jamás habíamos escuchado, de ciencia
ficción que rivaliza con los viejos maestros como Jack Vance, de biografías de
hombres y mujeres a quienes nunca habíamos oído nombrar pero quienes tienen
mucho que enseñarnos sobre cómo vivir con dignidad y belleza.
Y leemos sobre los vinos de Portugal que no desmerecen
frente a los del Río Ródano francés, o sobre los whiskys japoneses o las arepas
venezolanas, las cuales poco a poco conquistan el mundo montadas sobre los hombros
de una juventud a la cual no le importa que sus camisas se llenen de grasa y
mantequilla derretida.
El NYT es un banquete.
Claro,
no es el único periódico maravilloso que existe en el mundo. El Washington
Post, el Boston Globe, el Guardián de U.K., El País de España, El Nacional de Venezuela,
La Nación de Buenos Aires, El Corriere della Sera de Italia, De Telegraaf de Ámsterdam,
etc.etc. etc. (como decía Yul Briner en “The King and I”), también son grandes
diarios. Todos ellos nos mantienen viviendo en el ancho mundo. Su existencia es
fundamental porque nos recuerdan, cada día, que el ser humano comparte los
mismos anhelos en todos los rincones del planeta y que el único camino para la salvación
de nuestra especie será aceptarnos los unos a los otros, con nuestras similitudes y diferencias.
Mañana el NYT estará en mi puerta y podré
entrar, como todos los días, en su inmenso mundo.
Hasta el día que el NYT se acumule, poco a
poco, en mi puerta. Ese día, espero, que mi vecino pueda seguirlo aprovechando.