En febrero de 1983 me gané una posición de experto en
hidrocarburos por concurso en el Banco Interamericano de Desarrollo en
Washington DC. Competí con unos 60 otros pretendientes a la posición y, según
el dictamen que tuve ocasión de ver después, fui el mejor candidato por un amplio
margen. Para la época las condiciones del empleo eran excelentes: $70.000 al
año libres de impuesto, seguros de todo tipo, la mitad de la matrícula para la educación
universitaria de mis hijos, etc. Uno de mis nuevos colegas me dijo: “En este
banco hay dos cosas muy difíciles, una es entrar y la otra es salirse”. El
banco era llamado la jaula de oro, porque las condiciones de trabajo eran tan
buenas que la gente deseaba permanecer allí para siempre.
En mi condición de experto en hidrocarburos yo tendría
que viajar mucho a América Latina pero llegué al banco rezando para no tener
que ir a La Paz, Bolivia, porque le tenía mucho miedo a su altitud. Había
escuchado las historias más terribles de quienes habían ido allá. Como suele
suceder, mi primer viaje como funcionario del banco fue para…. La Paz.
Llegué a La Paz, me bajé del avión y caminé muy
lentamente hacia inmigración y, luego, al taxi que me llevaría al hotel. En el
hotel hice lo que me aconsejaron. No desempacar, acostarme de inmediato, pedir
una jarra de mate de coca y tomármela completa. Al terminar de hacerlo caí en
un profundo estado semi-cataléptico y me desperté en la madrugada, con ganas de
ir al baño. Sin embargo, del baño surgía un rugido de león que me aterró. No me
atreví a salir de la cama y utilicé el jarro vacío del mate de coca.
Al día siguiente baje a la recepción y pregunté si era frecuente
que el recién llegado tuviera alucinaciones producidas por la coca y me dijeron
que no. Les mencioné que desde mi baño había sentido horribles rugidos de un
león casi toda la madrugada. Y me respondieron que al lado del hotel había un
pequeño zoológico donde frecuentemente rugía un viejo león. Sus rugidos simplemente
parecían venir de mi baño.
Al salir a la calle, caminando muy lentamente, comencé a observar
la presencia de muchas madres indígenas con sus niños en brazos, llorosos y de
frágil aspecto. Me informé sobre esto y me dijeron que Bolivia estaba azotada
por una severa sequía, se habían perdido muchas cosechas y existía una
situación de hambruna en el país.
Regresé a Washington muy impresionado por esta situación y, sin pensarlo dos veces, escribí un artículo sobre mis impresiones y se lo envié al Washington Post, el cual lo publicó casi de inmediato, el 22 de Agosto de 1983, hace casi 38 años . Ver el artículo arriba.
Al día siguiente de esta publicación recibí una llamada
del asistente de Luis Ortiz Mena, el presidente del banco. Me dijo: “Buenos
días, Sr. Coronel. Deseo felicitarlo por su artículo en el Washington Post de
ayer. Además quiero preguntarle: ¿QUIEN LO AUTORIZÓ A USTED PARA ESCRIBIR ESE
ARTÍCULO? Usted es un funcionario del banco y no puede hablar en su nombre sin
expresa autorización”. En efecto, al final del artículo me identificaban como
un funcionario del banco.
Yo balbuceé algunas palabras, totalmente tomado de
sorpresa porque comprendí que lo que yo había hecho sin pedir autorización previa
del banco había sido un error.
Ese mismo día me llamaron a una reunión y me dijeron que
mi artículo podía hacerle mucho daño al banco, ya que allí un funcionario exponía una hambruna en un país cuyo apoyo
técnico y financiero era en gran medida suministrado por el banco. “Estamos exponiendo
nuestra ineficiencia”, me dijo el gerente de Energía con energía. Me hicieron
saber que mi caso iba a ser objeto de serio análisis, ya que representaba un
acto de indisciplina.
¡Con apenas seis meses en el banco estaba a punto de ser
botado!
Entonces sucedieron cosas que salvaron mí empleo. Una,
recibí una carta, entregada por mensajero, del embajador de Bolivia en
Washington, Mariano Baptista Gumucio, quien me invitaba a visitarlo, me daba
las gracias por el artículo y me transmitía una decisión del ministerio de
relaciones exteriores del país nombrándome “Hijo Ilustre de Bolivia”. Horas después
recibí una llamada de una asistente de un senador del congreso estadounidense,
creo recordar que era Paul Laxalt, diciéndome que – en base a mi artículo – el
senado había decidido donarle a Bolivia $40 millones para aliviar la situación
de los niños en aquel país.
Fui a ver al gerente de Energía y le transmití estas dos informaciones.
A la mañana siguiente recibí una llamada del Asistente
del presidente del Banco: “Gustavo. El presidente Ortiz Mena desea saber si usted
tendrá tiempo de almorzar mañana con él. Tiene mucho interés en conocerlo
personalmente”.
Después de esta crisis permanecí en el banco casi siete
años hasta que decidí renunciar para regresar a Venezuela, para ayudar a “componer” el país.
Pero, esa es otra historia.
3 comentarios:
40 millones en aquel entonces (1983) equivaldría a 250 de los de hoy. Debería haber una biblioteca llamada Gustavo Coronel en La Paz.
Excelente escrito.
Felicitaciones por tu cumpleaños! Muy bien vividos tus 88. Muchos cariños y Bendiciones.
Buenas noches Ing. Lei hace un tiempo,una accion parecida, a lo que Ud nos narra , en el octavo habito de Steven Covey. El econtrarse donde se puede por que se tiene conocimiento, pues lo demas es tener un bonito corazon,para que las capacidades de las cuales hayan sido dotados, colocar un poco de ellas, al servicio de los demas. Por añadidura llega algo para quien se da de ese modo, sin que este esperando nada. Y si no llega ni el agradecimiento, en esta existencia, presumo que en algún lugar, del vasto universo del Dios en el que creo si. Asi que la satisfaccion interior ya es de hecho muy agradable.Mi cariño para Ud.Dios le bendiga.
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